Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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– Estoy intentándolo -respondió con acritud.

Con ambos cuerpos entrelazados tan estrechamente entre ellos, no podía distinguir uno del otro. Parecían una aturdidora marea de manchas, que se volvían borrosas al chocar uno contra el otro, separándose solo para volverse a juntar. Sus ojos aparecían como dos simples manchas más, perdidos en medio de los cientos de manchas, salvo por la intensidad. Abrasadoramente ardientes. Asombrosamente inteligentes. Astutos. Mostrando una furia como nunca había visto.

Este era el hombre que había matado a Marisa Vega, la madre de Conner. La furia absoluta que sentía el leopardo de Conner golpeaba y derribaba repetidamente al otro leopardo. Con las garras desgarraba sus flancos y su vientre dejando grandes hendiduras. Suma se estremeció e intentó escapar, pero el leopardo de Conner no lo toleraría. Parecía no notar las laceraciones de su propio cuerpo; en vez de ello, estaba decidido a cortar, literalmente, en pedacitos a Suma. Lo único que había impedido que lo matara en el acto había sido la fuerza y la experiencia de Suma, que era un macho en la plenitud de la vida. Éste parecía saber que estaba en problemas y Ottila, a pesar del asalto de los rifles de Rio y Leonardo continuaba con el fuego de forma intermitente, intentando ayudar a su compañero.

– Demonios, Isabeau, quedaremos atrapados aquí. Acaba con él de una jodida vez -gruñó Rio.

Las emociones de los leopardos eran intensas y en ese momento, no podía ver que alguno de los dos fuera a ceder terreno. La sangre corría por los flancos de uno de ellos y después de un primer momento dramático se dio cuenta que esa era la forma de identificar a Suma. Jeremiah debía haberlo herido. Su propia sangre y la de Jeremiah, le cubrían la piel. Los listones rojos comenzaban a transferirse al pelaje de Conner pero ni por casualidad había la misma cantidad de sangre sobre él.

Inspiró y se concentró, bloqueándolo todo, en la forma en que Conner le había enseñado. Al principio oía los rugidos y gruñidos, los disparos, otra bala que hizo volar hojas y tierra junto a los dos leopardos. Luego se encontró en un túnel donde solo estaban los leopardos con los pelajes impregnados en sangre y ella. Nadie más. Nada más. Apuntó a la nuca.

Le retumbaba el corazón. Tenía la boca seca. Le daba terror herir a Conner. Los dos leopardos furiosos se movían rápido, se enlazaban, se separaban y se volvían a enlazar. Tan rápido. Demasiado rápido. Si le disparaba al equivocado… volvió a inspirar, deseando que la bala fuera exactamente a donde ella apuntaba y apretó el gatillo.

Suma se alzó, con los ojos amarillos ardiendo furiosamente con odio. Tanto odio. Ella se estremeció cuando Conner aprovechó y fustigó el vientre expuesto, desgarrándolo profundamente. Suma se derrumbó y yació inmóvil, con los ojos abiertos fijos en ella. Tenía la lengua colgando fuera de la boca y con cada jadeo, sus costados se elevaban. Alrededor de su hocico burbujeaba la sangre. Conner hundió los dientes en su garganta y los mantuvo allí, asfixiando al leopardo, buscando su muerte. Llovió una descarga de disparos, que seccionó la falda de Isabeau, levantó tierra a su alrededor e hirió a Conner en el flanco haciéndolo rugir y girar para enfrentarse a su nuevo enemigo. Su mirada enfurecida aterrizó sobre ella. Su corazón se saltó un latido y luego comenzó a aporrearle en el pecho. El leopardo, con un último acto de odio y venganza desgarró el vientre expuesto abriéndolo de lado a lado, luego se volvió completamente hacia ella y bajó la cabeza poniéndose al acecho, atravesándola con la ardiente mirada.

– Cálmalo -gritó Rio-. Y luego salgamos de ese puto sitio. No podemos llegar al francotirador. Lo mejor que podemos hacer es mantenerlo apartado de vosotros.

¿ Cálmalo ? Repitió ella, sintiéndose a punto de desmayarse Si hubiera tenido a Rio frente a ella hubiera considerado el uso de la violencia contra él.

– ¿Estás loco?

El leopardo, cubierto de sangre, con la piel y la carne desgarradas se agazapó aún más y dio un paso hacia ella moviéndose con el tipo de movimiento en cámara lenta que metía miedo en el corazón de la presa. Sabía, que durante el resto de su vida nunca olvidaría esos penetrantes ojos, ardiendo de pura rabia. Su hocico y su cara estaban manchados de sangre, al igual que sus dientes.

– Conner. -Le temblaba la voz. Bajando el cañón del rifle, extendió la mano en su dirección-. Lo siento, cariño. Ya ha terminado. Vayámonos de aquí. Ven conmigo.

El leopardo gruñó, arrugando la nariz en un despliegue de salvajismo. Su poderosa mandíbula se abrió, enseñando los cuatro prominentes caninos, los dientes que usaba para perforar y sostener a la presa durante una matanza. Sabía que la abertura que había detrás de cada uno de los caninos le permitía al leopardo hundir los dientes profundamente durante la dentellada mortal. Sus incisivos podían fácilmente raer la piel de los huesos y los dientes laterales podían cortar a través de piel y músculo como los cuchillos más afilados.

Con cada paso lento, esa poderosa mandíbula y la boca llena de dientes se acercaba a ella hasta que sintió el calor de su aliento estallando en su rostro. Nuevamente aisló todo hasta que solo estuvieron el leopardo y ella.

– Conner.

Usó su nombre deliberadamente, llamándolo para que regresara de las tribulaciones de su furia negra. En esos ojos no había humanidad. No había amor, ni reconocimiento.

– Conner.

Eligio al amor por encima del miedo y la ira y, con dedos temblorosos, extendió la mano hacia él

Antes de que pudiera establecer contacto, hundirle los dedos en el pelaje manchado de sangre, él le lanzó un golpe con su larga zarpa. Un relámpago de fuego le recorrió el brazo. Jadeó y por un momento fue incapaz de respirar, debido al dolor que se apoderó de su brazo. El miedo la sacudió, pero se negó a romper el contacto visual y convocó a su felina.

Ahora o nunca pequeña desvergonzada. El desertar no es una opción. Sal aquí afuera y haz lo tuyo. Se tentadora. Sedúcelo para que entre al coche.

Intentó recordar lo que había sentido en el jardín cuando la había recorrido aquella ola de calor, que la había dejado desesperada por tener un hombre entre las piernas. En ese momento, deseaba correr por su vida y no permanecer allí frente a la bestia que gruñía. No se atrevía a mirarse el brazo, pero se consolaba pensando que igual de fácilmente, en vez de ese golpe de advertencia podía haberle dado uno mortal dirigido hacia su muy vulnerable garganta.

Su leopardo se acercó a la superficie, no en las alas de la pasión, sino con el desdén que una hembra le demuestra a un macho. No estaba de humor y no deseaba ser molestada. Saltó hacia el macho dándole un golpe a su vez. En lo que refiere a desaires, no fue gran cosa, pero sorprendió al gato macho casi tanto como a Isabeau.

– Ups -Isabeau retiró la palma de la mano. Le ardía por el duro bofetón que le había dado a la cara gruñona del macho. ¡Por Dios! ¿Estás jodidamente loca? Le demandó a su felina. Qué buena manera de calmarlo, eres muy graciosa -. Lamento eso.

La rabia menguó un poquito en los ojos ardientes, siendo reemplazada por inteligencia. Ella aguardó a que la ira se disipara, hasta ver que regresaba su agudo y perspicaz intelecto.

– Conner, hay un francotirador en la cubierta forestal. Debemos marcharnos. Ahora.

Él le dio un ligero topetazo y ella se giró y comenzó a correr, agradecida por el fuego de cobertura que le brindaban Rio y Leonardo. Se sentía totalmente expuesta con el leopardo detrás de ella y el francotirador entre los árboles. Se subió al SUV de un salto y se arrastró hasta el otro extremo para dejarles el mayor lugar posible a los demás. El leopardo casi la aplasta, al aterrizar prácticamente encima de ella. Ya estaba cambiando, gateando hacia el tercer asiento, atrás del todo, donde Elijah tenía tendido a Jeremiah y evidentemente respiraba por él.

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