Leonardo entró y se giró rápidamente para ayudar a Marcos a proveerle cobertura a Rio.
– ¡Arranca! -dijo bruscamente mientras cerraba la puerta de un golpe.
Antes de que la palabra hubiera salido de su boca, el SUV ya iba dando coletazos por el camino de tierra.
– ¿Cómo de mal está? -sombrío, Rio se permitió mirar hacia el fondo.
No podía ver a Jeremiah, pero Elijah y también Conner estaban trabajando sobre él.
– Va a necesitar un doctor -gritó Conner-. Solía haber un doctor, uno de los nuestros, al que mi madre me llevaba, pero han pasado años. Vivía a unos veinticinco kilómetros de la primera cabaña, donde nos encontramos.
Rio miró su reloj.
– ¿Qué te parece, Felipe?
– Puedo llegar en veinte minutos.
– Estaremos justos de tiempo -dijo Conner-. Tú decides, Rio.
– Nunca estará a salvo en un hospital. Sabemos que Imelda tiene a demasiada gente controlada. Acabamos de liquidar a su mejor hombre de seguridad. Su compañero intentará darnos caza. En un hospital Jeremiah será demasiado vulnerable. Haz lo que puedas para mantenerlo con vida.
Isabeau presionó la mano contra su boca para no protestar. Ellos sabían más de la operación de Imelda. También conocían mejor el funcionamiento de la mente de un leopardo. Se enroscó sobre sí misma formando una bola y comenzó a temblar incontrolablemente, incapaz de detener las olas de nausea que la atravesaban.
– ¿Y la mujer? ¿Teresa? -se obligó a preguntar.
Rio le echó un rápido vistazo.
– Tenemos que asegurarnos de que permanezca apartada. Leonardo, trae el botiquín. Dentro hay una jeringa adormecedora.
– No me refiero a eso. ¿Por qué insististe en que viniera?
– Pasó demasiado tiempo con nosotros y Conner la defendió -le explicó Marcos-. En primer lugar corría peligro por parte de Philip ¿viste la cara que puso cuando Conner interfirió? Pienso que la iba a matar después de la fiesta. Y si no, ciertamente la hubiera lastimado. Y si Imelda estaba mirando los videos y esto se pone feo bien puede pensar que Teresa era una infiltrada. De cualquiera de las dos formas, parecía más seguro sacarla de la situación y ponerla a salvo.
Isabeau permaneció en silencio, levantó las rodillas y se las abrazó.
Marcos le dedicó una sonrisa.
– ¿Pensaste que era un viejo pervertido?
– Hiciste el papel de forma muy convincente -accedió, intentando devolverle la sonrisa.
Rio la miró por primera vez. Emitió un sonido, más de leopardo que de humano.
– ¿Qué demonios te ha ocurrido, Isabeau? -tiró de su brazo para mirar la sangre que manaba formando ríos-. Maldita sea, ¿Por qué no dijiste algo? Es probable que esto se infecte rápidamente.
Conner se levantó lo suficiente como para mirar por encima del asiento y entrecerró los ojos al mirar el brazo de Isabeau.
– ¿Qué ocurrió?
– Es que no tienes nada de control, jodido bastardo -rezongó Rio-. Eso es lo que ocurrió.
– Necesito que te concentres, Conner -dijo Elijah bruscamente-. No vamos a perder a este chico.
Isabeau pudo ver la angustia en los ojos de Conner, la disculpa y luego volvió a quedar detrás del asiento concentrado una vez más en Jeremiah. Se sentía agradecida de que no estuviera mirándola. Necesitaba ordenar sus emociones. La noche entera había sido un horror.
Ella había provocado esto… había insistido en que fueran tras Imelda Cortez. Nada de lo que había visto esa noche la había hecho cambiar de opinión -solo había fortalecido su resolución- pero no estaba preparada para el nivel de inmoralidad, para el absoluto desprecio por la vida y los derechos de otros seres humanos. Imelda se rodeaba de gente despreciable. Era como si se reconocieran entre ellos, como si gravitaran unos hacia otros para reforzar su propio comportamiento.
Se mordió los nudillos. Había matado a un hombre. Aunque Conner lo había terminado, había sido ella la que había apretado el gatillo. Nunca hubiera pensado, nunca hubiera imaginado ni en sus sueños ni en sus pesadillas, que mataría a otro ser vivo. Observar como la vida abandonaba sus ojos no la había emocionado, sino que más bien la había asqueado. Philip Sobre poco más que había dicho que amaba torturar a sus víctimas y posiblemente matarlas también. Porque era emocionante. Oyó un sonido roto y perdido y se dio cuento que salía de su propia garganta.
Rio se inclinó acercándose a ella con algo en la mano.
– Esto te va a doler como el infierno.
No se detuvo y el aire abandonó explosivamente sus pulmones cuando presionó un paño empapado en un líquido ardiente sobre los desgarrones de su brazo. La sostuvo allí mientras ella se enfocaba en contar en voz baja y luchaba por no llorar.
Marcos pinchó a Teresa en el brazo y ella gimió suavemente. Le dio una palmadita.
– Estarás bien. Estás a salvo -le aseguró.
Isabeau no estaba segura de si alguna vez alguno de ellos volvería a estar seguro. Imelda parecía una abultada araña, tejiendo una telaraña que los abarcaba a todos. Todos los que habían acudido a la fiesta eran funcionarios, oficiales de la policía de alto rango y jueces. Era imposible que no hubieran notado a la gente llevándose a los sirvientes a las habitaciones de los pisos superiores. Ahora hasta temían llevar a Jeremiah a un hospital.
Rio retiró el paño e, ignorando su protesta, siguió sujetándoselo para examinar las laceraciones.
– No son profundas. -Lo dijo en voz lo suficientemente alta como para que Conner lo oyera-. Pondré una loción antibacteriana -dijo a nadie en particular, pero cuando comenzó a aplicar la loción obligó a Isabeau a mirarlo-. Tenemos veneno en nuestras garras, Isabeau. No puedes pasar eso por alto. Límpiala meticulosamente y aplícate la loción varias veces al día. Te daré una inyección de antibióticos, una dosis grande y luego debes asegurarte de tomar todo el frasco de píldoras.
Ella enfrentó su mirada.
– ¿Conner tuvo una infección cuando lo arañé con mis garras? -lo dijo para hacerle recordar.
Enfadada con él. Era el líder del grupo y su deber era mantenerlos a todos a raya, incluyendo a los leopardos afligidos, pero de todas formas estaba enfadada con él.
Él encogió sus grandes hombros, aceptando su ira.
– Sí, la tuvo, a pesar de los antibióticos. Pero le salvaron la vida y harán lo mismo por ti.
Apretó los labios. Había tenido una infección. Ella no había estado allí para cuidarlo. Y si Rio estaba preocupado por los pequeños rasguños de su brazo, ¿Qué sentiría por Jeremiah y Conner? Ambos estaban cubiertos de mordeduras, marcas de garras e incisiones. Había captado un atisbo del cuerpo de Conner, antes de que saltara hacia el asiento trasero y le había parecido que estaba destrozado.
– ¡Isabeau! ¿Me estás prestando atención? Esto es serio.
Lo miró sin verlo en realidad, pero se obligó a asentir. Podía oír a Elijah respirando por Jeremiah, lenta y firmemente, pero sabía que se estaba cansando.
– Alcánzame la intravenosa -dijo Conner-. Necesito una vena. No podemos arriesgarnos a que tenga un paro cardíaco y perdamos las venas.
Rio volvió su atención a los hombres del asiento trasero, pasándole a Conner todo lo que necesitaba del botiquín.
Marcos le palmeó la pierna:
– Respira. Estás en estado de shock.
Lo había considerado. Se había sentido más o menos así al darse cuenta que Conner la había seducido para acercarse a su padre… que no era el hombre que pretendía ser. Ahora, por supuesto, sabía que era exactamente ese hombre. Podía haberse cambiado el nombre, pero había actuado de forma peligrosa, intensa y completamente comprometido con lo que hacía. Tenía el mismo sentido del humor y la misma naturaleza dominante. Era leopardo y todos los rasgos que habían hecho que se enamorara de él seguían estando allí.
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