Conner cruzó la mirada con Elijah por encima de su cabeza. Volvió a levantarle la mano y se la llevó a la boca para morderle suavemente las puntas de los dedos.
– Está bien, Isabeau. Lograste escapar. Utilizaste los medios necesarios que tenías a disposición y no entraste en pánico.
– Pero ¿qué significa?
– Tiene derecho a desafiarme por ti.
El corazón le dio un brinco. Ottila era fuerte. Tenía confianza en sí mismo. Pensó que el hecho de que no le disparara era significativo. Ella estaba a campo abierto. Los dos leopardos estaban rodando juntos, salvajemente enredados, pero la mayor parte del tiempo había sido ella la que había estado más expuesta. Tenía un rifle en las manos y él debía saber que estaba intentando dispararle a Suma y aún así Ottila no le había disparado. Apoyó la cabeza en la mano.
– Estoy cansada, Conner. Lo único que quiero es acostarme unos minutos. Tal vez tomar una ducha primero. Juro que esa gente me hace sentir sucia solo por estar en la misma habitación que ellos.
– En el bosque, hay un centro turístico que es propiedad del hijo del doctor. La mayoría de los que se quedan en el área son leopardos porque no es muy conocido, no lo anuncian, se da a conocer mayormente por el boca a boca. Esta noche podemos quedarnos allí. Tienen cabañas individuales. Estaremos lo suficientemente cerca de Jeremiah como para mantenerlo vigilado y al mismo tiempo estaremos a salvo. Este camino parece terminar en un callejón sin salida, pero hay una pequeña ruta lateral un kilómetro y medio más arriba, que serpentea internándose más profundamente en el bosque. La mayor parte del tiempo es transitable. A veces no lo es, después de una lluvia copiosa.
El doctor entró en la habitación, con aspecto cansado. Retiró una silla de la mesa y se hundió en ella.
– Vivirá, pero su voz será muy diferente. Y tendrá que hacer algo de terapia para deglutir. Está respirando y eso es lo que cuenta. -Suspiró y miró directamente a Conner, con ojos exigentes-. ¿Quieres decirme en que te has metido? Tú no le hiciste eso a ese muchacho, ¿verdad?
Conner pareció un poco conmocionado.
– No. Debí haber supuesto que eso sería lo que parecería. Fue atacado y yo intervine. Elijah lo sacó de allí. No querrá involucrarse en esto, Doc.
– Me involucraste al traer a ese chico aquí.
Conner se encogió de hombros y miró a Elijah.
– Imelda Cortez rapta niños del pueblo de Adán. También se llevó a mi medio hermano y mató a mi madre.
– Ah. -Había pocas cosas que impresionaban al doctor, pero estaba visiblemente conmocionado-. En ese caso, deja que llame a mi hijo y te consiga un lugar donde quedarte. Los demás hombres van a necesitar algo caliente que los mantenga en pie mientras te atiendo a ti.
La cabaña que Conner había escogido estaba a mayor distancia de las otras y más profunda dentro del bosque. Necesitaba sentir la seguridad de los árboles alrededor de Isabeau. Su leopardo había marcado a otro hombre y eso daba derecho a ese hombre a dar un paso adelante y desafiar su reclamo sobre ella. Su especie era antigua y seguían la ley más alta de lo salvaje. No era culpa de Isabeau. Ella no había sido criada como leopardo y no sabía cómo funcionaba todo. Ni siquiera sabía cómo controlar completamente a su leopardo. A las chicas que vivían en las aldeas se les enseñaba desde que eran pequeñas, así que cuando ocurría el Han Vol Dan, tenían una mejor oportunidad de mantener a sus leopardos bajo control.
Su padre se había aprovechado de esa ley. Su madre había sido joven e impresionable. Un hombre mayor y guapo, fuerte, un líder de aldea, ella se había sentido halagada de que la cortejara. Cuando él la presionó antes de tiempo, cometió el error de marcarlo. No había nadie capaz de desafiarlo por su mano y dondequiera que estuviera su verdadero compañero, si todavía estaba vivo, no había estado en la aldea para salvarla.
Pudo oír el agua de la ducha cerrarse bruscamente. El olor a lavanda vagó hasta él por la puerta abierta. Se sentó a esperarla en la cama. Estaba agotada, también él, pero había una tarea más que tenía que terminar esta noche. Sonrió mientras miraba por el gran ventanal; la luz de la luna apenas lograba traspasar el alto dosel, pero había interrupciones donde los árboles habían sido apartados para hacer sitio a la cabaña, y los rayos entraban en el cuarto, derramando plata a través del suelo embaldosado.
Se recostó y miró al alto techo, una madera ligera con nudos más oscuros dispersos por toda ella. Las paredes de la cabaña eran de madera y estaban cubiertas de marcas de arañazos. Podía ver surcos profundos decorando cada uno de los cuatro lados y las puntas de sus dedos hormiguearon con la necesidad de dejar su propia marca. Debería haber dejado su marca en Isabeau.
Había estado guardando ese ritual para el matrimonio, pero ya debería haberlo hecho. Cualquier macho se lo habría pensado dos veces antes de tratar de forzar un reclamo. Ottila había juzgado correctamente que ella era inocente y que no tenía bastantes conocimientos o bastante control para eludir su trampa. Juró para sí. La culpa era suya. Cualquier otro macho se habría cerciorado de que estaba marcada. Era sólo que…
Suspiró. La había traicionado al seducirla mientras hacía un trabajo. Ella ni siquiera había sabido su verdadero nombre. Quiso elecciones para ella. Quiso estar seguro de que él era su elección, Isabeau, la mujer, no la felina. Quería que toda ella fuera suya.
– Maldita sea. -Se pasó los dedos por el pelo, enfadado consigo mismo.
– ¿Qué está mal?
Ella inclinó la delgada cadera contra la jamba, una toalla envuelta como un sarong en torno a su cuerpo mientras se secaba el pelo con otra. La ducha le había sentado bien. La piel ya no estaba tan pálida, aunque las magulladuras en sus brazos destacaban.
El aliento se le quedó atrapado en la garganta de repente.
– ¿Puso su marca sobre ti?
Ella frunció el entrecejo.
– ¿Como qué?
– ¿Te mordió? ¿Te arañó? -Se levantó con un movimiento fluido, rápido y decidido, pero obviamente intimidante. Ella se retiró al vestíbulo, los ojos abiertos de par en par.
– No. No tuvo ocasión. Felipe llegó y lo asustó -su ceño se profundizó-. No se asustó exactamente. Estaba muy seguro. No creo que Suma sea el dominante entre ellos. Creo que era al revés.
Él se inclinó y presionó un beso sobre las imperfecciones oscuras que le estropeaban la parte superior del brazo antes de agarrarle la mano y llevarla al dormitorio.
– Gracias.
– ¿Por qué?
– Por tener el valor de matar al hombre que asesinó a mi madre. Sé que no fue fácil para ti. Y por afrontar a un leopardo en medio de la locura. -Le giró el brazo para examinar las cuatro marcas de allí. Se emparejaban con las cicatrices en su propia cara, aunque no eran profundas, más bien como arañazos en vez de laceraciones. Aún así… besó cada marca roja, su boca era suave.
Isabeau se inclinó hacia él hasta que Conner estuvo rodeado de su olor, hasta que se rindió a ello y la tomó en brazos, sosteniéndola cerca del pecho. La toalla resbaló un poco, pero eso estaba bien para él. La sensación de los senos frotando contra su piel ayudó a revitalizar su cuerpo. Cada nervio, cada célula volvió a la vida.
– Marisa era mi amiga, Conner. Pero honestamente, todo en lo que pensaba era en ti. -Ladeó la cabeza para mirarlo-. Bien, en ti -dio rodeos-, y quizá en disparar al jefe Rio. Algo sin querer y no tan sin querer. Creo que si me hubiera gritado una vez más, me hubiera vuelto contra él como una psicópata.
Él dio un paso, forzándola a ir hacia atrás hacia la cama.
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