Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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– Y entonces tuvo la audacia de amenazarte con una jeringa.

– Delante de todos. Tuvo suerte de que no lo intentara -agregó ella.

El siguiente paso de Conner le hizo chocar la parte de atrás de las piernas contra la cama. Le tomó la toalla húmeda de la mano, le frotó el pelo ligeramente como si lo estuviera secando y luego simplemente la tiró lejos.

– Si no me seco el pelo, se riza por todas partes. Pequeños rizos. -Le hizo una mueca-. Y es tan largo y espeso que me lleva una eternidad secarlo.

Isabeau hizo un movimiento como si fuera a recuperar la toalla, pero él agarró el sarong en el puño y tiró hasta que resbaló de los senos, derramándose ante su vista antes de que agarrara la toalla entera.

– No creo que eso importe realmente, ¿verdad? -preguntó y bajó la cabeza a los senos.

Los pezones se pusieron de punta y ella jadeó cuando la boca caliente se cerró sobre una punta y la atrajo hasta el fondo. La mano de Conner vagó hasta la unión entre las piernas.

– Me gustan tus rizos. Todos llameantes. Como eres por dentro. -Los dedos excitaron la húmeda entrada.

Él se hundió lentamente hacia abajo hasta que se sentó en la cama y tiró hasta que ella lo siguió. En el último momento giró y la dobló sobre sus rodillas, tirando para que cayera sobre su regazo, boca abajo, las nalgas expuestas. Colocó una mano en la espalda para mantenerla en esa postura mientras inspeccionaba su trasero apaleado.

– Muy agradable. -La mano frotó y masajeó las mejillas firmes hasta que ella se retorció sin aliento, los senos se sacudían con cada movimiento, un atractivo agregado que él no había considerado. Su polla estaba siendo masajeada con cada movimiento del cuerpo de ella, y el cabello largo y húmedo le rozaba como seda viva contra los muslos-. Podría acostumbrarme a esto.

– Mejor que no -aconsejó Isabeau.

Pero él podía decir que sus manos ya estaban haciendo magia. Podía ver la evidencia del deseo de Isabeau, su receptividad brillaba entre las piernas. Bajó la mano por curva del culo hasta el pliegue entre el muslo y las nalgas y frotó, insertando la mano para forzar las piernas a separarse.

Ella se ablandó más, llegó a ser maleable. Él inclinó la cabeza para pellizcar la carne suave, varios mordisquitos amorosos, todo mientras continuaba el masaje. Ella gimió suavemente cuando los dedos se deslizaron en el calor húmedo. Los músculos del estómago ondularon y su cuerpo se ruborizó.

– ¿Se siente bien, nena? -preguntó él, introduciendo dos dedos en su centro caliente.

El cuerpo de ella se estremeció, los músculos interiores se apretaron en torno a él. Ella era tan receptiva, tan abierta a él, siempre satisfaciendo cualquier fantasía que él tuviera. No había empezado esto pensando que fuera a ser para algo más que para lograr un fin, pero ahora no podría haber detenido sus exploraciones aunque lo deseara.

Las manos se movieron sobre ella de manera posesiva, poniendo atención a los muslos y las nalgas, y entonces hundió los dedos profundamente. Encontró la mayoría de sus lugares sensibles y los excitó y rodeó hasta que ella levantó el culo y montó su mano.

– ¿Se siente bien, Isabeau? -Los dedos acariciaron y mimaron, explorando cada hueco secreto y oculto y cada hueco en sombras de su cuerpo-. Dime.

El aliento de Isabeau salía entrecortadamente.

– Sí. Todo lo que haces siempre se siente bien.

Era verdad. Cuanto más permitía que él supiera lo que le gustaba, mejor era su tiempo juntos. Nunca podría resistirse a él. Cuando la tocaba, se sentía viva. Había pensado en caer en la cama y dormir cuanto pudiera, pero en el momento que sus manos tocaron su cuerpo, todo lo que pudo hacer fue desear.

Nunca esperó que hubiera algo terriblemente erótico en yacer sobre el regazo de Conner con la mano sosteniéndola hacia abajo y sus nalgas siendo masajeadas y acariciadas, pero había una emoción culpable, un placer que nunca había considerado. Podía sentir su pesada erección, más caliente que una marca, contra el estómago. Sabía que esta nueva posición era excitante también para él.

No se sorprendió cuando levantó la mano y la bajó experimentalmente sobre su trasero. El picor envió una calidez por toda ella. El golpe no fue duro y sabía que él había comprobado su respuesta. Se sorprendió tanto como él ante la inundación de calor líquido que bañó los dedos de Conner. Cada músculo interior se apretó alrededor de sus dedos. La mano frotó y acarició sobre el calor.

– ¿Cómo se siente? -Cuchicheó las palabras, su voz una tentación pecadora-. Tienes que decírmelo todo.

– Caliente. Los nervios se extienden directamente a mi clítoris. No puedo explicarlo exactamente, pero hay tanto calor, como un fuego que se construye y que no puedo parar.

– ¿Te gusta?

– Siempre que no sea realmente doloroso. No me gustaría eso. -Pero adoraba el masaje y la manera en que los dedos se movían dentro y fuera de ella, la manera en que él exploraba su cuerpo sin reservas, con las manos y boca. Él era felino y lo demostraba en su necesidad oral de lamerle la piel, de excitar con el borde de los dientes y dar masajes táctiles.

– Entonces lo siento, nena, pero tengo que hacer esto. -Retiró los dedos, alcanzó detrás de él para coger la jeringa. Sacó la tapa con los dientes, se puso la jeringa en la boca y bajó la mano un poco más fuerte, esperando que el picor entumecería momentáneamente la piel. Hundió la aguja y empujó el émbolo para distribuir el antibiótico.

Ella siseó, una promesa larga y lenta de venganza. Él no era un leopardo macho por nada. Reconoció el disgusto de un leopardo hembra y no iba a dejarla levantarse hasta que la calmara y la hiciera olvidar tal ultraje.

– Lo siento, amor, pero te negaste incluso a ir al médico.

Ella giró la cabeza para fulminarlo. Los ojos se le habían vuelto felinos, adoptando el brillante resplandor de la noche. A la luz de la luna parecía increíblemente exótica, la pálida piel suave y seductora, los globos perfectos de su culo tentador y el pelo rojo le caía alrededor de la carita furiosa. Todo el cuerpo de Conner se tensó, su miembro dolorido y lleno.

– Había una razón para eso, lerdo. Se llama fobia a las agujas.

– Le dijiste que no eras alérgica cuando él te preguntó -indicó. La mano empezó un masaje circular para aliviar el dolor y, si tenía suerte, para comenzar uno nuevo.

– Una fobia no es una alergia -explicó ella-. Ahora déjame levantarme.

Se estaba volviendo receptiva a sus atenciones otra vez pero su voz decía que no le gustaba, que quería seguir enfadada. Le acarició el lugar dolorido con la lengua y deslizó los dedos profundamente otra vez.

– Estás tan mojada, cariño. -Retiró los dedos justo cuando ella empujó contra la mano para atraerle más profundamente-. ¿Lo ves? -Los sostuvo, brillando con humedad, delante de su cara-. Como néctar. -La mano regresó, dando masajes y frotando-. Te deseo, Isabeau, ¿vas a decirme que no?

Ella tembló ante la promesa oscura en su voz. La mano en la espalda se movió despacio y él le permitió que se deslizara fuera del regazo. Ella se sentó en el suelo con cautela, temerosa de sentarse directamente sobre el ofensivo picor. Levantó la mirada. La luz de la luna se derramaba por la cara de Conner, dándole un borde más suave a pesar de las cicatrices. Levantó la mano y le acunó el lado de la cara, el pulgar se deslizó por la cicatriz más profunda.

– Rio me dijo que tuviste una infección.

La mano de él cubrió la de ella y luego giró la cabeza y presionó unos besos en el centro de la palma.

– Las he tenido antes y las tendré otra vez. -La mirada dorada ardió en la de ella-. Tomé mi inyección de antibióticos sin gimotear.

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