Marcos y Elijah le estrecharon la mano y le saludaron con respeto y una deferencia que no habían mostrado con Imelda. Alberto sonrió a Isabeau.
– ¿Y quién es ésta?
– La prima de Elijah, abuelo -dijo Imelda, su tono irascible.
– Isabeau Chandler, mi prima -la presentó Elijah con una pequeña y cortés reverencia.
Tomó la mano de Isabeau con ambas manos. La gata siseó, la piel todavía demasiado sensible para el contacto.
– Encantadora, eclipsa a todas las mujeres de aquí.
Imelda puso los ojos en blanco.
– Por favor perdone al anciano, él siempre ha sido un hombre encantador.
– Es usted muy encantador -Isabeau se dirigió directamente a él, sin mirar a Imelda, sintiendo un poco de compasión por él. Imelda le trataba como a un tonto chocho, cuando era obvio que el cerebro era agudo y funcionaba completamente-. Me alegro que haya venido.
Él le guiñó, ignorando también a su nieta.
– ¿Están hablando de negocios otra vez?
– Creo que estaban a punto.
– La música es un poco salvaje, pero la comida es buena y las mujeres son magníficas. ¿Qué está equivocado con los hombres de hoy en día que creen que el negocio lo es todo? No se dan cuenta de que el tiempo vuela y que deberían tomarse el tiempo de disfrutar de las pequeñas cosas. -Levantó la mirada a las caras que le rodeaban-. Pronto serán viejos con poco tiempo.
Dos banderas rojas mancharon la cara de Imelda.
– Dispénsele, por favor. Dice muchas tonterías.
– No, no, querida -Marcos le tocó el brazo-. Dice la verdad. Pienso disfrutar de mi mismo inmensamente mientras estoy aquí. Estoy de acuerdo, el entretenimiento y el placer son muy importantes. -Su mirada barrió el cuarto y se iluminó sobre Teresa, que devolvía una bandeja vacía a la cocina-. Sólo una pequeña cantidad de negocios y nos divertiremos con amigos, ¿correcto, Elijah?
– Por supuesto, Marcos.
Alberto frunció el entrecejo.
– Perdone a un anciano, Elijah, pero conocí a su tío. Oí que murió en un accidente en Borneo. Acepte mi pésame.
Elijah inclinó la cabeza.
– No tenía la menor idea de que ustedes dos se conocían.
– Brevemente. Sólo brevemente. Usted y su hermana eran muy jóvenes cuando le conocí. ¿Dónde está su hermana? Había oído que desapareció también. Tal tragedia, su familia.
– Rachel está viva y bien. Hubo malos asuntos. -Elijah se encogió de hombros casualmente. Los ojos estaban sin vida y fríos-. Un enemigo lo bastante estúpido para tratar de utilizar la amenaza de mi hermana contra nosotros.
– ¿Está viva entonces? Bueno. Bueno. Una hermosa chica. No había oído que había sido de ella. Debería haber sabido que usted se ocuparía de cualquier problema.
Elijah le envió una sonrisa fría.
– Siempre me ocupo de lo mío. Y de mis enemigos.
– ¿Puedo pedirle prestado a su hermosa prima mientras habla de negocios? Sólo un ratito. Podemos pasear por los jardines. Mi hombre estará con nosotros para cuidarla. Y quizás uno de sus hombres nos puede acompañar también, si prefiere.
Imelda frunció el ceño.
– Eso es tonto, abuelo. Philip tiene seguridad por todas partes. ¿Qué podría sucederos a cualquiera de los dos?
Elijah lo pensó. El jardín era completamente visible desde la posición de Jeremiah. No debería haber ningún problema. Se llevó la mano de Isabeau al pecho.
– Creo que eso sería agradable para ti, Isabeau, mejor que escuchar aburridos negocios. -Le metió un mechón de pelo detrás de la oreja-. Enviaré a Felipe contigo.
– Eso no es necesario -dijo Isabeau-. Preferiría que te vigilara.
Alberto hizo gestos a su guardia.
– Este es Harry. Ha estado conmigo durante diez años. -Acentuó el conmigo.
Imelda suspiró y puso los ojos en blanco.
– Oh, por Dios. Vamos. Philip, llévanos a tu cuarto seguro. El abuelo y tu pequeña prima pueden hacer lo que quieran. -Los ojos ya habían ido a las sombras, buscando el guardaespaldas de Marcos.
Conner se movió en el momento que Marcos lo hizo, cayendo suavemente detrás de él. No les miró, pero su mirada se movió inquietamente por el cuarto, controlando a todos. Daba la apariencia de ser capaz de describir con todo detalle a todas y cada una de las personas, e Isabeau estaba segura de que probablemente podría.
– Venga conmigo y haga feliz a un anciano, Isabeau -animó Alberto-. Permítame mostrarle el jardín de Philip. El no es un hombre con el que quiera pasar tiempo, pero adora las cosas hermosas. Su gusto es impecable.
Ella tuvo que estar de acuerdo con que la casa, el trabajo artístico e incluso los muebles portaban el sello de alguien que adoraba las cosas hermosas. Pasaron por la caja llena de instrumentos de tortura y tiritó, atemorizada de que esas cosas hubieran sido utilizadas numerosas veces con personas reales.
Alberto se estiró y le tocó la mano. Otra vez su gata saltó y siseó y la piel ardió ante ese toque casual. Estaba cerca de surgir. Demasiado cerca. Y ese era un pensamiento aterrador. De repente deseó que Conner la sostuviera cerca. Estaban atrincherados firmemente en una casa de engaños con asesinos despiadados que fingían ser civiles. La multitud parecía suficientemente amistosa y muy curiosa, pero ella no podía confiar en ninguno de ellos tampoco.
Arrancó la mano suavemente, tratando de no molestarle. Alberto Cortez había sido la cara más amistosa que había visto.
– ¿Siempre ha vivido aquí? -preguntó, tratando de charlar.
– Mi familia es una de las más antiguas de Colombia. Nuestras propiedades se han expandido con el tiempo. Mi hijo fue el primero en tener interés en Panamá. Yo no estuve de acuerdo con sus decisiones, pero él tenía una voluntad fuerte y su hija es muy parecida a él. -Alzó la mirada a su asistente-. ¿No es cierto, Harry?
– Es cierto, señor Cortez -reconoció Harry, moviéndose fácilmente entre la multitud. Su voz era amable y su tono cariñoso.
– ¿Cuántas veces te he dicho que me llames Alberto? -preguntó el anciano.
– Probablemente un buen millón, señor Cortez -admitió Harry.
Isabeau se rió. Le gustó más el anciano por su compañerismo fácil con su guardaespaldas.
Alberto juntó las cejas.
– ¿Y tú, joven Isabeau? ¿Tendré el mismo problema contigo? El me hace sentir viejo.
– Está siendo respetuoso.
– Puede respetar a Imelda. Parece necesitarlo. Yo preferiría ser el simple Alberto, cuidando de mis plantas favoritas en mi jardín.
– ¿Es jardinero?
– Adoro trabajar con las manos. Mi hijo y mi nieta no comprenden mi necesidad de la tierra y de tener los dedos en la tierra.
– Adoro las plantas -dijo Isabeau-. Algún día tendré mi propio jardín también. En este momento, he estado catalogando plantas medicinales que se encuentran en la selva tropical. Lo he hecho aquí y en Borneo. Me gustaría ir a Costa Rica luego. Las plantas son asombrosas con los variados usos. La gente no tiene la menor idea de cuán valiosas son para las medicinas y estamos perdiendo las selvas tropicales demasiado rápido. Perderemos esos recursos si no conseguimos que los investigadores se muevan… -Se calló con una pequeña risa-. Lo siento. Es una pasión mía.
Harry rodeó la silla para abrir las puertaventanas que llevaban al jardín. Ella las mantuvo abiertas para que pudiera sacar a Alberto. El jardín era enorme, húmedo y vívidamente verde. Los árboles se disparaban hacia arriba, enviando paraguas de verdor que les protegían del cielo nocturno. Caminó al banco más visible al lado del bosque donde sabía que Jeremiah estaba oculto. Él los tendría a la vista y ella se sentiría un poco más tranquila, sabiendo que estaba allí.
Un riachuelo hecho por el hombre desbordaba sobre las piedras, ondeando por el jardín para culminar en una serie de pequeñas cascadas. Su cuerpo se tensó un poco ante el sonido del agua, recordándole la sensación del cuerpo de Conner moviéndose dentro del suyo. Respiró hondo y lo dejó salir, inhalando el olor a rosas y lavanda.
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