Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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– Tú. No . Lo. Harás. -Siseó cada palabra entre los dientes, manteniendo la cara cerca del pecho de Elijah. No se atrevía a tocarle, aunque necesitara desesperadamente tranquilidad. Estaba agradecida de que Conner no se apresurara a su lado. Dudaba que pudiera permanecer bajo control si lo hacía. Se habría lanzado a sus brazos, en medio de su temor creciente. Trató de pensar como él. Conner estaba siempre tranquilo. Se negaba a mostrar temor o a permitir que el temor lo paralizara. ¿Qué había dicho él? Que su gata formaba parte de ella. Y ella ciertamente podía controlarse.

Tomó otro aliento y forzó su voluntad sobre la gata furiosa, respirando por ella, calmándola, susurrándole en la cabeza. Conner era su compañero. No había ningún otro. Esto era todo por Conner. Para protegerle. Para proteger a su gato. Perdió la pista de lo que estaba diciendo e incluso del paso de tiempo, confiando en que Elijah y Marcos siguieran con la conversación que fluía en torno a ellos. Philip continuaría creyendo que ella estaba bajo el control de Elijah y que él la deseaba para que estuviera a su lado, como su adorno y nada más.

Le llevó varios minutos a su gata someterse a su control, calmándose pero dando a conocer sus necesidades, dejando a Isabeau con un elevado estado de sensibilidad y conciencia. Todos los sentidos estaban agudizados. El cuerpo le dolía, cada músculo, cada articulación. Los senos estaban tan sensibles, que cada vez que se movía, los pezones rozaban el sujetador de encaje y enviaban una corriente eléctrica crepitando directamente a la unión entre las piernas. Se dolía por Conner, en busca de alivio.

Era una venganza apropiada, pensó. Había negado la salida de su gata, pero no podía detener las necesidades de su especie. El Han Vol Dan. Ese momento misterioso cuando su felina era puesta en libertad y se unía por completo con su forma humana. El asombroso celo del leopardo hembra, surgiendo con un hambre desesperada e insaciable que nunca podía ser saciada por cualquier otro que su compañero.

– Buena chica -susurró Elijah en su oreja, pareciendo íntimo, pero cuidadoso de no tocarla e incurrir en la ira de su leopardo hembra.

Antes de que ella pudiera contestar, el cuarto se quedó silencioso cuando cuatro hombres con pantalones y camisas negras entraron por las dobles puertas. La entrada estaba diseñada para ser dramática y lo fue. Llevaban armas automáticas, llevaban oscuridad, gafas de sol de espejo y a Isabeau le parecieron gánster de televisión. El estómago se le apretó cuando presintió la reacción instantánea del leopardo de Elijah.

La tensión en el cuarto era sorprendente, casi al punto de ruptura cuando los hombres empujaron a las parejas contra la pared y empezaron sistemáticamente a registrarles. Era una muestra de poder, lisa y llanamente, una lección para demostrar quien estaba realmente al cargo. El ultraje en las caras de las parejas era aparente, pero ni una sola persona protestó.

La música que sonaba acompañaba el sonido de las respiraciones entrecortadas, los gruñidos y los jadeos ultrajados mientras las mujeres eran registradas. Elijah y Marcos miraron sin inmutarse como los cuatro hombres se acercaban más y más, pero ninguno se movió. Isabeau se quedó cerca de Elijah, el estómago se le llenó de nudos cuando el equipo de seguridad se acercó más. Sabía que este tipo de búsqueda era excepcional y era simplemente la manera que tenía Imelda de hacer una dramática gran entrada, pero con su elevada sensibilidad podía sentir a los hombres alrededor de ella, como su energía se volvía más peligrosa mientras los guardias se acercaban.

Justo cuando dos de los hombres vestidos de negro alcanzaron a Marcos y Elijah, Conner surgió de las sombras, colocando su cuerpo sólidamente en su camino. Rio, Felipe y Leonardo estaban allí también. Se habían movido tan rápidamente que ella pensó que debía haber parpadeado. Elijah, muy suavemente, la empujó detrás de él.

Conner miró directamente a esas gafas de espejo.

– No lo creo. -Su voz fue tranquila, pero era un látigo, un desafío.

– Registraremos a todos.

La sonrisa de Conner fue lenta y no hubo humor en ella.

– Estarás muerto antes de que les pongas un dedo encima a estos tres. Pero siempre eres bienvenido a intentarlo.

La boca de Isabeau se le secó. Estaba provocando a los guardias deliberadamente. Estaban enviando su propio mensaje a Imelda. La mujer era conocida por su locura. Podía ordenar a sus hombres que abrieran fuego con las armas automáticas, matando a todos en el cuarto. Las otras parejas en el cuarto estaban claramente sorprendidas, jadeando. Una mujer comenzó a llorar pero su compañero la hizo callar rápidamente.

Conner nunca apartó la mirada, los ojos puro gato. Parecía relajado. Parecía… Mortal. Hizo que los hombres que tenía enfrente parecieran pequeños.

El hombre más cercano a él habló por la radio.

– Martin, tenemos un problema aquí dentro.

Casi inmediatamente dos hombres entraron en la sala. Ambos tenían la constitución de los leopardos y se movían con fluido poder. La felina de Isabeau reaccionó con un gruñido y saltó. Ella vio, porque le estaba mirando, como Conner flexionó los dedos sólo una vez cuando el hombre que se consideraba que había matado a su madre entró en la sala. Isabeau reconoció a Suma por la aldea y el estómago se le rebeló ante la vista de él, casi tanto como a su gata.

Acostumbrados a la obediencia instantánea y a que la gente se encogiera ante cualquier oposición, Martin Suma y Ottila Zorba empujaron a la fuerza de seguridad a un lado y estuvieron casi nariz con nariz con Conner antes de que los golpeara a que se estaban enfrentando exactamente. Martin se encontró mirando fijamente los ojos concentrados de un asesino. Conner sonrió. No fue una sonrisa agradable. La tensión en el cuarto se estiró casi al punto de ruptura mientras los dos se miraban fijamente el uno al otro.

Ottila, el que no estaba encerrado en un combate con Conner, inspeccionó la seguridad en busca de los dos visitantes, reconociéndolos instantáneamente como leopardos. Inhaló bruscamente y atrajo el olor de hembra cerca del Han Vol Dan a su cuerpo. Inmediatamente su felino reaccionó, todo macho, el hambre le invadió, una oscura necesidad que lo abarcaba todo. Miró más allá de los otros y se centró en el objeto de su deseo.

Martin fue el siguiente en captar el olor y su mirada se movió bruscamente a la mujer que estaba detrás del hombre al que conocía como Elijah Lospostos, cabeza de un gran cártel de droga y según todas las cuentas un hombre muy poderoso y peligroso. Sólo entonces se dio cuenta de que no sólo eran leopardos el equipo de seguridad, sino que la mujer y los dos visitantes también lo eran. Estaba frente a siete leopardos, todos armados. La auto supervivencia fue fuerte y le dictó que retrocediera inmediatamente.

Isabeau vio el conocimiento que golpeó a los dos guardias casi al mismo tiempo. Los ojos les brillaron con maldad. Ella nunca querría encontrarse con ninguno de ellos a solas en una noche oscura. Estos eran los hombres que habían raptado a los niños y matado a varios aldeanos y a la madre de Conner. No podía controlar el latido desenfrenado de su corazón.

Elijah alcanzó detrás de él, un gesto casual y apacible y le colocó la mano en el brazo. Ese pequeño toque la calmó. Inhaló y se forzó a respirar normalmente, ralentizando el pulso. No podía tener miedo de ellos. Su gata detestaba el olor de los dos leopardos renegados, pero reconoció a Conner inmediatamente, casi ronroneando ante su cercanía.

Una conmoción atrajo a la puerta su atención. Isabeau se asomó en torno a Elijah y captó el primer vistazo de Imelda Cortez. Llevaba un vestido largo y fluido de color rojo sangre, a juego con las largas uñas y el pintalabios. El pelo, tan negro como el ala de un cuervo, estaba recogido en un intrincado moño para que las deslumbrantes gemas de las orejas y la garganta resaltaran. El vestido estaba cortado casi hasta el ombligo para que los globos perfectos de los senos asomaran hacia fuera, haciendo que Isabeau se sintiera apagada e infantil en comparación.

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