Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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– Y eso es lo que te mantendrá a salvo. Ahora permanece cerca de mí. Tócame de manera ocasional, pero hazlo sutilmente. Quiero que vean la relación sin tener que refregárselas por la cara.

– Como si estuviéramos ocultándola.

– O al menos como si no quisiéramos que fuera de público conocimiento. Ahora, Isabeau, existe un riesgo. Por un lado, en tanto piensen que tienen una oportunidad de hacer negocios conmigo, es la manera perfecta de mantenerte a salvo, pero por otro lado, si deciden que deben mantenerme a raya o que deben tratar de influenciarme mediante una amenaza, tú serás la primera en estar en peligro. Esa es la forma en que piensan.

Ella asintió.

– Soy consciente de ello. Realmente, Elijah, puedo hacerlo. Dejando de lado mi relación con Conner, traeros a vosotros aquí fue idea mía y estoy dispuesta a correr el riesgo junto con vosotros.

Él abrió la puerta y allí estaba Rio mirando hacia la casa, con expresión ausente, como si ella fuera solo otro cuerpo al que resguardar. A Isabeau le sorprendía la forma en la que todos ellos se las arreglaban para parecer siniestros, peligrosos y profesionales todo al mismo tiempo.

Le dedicó a Elijah una pequeña sonrisa cuando él le puso la mano en la parte baja de la espalda de forma casual

– Apuesto a que Sobre daría cualquier cosa por tener a nuestros guardaespaldas.

– Guardianes personales -le corrigió, haciéndole un guiño.

Caminó más cerca de Elijah de lo que lo había hecho anteriormente, pero manteniendo igualmente una distancia que podía ser considerada discreta. El portero les dejó entrar. La música parecía estar más fuerte y las habitaciones mucho más atestadas. Elijah la tomó por el codo con actitud posesiva y la guío a través de la muchedumbre. Rio lideraba el camino y Felipe iba a la retaguardia. Notó que la multitud se apartaba a su paso y que nadie chocaba con ellos

Marcos, con Leonardo a su lado, estaba en un rincón hablando con Philip. Teresa, la criada, estaba de pie junto a Marcos y tenía aspecto desdichado. De vez en cuando Marcos le frotaba el brazo o la parte baja de la espalda y ella saltaba, pero no se apartaba. Mientras se aproximaban al pequeño grupo, Philip levantó la vista, su rápida inspección tomó nota de la apariencia levemente desarreglada. Isabeau se aseguró de que captara el brillo de las lágrimas antes de pestañar para apartarlas. La mirada de Philip bajó hasta los dedos que Elijah le estaba clavando en el codo antes de volver a mirar a Marcos.

– Teresa se sentirá más que feliz de hacerte sentir muy bienvenido, ¿no es verdad?

La criada asintió, con aspecto más desdichado que nunca. Philip le frunció el ceño y ella se obligó a sonreír.

– Por supuesto.

Marcos le palmeó el trasero íntimamente.

– Más tarde. No te pierdas.

Rápidamente Teresa hizo efectiva su huida. El suelo donde había ocurrido el derramamiento, estaba inmaculado y Philip era todo sonrisas, ahora que pensaba que Marcos utilizaría las habitaciones del piso superior. Isabeau levantó la mano y frotó la comisura de la boca de Elijah quitando lápiz labial imaginario y luego bajó la mano rápidamente.

– No has probado las tartas de hongos -le dijo Philip a Elijah.

– Están fabulosas -coincidió Marcos, haciendo ver que él y Philip se habían convertido en grandes amigos-. Y las tartas de cangrejo son aún mejores. Realmente debes probarlas, Elijah.

Elijah asintió sonriendo levemente.

– Siempre has sido un buen juez de comida, Marcos. Sé que nunca me darás un mal consejo.

– También es un buen juez de mujeres -dijo Philip, mirando a Isabeau con una sonrisa maliciosa-. Teresa es hermosa.

Elijah deslizó el brazo alrededor de Isabeau y la apartó del camino de Philip cuando éste los condujo hacia la larga mesa de buffet. Lo hizo de forma casual, como si estuviera simplemente ayudando a su prima, pero sabía que Philip lo tomaría como un gesto posesivo. Isabeau le pertenecía a Elijah y todo el resto del mundo debía apartarse de ella. Philip exhibía una recóndita sonrisa mientras les señalaba las variadas exquisiteces.

– ¿Te gustaría bailar, Isabeau? -le preguntó, con otra sonrisa.

Fiel al papel que representaba, ella miró a Elijah como si titubeara y éste le devolvió la mirada con expresión ceñuda. Apresuradamente, negó con la cabeza.

– No, gracias. Creo que quiero probar la tarta de cangrejo.

– Verás que tengo un chef excelente -dijo Philip.

Elijah lo miró, con expresión aburrida.

– Es asombroso que puedas atraer a cualquier persona hasta este lugar.

El rostro de Philip se ruborizó solo un poco, pero se las ingenió para conservar la sonrisa ante el insulto implícito.

– Secretos, todo el mundo tiene secretos. Es cuestión de acumular algunos de ellos.

Una lenta sonrisa, con solo un leve toque de admiración, iluminó el rostro de Elijah durante un momento. Isabeau quedó impresionada con su apariencia. Fue como si hubiera agitado una varita mágica frente a Philip.

– Supongo que sí. ¿No es increíble como la palanca adecuada puede hacer cambiar de opinión a la gente?

Philip se infló otra vez, viéndose extremadamente complacido, como si en ese preciso momento se hubiera ganado a Elijah Losposotos, el infame señor de las drogas. Isabeau se dio cuenta que la ruina de Philip era su vanidad. No tenía suficiente gente que admirara sus habilidades y necesitaba una audiencia. Sus actividades criminales lo aislaban de la mayoría. Solo tenía a sus víctimas y a Imelda Cortez para que vieran su verdadera personalidad y para él, Imelda representaba un peligro. Aquí había un grupo de tiburones. Lo reconocía y quería formar parte de él.

– Elijah -dijo Marcos- tal vez podamos quedarnos unos pocos días más y disfrutar de las ofertas de la pequeña ciudad que Philip tiene aquí.

Isabeau no podía creer la transformación que había sufrido de hombre jovial, cariñoso y paternalista a hombre ávido de excesos, buscando desbocarse y tomar parte en cualquier depravación que pudiera. Su rostro estaba algo ruborizado, tenía los ojos nublados, como si hubiera bebido un poco demás y miraba a las mujeres un poco demasiado tórridamente. Se sintió incómoda, casi creyéndose su actuación. Elijah le acarició la espalda con la mano, la rozó, tocándola apenas, pero sabía que Philip había captado el movimiento por el rabillo del ojo. Ella interpretó su papel, levantó la mirada hacia Elijah y le sonrió levemente, sonrojándose apenas.

Su felina saltó, se ubicó a flor de piel, protestando ante el toque de otro hombre. Oyó el gruñido en su mente, y el impulso de apartarse de ellos y salir de allí fue poderoso. Le picaba la piel.

Rio volvió la cabeza para mirarla. En las sombras, Conner se agitó. Felipe y Leonardo se movieron apenas lo suficiente como para ocultarla a la vista de la mayor parte de la gente de la habitación. Elijah bajó la cabeza acercándose mucho pero sin tocarla.

– Respira para apartarla. Tranquilízala -le aconsejó, manifestándose increíblemente íntimo, su rostro una máscara de ternura.

Isabeau respiró hondo, intentando no entrar en pánico. Sabía que la felina quería salir. No le gustaba el aroma predominante a decadencia y corrupción. Le dolían las articulaciones. La mandíbula. Hasta los dientes. Se le encorvaron los dedos y le ardieron las puntas. Para su horror pudo ver la piel separándose a lo largo de la palma de su mano. Jadeando, cerró la mano y ordenó mentalmente a su gata que obedeciera.

Capítulo 12

Isabeau no permitiría que su gata surgiera aquí, en medio de este grupo loco y volara sus oportunidades de eliminar a estas personas repugnantes. Eso no iba a suceder. Siseó a su gata, de repente furiosa por que la criatura eligiera este momento para decidir surgir. Había tenido su oportunidad en la selva tropical cuando Conner estuvo con ella y podía haber sido una experiencia maravillosa.

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