Sonaba tan exasperada, que Conner sintió que parte de la tensión que sentía abandonaba su cuerpo. Le hundió los dedos en el sedoso cabello.
– Lo siento, cariño. Quiero que estés a salvo. En este momento no puedo pensar en otra cosa aparte de eso. Dejarte entrar allí me resulta increíblemente difícil.
Ella le enmarcó el rostro con las manos.
– Para mí es peor dejarte entrar a ti allí. No le tengo miedo a Imelda Cortez.
– Deberías.
Ella le ofreció una ligera sonrisa.
– Debería haber dicho que mi gata no tiene miedo. Está tan cerca, Conner y la deseo. Quiero ser capaz de usar su fuerza para ayudarte.
– Tú solo mantente apartada de los renegados. No podrán resistirse a hacer el intento de encontrarse contigo a solas. Quédate con…
– Elijah. Sí. Creo que en este punto comenzamos la conversación. Entra. Yo estaré bien.
Se inclinó sobre él y le besó, agradecida por los cristales tintados de las ventanillas.
– Maldición, Isabeau -estalló Elijah-. Cuando salgas, todos nosotros tendremos que abrazarte, frotarte para que quede nuestro olor sobre ti, de otra forma los renegados podrán captar únicamente el aroma de Conner.
Rio miró a Conner furioso.
– Ese es un error de novato.
– Genial -musitó ella con rebeldía- van a pensar que soy una chica fácil y ligera.
– Estoy comenzando a pensar que Conner tiene razón y deberías permanecer en el coche -dijo Rio.
Isabeau puso los ojos en blanco y extendió la mano por encima de Conner para abrir la puerta de un empujón. No iba a permanecer en el coche.
Conner simplemente se encogió de hombros antes de dejarle ver sus dientes en una sonrisa conspiradora. Salió del SUV y por primera vez le echó un buen vistazo a la propiedad donde residía Philip Sobre, el jefe de turismo. Al hombre le había ido bien. La extensa mansión de seis pisos estaba sobre una pendiente con vista al bosque. Desde la galería se podían dominar las vistas panorámicas así como también desde cada balcón, terraza y ventana de la gran casa. Árboles, con siglos de antigüedad, se alzaban en todo su esplendor, para rodear la casa y señalar la dirección hacia el pequeño lago que brillaba a poca distancia.
La temperatura había empezado a descender y Conner podía oír los sonidos familiares de la selva tropical al caer la noche. El coro de ranas ya había comenzado, los anfibios de varios de los pequeños estanques y charcos de agua defendían sus territorios y lo hacían de la forma más melodiosa posible para atraer pareja. Más arriba, ocultos entre los grandes troncos y ramas, las ranas arbóreas hacían sonar sus extraños sonidos retumbantes, una canción que era más molesta, pero extrañamente reconfortante.
Se hizo a un lado y permitió que Elijah ayudara a Isabeau a salir del vehículo. Todo el tiempo estuvo abarcándolos con la mirada, mientras inspeccionaba la propiedad era agudamente consciente de ella. De la forma en que se movía. Del sonido de su voz. De la forma en que las sombras acariciaban amorosamente su rostro.
Una miríada de insectos se había unido a las ranas y las cigarras habían asumido un papel prominente en el coro. Más allá en la espesa negrura, su felino podía percibir e identificar otros roedores pequeños hurgando en el suelo del bosque. Tuvo el súbito impulso de cargar a Isabeau sobre el hombro y desaparecer en la oscuridad, a donde nadie pudiera encontrarlos jamás. Giró la cabeza para mirarla, a pesar de las órdenes que le había dado a ella de que debían aparentar indiferencia. No pudo evitarlo.
Y ese, suponía, era el principal problema que tenía con Isabeau. Desde el principio, cuando la tenía cerca carecía de control y disciplina. Le había enseñado a complacerlo. Él era el dominante en la relación y aún así ella le tenía en la palma de la mano. Estaba envuelta tan firmemente alrededor de su corazón que no tenía salida. No había forma de culpar a su felino o al de ella, esto se trataba de la mujer, de toda ella.
Sus ojos se encontraron. Dios, era hermosa, un espíritu brillante, resplandeciendo desde dentro hacia fuera. Iba a acudir a una fiesta llena de individuos corruptos que querían hasta el último dólar que pudieran robarle a la gente pobre que tenían a su alrededor. Ella acudía a la selva tropical a estudiar la manera de utilizar las plantas para curar a la gente. La mujer a la que iba a seducir era la peor de todas, no tenía ningún tipo de consideración por la vida humana. Su mujer quería que su hombre hiciera lo que fuera necesario para salvar niños que no eran suyos.
– Te amo -le dijo. Austero. Tosco. Frente a todos los demás.
Ella le dedicó una pequeña sonrisa y había orgullo en sus ojos.
– Yo también te amo.
Él se volvió y comenzó a caminar junto a Marcos Santos, el tío de Felipe y Leonardo. Le dolía el corazón y era difícil adoptar el papel de guardián personal. Rio le tocó el hombro suavemente y él desvío la vista hacia el líder del equipo.
– La cuidaremos -le aseguró Rio.
Isabeau era inteligente y aprendía rápido. Había estado entrando y saliendo de la selva tropical la mayor parte de su vida. Y comprendía muy bien a la gente. Debía confiar en sus habilidades. Le hizo un gesto afirmativo con la cabeza a Rio y continuó examinando su entorno mientras comenzaban a abrirse camino por el sinuoso sendero hacia la casa.
La selva tropical era mantenida a raya por una multitud de trabajadores que luchaban continuamente contra ella. Cada vez que se le presentaba la oportunidad, el bosque intentaba reclamar la tierra perdida. Las raíces de las higueras formaban grandes jaulas a lo largo y ancho de la propiedad y las flores se ensortijaban sobre los troncos en una revolución de color. Las hojas de los filodendros, grandes como paraguas, se disparaban hacia arriba por los troncos y cada pilar imaginable, tornando al terreno en un enorme bosque de follaje.
Las plantas resguardaban la casa del bosque circundante más efectivamente que la cerca alta que había sido añadida. Ya las plantas estaban entretejiendo su camino por las cadenas y preveía que dentro de unos pocos años, la casa quedaría completamente oculta ante los extraños. Pero por ahora, Jeremiah tenía una vista bastante clara a través de las hileras de ventanas, a lo largo de los balcones y las terrazas.
La fuerza de seguridad que empleaba Philip Sobre estaba por todas partes, patrullando a pie los terrenos, exhibiendo armas, pero notó que nadie miraba hacia el alto dosel de hojas que había justo pasando el límite de la propiedad. Jeremiah podía estar tranquilo, al menos hasta que llegaran los leopardos renegados. Los hombres que había allí en ese momento, contratados para proteger a los que acudirían a la fiesta, no eran verdaderos soldados profesionales ni guardaespaldas. Conner sospechaba que eran hombres de la fuerza policial local ganándose algo de dinero extra.
Mientras Marcos se aproximaba a la puerta principal, Felipe le puso la mano en el hombro y se apartaron para permitir que Conner entrara antes, sin ellos. Conner adoptó una expresión severa e impasible y se acercó a la puerta, abriéndose la chaqueta para que no quedara duda de que iba armado. El portero comprobó la lista, asintió y permitió que entrara. Recorrió cada habitación cuidadosamente y era una casa endemoniadamente grande. Tomó nota de las cámaras de seguridad, ventanas, salidas y escaleras. Ya habían estudiado un plano de la casa, pero los bosquejos no eran exactos. Habló en voz baja hacia su radio, describiendo a los otros integrantes de su equipo las remodelaciones que no estaban en los planos.
Varias puertas del segundo piso daban a un patio donde crecían más plantas exóticas entre una serie de fuentes donde saltaban las carpas de estanque. Despachó la disposición a su equipo y a Jeremiah, dejando saber a Elijah y a Rio cuales eran las habitaciones donde sería más fácil proteger a sus «clientes», antes de dejar entrar a Marcos.
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