– Lo estoy intentando, Conner.
– Bueno, inténtalo con más ahínco -le gruño él.
Su voz era ronca y erótica y otro ramalazo de calor se deslizó como fuego a través de sus venas. A ella le gustó. Felipe fue reemplazado por Elijah. Elijah parecía como si le estuviera prestando más atención a Conner que a ella. Experimentalmente, lanzó una serie de patadas y puñetazos ligeros, decidida a hacer retroceder a Elijah. Él no se retiró como debería, sino que le dio un golpecito en la mano con increíble velocidad. Ella podía ver realmente el fluir de sus músculos, la firmeza de su mandíbula, la forma sensual de sus labios.
Carne chasqueó contra carne y ella parpadeó. La palma abierta de Conner había capturado el puño de Elijah justamente a escasos milímetros de su cara.
– Isabeau -dijo él entre dientes-. No lo estás intentando.
– Lo estoy. De verdad -protestó ella. ¿Cómo se suponía que se iba a concentrar cuando el cuerpo entero de Elijah pareció estar hecho de fluidos músculos? Era poético. Y sexy. Caliente. Total y absolutamente caliente.
Conner hizo un sonido parecido a un gruñido. Elijah se apartó de Isabeau, dejando caer las manos y negando con la cabeza. Pequeñas perlas de sudor cubrían su frente.
– He terminado aquí, Conner.
Isabeau miró con esperanza a Leonardo. Seguramente podría darle una patada o dos. El hombre parecía como si estuviera aterrorizado, dirigiéndose a su condena. Eso debería decirle a Conner que estaba asustando al hombre.
El cuerpo de Isabeau se sentía maravilloso, muy vivo, cada terminación nerviosa sensible y preparada para responder. Cada movimiento deslizaba su camiseta sobre sus tensos pezones, rozándolos con deliciosos toques que enviaban rayos de excitación hacia su vientre. Cuando se movía con un sensual fluir de músculos, era más consciente del mecanismo de su cuerpo de lo que nunca había sido, de su propia feminidad y de lo maravillosos que eran sus vaqueros, rozándole en los sitios correctos cuando levantaba la pierna para lanzar una patada.
Leonardo rompió a sudar y abruptamente dejó caer las manos, echándose hacia atrás mientras ella se acercaba más. Conner dio un paso entre ellos y la cogió por los hombros.
– ¿Qué es exactamente eso?
– ¿Qué? -le sonrió ella adormilada. Si se moviera sólo un poco para acercarse a él, probablemente podría rozarse a lo largo de su pecho. Dio un paso hacia él.
– Ese ruido. Ronroneas -acusó él.
– ¿De verdad? ¿Lo hago? -Deslizó su cuerpo hacia arriba contra el suyo y frotó los senos contra su pecho, necesitando dejar su aroma en él, disfrutando de los rayos de fuego que se deslizaban por sus venas y hacían que sus sensitivos pezones se tensaran aún más-. ¿Sabes que tienes una boca de lo más asombrosa?
Rio hizo un sonido a medio camino entre la frustración y la diversión.
– Esto no está funcionando, Conner. Creo que vamos a trabajar en el cambio de forma de Jeremiah durante un rato. -Apuntó hacia un claro que había cerca-. Justo allí.
Conner giró la cabeza para ver al joven leopardo clavar los ojos en Isabeau con un gesto absorto en la cara, con la boca abierta, casi salivando. Una suave mano se coló entre el cuerpo de Conner y el de ella y frotó la parte delantera de sus vaqueros, justo sobre su gruesa y dolorida ingle, trayendo de golpe su atención de nuevo a Isabeau. El ronroneo había aumentado y sus ojos se habían vuelto un poco más brillantes. Blasfemando, capturó sus muñecas y tiró bruscamente de sus manos hacia su pecho, manteniéndolas ahí.
– Buena idea -casi gruñó la respuesta. El chaval necesitaba distraerse.
El felino de Isabeau necesitaba emerger pronto o esta oleada debía cesar antes de que todos los hombres cayeran en una especie de frenesí sexual. Podía oler la testosterona alzándose. Las cosas pronto se iban a convertir en un infierno. Necesitaba asumir el mando.
– Vas a matar a alguien -le siseó al felino.
Cometió el error de arrastrar a Isabeau a sus brazos. Todas esas suaves curvas se fundieron contra él. Ella recostó la cara en su cuello y le lamió. Una delicada cata, su lengua como terciopelo se deslizó sobre su agitado pulso. Su polla palpitante sintió esa tentadora caricia y se tensó duramente contra la restrictiva tela de sus vaqueros. El fuego recorría a toda velocidad su piel, quemaba sus huesos, bailaba en sus venas hasta que no pudo pensar por la lujuria que lo consumía.
– Ven conmigo ahora. -Tuvo la fuerza de voluntad de arrastrarla hacia los árboles, fuera de la vista de los demás. Ella no tenía sentido de supervivencia, yendo con él sin resistirse, mirándole con ojos llenos de deseo.
La respiración salió como un siseó de los pulmones y su boca cayó encima de la de ella antes de tener una posibilidad de salvarles a ambos. La tentación latía en él como un tambor, golpeando a través de sus venas, a través de su pene, todo su sistema nervioso inflamado, intoxicado, con ella. Tomó su boca con la propia, largos, adictivos besos hasta que no supo ni dónde estaba. Todo se distanció, los árboles, la maleza, incluso el aroma de los otros hombres. Sólo estaba Isabeau, suave y cálida, una sirena arrastrándole más profundamente en su red de placer.
Ya había estado allí antes. Cada partícula de honor que poseía había estallado en llamas en el momento en que su sabor se convirtió en una adicción y estaba volviendo a comenzar de nuevo. Separó la boca de la suya y bajó la mirada hacia sus líquidos ojos, luchando por respirar, luchando contra sus propias necesidades.
– Tienes que controlarte, Isabeau -su voz era ronca-. Cada hombre presente aquí es un leopardo. ¿Tienes la menor idea de los estragos que estás causando?
– Amo tu voz -sus manos se deslizaban bajo su camisa para encontrar su piel desnuda-. Y tu boca. Cuando me besas es como si el fuego se disparara a través de mí.
Su voz era más seductora que cualquier cosa que él hubiera oído alguna vez, derramándose sobre él, llenándolo, carcomiendo su disciplina. Cerró los ojos por un momento, intentando recordar la cantidad de problemas en los que se había metido antes por no haber podido resistir su atractivo y no había tenido la tentación añadida de su gata emergiendo.
– Isabeau -le dio una pequeña sacudida. Eso no detuvo las manos errantes-. Mírame. No quieres hacer esto. Dentro de unas pocas horas me odiarás incluso más de lo que ya lo haces. Ya te defraudé una vez y maldita sea si vuelvo a hacerlo de nuevo.
¿A quién demonios quería engañar? No tenía ése tipo de control. Ni en un millón de años. La quería cada vez que respiraba. No por su gata, sino porque era Isabeau Chandler, la mujer que amaba por encima de todas las cosas. Llevó el aire a sus pulmones. La amaba y conocía la diferencia habiendo estado sin ella. No iba a dejar que la historia se repitiera.
– Para ya, Isabeau -su voz fue más ruda de lo que pretendía.
Ella se quedó rígida, dejando caer las manos como si le hubiera quemado. Dio un paso hacia atrás apartándose de él.
– Lo siento si te hice sentir incómodo -le dijo, con voz temblorosa-. Verdaderamente no querríamos eso ¿no? El gran Conner Vega. Es divertido cuando la seducción es idea tuya, ahí no hay problema.
– ¿Es eso lo que tienes en mente, Isabeau? ¿Seducción? Estás jugando con fuego.
Ella le miró de arriba a abajo.
– Lo dudo. No creo que ahí haya mucho.
Deliberadamente se giró y dirigió la mirada haciendo un barrido por los otros machos, con abierta especulación en su rostro.
– Lo siento si te molesté.
La cogió por el brazo y la atrajo hacia él cuando ella se dio media vuelta para marcharse.
– Ni siquiera lo pienses.
Ella levantó una ceja.
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