El leopardo le dio un golpecito en el muslo otra vez, rozándose y ella sintió su propia reacción, el saltar de sus sentidos hacia él, un alcanzarle que no pudo evitar, como si sucediera demasiado rápido, demasiado automáticamente. El toque más pequeño del hombre o bestia y ella reaccionaba con esperanza, con necesidad, con una respuesta casi obsesiva.
Elijah le disparó una mirada.
– ¿Estamos hablando de Jeremiah? ¿O de Conner?
– De los dos. De todos vosotros.
– Habla con Conner -aconsejó Elijah-. Está más informado sobre nuestras maneras que yo. Llegué al clan tarde. Y todos cometen errores, Isabeau. Tú. Yo. Conner. Tu padre. Mi padre. Todos lo hacemos.
Ella seguía el mismo paso que el leopardo, mirando directamente adelante. El agua salpicaba por las cuestas en una corriente estrecha. Caminaron sobre las piedras y continuaron vadeando el agua hacia el otro lado donde el banco era menos escarpado. Isabeau sentía una punzada de intranquilidad y entonces en su interior, su felina se revolvió, estremecedoramente despierta.
Algo le tiró del tobillo por detrás y entonces estuvo abajo; el agua se le cerró sobre la cabeza. Casi inmediatamente se revolcó una y otra vez, como en una lavadora, rodando mientras algo se envolvía apretadamente alrededor de ella, agarrándola como con unas cuerdas fuertes de acero. Se oyó chillar en la cabeza, pero tuvo el aplomo de no abrir la boca bajo el agua.
El brazo, donde tenía la herida, ardía y latía. La muñeca izquierda, atrapado en el grueso rollo, se sentía como si fuera a estallar por la presión. Trató de no luchar, diciéndose que Elijah y Conner vendrían en su ayuda y que no debía asustarse. La serpiente rodó sobre ella otra vez y sintió la noche fresca en la cara. Tragó aire, atrayendo un aliento profundo antes de que rodara sobre ella otra vez. La cara raspó por las piedras cuando la llevó por el fondo.
Elijah saltó por encima del leopardo, con un cuchillo en el puño. Conner estalló al lado de él, rugiendo un desafío, girando y hundiendo los dientes profundamente en el cuerpo que se retorcía, reteniendo a la serpiente, evitando que se llevara a su presa a aguas más profundas. La anaconda verde era grande, de casi ciento ochenta kilos de sólido músculos y estaba hambrienta, decidida a no perder su presa. La cabeza estaba cerca de la cabeza de Isabeau, los colmillos peligrosamente cerca de su cuello. No tenía una mordedura fatal, ni veneno, pero se anclaría allí y la retendría hasta que pudiera apretar y asfixiarla.
Elijah trató de rodear el agua agitada para llegar a la cabeza, pero la serpiente continuó golpeando y rodando, manteniendo el agua agitada, evitando que el hombre hiciera algo más que enojarse al golpear el cuerpo de gruesos músculos mientras rodeaba constantemente a la serpiente que se retorcía. El felino agarró la cola de la anaconda en la boca y empezó a tirar hacia atrás, hacia el banco en un esfuerzo por arrastrar a la serpiente a las aguas poco profundas y evitar que Isabeau se ahogara.
La serpiente era bastante grande y obviamente hembra por su tamaño. Era verde oscuro con lunares ovalados oscuros a través de las escamas de la espalda. En los costados tenia los lunares ocre reveladores de la anaconda. La cabeza era grande y estrecha, unida a un cuello grueso y musculoso, así que era difícil decir donde se separaban los dos, especialmente en el agua agitada. El conjunto de ojos y nariz por encima de la cabeza le permitía respirar mientras estaba en su mayor parte sumergida. El agua era su casa, utilizaba sus ventajas adaptativas, luchando contra el tirón del leopardo implacable.
Mientras Conner daba dos pasos más atrás, agarrando más de la serpiente para conseguir más apalancamiento, Elijah rodeó por delante, alcanzando debajo de la superficie del agua y arrastrando a Isabeau y a la serpiente fuera para que pudiera tomar otro aliento. Desafortunadamente, cuando jadeó con los pulmones ardientes en busca de aire, la serpiente apretó más fuerte.
– Conner, sostén a la maldita cosa -gruñó Elijah, apretando los dientes en frustración.
El tiempo pareció ir más despacio para Isabeau. Podía oír al leopardo gruñir, pero su pulso martillaba fuerte en sus oídos. Los pulmones se sentían muertos de hambre por aire y el temor era un sabor vil en la boca. Cada instinto le decía que luchara, que peleara, pero se forzó a permanecer tranquila, negándose a ceder ante el pánico que amenazaba con reducirla a una víctima chillona sin inteligencia.
En su mente canturreaba el nombre de Conner. Supo el instante en que cambió, o quizá su gata lo supo. Ella no le podía ver y todavía podía oír los gruñidos que retumbaban, reverberando por el agua, pero supo que él estaba utilizando la fuerza combinada del hombre y el leopardo para arrastrar la serpiente al terraplén.
Elijah siguió entrando y saliendo de su línea de visión, la cara seria, los ojos centrados en la cabeza de la serpiente, el cuchillo tratando de deslizarse entre las escamas y el músculo para cortar la cabeza. La serpiente sabía que ahora estaba en problemas, y que la única salida era abandonar su comida y escapar. En el momento que la serpiente dejó de enroscarse, Conner alcanzó por delante del cuerpo que golpeaba, envolvió el brazo alrededor de la pierna de ella y tiró hacia él. La tiró detrás de él. Ella vislumbró ese cuerpo masculino, duro como una roca, con haces de músculos, mientras se hundía en el agua poco profunda para ayudar a Elijah.
La serpiente rodó alrededor del hombre en un esfuerzo por escapar a la hoja del cuchillo, tratando de utilizar todo el peso y el músculo para conducirle de vuelta al agua más profunda. Conner agarró el cuerpo que daba golpes y lo retuvo mientras Elijah mataba a la serpiente. El animal se quedó lacio y ambos hombres se detuvieron, doblados, los pechos subiendo y bajando por la tremenda lucha contra una criatura tan fuerte.
Conner se giró hacia ella, se agachó en el agua para pasarle las manos por encima.
– ¿Estás bien, Isabeau?
Ella consideró chillar. O echarse a llorar. Casi había muerto, aplastada por una serpiente o ahogada. Pero él parecía perfectamente tranquilo como si fuera una ocurrencia ordinaria y ningún gran asunto. Juró que incluso parecía arrepentido cuando miró a Elijah arrastrar el cuerpo a tierra. ¿Estaba ella bien? Bajó la mirada a su cuerpo. Se sentía magullada y quizá un poco golpeada, pero nada estaba roto. Estaba empapada, pero la lluvia ya había hecho eso.
Consideró lentamente su situación. Estaba todavía en la corriente, hasta los tobillos y había sobrevivido al ataque honesto de una anaconda. El corazón le latía como un trueno en las orejas, el aliento entró entrecortadamente pero todas y cada una de las terminaciones nerviosas estaban vivas. El mundo era más brillante, fresco, más hermoso de cómo jamás lo había visto.
La niebla colgaba en velos suaves rodeando a las susurrantes hojas negras que se distinguían cuando el viento balanceaba el dosel ligeramente. El agua desbordaba por las piedras, una brillante y oscura cinta de plata mientras se movía. Podía ver el cuerpo largo y grueso de la serpiente yaciendo en el banco. A su lado, Elijah estaba sentado, una pequeña sonrisa se le extendía por la cara. Ella no pudo evitar que la mirada se desviara de vuelta a Conner, donde su cuerpo desnudo ondulaba con músculos definidos.
Conner le sonrió, una lenta sonrisa muy viva que se llevó el poco aliento que ella tenía y lo reemplazó con una ráfaga de calor y adrenalina. Él se llevó una mano goteante al cabello y se lo retiró de la cara.
– Qué apuro, ¿verdad?
Ella asintió, fascinada por el completo magnetismo de su cara. Había alegría, vida, brillando en esos ojos. Las llamas saltaban y ardían brillantemente en los ojos dorados. Él le guiñó un ojo y unas mariposas empezaron una migración a su estómago.
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