Él había atravesado las puertas protegidas y ella había aparcado su coche en el bosque mismo y continuado a pie. Permaneció mucho tiempo bajo los árboles cuando él condujo más allá de esas puertas grandes, debatiendo que hacer. Todos los pequeños indicios de su niñez habían comenzado a encajar como piezas de un puzzle gigante.
Las vías navegables no eran seguras. Todos sabían eso. La gente era secuestrada tan a menudo y retenidos en espera de un rescate, que nadie parpadeaba ya al oír las noticias. La mayor parte de los rescates se pagaban y los prisioneros eran liberados. Eran negocios. Sólo negocios. Pero había unos pocos grupos sobre los que había leído, campamentos terroristas que torturaban y asesinaban a los prisioneros, ordeñando siempre a las familias de ésos que secuestraban por más hasta que no había más y los cuerpos eran enviados de vuelta en pedazos. El dinero se usaba para armas, bombas y más campamentos de terroristas.
Había estado horrorizada y luego lo había negado. Por supuesto su padre no estaba implicado en tal cosa y había decidido engañarse a sí misma. El leopardo se frotó en su pierna, probablemente presintiendo su pena. Ella se dio cuenta de que había cerrado las manos en puños en la piel del leopardo, enterrando los dedos profundamente, tratando de empujar atrás sus pensamientos.
– Sé lo que estás haciendo -susurró Isabeau-. No quieres que me enfade con Conner así que piensas que al hacer que mi padre parezca malo, le perdonaré lo que hizo.
– No necesito hacer que tu padre parezca malo, él lo hizo por sí mismo -dijo Elijah-. Pero la cosa es, que no tienes que defenderlo. -Ignoró el rugido amenazante del leopardo, aunque ajustó su posición ligeramente, preparándose para defenderse-. Mi padre me dejó un imperio de drogas cuando su propio hermano le mató. No tengo ninguna razón para defender su elección de estilo de vida. Es una gran cobertura para poder moverme entre el hampa y el mundo de los negocios, pero no importa, ese es mi legado y yo tengo que tratar con ello. Escojo mi vida. Escoge la tuya.
Ella sintió que su felina saltaba enojada. En unas pocas frases él había reducido su dolor a autocompasión. Y quizá era el momento de que alguien lo hiciera. Estaba cansada de cargar con su ira y de que se envolviera en torno a ella como una armadura. Había corrido como una niña y se había ocultado en la selva tropical en vez de rastrear a Conner y enfrentarse a él como debería haber hecho. Le había amado con cada aliento de su cuerpo, pero no había intentado averiguar porqué había utilizado sus sentimientos por él.
Odió que este hombre, pareciendo tan fresco y tranquilo, con la niebla arremolinándose en torno a él y la noche brillando en los ojos, fuera el único que la hacía mirarse a sí misma. Debería haberse mirado en el espejo y encontrado el coraje para hacerlo por sí misma. Nunca había tenido tanto miedo de nada, ciertamente no de expresar su opinión ni de enfrentarse a alguien si tenía que hacerlo. Pero había huido como un conejo y se había ocultado con sus plantas y su trabajo en vez de recoger los pedazos. En vez de admitir que su padre había sido un criminal, debería haber reclamado al menos alguna clase de cierre con Conner.
¿Cuándo se había convertido en tal cobarde que necesitaba que un leopardo gruñón amenazara a su amigo porque sus pequeños sentimientos quizás estaban dolidos cuando alguien le decía la verdad? Se avergonzó de sí misma. Se enderezó, soltando el agarre mortal en el pelaje del gran gato.
– La autocompasión es insidiosa, ¿verdad?
Elijah se encogió de hombros.
– También la ira justa, de la cual he sentido bastante en mi vida. Volved a la cabaña. Tenemos mucho trabajo que hacer por la mañana. Y, Conner, alguien tiene que ocuparse de ese cachorro. No nos has dejado matarle, así que es tuyo.
Isabeau le frunció el ceño.
– Él se juntó con la gente equivocada. No merecía morir. ¿Estáis todos sedientos de sangre? No puede tener más de veinte.
– Hundió las garras en una hembra y tú no dirías eso si Adán yaciera muerto a tus pies -indicó Elijah, su tono suave.
Ella notó que había puesto el pecado de arañar a una hembra antes que el de matar a Adán. Tenía mucho que aprender acerca del mundo de los leopardos. Era extraño cómo estaba más cómoda con estos hombres de lo que debería haber estado. Alzó la mirada al dosel donde el viento arremolinaba la niebla en extrañas formas que se envolvían alrededor de los árboles, formando velos grises que no podía atravesar, ni siquiera con su visión nocturna superior. Esto, entonces, era el mundo a donde pertenecía.
Conner había dicho que había una ley más alta. Antes de que cerrara todas las puertas e hiciera los juicios, necesitaba aprender las reglas. En todo caso, mientras estuviera en presencia de tantos leopardos, debía aprender tanto como pudiera sobre ellos.
– No creo que hubiera matado a Adán sin provocación -defendió Isabeau-. Fue realmente bastante amable y unas pocas veces me susurró que no me haría daño.
– Eso son gilipolleces con las garras en tu garganta y la sangre goteando. -Ahora había rabia suprimida en la voz de Elijah.
Isabeau sintió el eco de ello en el estremecimiento que atravesó el leopardo apretado tan cerca de ella. Jeremiah había estado muy cerca de la muerte. Por tocarla . De ahí provenía la ira. No porque hubiera amenazado a alguno de ellos o a Adán. Ella era, de algún modo, sagrada para todos ellos. ¿A causa de Conner? ¿Por qué era un leopardo hembra? No lo sabía, pero había consuelo en el conocimiento. Una clase de seguridad que nunca había sentido antes.
Había también una confianza nueva que venía con el conocimiento. Se dio cuenta de que Conner no había cambiado ante la vista de Elijah, no porque estuviera en mejor posición de protegerla como leopardo, sino porque no quería avergonzarla con su desnudez delante de otro hombre. Había permanecido deliberadamente en forma animal, aunque no pudiera unirse a la conversación. Le acarició un gracias por el lomo, tratando de transmitir su apreciación en silencio.
La modestia era un concepto extraño para estos hombres, estaba segura de eso. Isabeau caminó en silencio durante unos pocos minutos, disfrutando del modo en que la niebla les envolvía. No podía ver muy lejos delante de ella y el vapor se alzaba del suelo hasta que sus cuerpos parecieron flotar a través de nubes sin pies.
– No duele -aseguró, cuando atrapó a Elijah examinándole la garganta cuando se acercó a él.
Elijah adoptó el mismo paso que ellos, tomando posición al otro lado de Conner para que el cuerpo largo y poderoso del felino estuviera entre ellos. Se movía fácilmente, con el mismo movimiento fluido de Conner, como si fluyera sobre el suelo en silencio.
– El chico necesita otra paliza -siseó Elijah.
El felino hizo un sonido retumbante de acuerdo desde la garganta e Isabeau sonrió.
– No creo que ninguno de vosotros estéis muy lejos de vuestro felino.
– La ley de la selva -dijo Elijah como si eso lo explicara todo.
Y para ellos lo hacía, se dio cuenta ella. Otro pedacito de información. Sus vidas no eran más complicadas a causa de sus leopardos, sino menos. Veían el mundo en blanco y negro en vez de en sombras grises. Hacían lo que hiciera falta para llevar a cabo un trabajo sucio y si eso significaba seducir a una mujer para salvar a unos niños, que así fuera.
No sabía porque el corazón se le apretaba dolorosamente en el pecho. El pensamiento de Conner tocando, besando, sosteniendo a otra mujer la hacía sentirse enferma. Y ella le había traído aquí para hacer justo eso.
– Adivino que no comprendo esas líneas claras que sonsacáis vosotros mismos. ¿Quién determina qué es correcto y que está mal? -preguntó.
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