– Siento la falta de ropa. Pensé que tu vida era más importante que la modestia.
– En este momento yo también -admitió. Aunque ahora estaba más preocupada por su virtud, por la poca que tenía. Quería que se levantara. Los muslos fuertes le ocultaban el frente del cuerpo, pero la boca se le hacía agua. Sabía lo que había allí. Y sabía que estaría duro como una roca. Generalmente lo estaba cuando estaban juntos y no había visto mucha diferencia desde que estaban uno en compañía del otro.
– He odiado tener que matarla -dijo Conner y esta vez no había error en la pena de su voz-. Era una hembra buscando comida. Odio perder alguno de ellos.
– Estoy agradecida de no ser su comida -admitió Isabeau.
– Debería haber sido más cuidadoso -dijo Conner-. Están bajo los bancos en las cuevas naturales allí donde el agua es poco profunda y un poco lenta. No estamos en una elevación muy alta y debería haber estado más alerta.
Elijah rió disimuladamente y Conner le envió un ceño de advertencia. Elijah sólo se rió.
– Claramente, tu mente estaba donde no debería haber estado.
El ceño de Conner se volvió una mirada fulminadora.
– ¿Por qué no estabas tú alerta?
La mirada no tuvo más efecto que el ceño. Elijah se rió en voz alta.
– Intentaba conversar, tú, gato sarnoso. No es fácil tratar de sacar tu lamentable culo de los problemas. Hay que pensar.
Isabeau se echó a reír.
– Estáis los dos locos.
– ¿ Estamos locos? Tú eres la única que está aquí riéndose después de que una serpiente tratara de tragarte por entero -indicó Elijah.
– Estoy seguro de que le habría dislocado todos los huesos primero -dijo Conner.
Ella le empujó, esperando una gran salpicadura. Su empujón apenas le meció, pero él le dirigió una gran sonrisa que la alteró, esa sonrisa valía el haber fallado en verle ir boca abajo al agua. Era el respeto en su cara. En sus ojos. Estaba orgulloso de ella y había respeto en los ojos de Elijah también. Ella no pudo evitar el pequeño floreciente resplandor que se extendió dentro de ella.
– Debemos volver y quitarte esa ropa mojada -dijo Conner-. Voy a cambiar.
Fue toda la advertencia que tuvo antes de que los músculos se retorcieran y el pelaje se deslizara por su espalda y vientre. Las garras estallaron por las puntas de los dedos. Ella se sorprendió de a qué velocidad podía él asumir el control de su otra forma. Caminó a su lado, sin temor, aunque el corazón latiera desenfrenadamente y fuera consciente de cada movimiento en el bosque. Estaba viva. Total y absolutamente viva.
Estaba ocurriendo una vez más. Isabeau echó una rápida y furtiva mirada a su alrededor, esperando que nadie notase que se estaba retorciendo. Su piel ardía, se sentía demasiado tensa, cada terminación nerviosa en carne viva y vibrando. Se frotó los brazos pero incluso con esos ligeros toques, la piel le dolía. En su más profundo interior la picazón crecía hasta convertirse en un demandante dolor que no podía ignorar.
Había dormido toda la noche, curvada contra el enorme leopardo, la lluvia había sido un ritmo continuo, relajante, el pelaje grueso y cálido. El latido del corazón había estado en su oído y había recostado la cabeza utilizando el suave pelaje como almohada. No había habido signos de esta locura. Se las había arreglado incluso para sacarse de la mente la imagen de Conner encorvado desnudo en la corriente. Ahora, no podía inspirar sin oler su fresco y salvaje almizcle… un tentador señuelo que no parecía poder ignorar.
Sin ni siquiera mirarle, era completamente consciente de él. Sabía su posición exacta en cada momento. Conner Vega se estaba convirtiendo rápidamente en la maldición de su vida. Intentaba con desesperación simplemente respirar con normalidad, pero sus pulmones ardían de la misma forma que su piel, el aire saliendo en irregulares y rudas bocanadas.
Los hombres le lanzaban pequeñas y rápidas miradas por encima de sus desayunos, pero nadie la miraba realmente y eso le decía que a pesar de estar haciendo su mayor esfuerzo sabían que estaba a punto. Era una condición humillante y sumamente incómoda. Su hambre se hizo más profunda cuándo Conner volvió de su ducha matutina, vestido con indiferencia con unos pantalones vaqueros que abrazaban sus firmes piernas y ahuecaban su trasero. Lo último que necesitaba hacer era mirar, pero, honestamente, ¿cómo podía detenerse? Presionó las puntas de los dedos contra sus sienes con fuerza en un intento de recuperar el control. Los dientes le dolían por la continua tensión de apretarlos.
Los hombres tuvieron una conversación en voz baja mientras ella bebía un café que sabía tan amargo que apenas podía tragarlo. Adán se había marchado. Apartó el repentino desasosiego que sintió con la marcha de su único verdadero aliado, pero por más que quisiera negarlo, desde que se había despertado esa mañana, un lento calor había empezado a construirse en su cuerpo. Espeso, como el magma de un volcán, el calor se movía a través de sus venas y se derramaba como una insidiosa adicción por todo su cuerpo.
No ayudaba que después de desayunar el equipo hubiera decidido trabajar con Jeremiah y con ella en las técnicas de lucha. Por supuesto era Conner el que la tocaba, de forma completamente impersonal, sus manos le colocaban el cuerpo de forma correcta hasta que sólo el roce de las puntas de sus dedos le hacía querer gritar de necesidad. Ella no iba a perder esta oportunidad de aprender de ellos, pero sus cuerpos estuvieron enseguida brillantes de sudor e inmediatamente los hombres se despojaron de las camisas.
Ella puso todo lo que tenía en el entrenamiento, apreciando las difíciles técnicas físicas de dar puñetazos y patadas. Trabajó duro con su cuerpo en un esfuerzo por engrandecerse. Si no podía tener ardiente y sudoroso sexo a montones, esperaba cansarse hasta llegar al punto de extenuación. Cada vez que Conner corregía su postura, o su pierna cuando pivotaba y golpeaba, hacía todo lo que podía para no sacudirse y alejarse de su ardiente toque.
Deliberadamente ponía distancia entre ellos, tratando de trabajar en el correr, saltos con patadas y en la precisión de los puñetazos. Oía a Conner y Rio hablar de combate y posturas con Jeremiah, intentando no advertir las miradas amorosas que él le dirigía. Su gata quería rozarse contra las ramas de los árboles, básicamente frotarse contra cualquier cosa. Todo lo que ella quería hacer era frotarse con Conner, pero si ellos querían boxear eso es lo que iban a tener.
Felipe fue el primero en colocarse frente a ella, levantando los puños y fijando la mirada en ella. Ella pudo ver que estaba intentando no respirar, no inhalar su aroma. Ella no se había dado cuenta hasta ahora de que sus pestañas fueran tan largas, curvándose un poco en las puntas. Tenía una bonita nariz y una mandíbula firme. Era extremadamente guapo, no tan musculoso como Conner o Rio, sino más ágil y flexible…
– ¿Qué demonios estás haciendo, Isabeau? -preguntó Conner-. Acaba de acorralarte seis veces y ni siquiera has intentado bloquearlo.
– ¿Lo ha hecho? -Ella parpadeó rápidamente y miró alrededor al círculo de caras, un poco confundidas. ¿Se había movido de verdad Felipe?-. No me ha golpeado.
– Detuvo el puñetazo porque si te toca, le haré tragarse los dientes -le contestó Conner entre dientes, claramente exasperado-. Aún así tienes que bloquear.
Él tenía un aspecto muy sexy cuando se enfadaba. No se había dado cuenta hasta ahora. Extendió la mano para acariciar el ceño de su cara. Él se echó hacia atrás, su respiración salió con fuerza de los pulmones. Dejó caer la mano, haciendo un pequeño mohín.
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