– No tengo ni idea de lo que me estás hablando. -Miró su mano y él la dejó ir. Le dio la espalda y se marchó, sus caderas cimbreando, su pelo un poco salvaje, despeinado y curvándose alrededor de su cara y cayendo por su espalda como si no se diera cuenta de que se le había aflojado su coleta. Él no recordaba haberlo hecho, pero la sensación de seda estaba todavía en las yemas de sus dedos.
Isabeau parpadeó para apartar las ardientes lágrimas de los ojos. Se había lanzado a por él y la había rechazado. Su orgullo estaba por los suelos, pisoteado. Él no la quería. Agachó la cabeza, doblándose por la cintura para inspirar aire. Fue un error. Ahora podía oler a todos los hombres, una mezcla intoxicante de lujuria y potencia masculina.
Si no paras ya, tú libertina, voy a estrangularte, le siseó a su gata. Quería clavar las uñas en la musculosa espalda de Conner. ¿Quién habría pensado que los músculos pudieran estar tan definidos? Sabía que no era la gata o al menos no sólo ella. Quería a Conner y su gata emergiendo era una gran excusa. Pero él no la deseaba.
¿Cómo podía pasar eso cuando ella le deseaba con cada fibra de su ser? No podía cerrar los ojos sin que imágenes suyas la acecharan. No podía respirar sin necesitarle. Maldito fuera por rechazarla. Él había sido el que había estado soltando que la ley de la selva era una ley superior pero cuando ella había cogido su oportunidad, se había cerrado en banda. Le había llevado cada gramo de valor que tenía hacer que la besara, esperando que continuara a partir de ahí. Si él ya no la quería más, entonces… Levantó la cabeza y miró al hombre que le hablaba a Jeremiah en el claro sólo a una pequeña distancia.
Le había dicho a Adán que intentaría seducir a uno de los guardias de Imelda Cortez porque sabía que nunca sentiría por otro hombre lo que sentía por Conner. La seducción todavía tenía posibilidades. Tal vez el ser un leopardo quería decir que podía ser promiscua y no preocuparse. Tal vez sus escrúpulos morales podían ser descartados mucho más fácilmente de lo que había creído siempre. Se acercó más, queriendo oír lo que decían.
Era agudamente consciente de que Conner estaba uniéndose a los otros hombres. Sobresalía. Para ella, se temió que siempre sobresaldría. La luz caía sobre su pelo y su cuerpo, iluminándole en el claro oscuro, con rayos de luz filtrándose. Él se pasó los dedos por el pelo, echándoselo hacia atrás de esa manera que ella encontraba sexy. Casi le odió en ese momento. Apartó la vista de él y su mirada se encontró con la de Jeremiah.
Él continuó lanzándole a Isabeau pequeñas miradas amorosas, incapaz de apartar sus ojos de ella. Claramente la encontraba atractiva. Flexionó los músculos para ella y ella intentó no reírse de él. No era justo que pensara en él como un jovencito cuando era casi de su edad. Conner simplemente parecía mucho más un hombre, con el físico rotundo de un hombre.
Jeremiah se dobló de nuevo y le dirigió a Conner una mirada rápida antes de lanzarle a ella una sonrisa. Rio le gritó y él echó a correr, desnudándose mientras tanto, echando a un lado la camisa y desgarrando sus vaqueros al bajárselos, volviendo a mirar a Isabeau mientras lo hacía. El material se enredó en sus tobillos y se cayó, de cabeza, rodando por el claro, semidesnudo, enmarañado en sus vaqueros.
– ¿Qué diablos fue eso? -demandó Rio.
– Sé exactamente lo que fue -dijo Conner inquietantemente, cruzando el claro hacia Jeremiah.
– ¡Conner! -Elijah se movió rápidamente para la interceptarlo-. Es simplemente un chiquillo.
– Conoce las reglas.
Jeremiah gateó para ponerse en pie, de forma desafiante.
– ¿Quizás estás simplemente preocupado porque vengo más equipado de lo normal y crees que ella va a preferirme?
– ¿Por el tamaño de tu polla? -Conner lo miró de arriba abajo con desprecio en su cara-. Lo siento, niño, eso no va a bastar. Ni siquiera puedes quitarte los pantalones cuando se necesita. Dudo que seas demasiado impresionante intentando funcionar.
Jeremiah indignado, se arrancó los vaqueros de los tobillos y los arrojó con repugnancia, abalanzándose sobre Conner. Elijah le atrapó y le apartó del otro hombre.
– Idiota. Vas a conseguir que te maten. ¿No te das cuenta de cuándo la compañera de un hombre está en el Han Vol Dan? Ten algún jodido respeto.
Jeremiah detuvo sus pasos y miró a Isabeau. Todos lo hicieron con la excepción de Conner. Ella intentó no ponerse como un tomate. Miró al suelo, deseando que se abriera y la tragara. Ella se dio la vuelta y echó a andar hacia la relativa seguridad de los árboles mientras veía como Jeremiah se vestía y se preparaba para empezar otra vez.
Observarle correr, desnudarse y cambiar le hizo entrar la picazón de intentar cambiar. Había revisado la oficina de su padre cuidadosamente, accediendo a sus documentos privados y no había habido mención de las gentes leopardo. No creía que él lo supiese. Su madre debía de haber muerto en el parto tal y como Conner había especulado y nadie había venido para reclamar al bebé. Se había trasladado del Amazonas a Borneo más o menos cuando ella nació. Había muchas probabilidades de que su gente estuviera allí. Tal vez debería ir para tratar de encontrarlos.
No podía volver a Borneo. No podía quedarse en Panamá. Conner estaba en todos los sitios. Habría ido a cualquier sitio con él, incluso sabiendo que iba a causar la caída de su padre. Presionó una temblorosa mano contra su boca, avergonzada de sí misma. Fue una buena excusa, una forma de mantener viva su herida. Su padre había causado su propia caída. El pecado de Conner había estado en seducirla sin tomársela en serio.
Él había herido su orgullo. Todavía lo lastimaba, pero no era responsable de las cosas que su padre había hecho. La había usado tal y como ella le había pedido que usara a Imelda Cortez para recuperar a los niños perdidos. ¿Justificaba el fin los medios? ¿No le hacía eso ser una hipócrita?
Presionó los dedos contra sus sienes y obligó a su cuerpo a calmarse. No quería marcharse sin llegar al fondo del asunto. Se lo debía a Adán e incluso a la madre de Conner, con quien había hecho amistad, así como también a todos los niños que habían sido raptados. Inspiró profundamente y dejó salir el aire, paseándose de acá para allá para librarse de tanto excedente de energía como pudiera antes de volver a unirse a los demás.
Isabeau caminó con la cabeza alta, rechazando sentirse intimidada o humillada por el grupo de hombres. Lo que fuera que ella era, cualquier cosa que le estuviera ocurriendo aparentemente era normal en su mundo y se negaba a tener miedo. Podría querer sexo con desesperación, pero no carecía de coraje.
Observó la mecánica de la conversión una y otra vez. Eventualmente consiguió sobreponerse a ver un cuerpo desnudo y se quedó fascinada por el cambio actual. Parecía como si pudiera ser doloroso, aunque parecía suceder tan rápido mientras Jeremiah corría que quizás no fuera tan malo.
Rio, Felipe y Elijah sacudían la cabeza y se miraban el uno al otro mientras cronometraban la carrera de Jeremiah por enésima vez.
– Demasiado lento, Jeremiah -dijo Conner entre dientes-. Hazlo de nuevo. Y esta vez piensa en que alguien te está disparando mientras corres. Eres más joven que cualquiera de nosotros y deberías ser más rápido. Necesitas bajar quince o veinte segundos de tu tiempo.
Jeremiah le lanzó a Conner una mirada de absoluto disgusto.
– Bastardo celoso -masculló en voz baja-. No puede hacerse.
Jeremiah debería haber tenido mejor criterio. Conner tenía un oído excelente. Conner caminó a través del suelo del piso del bosque para amenazar al leopardo más joven.
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