Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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– Q… quería decir que vaya buen tiempo que ha hecho Felipe y que necesito trabajar mucho más duro para acercarme a eso -tartamudeó Jeremiah.

– Choqué con él -apuntó Isabeau-. Por favor, Conner, te lo pido.

Conner se detuvo por un momento, su cuerpo luchando por librarse de la adrenalina y entonces repentinamente se giró, rodeándola con un brazo, forzándola a apartarse del otro leopardo, la cabeza tan cerca de la de ella que los labios podrían rozarle la oreja.

– Él es quien se excitó con tu aroma. Su primer maldito error.

La llevó hacia el interior de la selva, lejos de los demás y del aroma a varón excitado que conducía a su felino y a él mismo a la locura.

Ella estaba sonrojada como un tomate. ¿Cómo podría no estarlo? No estaba acostumbrada a discutir nada que tuviera que ver con el sexo en un trasfondo informal y la forma en que estos hombres trataban la desnudez y el celo de su gata rozaba lo mundano. No es que fuera ofensivo, exactamente, era simplemente un poco perturbador saber que todos podían decir que estaba entrando en una especie de ciclo. No sólo era que pudieran decirlo, más que eso, todos eran híper conscientes de eso.

– Espero que sea algo más que mi aroma -dijo Isabeau, intentando aligerar el momento, pero queriéndolo decir de todos modos-. No quiero ser deseada por la forma en que huelo.

Él inspiró profundamente, inundando deliberadamente sus pulmones con su aroma. Ella podía enviar llamas a dar saltos por su sangre sin ni siquiera intentarlo, pero ahora mismo, con su inocente ceño fruncido y la larga curva de sus pestañas, apenas podía mantener el hambre a raya.

– El aroma es importante para los gatos. -Frotó la cara contra la piel desnuda de su cuello-. Así como el aroma es una marca. Cualquier hombre lo suficientemente estúpido como para cruzarse en mi terreno va a encontrarse con una pelea entre las manos.

Ella se apartó de él.

– Solía ser tu territorio. Hace tiempo, cuando tú eras algo más, ¿te acuerdas?

– Recuerdo cada instante -sus ojos dorados ardían mirando profundamente a los suyos-. ¿Y tú?

Ella contuvo una réplica aguda. No iba a pelearse con él. Podría llevarla al punto de las lágrimas en segundos. No era rival para él, nunca lo había sido.

– No puedes hacer esto, Conner. No me deseas, pero ¿vas a matar a cualquier otro que lo haga? Eso ni siquiera tiene sentido.

– ¿Que no te deseo ? -masculló las palabras, con un gruñido retumbando en el pecho. Sus dedos le apretaron la parte superior de los brazos y la presionaron contra su cuerpo, dejándole sentir deliberadamente su gruesa excitación-. Desear es una palabra insípida, Isabeau, para lo que siento por ti. No voy a destrozarlo todo contigo porque no pueda mantener las manos lejos de ti. Ya pasó una vez y maldito sea si pasa de nuevo.

– ¿No puedes mantener las manos apartadas de mí?

– No hagas como que no lo sabías. Yo lo sabía muy bien. Seducir a una mujer no siempre implica llevársela a la cama. No me pude detener y mira lo que mi falta de control nos hizo. -Por un momento su cara reflejó dolor desnudo-. Ya era suficientemente malo saber que te había traicionado, pero encontrarse con que antes de morir mi madre supo lo que había hecho… -Su voz se desvaneció mientras sacudía la cabeza. La máscara y la resolución de vuelta a su lugar-. Cuando te lleve a la cama será porque nos quieres allí, no porque tu gata pida alivio a gritos.

Ella se sonrojó una vez más, pero su orgullo no tenía tanta importancia como las palabras de Conner. Las retuvo muy cerca de su corazón, sintiendo por primera vez como si su mundo patas arriba pudiera enderezarse de nuevo. ¿Era sólo su gata la que lo deseaba? No lo creía, pero no estaba segura y Conner tenía razón, tenía que estar segura. Simplificaba las cosas saber que él no la había rechazado totalmente.

Él le enmarcó la cara con las manos, deslizando el pulgar por sus labios mientras su mirada ardía en la de ella.

– Eres mía, Isabeau. Siempre serás mía. No hay error posible. Tanto si eliges perdonarme y darnos una segunda oportunidad como si no, serás sólo mía.

El corazón de Isabeau se detuvo. Simplemente se detuvo. Lo podía sentir allí en su pecho, retorcerse con la tensión para empezar después un frenético latido. Por una vez la gata permaneció quieta y se permitió éste momento perfecto. Buscó en su cara, una cara que estaría grabada para siempre en su mente, en su alma y supo que estaba perdida una vez más.

– ¿Por qué no volviste a por mí? -Eso la había lastimado más de lo que podía decir.

– Estaba decidido a ir -admitió él-. Hace seis meses. Supe que tenía que tratar de explicártelo aunque realmente no tuviera excusas. Tenía trabajo que hacer, Isabeau y en el momento en que me di cuenta de que estaba deslizándome, llevándonos a ambos demasiado lejos, debería haberlo cortado. Me gustaría decir que no lo hice porque las víctimas de los secuestros me importaban mucho, pero lo he pensado mucho y no es verdad. Una vez que estuve contigo, en cuando sobrepasé la línea, ya no había vuelta atrás para mí. No pude encontrar la voluntad para hacer lo correcto y dejarte.

Sus palabras fueron escuetas. Crudas. Y eran verdad. Lo vio en sus ardientes ojos, lo escuchó en el terciopelo de su voz y lo olió con el intenso sistema sensorial de un leopardo. Sólo podía clavar los ojos en él, intentando no dejar que la felicidad que florecía en la boca del estómago y se propagaba a todo lo largo de su cuerpo con absoluta alegría se mostrara en su cara. Se tocó el labio inferior con la lengua e inmediatamente la mirada de Conner estuvo ahí, siguiendo el pequeño movimiento.

Se quedó quieta. Absolutamente quieta. Incluso contuvo el aliento. Él había rechazado sus avances antes, pero ella no iba a ponerse en ridículo por segunda vez, ni siquiera cuando él le había asegurado que su tiempo juntos no había sido una mentira. La verdad la barrió como una ola, trayendo tal alivio que le temblaron las piernas. O tal vez fue la excitación recorriendo sus muslos y haciendo que su temperatura se elevara.

Él bajó la cabeza. Lentamente. Esperando su reacción. Se quedó quieta bajo sus manos, observando cómo su posesiva mirada se deslizaba por su cara. Mirando como cambiaban sus ojos, saliendo los del leopardo, brillando con hambre. Su boca lo era todo. Seductora. Le paraba el corazón. Perfecta. Y entonces sus labios tocaron los suyos. Un simple roce. El estómago le dio un vuelco. Su matriz se tensó. El calor líquido se formó. La boca de Conner se movió otra vez sobre la de ella, un pequeño vaivén destinado a tentarla, a volverla loca. Y lo consiguió.

Sus pechos dolían, los pezones tensos en dos apretados brotes, presionándose contra la tela de la camiseta en un esfuerzo por acercarse más a su calor. El deslizó la lengua por el labio inferior. Saboreando su sabor. Los dientes pellizcaron y el pinchazo de dolor envió otro espasmo arrasando hacia su interior. Él hizo un sonido, un ronco gruñido con la garganta que la empapó inmediatamente de necesidad.

– Te eché de menos cada segundo -murmuró él-. Soñaba contigo cuando podía cerrar los ojos y la mayoría de las veces no podía acostarme por la necesidad de ti.

La besó, un largo, narcótico beso que intoxicó cada uno de sus sentidos. Cuando él se apartó, fue para presionar la frente contra la de ella mientras respiraba con dificultad.

– Amo el sonido de tu risa. Me enseñaste tantas cosas, Isabeau, sobre lo que importa. Cuando lo encuentras todo y luego lo pierdes…

Su boca encontró la de ella de nuevo, una y otra vez, cada beso más exigente que el último, más lleno de hambre, hasta que estuvo casi devorándola, lanzándola a una gigantesca ola de deseo. Él siempre había sido capaz de hacer eso, eliminar cada vestigio de cordura hasta que dejaba de ser una persona razonable para convertirse en una criatura de puro sentir. Nunca había sabido que pudiera ser apasionada o sexy hasta que Conner había aparecido en su vida y todo había cambiado, ella había cambiado.

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