Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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– Mi padre tuvo otro niño. -Se obligo a decir las palabras en voz alta. Decirlas sirvió a un doble propósito, Isabeau comprendería y él podría agarrarse mejor a la realidad.

Will asintió.

– Ya estabas en Borneo. Tu padre tenía a otra mujer y cuando se quedó embarazada, él le dijo que debía abortar o largarse. Ella quería permanecer con él, así que tuvo al bebé y lo entregó. Volvió con tu padre.

– Maldito sea. ¿Cuántas vidas tiene él que destruir antes de estar satisfecho? -Conner escupió al suelo con repugnancia.

Isabeau cambió de postura ligeramente, lo bastante para reclinarse sobre él, como si cargara sobre los hombros cualquier carga que él tuviera. Él la amó por ese pequeño movimiento. Apretó los dedos alrededor de los de ella, el pulgar le rozó de aquí para allá sobre el dorso de la mano en una pequeña caricia.

– Conoces a tu madre, Conner -continuó Gerald-. Le echó una mirada a ese niño, sin padres que lo amaran e inmediatamente se vinculó. Vivía en la cabaña con el bebé parte del tiempo y en la aldea durante la estación de las lluvias.

– Por eso estaba en la aldea -dijo Conner.

Will asintió.

– El chico estaba en la casa de Adán jugando con mi primo cuando los hombres de Cortez atacaron. Tu madre trató de impedir que se llevaran a los chicos. Pensaron que tu hermano era uno de los nuestros. Sólo tiene cinco años, Conner.

– ¿Por qué no te contaría que tenías un hermanastro? -preguntó Isabeau.

Conner colgó la cabeza.

– Sabía que habría ido a la aldea y matado a ese hijo de puta. Le desprecio. Utiliza a las mujeres y si se quedan embarazadas, expulsa al niño y a la mujer, si ella no se deshace del niño.

La amargura en su voz le enfermaba, pero no podía evitarla. Siempre había controlado sus emociones, menos en lo que se refería a su padre. El hombre no había abusado físicamente de Conner, pero el abuso emocional era mucho peor, en opinión de Conner. Fue así como Marisa eligió a su hijo primero y construyó una vida para él. Y habría hecho lo mismo por su hermano, aunque ella no hubiera dado a luz al chico. Sabía que él no podría hacer menos.

Se llevó la mano de Isabeau a la mandíbula y la frotó distraídamente sobre la sombra débil mientras le daba vueltas al problema una y otra vez en su mente. Si los renegados de Imelda echaban una mirada de cerca al niño quizás reconocieran al leopardo en él. Con una hembra era casi imposible a una edad temprana pero los chicos… Uno nunca sabía cuando surgiría el leopardo y a menudo había signos.

– ¿Cómo es? -preguntó Conner.

A su lado Isabeau se revolvió, atrayendo instantáneamente su atención.

– ¿Cuál es su nombre?

Conner asintió y utilizó las yemas de los dedos de ella para presionar con fuerza contra las sienes que le latían.

– Sí. Debería haber preguntado eso.

– Tu madre le llamaba Mateo -dijo Will.

Conner tragó con fuerza, imaginándose a su madre con el pequeño bebé. Debería haberlo sabido. Debería haber regresado a casa para ayudarla.

– ¿Cómo es?

– Como tú -contestó Gerald-. Muy parecido a ti. Llorará la pérdida de tu madre. Vio como la mataban.

Eso no era bueno. Su leopardo trataría de surgir, para ayudar al chico. Conner recordó la ira golpeándole continuamente siendo niño, la rabia que pulsaba como los latidos del corazón en las venas. El chico creería que no tenía a nadie ahora. Si era como Conner, moriría antes de pedir ayuda a su padre. Desearía venganza.

– ¿Podrá Artureo mantener a Mateo bajo control? ¿Evitar que revele a su leopardo aún bajo presión?

Hubo un pequeño silencio.

– Es un chico testarudo -dijo Gerald-. Y devoto de su madre. -Miró inquietamente a Isabeau.

– Ella lo sabe todo -dijo Conner-. Puedes hablar libremente.

– Uno de los hombres le disparó cuando trataba de regresar con Mateo. Pensaron que estaba muerta.

– La vi caer -admitió Isabeau-. Artureo me ocultó en los árboles y corrió a ayudar. Ellos le atraparon también. Nunca la vi en su forma animal. No sabía nada sobre su leopardo.

– Marisa se arrastró a la maleza y cambió a su otra forma -contestó Gerald-. El hombre grande, Suma es su nombre, le vi cambiar y la remató. Nadie entró en la selva detrás de ellos una vez que él tomó su forma animal. El chico vio a su madre morir, la única madre que había conocido jamás. Le oí chillar, Conner y fue atroz.

Conner reprimió su propia pena creciente. Su madre esperaría que él consiguiera sacar al chico, no sólo recuperarlo, sino aceptar la total responsabilidad de él. Giró la cabeza lentamente para mirar a Isabeau. No tenía elección ahora. Tendría que hacer lo que hiciera falta, pagar cualquier precio que se le exigiera.

Isabeau podía ver la desesperación en los ojos de Conner, la pena y la conmoción. Y la distancia. El estómago hizo un pequeño salto mortal de advertencia y se asentó lentamente.

– Lo que necesites, te ayudaremos -ofreció ella.

Él le soltó la mano e inclinó la cabeza hacia Gerald y Will.

– Gracias por hacer el viaje hasta aquí para darme estas noticias en persona. Aseguradle a Adán que recuperaremos a los niños. Decidle que siga el plan. Will, encontraré a tu hijo. Me conoces. Le traeré a casa.

Will asintió, los ojos fijos en los de Conner.

– Tú eres la razón por la que tomo partido al lado de mi abuelo sobre cómo manejar esto. Ayudaremos con lo que necesites.

Conner se levantó, agachándose para poner a Isabeau de pie a su lado. Esperó hasta que los otros dos hombres se levantaron también.

– Contamos con vuestra cooperación. Es esencial que la tribu crea que Adán hará lo que Cortez desea.

Gerald asintió y le tendió la mano. Conner les miró marcharse con el corazón hundido. Casi se olvidó de dar la señal de dejarles pasar, permitiendo que los dos miembros de la tribu cruzaran por el pasillo de los leopardos de vuelta a su aldea. Rio salió trotando un momento más tarde, todavía tirando de su camisa.

– La selva está llena. ¿Cuáles son las noticias?

– Esto se ha vuelto muy personal. Parece que tengo un hermanito y Cortez le atrapó junto con los otros niños. Si averigua que es leopardo… -La voz de Conner se apagó. Nunca encontrarían al niño. Ella lo escondería y lo educaría ella misma.

Rio frunció el entrecejo.

– Esto nos debería conseguir alguna ayuda de tu aldea…

Conner se dio la vuelta, el gruñido que retumbó en su pecho fue una advertencia clara. El sonido estalló de su garganta, un rugido de furia.

– No iremos cerca de esa aldea. Vamos a acabar con esa puta. -Giró sobre los talones y salió a zancadas del claro de vuelta a la cabaña.

Isabeau levantó la mirada hacia Rio. Su ceño se había profundizado y ahora había líneas de preocupación grabados en la cara.

– Su padre abandonó al niño -explicó-. No puedes dejar que se acerque a ese hombre. -De alguna manera, se sentía como si traicionara a Conner, pero instintivamente sabía que Rio tenía la mejor oportunidad de evitar que Conner hiciera erupción.

– Gracias -dijo Rio, como si leyera sus pensamientos más internos-. Necesitaba saberlo.

Olor. Isabeau echó una mirada alrededor y se dio cuenta de que los leopardos dependían del olor para juzgar las emociones en las situaciones. Podían leer mucho más que sus contrapartes humanas. Todos utilizaban sus sentidos de leopardo incluso en forma humana, lo que les proporcionaba ventajas en cualquier situación. Debía aprender cómo hacer eso.

Le siguió a un ritmo mucho más despacio, dándole vueltas una y otra vez en su mente a la expresión que había visto en la cara de Conner. Todo el tiempo mientras trataba de recordar su olor. ¿Qué había atravesado su mente en ese momento? La resolución con toda seguridad. Estaba decidido a recuperar a su hermano y eso significaba…

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