– Eso es lo iba a hacerme estar de acuerdo, ¿verdad? -dijo Conner, el sarcasmo goteaba de su voz.
– No su novia -dijo Rio-. Algo más cercano. Una hermana o prima. Un pariente. Eso provocará la guerra si la tocan. Una novia podría ser considerada de usar y tirar y los renegados sabrán que es leopardo. Se lo tragarán. Ha venido a verla y a traerle algunas noticias de casa. Mientras tanto, sospecharán que Marcos y Elijah tienen una reunión secreta. Cortez no podrá arriesgar el cebo. Es demasiado dulce. Elijah y Marcos, aliados que podrían abrirle puertas y tú, Conner. Por no mencionar a todos los leopardos.
Conner se frotó las sienes y miró la cara levantada de Isabeau. Parecía tan inocente. Ella no tenía la menor idea de con que monstruos estaba tratando. Ella había visto su trabajo, pero no tenía la capacidad de comprender las profundidades de la depravación y la avaricia.
– Si te decimos que salgas, Isabeau…
– Soy muy inteligente, Conner. Aceptaré órdenes de aquellos con experiencia.
No tenía objeto protestar. No había otra respuesta. Y tenía una mente aguda. Quizá fuera una ventaja.
– Vamos a establecer las rutas de escape y luego pensaremos en todas y cada una de las cosas que podrían fallar y haremos planes para cubrir eso también.
Las rutas de escape fueron difíciles de establecer. Isabeau, montada en el helicóptero con Rio y Elijah, se encontró utilizando unos prismáticos y esforzando los ojos para divisar el pequeño globo atado a un árbol. Había sido trabajo de Jeremiah trepar al árbol y marcar el lugar con un globo, señalando al helicóptero donde debían dejar caer los suministros a lo largo de la ruta de escape. Entonces, Conner guardaría los suministros y marcaría el lugar para que cualquier miembro del equipo supiera donde recuperar el alimento, el agua y el armamento. Incluso con el globo brillante, el dosel era casi impenetrable, un mundo a gran altura que cortaba todo bajo el cielo, haciendo muy difícil localizar el objetivo.
La selva tropical parecía diferente desde el aire. La niebla parecía colgar como velos de encaje a través del dosel. Los árboles extraían mucha humedad de las nubes en los que estaban amortajados. Isabeau casi se sentía como si pudiera estirarse y tocar las cortinas que se adherían a ramas y hojas. Se olvidó de estar asustada, aunque el helicóptero corcoveara continuamente cuando el viento entraba en ráfagas. Rio lo mantuvo justo por encima de las copas de los árboles una vez hubieron localizado el globo de Jeremiah.
Ella admiró la eficiencia con que trabajaban y se dio cuenta de que habían perfeccionado definitivamente la suave manera en que el equipo funcionaba. Quería ser parte de ello o como mínimo, sentir como si contribuyera de alguna manera. Trató de aprender mirándolos e incluso envidiaba un poco a Jeremiah por poder participar activamente.
Una vez de vuelta a la cabaña, donde comieron y desmenuzaron cada cosa concebible que podría fallar y cómo prepararse para ello, Isabeau se encontró fundida en las sombras para mirar a Conner mientras hablaban. Adoraba ver el juego de luz sobre su cara, profundizando el efecto de un hombre duro y peligroso. Era inteligente y seguro de sí mismo y el sonido de su voz se había convertido en un redoble en sus venas. Cada aliento que tomaba expandía su pecho y ondulaba los músculos bajo la delgada tela de su camisa.
Conner parecía magnético todo estirado en la silla, perezoso, como sólo un leopardo podría ser. Sus vaqueros eran cómodos, encerrando las piernas largas mientras reclinaba la silla, los ojos medio cerrados, su atención en la conversación, por lo menos parecía estar enteramente concentrado allí. Levantó la mirada de golpe y la encontró en las sombras y el corazón de Isabeau comenzó a palpitar con ese mismo redoble de las venas. Ella sintió que la matriz se contraía y un calor líquido empapó sus bragas.
Una mirada ardiente. Recordaba eso tan bien. Él raramente decía algo, sólo con mirarla la podía poner en un estado de excitación. Era peligroso, sexy como el infierno. No podía apartar los ojos de él. Cuando él hablaba, su voz se vertía por el cuarto con la misma intensidad con que sus ojos dorados se fundían. Él la hipnotizaba como el leopardo hacía con la presa. Una vez su mirada la encontraba, se centraba en ella, ya no podía encontrar aliento. No podía pensar claramente.
Isabeau trató de analizar cómo podía tener tal efecto hipnótico y perturbador sobre ella. Todo su cuerpo reaccionaba a él. Los pechos le dolían, se sentían hinchados, sensibles y necesitados . El cuerpo latía con esa necesidad, ese anhelo terrible que parecía que no podía saciar. Él parecía intensamente masculino, una tentación sensual que no podía resistir.
La mano de Conner agarró casualmente el cuello de una cantimplora e inclinó el contenido por la garganta, la acción tensó el cuerpo de Isabeau. Un escalofrío de conocimiento bajó por su espina dorsal. Adoraba la manera en que él se movía, la fuerza, la seguridad que exudaba. Todo acerca de él la llamaba, incluso su dominación arrogante. Ella no podía culpar de su reacción a su gata. Esta era la mujer, o quizá ambas, quienes le anhelaban.
Él parecía un pecador con las piernas extendidas delante suyo y esa protuberancia gruesa y tentadora con la que ella estaba tan familiarizada tirando de los vaqueros desteñidos y gastados. Quería arrastrarse sobre él y rasgar la ofensiva tela para llegar al premio oculto. La boca se le hizo agua al recordar el sabor y la textura de él, la manera en que la mano le agarraba del pelo y el sonido de sus gemidos al gruñir. El había sido tan paciente con ella mientras trabajaba para aprender cómo darle placer, y siempre le había hecho sentir como si ella fuera sexy y excitante. Le había murmurado instrucciones y ella había obedecido, temblando con necesidad, con querer complacerlo. Lo que ella hacía por él era recompensado cinco veces. Él podía hacer cosas, sabía cosas acerca de ella que nunca podría compartir con otro hombre.
La mirada de él cayó a las manos que rodeaban descuidadamente la botella, ella recordó la sensación de las palmas ásperas en los senos, entre los muslos, los dedos que se deslizaban profundamente para acariciar y volverla loca de necesidad. Tragó con fuerza cuando él inclinó la botella a los labios otra vez, atrayendo la atención a la boca. Caliente. Sexy. Tan seductora que nunca podía resistirse. La boca de él había sido despiadada, conduciéndola arriba tan rápido que recordaba que nunca podía recobrar el aliento. Con las manos de Conner en las caderas, sujetándola abajo, manteniéndola abierta para su banquete, había sido tan fuerte y excitante, incluso estremecedor. Cuando la lengua la penetraba, apuñalando en lo profundo, dando golpecitos, los dientes fuertes excitando, ella se sacudía. Isabeau había utilizado los talones para tratar de salir de debajo de él, pero él la había sostenido rápidamente, lanzándola a un orgasmo feroz, uno que ella nunca olvidaría. Había sido la primera vez que había chillado bajo los servicios de la boca y nunca había parado.
Quiso chillar otra vez. En voz alta y sentir el placer que subía como una onda de la marea. Miró con fascinación como inclinaba la botella otra vez. Bajo ese acto, esos ojos dorados la encontraron en la sombra. Había una oscura lujuria patente en los ojos. Él no hizo nada para ocultar lo que deseaba de ella mientras la mirada viajaba de manera posesiva sobre su cuerpo.
Ella se congeló, como haría la presa de un leopardo, el aliento atrapado en los pulmones, los músculos del estómago ondularon y se apretaron. Bajo esa mirada directa, ella podía sentir como la humedad se le reunía entre los muslos. La excitación la hacía temblar de necesidad.
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