Ella comenzó a moverse, una cabalgada lenta y deliciosa que él sintió desde la cima del cráneo a los dedos de los pies. Cada movimiento enviaba impulsos eléctricos que le atravesaban. Estaba desesperado por ella. En su inocencia, ella no tenía la menor idea de lo que le hacía. Su cuerpo encajaba perfectamente. Los senos eran hermosos, le rozaban el pecho con cada movimiento mientras corcoveaba las caderas. El pelo sedoso le quemaba la piel. Luchó por calmar el corazón desenfrenado y permanecer bajo control, pero el cuerpo de Isabeau se volvía más caliente y más apretado con cada golpe.
La sintió respingar cuando se asentó dentro de ella completamente, perforando la cerviz. Le murmuró suavemente, esperando que su cuerpo se acomodara al suyo. Todo el tiempo, mantuvo los dientes apretados, respirando a través del brutal placer.
– ¿Estás bien? -Las palabras salieron más ásperas de lo que pretendía, pero a ella no pareció importarle, ya que movió la cabeza y asintió con énfasis.
Él dobló las rodillas y se condujo hacia arriba, su suave gruñido un sonido oscuro y peligroso que acalló a las cigarras más cercanas a ellos. Ella sollozó de placer. El ángulo que él tenía, con el muslo sobre el brazo, le permitía crear fricción en la mayoría de los lugares sensibles. Bajó la cabeza a la tentación de la garganta y le dio una serie de lametones eróticos, los dientes rasparon de aquí para allá, dando varias mordeduras hambrientas.
Golpeó en su ardiente calor, necesitando sus estremecimientos, sus pequeños gritos jadeantes. Tenía que encontrar un modo de sujetarla a él a través de la tormenta venidera. Estaba desesperado por atarla irrevocablemente a él. Quería que ese orgasmo fuera el mejor que ella hubiera tenido jamás, quería que ella asociara todo ese éxtasis abrumador solamente con él. No podía perderla otra vez. No sobreviviría y los días venideros probarían la fuerza de lo que tenían juntos.
Fue implacable, conduciéndose más y más profundo, aún cuando sentía que el cuerpo de ella le agarraba como tenazas. Siguió entrando en ella una y otra vez, enterrándose en el paraíso, mientras unos relámpagos restallaban sobre su piel y los cohetes estallaban en su cráneo. La vagina pulsó entorno a él y los músculos le sujetaron.
– No, cariño. No te muevas. -Su voz fue más un siseo que una orden verdadera. Estaba seguro de que estaba loco de puro placer.
El cuerpo de ella se fundió alrededor del suyo, el infierno se volvió imposiblemente más caliente mientras se hundía una y otra vez, hasta que sintió cada terminación nerviosa que tenía centrada en su miembro. Ella se tensó. Abrió los ojos de par en par. Había una insinuación de temor mezclado con anticipación. Los ojos se le volvieron opacos y clavó las uñas en los hombros.
– ¿Conner? -Su voz era suave. Inestable.
Él la adoraba así, mirándole con esa mezcla ardiente de inocente y sirena. Su cuerpo cabalgaba el suyo, un líquido caliente le bañaba con cada empuje de su cuerpo. Sentía como el cuerpo de ella se preparaba, dando vueltas en espiral, el apretar erótico causaba una exquisita fricción que aumentaba.
– Cerca, nena, aguanta.
Ella sacudió la cabeza frenéticamente mientras su cuerpo se tensaba más, la tensión seguía creciendo hasta que ella temió que no podría soportarla. No parecía haber liberación de este terrible calor que crecía. El miembro se estrellaba contra ella, se introducía más profundamente, levantándola, más y más alto hasta que casi sollozó, mitad asustada, mitad en el frenesí erótico.
– Eso es, cariño. Déjate ir. Vuela para mí. En este momento. Conmigo -ordenó y deliberadamente bajó la cabeza y le mordió suavemente, la suave unión entre la garganta y el hombro. No era donde su gato prefería, pero era lo que a su gata le gustaba y él sabía que ella obedecería subconscientemente, liberando su cuerpo para experimentar una serie agotadora de orgasmos.
Él sintió que el cuerpo de ella le apretaba, la funda de terciopelo sufrió espasmos, onduló y luego le agarró y ordeñó. Echó la cabeza atrás y rugió su propia liberación. Alrededor de ellos los insectos y las ranas cesaron su coro nocturno, el sonido de las voces se elevó en la lujuria y el amor, mezclándose juntos para formar una armonía profunda.
Él enterró la cara en el cuello y la sostuvo en los brazos, absorbiendo su forma, el milagro de ella. Había pasado tanto desde que la había sostenido, amado, tomado todo lo que ella era y entregado todo lo suyo.
– Te he echado de menos. -Era una declaración ridícula. «Echar de menos» no comenzaba a cubrir en absoluto cómo se sentía. Había estado solo sin importar dónde estuviera, cuántos le rodearan. Apenas podía respirar sin ella. Pero sería aún más tonto decirlo.
Trazó un reguero de besos por la garganta vulnerable, todo el tiempo escuchando el latido de su corazón, ese ritmo veloz tan satisfactorio para él. Ella era suave y maleable en sus brazos, el cuerpo fundido con el suyo. Unidos como estaban, él podía sentir cada réplica y el continuo agarre y liberación de los músculos de ella alrededor de su miembro. Esperó hasta que los estremecimientos se hubieran calmado y el aliento estuviera casi bajo control antes de alejarse suavemente del calor que le rodeaba y dejó que sus piernas cayeran al suelo.
Isabeau osciló en sus bazos y enterró la cara contra el pecho.
– No se suponía que fuera a ser así. Me pierdo en ti.
– Eso nos pasa a ambos -cuchicheó él, los dientes tironeando del lóbulo de la oreja. Adoraba el aspecto de ella después del sexo, el brillo leve de la piel, su cuerpo saciado y débil, la mirada vidriosa en los ojos. Tenía la boca hinchada por sus besos y su cuerpo estaba ruborizado y marcado por el suyo. Inclinó la cabeza a la marca entre el hombro y el cuello y presionó besos hasta que la sintió temblar-. Debemos irnos. Estamos cerca de nuestro destino, Isabeau. Un lugar seguro para pasar la noche.
Ella levantó la cabeza y parpadeó.
– Puedo oír el sonido del agua.
– Vamos a una cascada que conozco. Debemos terminar allí, cariño -incitó.
Isabeau le sonrió cuando se puso de rodillas, usando su fuerte cuerpo para sostenerse. Las yemas de los dedos trazaron el estómago plano y duro, los músculos rígidos y definidos, y entonces se deslizaron alrededor de las nalgas, masajeando mientras le atraía. Ella parecía intensamente hermosa, el pelo desaliñado, derramándose alrededor de la cara angelical, las pestañas velaban sus ojos y las manos subieron por sus muslos. Mirarla con la niebla alzándose en torno a ella, acariciando sus senos y cintura estrecha, le hizo ponerse medio duro de nuevo.
La boca era cálida y húmeda, un baño caliente de intenso amor, la lengua suave como el terciopelo de un gato cuando lamió y chupó suavemente, limpiando sus olores combinados, poniendo atención especial a la cara inferior de la cabeza ancha y acunando la base del pene y por último la bolsa. Ella siempre se tomaba su tiempo, sin importar la situación, sin importar dónde estuvieran. Siempre le desgarraba con el modo en que le hacía sentir tan amado como si esta pequeña tarea fuera lo más importante que podía hacer y adorara y disfrutara hacerla para él.
Y eso siempre le hacía ponerse tan duro como una piedra, de nuevo. Muy suavemente la puso de pie, manteniéndola cautiva con la mirada. Como ella le mantuvo a él. No con su cuerpo ni la boca de fantasía. Ni con sexo alucinante. Con esto, momentos como éste. Tomó su boca, deleitándose en el sabor de ellos dos, esa mezcla explosiva de pecado, sexo, amor y lujuria. Ella le hacía suavizarse por dentro y él sabía que la quería en su vida para siempre.
– Acabamos de empezar, Isabeau -advirtió, los ojos volviéndose dorados y oscuros, su lujuria apenas saciada-. Voy a mantenerte despierta toda la noche.
Читать дальше