Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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Tragó con fuerza y tropezó un poco. Él le había dicho que no seduciría a Imelda Cortez. Iban a intentarlo de otra manera, quizás utilizando a uno de los otros, pero esa mirada en su cara… había decidido usar cualquier medio posible y no le daría esa tarea a otro, no cuando se trataba de su propio hermano. No cuando creía que era lo que su madre esperaría de él. Conner iba a hacer exactamente lo que ella le había pedido, seducir a Imelda Cortez.

El corazón se le apretó con tanta fuerza que sintió como si tuviera un torno apretándoselo. El dolor fue insoportable, hasta tal punto que se llevó ambas manos al pecho y se apretó con fuerza, cayendo sobre una rodilla al borde de los árboles. La bilis se le subió al estómago y se le revolvió el estomago, amenazando con estallar junto con su protesta. La garganta se sentía en carne viva, los ojos le ardían.

¿Qué podía hacer? ¿Qué haría? Quería chillar una negación, correr a su lado y arañarle con las garras de la gata por destrozarle el corazón de nuevo. Se había permitido enamorarse de él otra vez. No, eso no era verdad. Ella siempre le había amado. Había deseado que viniera a ella en busca de perdón. Le quería de rodillas rogándole y al final le perdonaría y vivirían felices para siempre.

Se suponía que él la amaba tanto que nunca pensaría en tocar a otra mujer. Cuando le dijo que no trataría de seducir a Imelda Cortez, ella había estado secretamente encantada. Había deseado esa reacción. Necesitaba que él la persiguiera, que la cortejara, que le demostrara que ella era su amor, su único amor. La gata había complicando las cosas. Ahora no sabía si era la gata la que él deseaba o a ella.

– ¿Isabeau? -Conner estuvo a su lado, le deslizó el brazo en torno a la cintura, con sombras en los ojos. Su mirada se movió sobre ella centímetro a centímetro, tratando de encontrar la razón del dolor-. ¿Qué es? Déjame ver. -Las manos fueron a su camisa como si él fuera a levantarla para examinarle el pecho en busca de signos de heridas.

Ella le empujó las manos abajo y le rodeó el cuello con los brazos, cerrando los dedos detrás del cuello. Amaba a este hombre con todo su ser. La conducta juvenil tenía que acabar, ahora, antes de que fuera demasiado tarde y le perdiera para siempre. Había estado viviendo en un mundo de fantasía, no en la realidad. Sí, él la había seducido por todas las razones equivocadas, pero ellos habían estado bien. Estaban bien. Si él sentía por ella la mitad de lo que ella sentía por él, no podría haberse detenido más de lo que ella podía ahora.

– ¿Qué es, Sestrilla ? -cuchicheó contra la oreja, sosteniéndola cerca de él como ella sabía que haría.

Ella podía sentir el cuidado en su toque. La fuerza, la suavidad. Esa palabra suave con que él la llamaba, extraña, pero tan adorable la manera en que rodaba por su lengua.

– Dime que significa. -Colocó la cabeza contra el corazón, escuchando el latido estable y tranquilizador-. Necesito saber lo que significa.

– Isabeau. -Oyó el sonido de dolor. El sonido de un corazón rompiéndose.

– Dime, Conner. -Se negó a permitirle irse, aún cuando las manos muy suavemente trataban de apartarla. Ella reforzó su agarre y apretó su cuerpo con fuerza contra el de él-. Necesito saberlo.

– Es una antigua palabra de nuestro mundo y significa «amada».

El corazón de Isabeau dio un salto, se asentó y todo en ella se aclaró limpiamente. El siempre la había llamado Sestrilla , mucho tiempo antes de la primera vez que durmió con ella.

– Eres mi amado también.

Ella sintió el aliento que él tomó. Jadeante. Duro. Hondo. El descansó la frente contra la de ella, las largas pestañas velaron su expresión, pero ella podía ver las líneas profundas grabadas en su cara. Había tanta pena, tanto dolor, como si un gran peso estuviera sobre sus hombros, como si él ya hubiera perdido todo lo que le importaba.

– No lo comprendes, Isabeau -dijo suavemente.

Sentía su voz dentro de ella, envolviéndose alrededor del corazón, deslizándose profundamente en las venas donde el calor se apresuraba y su propio corazón latía al ritmo de esa voz hipnótica y ronca.

– ¿Qué no comprendo, Conner? -preguntó, su voz suave, cariñosa.

Él gimió y empujó su frente con la suya.

– No. No, cariño. No puedo perderte de nuevo y seguir viviendo. Déjame creer que fue demasiado tarde para nosotros todo el tiempo. Que se acabó y que no había ninguna oportunidad para nosotros.

– Te traje aquí con engaños, Conner. No soy tan inocente en todo esto. Necesitaba verte. No sabía que Adán te conocería por el dibujo, pero una vez que me di cuenta de que podía encontrar un modo de alcanzarte, todas y cada una de las fibras de mi ser quisieron verte otra vez. Lo hice suceder. Y muy en el fondo, donde no podía mirar, supe cómo te sentirías sobre lo de seducir a otra mujer. Quise…

– No. -Él le puso el dedo sobre los labios-. No lo digas. No tienes que decirlo.

Ella presionó los labios sobre los dedos. Los acarició con la lengua.

– Sí tengo que hacerlo. Quería castigarte. Quería herirte. Me avergüenzo de eso.

– Maldita sea, Isabeau, ¿crees que esto lo hace más fácil?

– Lo haría si me permitieras decirlo -ella casi gruñó. Su gata saltó realmente bajo la piel y la oyó vibrar en la garganta.

Captó la débil sonrisa de Conner. No alcanzó sus ojos, pero a él siempre le había gustado su pequeño estallido de genio. Ella entrecerró los ojos.

– Lo digo en serio. Tengo algo importante que decir y tú podrías escuchar antes de discutir.

– Sí, señora. -La besó.

Debería haber estado preparada para ello. La mano de Conner se había movido para anclarse en el pelo mientras se envolvía mechones sedosos en el puño. La boca capturó la de ella y el corazón se le paró. Él sabía salvaje. Masculino. Suyo . Se movió más cerca de él, negándose a permitir que pusiera fin al beso, tomando el control, deslizando la lengua entre los labios, excitando y seduciendo. Tentando. Frotó su cuerpo sobre el de él. Seduciendo.

Por un breve momento sintió que la resistencia de Conner corriendo como un alambre de acero que vibraba por los músculos y entonces, bruscamente, él capituló completamente, los brazos se apretaron en torno a ella, la boca se volvió exigente, alimentándose de ella, la lengua barrió por dentro, la fundió con su calor. El fuego estalló instantáneamente, las lenguas de llamas se apresuraron hasta que ella ardió por él, hasta que él ardió por ella.

La satisfacción dio más confianza a Isabeau. Le mordió el labio inferior, deslizó las manos bajo la camisa para encontrar la piel desnuda. Curvó una pierna alrededor del muslo mientras se apretaba más cerca, ofreciéndole todo. Decidida a tenerlo todo. No iba a dejarle ir, ciertamente no a la culpa. Las manos se movieron por la piel desnuda, sintiendo la textura de él mientras la boca absorbía su sabor extraordinario.

– Vamos, vosotros dos, nos estáis matando -dijo Rio-. Tenemos una ruta de escape que localizar y te necesitamos para eso.

Conner levantó la cabeza de mala gana.

– Estaré allí -gritó él por encima del hombro, los ojos ardían sobre los de ella-. Sabes lo que tengo que hacer -dijo en voz baja-. ¿Cómo esperas que te mire a los ojos otra vez?

– Porque soy la única que te pide que lo hagas -susurró. Le puso los dedos sobre la boca antes de que pudiera formar una protesta-. Porque tu madre era mi amiga y su hijo es tu hermano. Porque tu familia es mi familia y haré lo que sea para mantenerlos a salvo y recuperarlos. Conozco al pequeño Mateo. Marisa lo trajo a mi campamento todo el tiempo. Ni siquiera me di cuenta de que no era madre natural más de lo que supe que era tu madre, pero vi el vínculo, Conner. Estamos juntos en esto, Conner. No me hagas menos que tú, ni hagas que tu sacrificio sea menor que el mío. Lo vales todo para mí. Sin embargo, hacemos lo que tenemos que hacer.

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