– Se está haciendo tarde, de modo que déjame facilitarte el asunto. Espera aquí y veré qué es lo que quiere.
Me dirigí al coche, golpeé la ventana trasera e hice una señal para que el chófer la bajara. En lugar de ello, Benicio abrió la puerta.
– Ven por el otro lado y entra, Paige.
– No, gracias. -Mantuve abierta la puerta y me quedé de pie en el hueco-. Déjeme adivinar. La clínica lo llamó cuando yo entré, y entonces usted hizo que uno de sus guardias de seguridad se quedara fuera y me siguiera cuando salí.
– Yo quería hablar…
– No he terminado. Lo que quiero señalar es que en el momento en que usted recibió esa llamada supo que Lucas no estaba conmigo, y él ya le había dicho que no le agradaba la manera en que usted me había abordado en Portland. De modo que ahora, precisamente cuando con toda probabilidad él se encuentra más disgustado que nunca con usted, decide sin embargo que es un buen momento para seguirme hasta un aparcamiento vacío, arrinconarme y obligarme a hablar con usted.
– Me agradaría hablar…
– ¿Es que estoy hablando sola? ¿Ha oído lo que le acabo de decir? No, olvídelo. Continúe, siga hablando, y entonces Lucas se enterará, y usted podrá ahorrarse un sitio en la mesa para la cena de Navidad durante los próximos veinte años. -Traté de dejarlo en ese punto, pero no pude evitar añadir-: ¿Sabe usted lo disgustado que está Lucas en este momento?
– El hecho de que mis llamadas telefónicas estén bloqueadas me da una buena idea. Quiero explícaselo, pero no puedo hacerlo si él no quiere hablar conmigo. Por eso confiaba en poder hablar contigo.
Negué con la cabeza.
– No seré su emisaria.
– No es eso lo que quiero. Lo que pretendo decir es que te considero compañera de Lucas tanto en su vida como en esta investigación, y como tal me dirijo a ti. Eres una mujer joven e inteligente…
– No -contesté-. No me insulte y no juegue conmigo. ¿Tiene algo que decir? Muy bien. Pero nos lo dirá a los dos. Me seguirá hasta el hotel y lo llevaré a donde está Lucas. Le diré que usted se encontró con nosotros fuera de la clínica y, viendo que él no estaba conmigo, me pidió si podía hablar con los dos en el hotel.
– Gracias.
– No lo hago por usted.
En lugar de que Benicio nos siguiera, decidí ir con él y que Jaime nos siguiera en su coche alquilado. Tenía preguntas que hacerle, no acerca de por qué había traicionado a Lucas, sino sobre la investigación. Cuando Lucas viera a su padre estaría demasiado alterado como para preguntarle sobre el caso, de modo que yo lo haría por él.
Benicio confirmó que las camarillas habían reiniciado su investigación. Tras la muerte de Joey Nast, habían modificado sus tácticas. No contentas ya con seguir las pistas, habían detenido a los sospechosos habituales -cualquiera que tuviese algún resentimiento con las camarillas- y estaban tratando de «extraer» información.
– ¿Extraer? -dije, empalideciendo-. Usted quiere decir torturar.
Benicio hizo una pausa.
– Las camarillas, efectivamente, emplean técnicas intensivas de interrogatorio. Yo no usaría la palabra tortura…, pero debes entender, Paige, la presión bajo la que actúan las camarillas. No sólo la presión, sino el miedo, los sentimientos de impotencia. ¿Creo yo que ésta es la mejor manera de proceder? No. Pero me sería muy difícil encontrar miembros de mi junta directiva que estuvieran de acuerdo conmigo. Los Nast están a cargo de la investigación, ahora.
– Por Joey.
– Correcto. -Miró durante un momento a través de la ventanilla y luego se volvió hacia mí-. Hasta el mes pasado, la oficina de Nueva York de los Nast estaba en el World Trade Center.
– ¿Perdieron…?
– A veintisiete personas de una plantilla de treinta y cinco. Las camarillas… estamos por encima de esas cosas. Podemos matarnos entre nosotros, pero, como sobrenaturales, tenemos poco que temer del mundo externo. Si nos atacan, contamos con los recursos necesarios para devolver el golpe. Pero lo que ocurrió el mes pasado… Sacudió la cabeza. Para una cosa así no hay venganza, y los Nast no admiten verse reducidos a la condición de víctimas una vez más. -Me miró-. No tienes que preocuparte por nuestra parte en la investigación, Paige, porque no puedes evitarla.
– Puedo si encuentro al asesino.
Me miró, y después asintió con la cabeza.
* * *
No mentí a Lucas. Como me recuerda a menudo, soy un desastre para eso. Lo mejor que pude hacer fue omitir detalles inconvenientes sobre mi encuentro con Benicio, y presentar la historia de modo tal que sacara la conclusión de que su padre esperaba que Lucas y yo estuviésemos juntos. ¿Quedó convencido? Probablemente no, pero dado que yo estaba obviamente esforzándome por facilitar las paces, Lucas decidió no estorbar las negociaciones expresando una nueva queja por la ofensa.
Una vez que me aseguré la aprobación de Lucas, hablé por teléfono con Benicio, que estaba en recepción, y lo invité a subir. Dado que se trataba de negocios de familia, le sugerí a Jaime que fuese con Troy y Morris al restaurante del hotel a tomar un café. Troy aceptó, pero Morris decidió esperar en el vestíbulo.
Menos de un minuto después de que yo colgara, Benicio llamó a la puerta. Lucas abrió. Antes de que Benicio pudiese saludar siquiera, Lucas lo cortó.
– Habiendo reanudado la investigación, Paige y yo estamos resueltos a utilizar todos los recursos disponibles. Si estás de acuerdo en comunicarte con nosotros solamente con el propósito de compartir nuestros hallazgos, aceptaré tus llamadas. Confío en que cualquier filtración relacionada con el asalto a la casa de Weber haya sido reparada.
– Tienes mi palabra…
– En este momento, aunque me lo jurases con sangre puede que no te creyera. Tal vez, en cambio, quieras oír tú lo que tengo que decirte. Si me vuelves a mentir y otra persona muere por ese motivo, habremos terminado.
– Lucas, quiero explicarte…
– Sí, ya lo sé, y eso me lleva a mi siguiente demanda. No quiero oír tu explicación. Sé perfectamente lo que ocurrió. Tomaste una decisión ejecutiva. Según tu criterio, Weber era obviamente culpable y yo estaba cuestionándolo sólo porque está en mi naturaleza cuestionar. Por consiguiente, ante la elección de tolerar los caprichos quijotescos de tu hijo y evitar que la Camarilla quedase malparada, elegiste a la Camarilla.
Hizo un alto. Benicio abrió la boca, pero no dijo nada.
Lucas continuó.
– Quisiera disponer de copias de los informes sobre los escenarios del crimen de Matthew Tucker y Joey Nast.
– Sí, claro. Te las haré enviar por mensajero inmediatamente.
– Gracias. -Lucas caminó hasta la puerta y la abrió-. Buenos días.
* * *
– ¿Estás enfadado conmigo? -pregunté después de que Benicio se hubo marchado.
Parpadeó, manifestando su sorpresa como respuesta a mi pregunta.
– ¿Por qué iba a estarlo?
– Por haber traído aquí a tu padre.
Lucas negó con la cabeza y me rodeó la cintura con sus brazos.
– Necesitaba hacerme con esos archivos del caso, pero me temo que he estado evitando llamarlo.
– ¿Y cómo te sientes? -pregunté.
– ¿Aparte de sentirme como un idiota? Tras veinticinco años de experiencia, me considero un juez razonablemente bueno de la capacidad de engaño de mi padre, y sin embargo nunca sospeché, ni por un momento, que no estaba haciendo las gestiones necesarias para conseguirnos una audiencia con Weber. No puedo creer que fuera tan estúpido.
– Bueno, yo no lo conozco tan bien tú, pero tampoco dudé nunca de sus intenciones. Él sabía que estabas furioso por el asalto, de modo que, naturalmente, quiere volver a hacer buenas migas ayudándote con el asunto de Weber. Para mí tenía sentido.
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