– ¿Y a quién? Malditos parásitos. -Jaime se puso de puntillas para colocar de nuevo el libro en su sitio. En el mismo momento en que lo soltó, el libro saltó hacia fuera y cayó al suelo.
– Da la impresión de que está buscando compañía -dije riendo-. Parece que allí arriba se está llenando de polvo.
Una vez más Jaime puso el libro en su lugar. Esta vez, antes de que llegara a soltarlo, el libro le golpeó la palma de la mano, lo suficientemente fuerte como para que pegara un grito, y el libro cayó al suelo.
– A lo mejor hay una trampa ahí arriba -dije-. Dámelo, le voy a buscar otro lugar.
Cuando me agaché a por el libro, éste se alejó de mí. Jaime me agarró del brazo.
– Vámonos -dijo.
Un libro salió volando del estante y le dio en el costado. Otro libro hizo lo mismo desde un estante más bajo, y luego otro y otro, cayendo como granizo encima de Jaime. Ésta se dobló por la mitad, cubriéndose la cabeza con los brazos.
– ¡Dejadme en paz! -exclamó-. Malditos sean…
La agarré del brazo y traté de apartarla de la granizada de libros. Mientras nos alejábamos, miré las novelas que estaban diseminadas en el pasillo. Todas eran ejemplares de El misterio de Salem's Lot.
En cuanto nos apartamos de la sección de Stephen King, los libros dejaron de volar. Rápidamente marqué el número de Lucas y le pedí que se reuniera con nosotras en la puerta.
– ¿Un espíritu? -le susurré a Jaime mientras cortaba.
Dijo que sí con la cabeza, mientras movía los ojos de un lado a otro, como si fuera a esconderse en cualquier momento.
– Creo que ya se ha acabado -murmuré-. Pero será mejor que nos larguemos, antes de que alguien se dé cuenta del embrollo. Nuevamente, Jaime sólo dijo que sí con la cabeza. Di la vuelta en una esquina y vi que el pasillo no me resultaba familiar.
– Clásicos -dije-. Nos hemos metido mal. Volvamos…
Un libro salió disparado de un estante y le dio a Jaime en la oreja. Volaron otros más, golpeándola desde todos los ángulos. La ayudé a salir del pasillo, recibiendo algunos librazos yo también; todos golpeaban con más fuerza de la que cabría imaginar, tratándose de simples libros de bolsillo. Uno me dio en la rodilla. Fui a parar al suelo, y el libro también. La Ilíada… ., todos los libros que volaban desde esos estantes tenían el mismo título.
Me levanté y seguí tirando de Jaime hacia delante hasta que llegamos a la puerta de la calle. Lucas advirtió mi expresión y se apresuró a venir a nuestro encuentro.
– ¿Qué ha sucedido? -murmuró.
Le dije con un gesto que se lo diríamos fuera.
* * *
Mientras íbamos hacia el coche, le conté a Lucas lo que había ocurrido. Jaime seguía en silencio. Extrañamente silenciosa, sin participar siquiera con un «aja».
– Parece que hay un espíritu en la librería -dije-. He oído que pasan cosas así. Un nigromante está sentado en un bar, tomando una copa, ocupándose de sus asuntos, y de repente un espíritu se da cuenta de que hay un nigromante en el lugar y se vuelve loco tratando de establecer contacto. Como el superviviente de un naufragio que ve a lo lejos un buque de salvamento.
Jaime asintió con la cabeza, pero mantuvo la mirada en el frente, y caminaba con tanta rapidez que apenas podía seguirle el paso.
– Sí que pasa, sí -dijo Lucas-. Pero sospecho que no es eso lo que ha sucedido aquí -dijo, lanzando una significativa mirada a Jaime-, ¿verdad?
Jaime se mordió el labio inferior y siguió caminando. Lucas me agarró del brazo, indicándome que acortara el paso. Cuando Jaime estuvo a unos cinco o seis metros por delante, miró por encima del hombro, advirtió que no estábamos con ella y se dio la vuelta para esperarnos.
Durante un minuto no hicimos otra cosa que estar parados los tres mirándonos. Luego, Lucas se aclaró la garganta.
– Tienes un problema -le dijo a Jaime-. Supongo que has venido a nosotros para que te ayudemos con ese problema. Pero no vamos a sonsacártelo.
– Tenéis cosas más importantes que hacer. Lo sé. Pero creo que… podría estar relacionado.
– Y yo supongo que vas a explicarnos qué es lo que está relacionado en cuanto volvamos al hotel.
Jaime afirmó con un movimiento de cabeza.
La puerta de nuestra habitación en el hotel se estaba cerrando todavía a nuestras espaldas cuando Jaime empezó a hablar.
– Tengo un fantasma -dijo-. Y es un fantasma extraño. Iba a decíroslo, pero sé que estáis ocupados y además no estaba segura de lo que ocurría, y sigo sin estarlo. -Se apoyó en el brazo del sillón y continuó hablando-. Todo empezó el miércoles por la tarde, antes de mi función en Orlando. En un principio, imaginé que sería Dana, que sabía que estaba muerta y quería vengarse porque yo le había mentido. -Jaime se retorció los rizos-. No debería haberlo hecho…, aunque tampoco podía decirle que estaba muerta…, no era ése mi cometido. Pero me excedí dándole confianza. Me salió de manera automática, como si estuviera en uno de mis espectáculos.
Por un momento dejó de mirar a Lucas para clavarme los ojos. Como ninguno de nosotros decía nada, ella continuó.
– Eso es lo que hago en mis funciones, y lo digo por si no os habíais dado cuenta. Nadie quiere oír la verdad. Fanny Mae quiere establecer contacto con su amado, y el tipo está junto a mí gritando: «¿Que estás preocupada por mí? ¡Maldita puta, no lo estabas cuando saltaste a la cama con mi hermano apenas una hora después de mi funeral!». ¿Vosotros creéis que puedo a decirle eso a ella? Le cuento lo mismo que a todos los demás. Te echa de menos, pero es feliz y está en un lugar agradable. Y una piensa que, después de dar el mismo maldito mensaje mil veces, se van a dar cuenta, pero no es así. Diles lo que quieren oír y nunca se quejarán.
Inhaló y se dejó caer en el asiento.
– Cuando el espectro hizo su aparición, me figuré que era Dana, y por eso volví aquí a hablar con ella. Pero ella se había ido, y el que me persigue no, de modo que obviamente no es ella.
– ¿No puedes entrar en contacto con él? -le pregunté.
Jaime sacudió la cabeza.
– Eso es lo extraño. No puedo entrar en contacto. No sólo eso, sino que se está comportando…, bueno, no está siguiendo el protocolo de la relación entre espíritu y nigromante. -Me miró-. ¿Sabes cómo funciona esto? ¿Cómo se pone en contacto un espíritu con un nigromante?
– Vagamente -dije-. La mayoría de los nigromantes que conozco no hablan de eso.
– Muy propio. Se comportan como si fuese un gran secreto. Según lo concibo yo, mis amigos, los sobrenaturales, por lo menos, deberían saber cómo funciona. Si no, cuando me vean hablando sola y mirando paredes vacías, van a pensar que he perdido la razón. Hay dos maneras principales en que un espíritu se hace presente. Si conoce los procedimientos adecuados, puede manifestarse, y entonces tengo visión y sonido. Si no conoce los procedimientos entonces sólo cuento con el oído, con las consabidas voces-en-la-cabeza. Cualquier espíritu debería poder hacer esto último. Pero éste no puede.
– ¿De modo que en cambio tira cosas?
– Lo hace ahora. Hasta hoy, no había hecho otra cosa que andar a mi alrededor, como cazador al acecho. Sé que está ahí. Lo percibo todo el tiempo, como si alguien estuviese mirando por encima de mi hombro, y -levantó una mano para mostrar el temblor de sus dedos- me está poniendo nerviosa. ¿Acaso le va a dar por comportarse como un duende? Y eso es lo que…, bueno, que estoy asustada, y lo reconozco.
– La actividad de los duendes es escasa en la actualidad, ¿no? -pregunté.
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