Kelley Armstrong - Algo más que magia

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Brujas, hechiceros, vampiros… Descendientes de una antigua raza que lucha por su supervivencia en un mundo hostil.
Cuando a Paige Winterbourne la obligan a renunciar a su cargo de Líder del Aquelarre Norteamericano de Brujas, lo único que quiere hacer es alejarse del mundanal ruido durante una buena temporada y pensar en la posibilidad de formar un aquelarre alternativo con sus seguidoras. Pero, claro está, el destino tiene otros planes para ella.
Un psicópata con poderes sobrehumanos e imparables deseos de venganza anda suelto. Al enterarse de que las víctimas del despiadado asesino son adolescentes, Paige decide involucrarse en la investigación junto con Lucas Cortez, el más joven de la súper poderosa Camarilla Cortez.
Deseosa de proteger a aquellos que ama, Paige se introduce en un mundo de arrogantes hechiceros, nigromantes borrachuzos, dioses druidas con mal genio y turbadores vampiros enfundados en cuero que gustan de celebrar espeluznantes orgías de sangre.

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Asentí con un movimiento de cabeza.

– Entonces pidió los archivos de empleados de las camarillas Cortez, Nast y St. Cloud.

– No, quería las listas de las cuatro camarillas. Las correspondientes a los Cortez y los Nast, Everett podía obtenerlas fácilmente, puesto que había trabajado para ambas. Conocía a un empleado del Departamento de Informática de la Camarilla St. Cloud, de modo que también podía obtener esos archivos. Pero no tenía idea de cómo llegar a los de la Camarilla Boyd. El tipo no se preocupó. Dijo que las otras tres le bastarían; ya se ocuparía de los Boyd.

– Everett obtiene las tres listas, y entonces…

– Entonces quiere que Everett extraiga información sobre los hijos de los empleados. Y ése es el momento en que Everett supo que el tipo no estaba reclutando a nadie.

– No me digas -murmuró Jaime.

– No estoy defendiendo a Everett. Lo estropeó todo. Pero no es ni santo ni héroe. Le pudo la codicia, se asustó, y, entre una cosa y otra, se convenció de que podía haber alguna razón inocente por la cual el tipo pudiera querer la lista de los hijos de las camarillas que se habían ido de casa. Cuando esos chicos comenzaron a morir, ambos supimos que estaba en peligro. Si no lo cazaban las camarillas, lo haría el asesino, para eliminar los cabos sueltos. Cuando vi que iban tras Everett, le dije que se fuera con vosotros sin resistirse, porque conocía vuestra reputación y me imaginaba que buscaríais la verdad.

– Lo lamento -murmuré.

– Bueno, no se pudo evitar. Una vez que las camarillas tuvieron un sospechoso, no iban a permitir que nada tan inconveniente como la verdad se cruzara en su camino. Yo tendría que haberlo previsto.

– ¿Cómo le hizo llegar las listas a ese tipo? -pregunté.

– De una manera muy folletinesca. El individuo no es nada estúpido. Se comunicó por teléfono, no le proporcionó ningún modo de ponerse en contacto con él, le dijo a Everett dónde dejar las listas impresas. Cuando Everett dejó las listas, allí había dinero en efectivo esperándolo.

– De modo que había dos listas -dije-. Una de los chicos escapados de las camarillas, los objetivos fáciles. Y luego otra de los hijos de los guardaespaldas personales, para probar que si podían acercarse a los guardaespaldas, podía llegar igualmente a los mismísimos CEOs. De allí saltó derecho a las familias…

– No, había una tercera lista. Everett la hizo por separado. Después de que el individuo descubriese que había sólo dos nombres en la segunda lista, quiso saber los de los hijos de los empleados personales de los CEOs.

– Es probable que su intención original fuera la de quedarse con la tercera lista -dijo Lucas-. Pero la reunión de las familias de las camarillas para el juicio le proporcionó la oportunidad perfecta para trepar más rápido.

– Y ahora que ha golpeado en lo más alto, allí es donde va a quedarse -dijo Esus-. Volver al asesinato de los hijos de simples empleados le supondría admitir que pretendió abarcar más de lo que podía. De aquí en adelante, será la familia de un CEO o nada. Más vale que se guarde las espaldas, señor.

– Dudo que vaya a por un adulto, mientras tenga un buen número de víctimas adolescentes donde elegir. Por alguna razón se está dirigiendo a los chicos, y no sólo porque sean los blancos más fáciles.

– Quiere hacer daño -nos dijo Esus-. Tu hombre está resentido por algo que le hicieron las camarillas, y ahora quiere que paguen por ello.

Lucas hizo a Esus unas cuantas preguntas sobre las fechas y las horas de las llamadas telefónicas, etcétera, le dimos después su cuarto litro final y nos despedimos.

Emisaria

Si Esus no hubiese insistido en que la sangre fuera de Lucas, yo habría dado con gusto el segundo cuarto litro, por razones tanto personales como prácticas. En el aspecto práctico, no teníamos ni alimentos ni bebidas que pudiesen subir el nivel de azúcar en la sangre de Lucas después de la «donación», y era él quien tenía que conducir el bote de vuelta al embarcadero. Si bien yo no podía conducir un bote, podía manejar el automóvil, e insistí en hacerlo desde el muelle hasta los límites de Miami, donde Jaime se quitó la venda de los ojos y me sustituyó. Logramos mantenernos despiertos hasta aproximadamente dos segundos después de haber caído redondos en la cama, poco más tarde de las cuatro de la madrugada.

* * *

Dado que se había hecho tan tarde para cuando volvimos al hotel, Jaime durmió en el sofá de nuestra suite. Cuando a la mañana siguiente, ya tarde, me desperté, encontré una nota que me había dejado Lucas. Tenía la esperanza de encontrar pruebas tangibles que vincularan a Weber con el asesino, ya fuese en sus registros telefónicos o en sus efectos personales, estos últimos disponibles en Miami, adonde habían sido trasladados para las investigaciones anteriores al juicio.

Además de la nota, Lucas había dejado un vaso de agua, dos calmantes y los ingredientes necesarios para confeccionar un nuevo emplasto para la herida de mi estómago. Aunque me costara admitirlo, lo necesitaba…, ya que de otro modo no creo que hubiera estado en condiciones de levantarme de la cama esa mañana. Aun así, tuve que quedarme recostada durante veinte minutos, esperando que las píldoras y el hechizo terciario de curación hicieran su efecto. Cuando pude moverme, me di una ducha, me vestí y me dirigí a la sala de nuestra suite, esperando que Jaime estuviese todavía dormida. Pero no, estaba leyendo una revista, recostada en el sofá.

– Estupendo, ya estás levantada -dijo-. Vamos a comer algo.

– ¿Proveerse de combustible antes de emprender el camino? Buena idea.

– Hummm, sí. -Cogió su cepillo, se inclinó hacia delante y comenzó a pasárselo a contrapelo-. ¿Te gusta la comida cubana?

– No estoy segura de haberla probado.

– No puedes irte de Miami sin probarla. He visto que hay un bonito chiringuito cerca de la clínica.

– ¿La clínica?

– Sí, la clínica donde está Dana.

Jaime continuó cepillándose el cabello desde las raíces, con lo cual se cubría la cara y cualquier expresión que se le reflejara en los ojos. Comenzó a ocuparse de un enredo inexistente. Esperé. Le di diez segundos. A los cuatro segundos habló.

– Ah, ya que vamos a estar tan cerca, podemos hacer un alto y ver cómo le está yendo a Dana. Quizás podríamos tratar de tomar contacto con ella nuevamente.

Jaime se echó el pelo hacia atrás y se cepilló la parte de arriba, permitiéndose al mismo tiempo una rápida mirada para ver cómo reaccionaba yo. Me había preguntado por el motivo que la había llevado a reunirse nuevamente con nosotros. De algún modo dudaba yo que hubiese oído las noticias relativas a Weber y pensado: «Oh, tengo que volar a Miami para echar una mano». La noche anterior había mencionado que deseaba tomar contacto con Dana, y ahora me daba cuenta de que ése era probablemente el verdadero motivo por el que había regresado, porque se sentía culpable de haberle dicho a Dana cosas inexactas y quería hablar con ella una vez más. Eso no serviría ya de ninguna ayuda en el caso, pero sí podía ayudar a que el alma de Dana descansara en paz, y también a que Jaime se quedase tranquila. Bueno, era poco lo que yo podía hacer allí hasta que volviese Lucas. De modo que hice mi llamada de las once en punto a Elena, y me fui con Jaime.

* * *

– Ya no está -dijo Jaime, echando su amuleto junto a la forma inmóvil de Dana-. Maldito adiestramiento de orientación.

– ¿Orientación? -pregunté.

– Así lo llamo yo. Otros nigromantes le dan nombres más fantasiosos. Para que todo suene muy místico, ya sabes. -Jaime se friccionó la parte de atrás del cuello-. Después de que un espíritu hace el cruce, tienes uno o dos días, a veces tres, para tomar contacto con él. Después, el Carruaje de Bienvenida de los espíritus se lo lleva y le muestra cómo funcionan las cosas. Durante ese período, el espíritu está en un vacío. Se cierra algún tipo de puerta psíquica y puedes gritar hasta desgañitarte si quieres, que no podrán oírte.

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