Christine Feehan - Fuego Salvaje

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Nacido en un mundo de monstruos retorcidos, Jake Bannaconni se ha formado y moldeado en la fría venganza. Afilado en los fuegos del infierno, él controla su mundo y las reglas con una mano de hierro. Tiene todo y cualquier cosa que el dinero puede comprar. Es despiadado, sin compasión y se considera un hombre al que dejar solo. Su legado oculto, el ser un cambiaformas, le hace doblemente peligroso en el mundo corporativo.
Emma Reynolds es una mujer que sabe cómo amar y amar bien. Cuándo sus dos mundos chocan, los planes de Jake para una completa absorción pueden venirse abajo.

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– ¿Te gusta infligir dolor, Jake? ¿Para sentir el poder? ¿Por la descarga de adrenalina?

La mirada de él se movió rápidamente a la de ella, la atrapó y sostuvo.

– Sí -quería que supiera la verdad sobre él, acerca del monstruo viviendo en él. No enterrado profundamente, sino cerca de la superficie. Tenía que saber. No había comenzado a pensar que alguna vez revelaría a alguien la fealdad dentro de él, pero ella se merecía la verdad. Le debía eso.

El aliento de Emma salió de sus pulmones en una ráfaga, como sí hubiera sido golpeada y no pudiera tomar aire. Él cogió sus manos otra vez, encerrándolas juntas, y ella tuvo que luchar para no alejarse. No podía apartar la mirada de los ojos de él, del rechazo en ellos. Había desnudado su alma y esperado el rechazo, tal vez hasta estaba medio esperándolo.

– ¿Has matado a alguien? ¿Has hecho algo como tus padres?

– Los enemigos -corrigió.

Ella respiró superficialmente. Era lo mejor que podía hacer.

– Los enemigos, entonces. ¿Has alguna vez dañado a otro ser humano?

– No como los enemigos lo hacen, pero maté a un hombre que quería asesinar a Drake. Sentí que no tenía elección. Todo pasó tan rápido y no hubo tiempo para pensar.

Emma estaba silenciosa, tratando de que su mente asumiera cómo la conversación había tomado un giro tan inesperado y espantoso, aunque no estaba cerca de lo espantada que debería estar.

– Emma -Jake esperó hasta que estuviera enfocada totalmente en él-. No tuve elección.

Estaba diciendo la verdad. Solamente por su esencia, ella sabía que lo estaba haciendo.

– ¿Alguna vez has sido cruel con los animales?

– No, claro que no. Nunca haría tal cosa, o jamás he querido hacerlo.

– ¿Qué hay de los niños? ¿Los has querido lastimar? -sostuvo el aliento, aterrada por su respuesta. Él nunca apartó la mirada, aunque debió dolerle que ella hubiera preguntado.

Jake sintió su estomago revolverse.

Nunca. Nunca, Emma. ¿Recuerdas cuando te dije que si alguna vez les pegaba a ellos o a ti, quería que me dejaras y se lo contaras a Drake? Lo decía en serio.

– ¿Qué hay de mí, Jake? ¿Has querido lastimarme?

Allí estaba. La pregunta que sabía iba a venir. La única que esperaba que no llegara. Mantuvo su mirada fija en la de ella. No pudo retirarla, incluso si hubiera querido. Tenía que juzgar la reacción a su respuesta. Tenía que ver el disgusto y el horror por sí mismo.

– Algunas veces -la voz de él apenas era un hilo susurrado audiblemente.

Ella no se estremeció. Tenía coraje, pero ya sabía eso de ella. Parpadeó hacia él, digiriendo su respuesta, sabiendo que decía la verdad. No lo miró como si fuera un monstruo, ni siquiera apartó sus manos de las suyas, pero la sintió temblar.

– ¿Por qué?

Le tomó cada onza de coraje que tenía mirarla a los ojos, para responderle, para dejarla ver dentro de él la oscura y fea verdad que le estaba exponiendo.

– Para probar tu lealtad hacia mí. Para saber que te quedarás sin importar qué, que me deseas lo suficiente para tomar cualquier cosa que te dé. En otras ocasiones ha sido a causa de otro hombre demasiado cerca de ti y necesito mostrarle que tú eres mía.

Otra vez estaba silenciosa, pero aún no había vuelto la mirada. Su mirada fija permanecía firme en la de él.

– Tú nunca me lastimarías -señaló ella.

– Eso no significa que no quiera hacerlo, Emma. Eso significa que yo elegí no ser como los enemigos. Es una elección consciente que hago todos los días. Elijo mis blancos en los negocios, personas que han herido a otros, y no arruino a aquellos más débiles que yo. O aquellos que son honestos. He decidido que si voy a ser un monstruo, al menos me voy a asegurar de que no me controle.

– No me someteré a ti, Jake. Nunca me someteré por ti.

– Sé eso.

– Puedo verte manipulándome en ocasiones y lo permito porque lo que sea que quieras no es nada del otro mundo para mí, pero si alguna vez lo fuera, si alguna vez yo quisiera algo, nada me detendría -se inclinó hacia él-. Piensa larga y detenidamente antes de decidir lastimarme, Jake. Si me golpeas me iré. Tengo mucho respeto por mí misma para soportar esa clase de mierda, sin importar cuánto te ame. Y te amo. Sé que lo hago, lo creas o no.

– Si alguna vez te golpeo, Emma, sabré que es tiempo de renunciar. No valdré mucho como un ser humano.

– Y nunca, bajo ninguna circunstancia, toleraré a otra mujer. Si decides herirme emocionalmente, debes saber que me iré si eliges eso como tú prueba de lo que haré o no por ti. Estoy tratando de ser tan honesta contigo como tú lo estas siendo conmigo.

Lo estaba matando. Destruyéndolo. Haciéndolo vulnerable por dentro, se sentía como un papel en el viento. Lo ponía del revés. Debería estar odiándolo, despreciando todo lo que él era, pero en cambio lo miraba con sus suaves ojos, el cálido corazón de ella en ellos, y lo amaba. Allí estaba. Esa mirada. La que él estaba esperando. Ella no hizo ninguna pretensión de esconderla. Se sentó, expuesta, sin miedo, valiente, dejándolo ver el interior. Y eso lo hacía débil y lo asustaba. No sólo miedo. Aterrorizado.

Soltó las manos de ella y se levantó, tirando la pesada silla hacia atrás, paseándose de un lado a otro como un animal enjaulado.

– ¿Qué demonios está mal contigo, Emma? Deberías estar saliendo de aquí corriendo y gritando. Te acabo de contar sobre mi línea sanguínea. Te he dicho que algunas veces quiero lastimarte, ponerte a prueba, y todavía estás sentada ahí, toda ojos abiertos como una virgen inocente, pensando que el amor lo conquista todo. Yo ni siquiera creo en el amor. Sabes eso, ¿verdad? Deberías estar huyendo, maldición. ¿De verdad piensas que serás capaz de vivir conmigo? Tu idea del amor…

– ¿Es adolescente? -levantó una ceja mientras lo citaba a él de vuelta-. ¿Por qué no sé sobre la clase de sexo que tú quieres? -No levantó ni un poco la voz.

Ella se levantó también, cruzando la pequeña distancia que él había puesto entre ellos. La cabeza de él estaba baja en modo de acecho, los ojos feroces y enfocados, aterradores en su intensidad. Ignoró la pared que intentaba construir y fue directamente a él, obviando las señales de peligro, levantando su rostro hacía él, el calor de ella rodeándolo, su esencia envolviéndolo deliberadamente. Mantuvo la voz baja, en un tono intimo, pero asegurándose de que articulaba cada palabra.

– Podré no saber sobre tu sexo adulto. Pero sé sobre amor, Jake y tú no sabes. Tú puedes enseñarme sobre sexo duro y pervertido, yo te enseñare sobre hacer el amor. Estar enamorado, amor real, de la clase que perdura. La clase por la que vale la pena pelear. La clase de amor donde yo te veo y tú me ves, nos podemos ver el uno al otro durante todo el camino, hasta el fondo de todo lo escondido, y saber que somos todo lo que se supone que somos. Lo bueno y lo malo, las fuerzas y las debilidades, todo lo que somos y conocemos. Y al final del día sabremos que somos en verdad amados.

Emma puso la palma en el pecho de él, sobre su corazón.

– No tengo miedo de ir adonde me lleves. Creo en ti. Y confío en ti con mi vida, pero más importante, con las vidas de nuestros niños. Estoy dispuesta a poner todo lo que soy en tus manos porque tanto así confío en ti. Confío que me pondrás primero, me protegerás y cuidarás con todo lo que eres. No tengo miedo de dónde vienes o del monstruo que tú crees que vive en ti. Has aprendido muchas cosas sobre la vida que son feas, pero eso tampoco me hace temer. ¿Por qué? Porque te conozco. Te veo. No te estás escondiendo de mí. He vivido contigo durante dos años y te conozco.

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