Christine Feehan - Fuego Salvaje

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Nacido en un mundo de monstruos retorcidos, Jake Bannaconni se ha formado y moldeado en la fría venganza. Afilado en los fuegos del infierno, él controla su mundo y las reglas con una mano de hierro. Tiene todo y cualquier cosa que el dinero puede comprar. Es despiadado, sin compasión y se considera un hombre al que dejar solo. Su legado oculto, el ser un cambiaformas, le hace doblemente peligroso en el mundo corporativo.
Emma Reynolds es una mujer que sabe cómo amar y amar bien. Cuándo sus dos mundos chocan, los planes de Jake para una completa absorción pueden venirse abajo.

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Ella miró atrás para ver a Greg Patterson de pie en la mesa, parecía como si hubiera sido atropellado por un camión.

Jake le dio un tirón cuando la atrapó mirando hacia atrás.

– ¿Por encontrar a mi mujer fuera con otro hombre, vestida de esa manera? ¿Por qué infiernos estaría yo enojado por eso? Confío en que no estuvieras esperando que él te diera un beso de buenas noches. -Hubo un audible chasquido de los dientes blancos de Jake.

– ¿Qué está mal contigo? -El genio de Emma comenzó a dispararse. Algo vivo le corría bajo la piel, creando una onda de calor que picaba mientras se esparcía por su cuerpo-. No soy tu mujer.

– Como el infierno, que lo eres. -Los dedos eran una banda de hierro alrededor del brazo mientras la sacaba al parking.

Jake localizó a sus dos guardaespaldas inmediatamente. Estaban repantigados contra el camión, esperando, tal y como sabía que estarían. Jake tendió la mano en busca de las llaves del Jeep, y le frunció el ceño a Emma cuando ella vaciló.

– Soy perfectamente capaz de conducir a casa -protestó ella.

– No -siseó-. Sólo dame las jodidas llaves.

Emma dejó caer las llaves en la mano. Jake se las tiró a Joshua.

– Oí que disfrutaste de la película.

– No aprecio que me siguieran. -Emma se sintió obligada a señalar.

– Mejor que lo aprecies -gruñó Jake-. Ellos son la única razón por la que no te he estrangulado. -La agarró por los hombros con manos firmes, dándole una ligera sacudida-. Nunca, jamás, dejarás el rancho sin un guardaespaldas. Jamás. ¿Tienes alguna idea de en qué clase de peligro te has puesto?

– Me niego a discutir contigo sobre ello -dijo Emma-. Hace frío aquí fuera. Y no voy a ir contigo, Jake. Devuélveme las llaves, Joshua.

– ¿Realmente quieres montar una escena aquí en el parking, Emma? Porque puedo tirar tu trasero sobre mi hombro y tirarte al coche, si es así como lo quieres. Vuelves a casa conmigo.

Ella se puso nariz con nariz con él, pero la ira que emanaba de él en ondas le hizo cambiar de opinión. Él era bastante capaz de una escena pública y no le importaría en lo más mínimo. Jake se encogió de hombros quitándose el abrigo, la envolvió en él y caminó hacia el Ferrari, llevándosela consigo, esperó en su puerta hasta que entró. Emma se pasó nerviosamente una mano por el pelo cuando Jake se deslizó a su lado. Él se estiró para colocar el cinturón de seguridad alrededor de ella. Por alguna razón inexplicable, se sintió atrapada.

– ¿Jake? -Ella dijo su nombre suavemente, dulcemente, deseando tranquilidad.

– No digas nada, Emma. -No la miró. Con violencia controlada, giró el volante y fue detrás del camión de Drake, con Joshua siguiéndolos directamente en el Jeep.

Emma cerró los ojos y se recostó contra el asiento. La tensión en el interior del coche podía ser cortada con un cuchillo. Él estaba temblando de rabia. Hervía. Ella podía sentirla arremolinándose dentro de él, oscura, fea y violenta. Suspiró, deseando poder compartir el humor de la noche con él, el modo en que Joshua y Drake habían actuado en el show, la mirada en la cara de Greg cuando Jake se acercó y se sentó entre ellos. Si Jake hubiera sido al menos un poco parecido a Andrew, estarían riéndose juntos.

Una vez llegaron al rancho, los dedos de Jake se clavaron en su brazo y la arrastró fuera del coche. Emma fue con él a la casa por el bien de la paz. Pero él no la liberó. Continuó por el vestíbulo hacia su oficina.

Emma luchó.

– Suéltame, Jake. Me haces daño. -No lo hacía, pero de repente estaba cansada, con los principios de un dolor de cabeza. Él estaba de un humor de perros y ella no se sentía capaz de tratar con ello.

– Quiero hablar contigo -replicó entre los dientes apretados, empujándola dentro del cuarto-. Creo que ha pasado mucho tiempo.

Emma tropezó y se tuvo que agarrar a la parte posterior de una silla para evitar caerse. Se quitó los zapatos de tacón.

– ¿Qué es, Jake? Realmente estoy muy cansada y no me importa mucho tu humor.

– ¿Mi humor? -Levantó una ceja y apretó el puño-. ¿No te importa mi humor? -Los ojos le ardieron de furia.

– No, no realmente. Estás enojado y no puedo comprender por qué. -Esperó pacientemente, uno de ellos tenía que mostrar sentido común.

– Todo el camino a casa me he dicho que no perdería la paciencia, que sería perfectamente razonable cuando habláramos. ¿Ni siquiera sabes por qué estoy enojado? -Los ojos le brillaban, una amenaza dorada.

– No, realmente no.

– Odio cuando estás tan malditamente calmada. ¿Jamás pierdes el control, Emma? -Dio un paso más cerca, conteniendo apenas su genio. Quería besarla y apartar esa mirada de su cara. Dos largos años de espera. Ella era suya, hecha para él. Le pertenecía. Quería hundir las garras en el vientre de Patterson y desgarrar su intestino, mirarle morir de una muerte lenta y terrible-. ¿Quién demonios es Greg Patterson? ¿Cuánto te pidió salir y por qué infiernos fuiste con él?

Emma trató de luchar contra su propia ira, sabiendo que podía perderlo todo si se peleaba con Jake. Él era el dueño de la casa y de todo en su interior, pero no podía permitir que le hablara de ese modo. Intentó ser razonable, pero había una parte de ella que sabía que había precipitado deliberadamente la crisis, y no pudo evitar el empujarle aún más.

– Si alguien tendría que estar enojado aquí, debería ser yo. Después de la manera en que has actuado, ¿crees que me pedirá salir otra vez? Lo has hecho sonar como si tuviéramos niños juntos, como si conviviéramos. Él probablemente pensó que me agarrabas para salirte con la tuya.

– ¡Otra cita! -La agarró por los hombros, le clavó los dedos en la piel suave, tirándola más cerca de su forma grande y masculina. Ella pudo sentir el calor de su cuerpo que la envolvía-. Sal en otra cita y le romperé el cuello. Y sólo para que lo tengas claro, Emma, tenemos niños juntos. Vives conmigo.

Ella le frunció el ceño.

– Sabes muy bien que no. Y eres el único que dijo que necesitaba un hombre.

– ¿Y qué demonios soy yo?

Ella le miró fijamente, parpadeando rápidamente.

– Tú no estás interesado en mí en lo más mínimo.

– Te pedí que te casaras conmigo, maldición -indicó, furioso más allá de lo que jamás había estado-. ¿Qué más quieres, demonios? -Juró en voz alta, demasiado enojado para nada más.

Jake le dio un tirón dentro de sus brazos, apretando su cuerpo contra el suyo. Una mano le retorció el pelo, la otra la sostuvo por la barbilla para poder reclamar la boca. No había nada apacible o dulce en su beso. El toque de los labios envió una descarga eléctrica a través de ella. Él le mordió el labio inferior lo bastante duro para hacerla jadear y luego fue pura dominación masculina, invadiendo la suavidad de ella, saboreando, castigando.

Capítulo 11

EMMA no podía moverse, no se atrevía a luchar, reconociendo en ese momento cuán peligroso era Jake realmente. Su fuerza era enorme, su hambre absoluta y cruda. Completamente excitado, parecía capaz de cualquier cosa. Un gruñido bajo escapó de su garganta, el beso se profundizó hasta que casi le comió la boca en un esfuerzo por devorarla. La condujo hacia atrás hasta que estuvo contra la pared, sin levantar nunca la boca de la de ella. Emma le pasó la lengua por el borde de sus dientes, sintiéndolos afilados, saboreó su deseo mientras él le ahuecaba la nuca y la sostenía allí, moviendo la boca sobre la de ella, haciendo que su cuerpo se volviera fuego líquido.

Jake le capturó las manos con las suyas y las atrajo sobre su cabeza, sosteniéndola sujeta allí, frotó el cuerpo sobre el de ella como un gato. Algo salvaje en ella respondió, su cuerpo ardió con un calor poco natural. Él era un macho primitivo reclamando a su compañera, y los huesos de ella se fundían como si ella fuera seda viviente y maleable, y cada terminación nerviosa estuviera viva por el calor llameante combinado. Ella moldeó su cuerpo al de él, presionando, movió la boca inconscientemente bajo la de él, entrelazando las lenguas, acariciando, su sabor ardía a través de ella como eróticas burbujas de champaña.

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