Christine Feehan - Fuego Salvaje

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Nacido en un mundo de monstruos retorcidos, Jake Bannaconni se ha formado y moldeado en la fría venganza. Afilado en los fuegos del infierno, él controla su mundo y las reglas con una mano de hierro. Tiene todo y cualquier cosa que el dinero puede comprar. Es despiadado, sin compasión y se considera un hombre al que dejar solo. Su legado oculto, el ser un cambiaformas, le hace doblemente peligroso en el mundo corporativo.
Emma Reynolds es una mujer que sabe cómo amar y amar bien. Cuándo sus dos mundos chocan, los planes de Jake para una completa absorción pueden venirse abajo.

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No podía pensar, sólo podía sentir, su cuerpo estallaba en llamas, necesitando al de Jake. Si él gruñía, ella gemía, jadeante y hambrienta y tan necesitada que no podía soportar el peso de la ropa sobre la piel.

No había nada inseguro en Jake; él hacía el amor de la manera en que lo hacía todo, despiadadamente, con decisión, dando órdenes. Al mismo tiempo, era salvaje, fuera de control, la barría con él a una tormenta de intensidad. La boca de Jake abandonó la de ella para viajar por la garganta vulnerable, mordiendo deliberadamente, amamantándose, dejando marcas de posesión en la suave piel. Agarró el frente de la blusa y tiró, rasgando la delgada tela por delante, luego arrastró la falda fuera de ella como si encontrara que cualquier cosa que evitara que tocara o viera su cuerpo fuera ofensiva.

De ese modo, parecía que no podía esperar lo bastante para deshacerse del sujetador. La boca trazó besos ardientes hasta la tela de encaje que le cubría los senos. Emma oyó el sonido bajo y crudo que escapó de su garganta cuando la boca de Jake se cerró sobre el seno, a través del encaje, los dientes rasparon, la lengua caliente y malvada, se arremolinó sobre el brote duro del pezón. Sus brazos, gruesos con músculos marcados, la atrajeron más cerca, la boca de Jake tironeó con un hambre fuerte y urgente.

Él no era gentil, estaba hambriento, se estaba dando un banquete con ella, reclamándola con pequeños y fieros gruñidos que retumbaban en su pecho y garganta.

– Mía -gruñó y la atrajo al caliente infierno de su boca-. Mía -repitió, los dientes mordieron hasta que ella gritó e inmediatamente la lengua la lavó y la calmó.

El cuerpo de Emma era un horno, y se arqueó contra él, tratando de conseguir tanta piel como fuera posible en contacto con la de él. Las manos de Jake se movían sobre ella posesivamente, la acariciaban la estrecha caja de las costillas y la pequeña cintura, y por la curva de la cadera. Todo mientras tironeaba y apretaba los pezones, arañando con los dientes, hasta que la línea entre el dolor y el placer se emborronó y ella estuvo gritando de necesidad.

Jake tiró de su pierna alrededor de la suya, la mano encontró la pantorrilla, viajó hacia arriba, amasando la perfección de su estructura ósea, moviéndose por el interior del muslo. Las manos de Emma se apretaron alrededor del cuello, adhiriéndose a él, mientras el mundo se desvaneció hasta que solo hubo las manos de Jake, su boca y el hambre que rabiaba entre ellos. La excitación enviaba llamas por sus muslos hasta que las temblorosas piernas de Emma amenazaron con fallar.

Emma intentó encontrar suficiente aliento para hablar, para hacer que su cerebro funcionara apropiadamente.

– Jake. Tenemos que pensar lo que estamos haciendo. -Pero no podía pensar. No había pensamientos, sólo la sensación de sus manos, su boca y el calor de su cuerpo.

La respuesta de Jake fue un gruñido bajo, áspero, dolorosamente sensual. Los dedos le apretaron el muslo, y ella sintió la mordedura de las uñas, otra marca en su cuerpo. Entonces él agarró sus medias de encaje y tiró, rasgándolas para empujar la palma contra el calor húmedo que le daba la bienvenida, barriendo todas las objeciones que ella podría haber pensado.

Emma jadeó, su cuerpo se fragmentó, ondulando con la vida, con el placer, con su toque. Él estaba por todas partes, duro y fuerte, la boca caliente, justo a través del encaje de su sostén. Los labios dejaron el seno para viajar de vuelta a la garganta, el mentón, encontrando la boca, brutal con la necesidad, y ella envolvió sus brazos apretadamente alrededor de él, sosteniéndolo más cerca, emparejando deseo con deseo.

– Jake, vete más despacio -susurró, atemorizada de su propia pasión, atemorizado de la completa intensidad y violencia que parecía no poder controlar. Ella alzó la mirada a su cara, las líneas duras con la lujuria, los ojos vidriosos y sensuales, los iris habían desaparecido, reemplazados por oro ardiente.

Jake sentía el leopardo empujando cerca de la superficie, alzándose con la ferocidad de su necesidad, y luchó por mantener una apariencia de control cuando no había ninguno. Su verga rabiaba por estar dentro de ella, desesperada por la seda caliente y húmeda de su vagina y el placer y el alivio que sólo ella podía traer a su cuerpo.

– Tengo que estar jodidamente dentro de ti -susurró crudamente en su boca, incapaz de detenerse, mientras introducía un dedo en su fuego. Gimió cuando los músculos se apretaron con fuerza a su alrededor. Deliberadamente empujó más profundo, insertando dos dedos en su canal caliente y resbaladizo para probar si estaba lista.

La deseaba allí, en el suelo de su oficina, donde no había posibilidad de que escapara, donde podía sujetarla y conducirse profundamente, tomando lo que por derecho era suyo. La agarró por las nalgas y la urgió más firmemente contra la mano, los dedos se deslizaron profundamente, resbalando dentro y fuera de ella, mientras la lengua reclamaba la posesión de su boca. Su cuerpo estaba ardiendo, un extraño rugido en las orejas. Estaba pesado y lleno, más allá del dolor.

No era suficiente. Necesitaba que ella le tocara, necesitaba que ella le deseara con el mismo frenesí salvaje de tormento. Agarró la hebilla del cinturón, arrastró sus pantalones abriéndolos, para sentir cierto alivio.

– Necesito que me toques, cariño. Ahora mismo, maldita sea. -Su voz fue un gruñido desigual que intentó ser suave pero no pudo-. Emma, te necesito, cariño. Tócame. Por favor, solo tócame, joder. -Desesperado por la sensación de sus manos sobre él, no le dio elección. Enredó una mano en su cabello y guió su mano hacia su polla con la otra.

Su cuerpo tembló ante el primer toque de los dedos contra la carne pulsante, ante el modo en que los dedos le amasaron, le tocaron y acariciaron. Se estremeció, empujando en la mano, mientras la agarraba del pelo y la forzaba a ponerse de rodillas.

– Pon la boca sobre mí -ordenó duramente. Era como si su miembro tuviera vida propia, estuviera ardiendo, tan grueso que sentía que estallaría.

No iba a vivir otro momento a menos que ella obedeciera. Su verga escapó de la palma y ella frotó la cabeza sensible con la punta del pulgar, alzando la mirada hacia él, los ojos somnolientos, atractivos. Ella parecía imposiblemente sensual arrodillada a sus pies, su cuerpo desnudo excepto por el sujetador de encaje, las gotitas de humedad capturadas en los rizos llameantes en la unión de sus piernas, los senos derramándose por fuera, su marca de posesión en la garganta y sobre los suaves montículos. Él estaba completamente vestido, su polla gruesa, dura y doliendo como una hija de puta.

– Pon tu jodida boca en mi ahora -siseó entre los dientes apretados mientras la lengua de Emma escapaba para curvarse alrededor de la cabeza ancha y excitada, para saborear las gotas color perla de allí.

Emma se inclinó hacia adelante y él se quedó sin respiración, perdió la mente, todo su ser, mientras ella comenzaba a mamarlo. Ella le consumió con su pasión, con placer caliente y terrible. La boca era un tubo de fuego que le quemaba, le achicharraba, estaba apretado como un puño, le ordeñaba, la lengua se deslizaba por encima y debajo, lamiendo con avidez su base, su bolsa y de vuelta a tragarlo una vez más.

El leopardo rugió y él sintió las garras estirándose, sintió los huesos chasqueando mientras la boca le llevaba por el borde de su control. Luchó contra el cambio, luchó por evitar ser demasiado violento, demasiado salvaje, pero la sensación de su boca le estaba matando. Podía sentir sus pelotas apretándose, la verga creciendo en el resbaladero caliente de la boca. Quería más, enterró ambas manos hondo en su pelo, sosteniéndola en el sitio mientras empujaba las caderas y echaba atrás la cabeza cuando tocó la parte de atrás de su garganta, un placer brutal estalló por él como el sol.

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