El aliento se le atascó en la garganta y el corazón latió con fuerza dentro de su pecho. Ella era virgen cuando se casó con Andrew. Sólo habían estado casados cinco cortos meses cuando ocurrió el accidente. No sabía gran cosa acerca de sexo, no sexo como las imágenes en su cabeza. Sus intentos de complacerlo habían sido graciosos y no muy exitosos.
– Oye. -Jake le tiró del pelo-. ¿Me estás escuchando?
¿Había estado hablando él? El color se apresuró por su cara.
– Sólo cuando tienes sentido.
Jake le tiró un poco más fuerte del pelo hasta que le inclinó la cabeza atrás, forzándola a mirarle a los ojos.
– No me ignores cuando hablo de seguridad, Emma. Puedes oponerte a tener a alguien en casa contigo, pero tristemente, cariño, cuando se refiere a tu seguridad, yo tengo la última palabra tanto si te gusta como si no. -Dejó caer un beso en la punta de su nariz y dejó la toalla colgando sobre su cabeza-. No quiero que Susan sea un problema para ti. Si te causa más trabajo o cualquier problema…
– No lo hará. Está vigilando a los niños por mí. Es muy buena con ellos.
Jake inclinó la cabeza.
– Me voy a la ducha. Te sugiero que hagas lo mismo. Si sientes que quieres ahorrar agua, puedes ducharte conmigo.
¿Ducharse con él? ¿Había dicho realmente eso, o era su imaginación desbocándose? ¿Qué estaba mal con ella? Emma se quedó muda, la idea de estar desnuda en la ducha con Jake enviaba su ya sangre caliente a erupcionar en una conflagración llameante que apenas podía comprender. Necesitaba una ducha, bien. Una helada sería mejor.
Arrastrando la toalla de la cabeza, tomó la escalera de atrás, queriendo evitar a Susan y a los niños hasta que estuviera limpia y centrada una vez más. Jake había logrado desconcertarla cuando ya se estaba sintiendo con un humor cambiante. Suspiró, se quitó las ropas mojadas y las lanzó al cesto de la ropa sucia antes de dar un paso bajo la ducha. Simplemente estaba echando de menos el estar cerca de un hombre. Hacía dos años. Quizá Jake tenía razón y se escondía en el rancho, aventurándose raramente fuera más que para comprar comestibles y cosas para los niños. Jake se ocupaba de todo por ella.
Suspiró. Necesitaba hacer un cambio. Jake la había mantenido a salvo en un pequeño capullo. Ella había dependido de él y Jake simplemente había soportado la carga sobre los hombros, justo como se encargaba de todo lo demás en su vida. Rugía órdenes pero raramente se enojaba, no con ella y ciertamente no con los niños. Ella quería permanecer donde estaba. Le gustaba su vida, le gustaba cocinar para Jake y para algunos de los peones, le gustaba cuidar de los niños. Ella siempre había deseado una casa y no podía pedir una mejor. Y no podía arruinarlo teniendo un asunto con Jake. Y si alguna vez fuera lo suficiente estúpida para darle control sobre ella… Se estremeció ante el pensamiento. Jake podría tomar completa ventaja.
Se enjabonó el cabello, cerrando los ojos para absorber la sensación del jabón y el agua corriendo en arroyos sobre su piel. La piel se sentía demasiado tirante, demasiado sensible. Por todas partes donde se tocaba sentía dedos de excitación latiendo por su cuerpo. Se inclinó contra la pared de la ducha, frunciendo el entrecejo, tratando de comprender que le estaba sucediendo. Sentía los senos llenos y pesados, doliendo con la necesidad de ser tocados. Se sentía vacía por dentro, su cuerpo ruborizado, casi febril. El agua realmente le hacía daño sobre la piel.
Emma dio un paso fuera de la ducha embaldosada y se envolvió en una toalla, mirándose en el espejo y sintiéndose un poco aturdida. La necesidad de ser tocada crecía, no disminuía, y había venido lentamente, tan lentamente que no se había dado cuenta de lo que sucedía hasta la pasada semana. Todo parecía diferente en ella, como si todos sus sentidos estuvieran intensificados.
Un golpe en la puerta la hizo darse la vuelta con un pequeño jadeo.
– ¡Oye! Emma, da señales de vida. El reparador del teléfono está aquí.
Emma respiró hondo y exhaló. Tuvo que recomponerse y detener todas las tonterías sin sentido que podían amenazar su mundo muy cómodo. Se vistió vigorosamente y una vez más se sujetó rápidamente el pelo con un pasador, apartándoselo de la cara, haciendo una nota mental para cortárselo pronto. Lo llevaba recogido mucho más a menudo que suelto de todos modos. Correr tras los dos pequeños hacía imposible llevarlo a la moda.
Joshua la esperaba en la escalera.
– Se supone que debo quedarme contigo.
– Se supone que debes permanecer en la casa. -Emma le empujó pasando por delante de él, acariciándole el pecho con la mano. Sintió que un estremecimiento de conocimiento la atravesaba y giró la cabeza para mirarlo. Joshua siempre, siempre , había actuado como un hermano mayor. Ahora la miraba con ojos especulativos. Ella le frunció el entrecejo-. Vete, Joshua.
– Hueles bien.
– Huelo a caballos. ¿Dónde está nuestra visita y por qué le has dejado solo? -Su voz estaba matizada con exasperación. Todos perdían el juicio últimamente, no solo ella. Joshua la miraba fijamente con ojos calientes, haciéndola sentirse incómoda.
Bajó corriendo las escaleras hasta la entrada para encontrar a un joven parado con incomodidad, mirando fijamente alrededor de él con una expresión ligeramente atemorizada en la cara.
– Hola, soy Emma Reynolds, el ama de llaves. Le mostraré los teléfonos.
– Greg Patterson.
– ¿Ama de llaves? -bufó Joshua.
Emma le miró con furia.
– Muchas gracias, Joshua. Yo le mostraré los teléfonos. Si quieres, hice pan fresco. Está en la cesta para el pan en el mostrador.
Joshua le frunció el entrecejo.
– Emma…
Ella sonrió serenamente.
– Es tu favorito. Sé que es tu descanso, así que hice café también para ti. -Allí. Ella le había dado una buena razón para permanecer en la casa y no hacerlo parecía como si no se fiaran del hombre del teléfono. Ella mantuvo la sonrisa, deseando que Joshua siguiera su ejemplo.
– ¿Los niños?
– Cuidados -contestó ella, manteniendo la sonrisa.
¿Pensaba él que ella era idiota? Por supuesto que se había cerciorado de que Susan supiera que tenía que mantener a Andraya y Kyle encerrados en la guardería infantil mientras tenían compañía en casa. Él era casi tan malo como Jake. Ella había vivido con la seguridad durante dos años, comprendiéndola y aceptándola, pero no necesitaba un guardián. No iba a ser humillada teniendo a Joshua siguiéndolos de habitación en habitación. Él podía sentarse en la cocina y esperar a escuchar los gritos si era tan paranoico como Jake. Jake había dicho en casa, no necesariamente en la misma habitación.
El olor de pan recién horneado penetró en la casa, y después de una breve vacilación y una rápida mirada de advertencia al hombre de telecomunicaciones, Joshua giró bruscamente sobre sus talones y se dirigió a la cocina.
Emma concentró su atención en el trabajador. Era bajo y regordete, con pelo castaño ondulado y ojos cálidos y sonrientes. Parecía tan familiar que Emma se encontró frunciendo el entrecejo, tratando de situarlo.
– ¿Le conozco?
– Algo. -La siguió por el vestíbulo, mirando fijamente, un poco atemorizado de las hermosas e inmensas habitaciones que pasaban-. Hemos chocado el uno contra el otro en la tienda de ultramarinos, en la sección de productos. Me ayudó a recoger mis manzanas cuando cayeron.
Emma se rió.
– Lo recuerdo, por supuesto. Usted disfruta del malabarismo.
La mirada de él parpadeó hacia la mano izquierda de ella, notó la ausencia de un anillo mientras ella le hacía señas hacia la habitación.
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