A bordo del carguero, Muhammad Fasil se dirigió al sudoroso marinero.
– Quédate parado con las manos visibles sobre la borda.
– El hombre fijó sus ojos en un punto del horizonte y pareció retener la respiración mientras Fasil se aproximaba al costado del barco.
El piloto parado en la cubierta de la lancha no podía apartar su mirada de Fasil. El árabe le entregó al hombre un fajo de billetes y extrajo su revólver apuntando a la boca del hombre.
– Has hecho un buen trabajo. El silencio es la razón de la salud. ¿Me comprendes?
El hombre quiso asentir pero no pudo hacerlo por la pistola que apuntaba debajo de su nariz.
– Ve en paz.
Trepó la escala de sogas lo más rápido que pudo. Dahlia soltaba en ese momento el cabo que los mantenía amarrados al carguero.
Lander parecía pensativo mientras transcurrían todas estas acciones. Estaba esperando que su mente le brindara la respuesta basada en todas las posibilidades que conocía.
El guardacostas que se aproximaba del otro lado del carguero no podía verlos todavía. Posiblemente su curiosidad se había despertado al ver anclado el barco, a menos que hubieran sido alertados. Lancha guardacostas. Había seis en esta zona, todas de veinte metros de largo, equipadas con dos motores Diesel, que podían desarrollar una velocidad de veinte nudos. Provistas de un radar Sperry-Rand SPB-5, y una tripulación de ocho personas. Una ametralladora de calibre 50 y un mortero de 81 milímetros. Lander consideró rápidamente la posibilidad de provocar un incendio en el carguero, obligando a la lancha a detenerse y prestarles ayuda. Pero no, el piloto alegaría piratería y se armaría un gran alboroto. Aparecerían aviones, algunos equipados con instrumental infrarrojo, que registrarían la temperatura de sus motores. Estaba oscureciendo. La luna no saldría en cinco horas. Mejor sería una persecución.
Lander regresó al presente. Sus deliberaciones le habían llevado cinco segundos.
– Dahlia, instala el radar. -Apretó a fondo los aceleradores y la lancha se alejó del carguero dejando a su paso una estela de espuma. Se dirigió hacia la tierra, distante treinta kilómetros, los motores trabajando al máximo, haciendo unos enormes bigotes de agua al hendir las olas. A pesar de estar bien cargado, la magnífica lancha desarrollaba una velocidad de aproximadamente diecinueve nudos. El guardacostas tenía cierta ventaja respecto a velocidad. Trataría de mantener el carguero entre ellos mientras fuera posible.
– Sintoniza la banda de dos mil ochenta y dos kilociclos.
Correspondía a la frecuencia internacional de emergencia del radioteléfono, era una frecuencia utilizada para realizar peticiones de auxilio entre los barcos.
El carguero había quedado bien atrás, pero mientras lo observaban vieron aparecer la lancha guardacostas, levantando una gran cortina de agua a su paso. Lander miró por encima de un hombro y vio la proa de su perseguidor balancearse ligeramente hasta quedar apuntando directamente a ellos.
Fasil trepó por la escalerilla hasta que su cabeza quedó por encima del nivel del puente de mando.
– Nos está dando órdenes de detenernos.
– Al diablo con él. Cambia a la frecuencia de los guardacostas. Está marcada en el dial. Veremos si llama pidiendo ayuda.
La lancha avanzaba hacia el último resplandor en el Oeste, con sus luces apagadas. Detrás de ellos aparecía graciosamente, entre dos bigotes de espuma, la lancha guardacostas persiguiéndolos como un perro.
Dahlia había terminado de instalar la pantalla del radar sobre la baranda del puente. Tenía una forma semejante a un barrilete y estaba formada por varillas metálicas. La compró en una tienda dedicada a implementos navieros, le costó doce dólares y se estremecía con el cabeceo de la lancha en la marejada.
Lander envió a Dahlia abajo para verificar que todo estuviera bien sujeto. No quería que nada se soltara por la vibración que tendría que soportar la lancha.
Revisó la cabina de mando en primer lugar y luego se dirigió a la de proa donde Fasil escuchaba la radio con el ceño fruncido.
– Nada todavía -le dijo hablando en árabe-. ¿Para qué demonios la pantalla de radar?
– Los guardacostas deben habernos visto ya, de todos modos -respondió Dahlia. Tenía que hablar a gritos para que pudiera oírla por la vibración del barco-. Cuando el capitán del guardacostas se dé cuenta de que la persecución va a seguir en la oscuridad, hará que el operador del radar nos localice mientras somos todavía visibles y luego no tendrá problemas en identificar el «blip» que haremos en su pantalla cuando haya oscurecido -Lander había explicado anteriormente todo esto con gran lujo de detalles-. Con ese reflector, el ruido será intenso y profundo, bien perceptible a pesar de la interferencia del oleaje. Como el reflejo de un barco de casco metálico.
– Crees…
– Escúchame -dijo la muchacha apresuradamente mirando hacia el puente de mando situado por encima de su cabeza-. No debes tratarme de ningún modo con familiaridad ni tocarme ¿comprendes? Debes hablar exclusivamente en inglés en su presencia. No se te ocurra nunca subir al primer piso de su casa. No debes tratar de sorprenderlo. Por el buen éxito de nuestra misión.
El rostro de Fasil estaba iluminado por debajo de los controles de la radio y sus ojos resplandecían en sus oscuras órbitas.
– Por el éxito de la misión, entonces, camarada Dahlia. Lo complaceré mientras trabaje eficazmente.
– Si no lo complaces, descubrirás que puede trabajar con gran eficiencia -respondió la joven pero sus palabras se perdieron en el viento cuando subió a proa.
Había oscurecido. Se veía solamente la débil luz de la bitácora del puente, visible solamente a los ojos de Lander. Podía ver las luces rojas y verdes del guardacostas con gran claridad como así también la de su poderoso faro horadando la oscuridad. Calculó que el barco del gobierno tenía medio nudo de ventaja sobre él y que ellos le llevaban cuatro millas y media de distancia. Fasil subió la escalera y se paró junto a Lander.
– Ha enviado un mensaje radial advirtiendo a la aduana acerca del Leticia. Dice que él se encargará de detenernos.
– Dile a Dahlia que ya es casi la hora.
Avanzaban hacia los bancos de arena a toda velocidad. Lander sabía que los hombres del guardacostas no podían verlo, sin embargo podían registrar la menor alteración en su curso. Le parecía sentir los dedos del radar sobre su espalda. Sería mejor si hubiera otros barcos… ¡sí! Por la banda de babor aparecieron las luces de posición de un barco a medida que se acercaron se hicieron visibles las luces de un costado. Un carguero con rumbo al Norte, avanzando a toda máquina. Alteró ligeramente su rumbo para pasar lo más cerca posible de su costado. Lander vio en su mente la pantalla del radar del guardacostas, la luz verde titilando frente al operador que observaba cómo convergían la gran imagen del carguero y la más pequeña de la lancha, sus «blips» haciéndose más fuertes a medida que la aguja barría la pantalla.
– Prepárense -le gritó a Dahlia.
– Vamos -le dijo ésta a Fasil, que se abstuvo de hacer preguntas. Empujaron juntos la pequeña plataforma provista de flotadores, apartándola de los explosivos firmemente sujetos. Cada flotador consistía en un tambor de cinco litros con un agujerito en la parte superior y una canilla en la inferior. Dahlia sacó el mástil de la cabina, y el reflector del radar del puente. Ajustaron el reflector en la punta del mástil y sujetaron a éste dentro de un agujero expresamente hecho en la plataforma. Ayudada por Fasil sujetó una soga de dos metros a la parte inferior de la plataforma y le ató al otro extremo un gran trozo de plomo. Levantaron la vista de su trabajo para ver las luces del carguero prácticamente encima de ellos, su costado semejante a un enorme acantilado. Pasaron junto a él en menos de lo que canta un gallo.
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