"¿Por qué no?"
"Es probable que los párpados se cierren. Estamos hablando de parálisis total. De modo que estará allí tirado, sintiendo un dolor enorme, sin poder moverse, con su corazón tratando de bombear sangre carente de oxígeno hasta que las células de su cerebro mueran de anoxia. Una vez ocurrido eso, es teóricamente posible mantener el cuerpo con vida – las células musculares son las que más sobreviven sin oxígeno- pero el cerebro no funcionará más. De acuerdo, no es tan seguro como una bala en. el cerebro, pero no hace ruido y casi no deja evidencia. Cuando mueren las células cardíacas, generan el tipo de enzimas que se detectan cuando hay un ataque al corazón. De modo que cuando a los patólogos les toque hacer su autopsia probablemente piensen "ataque al corazón" o "convulsión neurológica" -puede provocarla un tumor cerebral y tal vez examinen el cerebro a ver si encuentran uno. Pero en cuanto regrese el análisis de sangre, el examen de enzimas dirá 'ataque cardíaco' y con eso el asunto quedará definitivamente zanjado. La succinylcolina no aparecerá en el análisis de sangre, pues se metaboliza aun después de la muerte. Tendrán entre sus manos un ataque masivo al corazón inesperado, y ésos ocurren a diario. Analizarán su sangre en busca de colesterol y otros factores de riesgo, pero nada cambiará el hecho de que estará muerto a raíz de algo que nunca sabrán".
"Dios", susurró Dominic. "Doc, ¿cómo demonios se metió en esto?"
"Mi hermano menor era vicepresidente de Cantor Fitzgerald", fue lo único que dijo.
"De modo que debemos andar con cuidado con estos bolígrafos, ¿no?", preguntó Brian. El motivo del doctor le parecía suficiente.
"Yo lo haría", le aconsejó Pastemak.
CAPÍTULO 17 Y el pequeño zorro rojo y la primera valla
Partieron del aeropuerto internacional Dulles en un vuelo de British Airways, que resultó ser un 747 cuyas superficies de control habían sido designadas por su propio padre hacía veintisiete años. Dominic pensó que en ese entonces él usaba pañales, y que el mundo había dado unas cuantas vueltas desde ese momento.
Ambos tenían flamantes pasaportes con sus nombres reales. Todos los demás documentos relevantes estaban en sus laptops, totalmente encriptados,junto a sus también encriptados módems y sistemas de softwareAl margen de esto, iban vestidos,como la mayor parte de los demás pasajeros de primera, de manera informal. La azafata revoloteaba eficientemente, dándoles a todos algunos bocadillos, así como vino blanco a los hermanos. Una vez que alcanzaron la altura de crucero, sirvió la comida, que era decente -el máximo al que puede aspirar una comida de avión- como también lo era la selección de películas: Brian escogió Dia de la Independencia, mientras que Dominic prefirió Matrix. A ambos les gustaba la ciencia ficción desde que eran niños. Ambos llevaban los bolígrafos dorados en los bolsillos de sus chaquetas. Los cartuchos de recarga iban en sus neceseres, dentro de sus maletas, en alguna parte de las entrañas del avión. Les tomaría unas seis horas llegar a Heathrow, y ambos esperaban dormir un poco en el trayecto.
"¿Dudas, Enzo?", preguntó quedamente Brian.
"No", replicó Dominic. "Siempre que todo salga bien". No agregó que no hay agua corriente en las celdas de las cárceles inglesas y, por más humillante que ello fuera para un oficial de infantería de Marina, lo era aún más para un agente especial juramentado ante el FBI.
"Con eso basta. Buenas noches, hermano".
"Entendido, soldadito". y ambos jugaron con los complejos controles del asiento hasta dejarlo casi totalmente horizontal. y durante tres mil millas, el Atlántico pasó por debajo de ellos.
En su apartamento, Jack Jr. sabía que sus primos habían ido al otro lado del mar, y aunque nadie le había dicho exactamente qué habían ido a hacer, no hacía falta mucha imaginación para saber de qué se trataba. Sin duda Uda bm Sali no viviría más allá de la semana en curso. Se enteraría a través del tráfico de mensajes matutino de Thames House, y se preguntó qué dirían los ingleses, cuán excitados o apesadumbrados se mostrarían. Ciertamente, se enteraría de muchas cosas con respecto a cómo habría sido hecha la tarea. Eso excitaba su curiosidad. Había pasado en Londres el tiempo suficiente para saber que allí las armas de fuego no corren, a no ser que se trate de matar siguiendo las órdenes del gobierno. En un caso así -por ejemplo, si el Special Air Service despachara a alguien que gozara de la especial antipatía del 10 de la calle Downing la policía sabía que no debía investigar muy a fondo. Tal vez algunos interrogatorios como para salvar las apariencias, tanto como para establecer un legajo que luego sería deslizado al cajón de NO RESUELTO donde atraería mucho polvo y poco interés. No hacía falta ser un genio para saber que así sería.
Pero esto se trataría de un ataque estadounidense en territorio británico y eso sin duda que no agradaría al Gobierno de Su Majestad. Era un asunto de buenos modales. Por otra parte, no se trataría de una acción del gobierno de los Estados Unidos. Para la ley, se trataba de un homicidio premeditado, delito que el gobierno contemplaba con considerable severidad. De modo que, ocurriera lo que ocurriese, esperaba que se anduvieran con cuidado. Ni siquiera su padre podía interferir mucho en esto.
"ioh, Uda, eres una bestia!", exclamó Rosalie Parker cuando finalmente él rodó a un costado. Miró la hora. El se había demorado y al día siguiente ella tenía una cita después del mediodía con un ejecutivo petrolero de Dubai. Era un viejo encantador, y daba buenas propinas, aunque un día, el muy depravado le dijo que ella le recordaba a una de sus hijas favoritas.
"Quédate a pasar la noche", propuso Uda.
"No puedo, amor.Tengo que buscar a mamá para comer juntas y luego ir de compras a Harrods. Dios mío, me tengo que ir ya", dijo con bien fingida excitación, incorporándose.
"No". Uda la tomó del hombro y la atrajo hacia él.
"iEres un diablo!", dijo con una risita y una cálida sonrisa.
"Ése se llama Shahatin y no es parte de mi familia".
"Bueno, puedes agotar a una chica, Uda". Lo cual no era malo, pero había cosas que hacer. De modo que se puso de pie y tomó sus ropas del piso, donde él solía arrojarlas.
"Rosalie, mi amor, eres la única", gimió. Ella sabía que mentía. Al fin y al cabo, ella le había presentado a Mandy.
"¿Ah sí?", le preguntó. "¿Y Mandy?"
"Oh, ésa. Es demasiado delgada. No come. No es como tú, princesa mía".
"Eres tan amable". Se inclinó, lo besó, se puso el corpiño. "Uda, eres el mejor, el mejor de todos". Al ego masculino siempre le venían bien un poco de caricias, y el ego de Uda era mayor que lo normal.
"Sólo lo dices para complacerme", acusó Salí.
"¿Crees que soy actriz? Uda, haces que se me salgan los ojos de las órbitas. Pero debo irme, amor:
"Como digas". Bostezó. Le compraría unos zapatos al día siguiente, decidió Uda. Había una nueva zapatería Jimmy Chao cerca de su oficina a la que hacía tiempo que quería echarle una mirada y sus pies eran un tamaño 6 exacto. De hecho, a él le gustaban mucho sus pies.
Rosalie se metió rápidamente en el baño para verse al espejo. Su pelo era un desastre. Uda no hacía más que desordenarlo, como para marcar su propiedad. Unos pocos segundos de cepillo lo dejaron casi presentable.
"Debo partir, amor". Se inclinó a besarlo otra vez. "No te levantes, sé dónde queda la puerta". Un último beso, amoroso, invitante…, para la próxima. Uda era lo más regular que imaginarse pudiera. De modo que ella regresaría. Mandy era buena, y era su amiga, pero ella sabía cómo tratar a esos maracas y, mejor aún, no tenía que matarse de hambre para parecer una modelo prófuga. Mandy tenía demasiados clientes estadounidenses y europeos para comer con normalidad.
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