Si.
Y él y sus amigos harán más sacrificios cuando matarán a los infieles.
Si.
Luego vio el indicador que anunciaba la CARRETERA INTERESTATAL 64. pero ésta era la oeste, no la que él debía tomar. Mustafá cerró los ojos y recordó el mapa que había mirado tantas veces. Al norte durante más o menos una hora, luego al este. Si.
"Brian, esas zapatillas se desintegrarán de aquí a pocos días".
"Mira, Dom, con ellas corrí por primera vez una milla en cuatro minutos y medio". Momentos como ése eran dignos de ser recordados y atesorados.
"Tal vez sea así, pero la próxima vez que lo intentes, se harán pedazos y te vas a joder el tobillo".
"¿Lo crees? Te apuesto un dólar a que te equivocas".
"Hecho", dijo Dominic de inmediato. Se estrecharon las manos para sellar formalmente la apuesta.
"A mí también me parecen bastante deshechas", observó Alexander.
"¿También me vas a comprar nuevas camisetas, mami?"
"Un mes más y se autodestruirán", pensó Dominic en voz alta.
"Sí, claro. Bueno, tiré bastante mejor que tú con mi Beretta esta mañana"
"A veces se tiene suerte", dijo Enzo. "Ve si logras repetirlo".
"Te apuesto cinco dólares a que sí.
"Hecho". Otro apretón de manos. "Me podría hacer rico así, dijo Dominic. Luego, llegó la hora de pensar en la cena. Esa noche tocaba ternera piccata. Le gustaba la buena carne de ternera y las carnicerías locales eran buenas. Pobres animales, pero no era él quien les cortaba el cuello.
Ahora sí: 1-64 en la próxima salida. Mustafá estaba lo suficientemente cansado como para cederle el volante a Abdulá, pero quería terminar él, y le parecía que podía aguantar una hora más. Se dirigían a un paso en la siguiente cadena montañosa. El tránsito era intenso, pero iba en dirección opuesta. Tomaron la carretera hacia… sí, ahí había un paso de montaña bajo, con un hotel del lado sur y luego un panorama a un muy agradable valle al sur. Un cartel proclamaba su nombre, pero las letras le parecieron demasiado confusas para que su cabeza las organizara en forma de palabra coherente. Sí observó el paisaje que se extendía a su derecha. Ni el paraíso podría haber sido más bonito -hasta había un lugar donde detenerse, bajar del auto y disfrutar del paisaje. Pero claro que no tenían tiempo para eso. Era adecuado que el camino que quedaba fuese una suave pendiente, que cambió por completo su estado de ánimo. Faltaba menos de una hora. Un cigarrillo más para festejar la sincronización. Atrás, Rafi y Zuhayr estaban despiertos otra vez, disfrutando del paisaje. Era la última vez que podrían hacerlo… Un día para descansar y reconocer -tiempo para coordinar vía correo electrónico con los otros tres equipos- y la misión quedaría cumplida. Luego vendría el Abrazo de Alá en Persona. Un pensamiento muy feliz.
CAPÍTULO 13 Punto de encuentro
Tras conducir durante más de tres mil doscientos kilómetros, la llegada fue decepcionante. A menos de un kilómetro de la Interestatal 64 había un Holiday Inn Express que parecía satisfactorio, especialmente porque había un Roy Rogers alado y un Dunkin'Donuts a menos de cien metros colina arriba. Mustafá entró y tomó dos habitaciones contiguas, que pagó con su tarjeta Visa del Banco de Liechtenstein. Mañana explorarían, pero hoy necesitaban dormir. Ni siquiera comer era importante en ese momento. Llevó el auto hasta la puerta de las habitaciones del primer piso que había tomado y apagó el motor. Rafi y Zuhayr abrieron las puertas, luego el maletero. Entraron sus pocas maletas y, debajo de éstas, las cuatro pistolas ametralladoras aún envueltas en gruesas mantas baratas.
"Aquí estamos, camaradas", anunció Mustafá entrando en la habitación. Era un motel totalmente normal, no como los hoteles más lujosos a los que se habían habituado. Tenían un baño y un pequeño televisor para cada uno. La puerta que conectaba las habitaciones estaba abierta. Mustafá se permitió caer de espaldas en su cama, doble, toda para él. Pero quedaban cosas por hacer.
"Camaradas, las armas siempre deben estar escondidas y las cortinas corridas a toda hora. Hemos llegado demasiado lejos para arriesgamos de manera estúpida", les advirtió. "Esta ciudad tiene una fuerza policial, no creáis que son tontos. Nos vamos al paraíso en el momento que escojamos, no en el momento que determine un error. Recordadlo". Luego se sentó y se quitó los zapatos. Pensó darse una ducha, pero estaba demasiado cansado para hacerlo, y mañana no tardaría en llegar.
"¿En qué dirección está La Meca?", preguntó Rafi.
Mustafá debió pensar durante un segundo antes de adivinar cuál era la línea directa hacia La Meca y hacia el elemento central de la ciudad, la piedra Kaaba, el centro mismo del universo islámico, a la cual le dirigieron el Salat, versos del Santo Corán que se recitan de rodillas, cinco veces al día.
"Para allá", dijo señalando al sudeste, hacia una línea que atravesaba el norte de Africa antes de llegar al Más Santo de los Lugares.
Rafi desenrolló su alfombra de oraciones y se puso de rodillas. Era tarde para las oraciones, pero no había olvidado sus deberes religiosos.
Por su parte, Mustafá musitó para sus adentros "a no ser que uno lo olvide", en la esperanza de que en su actual estado de fatiga Alá lo perdonara. ¿No era Alá infinitamente clemente? Además, éste no era un pecado muy grande. Mustafá se quitó las medias y se echó en la cama, donde el sueño llegó en menos de un minuto.
En la habitación contigua, Abdulá finalizó su Salat y luego enchufó su computadora al costado del teléfono. Discó un número que comenzaba en 800 y oyó el gorjeante chirrido que indicaba que su computadora estaba conectada a la web. Unos pocos segundos más, y vio que tenía correo electrónico. Tres mensajes, además de la habitual basura. Descargó y archivó los e-mails, luego se desconectó, tras un total de quince segundos de conexión, otra de las medidas de seguridad que había aprendido.
Lo que Abdulá ignoraba era que una de las cuatro cuentas había sido interceptada y parcialmente descifrada por la Agencia Nacional de Seguridad. Cuando su cuenta -identificada sólo por un fragmento de palabra y algunos números- se conectó con la de Sard, también fue identificada, pero como receptora, no emisora.
El equipo de Sard había sido el primero en llegar a destino en Colorado Springs, Colorado -la ciudad sólo estaba identiñcada mediante un nombre en código- y acampaba confortablemente en un motel a diez kilómetros de su objetivo. Sabawi, el iraquí, estaba en Des Moines, Iowa, y Mejdi en Provo, Utah. Ambos equipos estaban ubicados y listos para comenzar a operar. Faltaban menos de treinta y seis horas para ejecutar la misión.
Dejó que Mustafá respondiera. De hecho, la respuesta ya estaba programada: "190,2", lo cual designaba el verso 190 de la segunda Sura. No era exactamente un grito de guerra, sino una afirmación de la Fe que los había llevado allí. Significaba: adelante con la misión.
Brian y Dominic miraban el History Channel en sus sistemas de televisión por cable, algo acerca de Hitler y el Holocausto. Había sido tan estudiado que uno pensaría que no había nada nuevo para agregar, pero así y todo los historiadores se las componían para verlo cada tanto. Esto probablemente se debía en parte a los voluminosos registros que los nazis dejaron en las cuevas de la montaña de Harz, que probablemente seguirían siendo motivo de investigación académica durante los siglos venideros, en que las personas seguirían tratando de imaginar los mecanismos mentales de los monstruos humanos que primero habían proyectado y luego ejecutado semejantes crímenes.
"Brian", preguntó Dominic "¿qué opinas de esto?"
"Supongo que se podría haberlo evitado todo con sólo un disparo. El problema es que nadie puede predecir el futuro hasta ese punto, ni las gitanas que te dicen la buenaventura. Demonios, Hitler también mató a muchas de ésas. ¿Por qué demonios no se fueron a tiempo de allí?"
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