"Sabes, somos víctimas de nuestro propio éxito", dijo quedamente el ex senador. "Nos las hemos compuesto para lidiar con todo estado-nación que se nos haya cruzado en el camino, pero estos bastardos invisibles que trabajan para su visión de Dios son más difíciles de identificar y rastrear. Dios es omnipresente. También lo son sus agentes pervertidos".
"Gerry, amigo, si fuese fácil, no estaríamos aquí'.
"Tom, gracias a Dios que puedo contar contigo para que me des sostén moral.
"Vivimos en un mundo imperfecto, sabes. No siempre llueve lo suficiente como para que crezca el grano y cuando llueve, a veces se desborda el río. Me lo enseñó mi padre".
"Siempre te lo quise preguntar, ¿cómo demonios fue a dar tu familia a Nebraska?"
"Mi bisabuelo era soldado montado, Noveno de Caballería, regimiento negro. No tuvo ganas de regresar a Georgia cuando cumplió con su tiempo de enganche. Pasó algún tiempo en Fort Crook, cerca de amaha, y no le gustó mucho el invierno. De modo que se compró un trozo de tierra cerca de Seneca y se dedicó a cultivar maíz. Así comenzó la historia para nosotros los Davis".
"¿No había Ku Klux Klan en Nebraska?"
"No, se quedaban en Indiana. De todas formas, las granjas de allí eran más pequeñas. Cuando mi bisabuelo comenzaba, cazó algunos bisontes. Sobre el hogar de casa cuelga una cabeza enorme. Aún hoy huele. Ahora, papá y mi hermano cazan más que nada antílope de cuernos largos, allí lo llaman 'chivo veloz'. Nunca me gustó el sabor".
"¿Qué te dice tu olfato sobre esta nueva información, Tom?", preguntó Hendley.
"No tengo intención de ir a Nueva York por ahora, compadre".
Al este de Knoxville, la ruta se dividía. La 1-40 iba hacia el este. La 1-81 iba hacia el norte, y ésta es la que tomó el Ford alquilado, atravesando las montañas que exploró Daniel Boone cuando la frontera occidental de los Estados Unidos apenas si perdía de vista el océano Atlántico. Una señal indicaba un desvío que conducía a la casa de alguien llamado Davy Crockett. Quién sabe quién sería, pensó Abdulá mientras conducía montaña abajo por un bonito desfiladero. Finalmente, al llegar a una ciudad llamada Bristol, llegaron a Virginia, última frontera territorial importante. Calculó que faltarían unas seis horas. Aquí, bajo la luz del sol, la tierra era de un lozano verdor, y había potreros y granjas lecheras a uno y otro lado del camino. Hasta había iglesias, por lo general edificios de madera pintados de blanco con torres coronadas de cruces. Cristianos. Estaba claro que dominaban el país.
Infieles.
Enemigos.
Objetivos.
Debían ocuparse de las armas que llevaban en el maletero. Primero, al norte por la 1-81 hasta la 1-64. Hacía tiempo que conocía el trayecto de memoria. Sin duda, los otros tres equipos ya estarían en sus puestos. Des Moines, Colorado Springs, Sacramento. Cada una era lo suficientemente grande como para tener al menos un buen centro de compras. Dos eran capitales de provincia. Ninguna de ellas, sin embargo, era una ciudad importante. Eran parte de la llamada "América Media", donde vivía la "buena" gente, donde los estadounidenses "comunes" y "laboriosos" establecían sus hogares, donde se sentían a salvo, lejos de los grandes centros de poder -y corrupción. Pocos judíos, tal vez ni uno, vivían en esas ciudades. Bueno sí, tal vez algunos. Los judíos solían tener joyerías. Tal vez incluso en los centros comerciales. Sería un premio adicional, pero sólo para ser recogido si se ofrecía por casualidad. Su verdadero objetivo era matar estadounidenses del común, los que se sentían a salvo en el vientre más común de los Estados Unidos. Pronto aprenderían que la seguridad en este mundo es ilusoria. Aprenderían que el rayo de Alá los alcanza a todos.
"¿Así que aquí está?", preguntó Tom Davis.
"Sí, aquí lo tiene", replicó el doctor Pasternak. "Tenga cuidado. Está cargado. ¿Ve el indicador rojo? El que tiene indicador azul está vacío".
"Qué contiene?"
"Succinylcolina, un relajante muscular, esencialmente una forma sintética y más poderosa del curare. Bloquea todos los músculos, incluido el diafragma. No te permite respirar, hablar ni moverte. Estás totalmente consciente. Sería una muerte horrible", agregó el médico en tono frío y distante.
"¿Por qué?", preguntó Hendley.
"No puedes respirar. El corazón entra rápidamente en anoxia, esencialmente se trata de un ataque al corazón generalizado inducido. No debe ser agradable".
"¿Luego qué?"
"Bueno, los síntomas tardarán unos quince segundos en aparecer. En treinta segundos más, se presentan los efectos totales de la droga. La víctima se desplomará a los, digamos, noventa segundos de la inyección. El corazón quedará sin oxígeno. Tratará de latir, pero no estará enviando oxígeno a ninguna parte del cuerpo, ni a sí mismo. El tejido cardíaco tardará en morir unos dos o tres minutos -que serán muy dolorosos. En aproximadamente tres minutos sobrevendrá la inconsciencia, a no ser que la víctima se haya estado ejercitando inmediatamente antes, en cuyo caso el cerebro estará lleno de oxígeno. Por lo común, el cerebro cuenta con unos tres minutos de oxigenación para seguir funcionando sin ingreso adicional de oxígeno, pero más o menos a los tres minutos -a partir de la aparición de los síntomas, es decir unos cuatro minutos y medio después de la aplicación- la víctima perderá la conciencia. La muerte cerebral completa tendrá lugar unos tres minutos más tarde. Después, la succinylcolina se metabolizará en el cuerpo, aún después de la muerte. No del todo, pero sí tanto como para que sólo un patólogo muy alerta la detecte en un examen toxicológico, y eso sólo si espera encontrarla. El único truco es lograr inyectar al objetivo en las nalgas".
"¿Por qué ahí?", preguntó Davis.
"La droga funciona en forma óptima mediante inyección intramuscular. Cuando llegan cadáveres para exámenes forenses, están boca arriba, de modo de poder ver y extraer los órganos. Es raro que den vuelta un cuerpo. Ahora bien, esto de la inyección deja una marca, pero es difícil distinguirla, aun bajo circunstancias ideales y entonces, sólo si uno sabe dónde buscarla. Ni siquiera los adictos a las drogas -ésa sería una de las cosas que verificarían- se inyectan en el trasero. Parecerá un ataque al corazón inexplicado. Ocurren a diario. Infrecuentes, pero de ningún modo desconocidos. Puede desencadenarlos, por ejemplo, una taquicardia. El bolígrafo inyector es similar a la jeringa que usan los diabéticos de Tipo 1. Sus mecánicos la disimularon muy bien. Hasta sirve para escribir, pero cuando se rota el cañón, cambia de bolígrafo a jeringa. Una carga de gas contenida en la parte superior inyecta el agente de transferencia. Es probable que la víctima lo note, como un aguijonazo, pero menos doloroso, pero un minuto y medio más tarde ya no se lo comentará a nadie. Lo más probable es que -a lo sumo- diga 'iAy!' sin mucho vigor y se frote el punto. Como si te picara un mosquito en el cuello. Tal vez le darías una palmada, pero no llamarías a la policía".
Davis tomó el bolígrafo seguro "azul". Era un poco grande, como el que podría usar un niño de seis años que llega a su primer bolígrafo después de un par de años de lápices gruesos y lápices de cera. Así que uno se acercaba al sujeto, la sacaba del bolsillo de la chaqueta, la movía como acuchillando de revés y seguía su camino. Tu apoyo vería cómo el sujeto caía en la acera, hasta tal vez se detuviera a prestar asistencia, vería cómo el hijo de puta moría, se incorporaría y seguiría su camino -o tal vez llamaría una ambulancia para poder enviar el cuerpo al hospital para que lo desarmaran bajo adecuada supervisión médica.
"¿Tom?"
"Me gusta, Gerry", replicó Davis. "Doc, ¿cuánto confía en que esta sustancia se disipa una vez que el sujeto cae?"
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