Tom Clancy - Los dientes del tigre

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"Si le vas a patear el trasero al tigre, más vale que tengas un plan para enfrentarte a sus dientes."
Tom Clancy. Durante la era del terrorismo global, donde cualquiera puede acceder tanto a un fusil Kalashnikov como a algunas fatales nociones de química, o simplemente está dispuesto a morir por una "causa justa", las antiguas reglas ya no corren.
Por más organizaciones gubernamentales creadas ad hoc, las únicas efectivas son las rápidas y ágiles, libres de supervisión y restricciones y fuera del sistema.
En un anónimo edificio suburbano, una empresa invierte con éxito en acciones, bonos y divisas pero, tras la fachada financiera, de lo que se ocupa en realidad es de identificar y localizar amenazas terroristas para eliminarlas del modo que sea.
Instalado con la venia del presidente norteamericano, "el Campus" recluta a tres nuevos talentos: el agente del FBI Dominic Caruso, su hermano Brian, combatiente en Afganistán, y Jack Ryan Jr., que ha crecido rodeado de intrigas mientras su padre llegaba a la Casa Blanca.
La frenética trama de Los dientes del tigre obligará a Jack a deshacerse de sus conocimientos sobre espionaje y operaciones de inteligencia para enfrentarse a un mundo que se ha vuelto mucho más peligroso, poblado por fanáticos islámicos y narcotraficantes colombianos.
El genio de Tom Clancy para las historias amplias y absorbentes lo ha convertido en uno de los narradores más destacados de la actualidad. Su nueva novela supera las marcas anteriores.

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"Dave ¿nuestro amigo Uda está en el juego?"

Cunningham alzó la vista de sus papeles. "No te quepa duda de que se mueve como si lo estuviera, hijo".

En Arkansas, el paisaje se hizo ligeramente ondulado. Mustafá sentía que, después de conducir durante cuatrocientas millas, sus reacciones eran un poco lentas, de modo que se detuvo en una estación de servicio y. tras llenar el tanque, dejó que Abdulá se hiciese cargo del volante.

Estirarse era agradable. Luego, otra vez a la ruta. Abdulá conducía con prudencia. Sólo pasaban a gente de edad, y se mantenían en el carril derecho para evitar ser aplastados por los camiones. Además de que no querían llamar la atención de la policía, en realidad no tenían prisa. Tenían dos días para identificar su objetivo y cumplir con su misión. Era mucho. Se preguntó qué estarían haciendo los otros tres equipos. Todos ellos tenían que recorrer distancias más cortas. Probablemente uno de ellos ya hubiera llegado a la ciudad que tenía como objetivo. Tenían órdenes de seleccionar un hotel decente pero no lujoso a menos de una hora de auto del objetivo, reconocer el objetivo, confirmar vía correo electrónico que estaba todo a punto y esperar hasta que Mustafá les ordenara llevar a cabo la misión. Por supuesto que cuanto más simples eran las órdenes, menos posibilidad de confusiones y errores había. Los hombres eran buenos y sabían qué tenían que hacer. Los conocía a todos. Saíd y Mejdi eran, como él, de origen saudita, como él, hijos de familias ricas que despreciaban a sus padres porque éstos lamían las botas de los estadounidenses y otros como ellos. Sabawi era de origen iraquí. No había nacido rico, pero era un verdadero creyente. Era sunnita como los demás, pero quería ser recordado incluso por la mayoría chiita de su país como fiel seguidor del Profeta. Los chiitas de Irak, sólo liberados recientemente -ipor infieles!- del dominio sunnita, se pavoneaban por todo el país como si ellos fueran los únicos Creyentes. Sabawi quería demostrar que tal falsa creencia era errónea. Mustafá apenas si se molestaba con tales banalidades. Para él, el Islam era una gran casa donde cabían casi todos…

"Mi culo está cansado", dijo Rafi desde el asiento trasero.

"No puedo hacer nada al respecto, hermano mío", replicó Abdulá desde el asiento del conductor. Como conductor, consideraba que estaba transitoriamente al mando.

"Lo sé, pero de todas formas mi culo está cansado", observó Rafi.

"Podríamos haber hecho el viaje a caballo, pero habría sido lento y también ellos hacen doler el culo, amigo mío", observó Mustafá. Esa observación fue recibida con risas, y Rafi regresó su atención a su ejemplar de Playboy.

El mapa mostraba un camino fácil hasta que llegaron a la ciudad de Small Stone. Allí tendrían que estar bien atentos. Pero por ahora, el camino serpenteaba entre placenteras colinas cubiertas de verdes árboles, Era considerablemente distinto del norte de México, que tanto se había parecido a las arenosas colinas de su tierra natal… a las que nunca regresarían…

Para Abdulá, conducir era un placer. El automóvil no era tan bueno como el Mercedes de su padre, pero por ahora bastaba, y sentía bien el volante bajo sus manos, mientras conducía reclinado, fumando su Winston con una sonrisa de satisfacción en los labios. Había personas en los Estados Unidos que corrían con autos como éstos en grandes pistas ovaladas y iqué placer debían de sentir! Conducir tan rápido como uno pudiera, competir con otros iy ganar! Eso debía de ser mejor que poseer a una mujer… bueno, casi… sólo diferente, se corrigió. Pero poseer a una mujer después de ganar una carrera, eso sí que sería un placer. Se preguntó si habría autos en el paraíso. Autos buenos, veloces, como los de Fórmula 1 que corrían en Europa, pegados a la curva, con toda su potencia en las rectas, conduciendo a la plena potencia del auto. Podía intentarlo ahora. Este auto probablemente alcanzara los doscientos kilómetros por hora, pero no, la misión era más importante.

Arrojó su cigarrillo por la ventana. En ese momento, lo pasó un auto de policía con franjas azules a los lados. Policía del Estado de Arkansas. Ese parecía un auto veloz, y el hombre que iba dentro tenía un espléndido sombrero de vaquero, pensó Abdulá. Como todos los habitantes del planeta, había visto una buena cantidad de películas estadounidenses, incluidas las de vaqueros, hombres a caballo trabajando con ganado o simplemente disparando sus pistolas en los saloons, arreglando cuestiones de honor. Esa imaginería lo atraía -pero para eso existía, se recordó. Otro intento de los infieles por seducir a los Creyentes. Para ser justo, había que reconocer que las películas estadounidenses estaban hechas para el público estadounidense. ¿Cuántas películas árabes mostraban a Salah ad-Din -que era nada menos que curdo- aplastando a los cruzados cristianos invasores? Se habían hecho para enseñar historia y para estimular la hombría de los hombres árabes para que aplastasen mejor a los israelíes, cosa que, lamentablemente, no ocurría. Posiblemente las películas de vaqueros estadounidenses tuviesen la misma función. Su concepto de la hombría no era tan distinto del de los árabes, con la diferencia de que usaban revólveres, en lugar de la más varonil espada. Claro que la pistola tenía más alcance, de modo que los estadounidenses eran prácticos, además de muy astutos, para pelear. Por supuesto que no más valientes que los árabes, sí más astutos.

Tendría que cuidarse de los estadounidenses y sus armas de mano, se dijo Abdulá. Si alguno de ellos disparase como en las películas de vaqueros, su misión llegaría a un prematuro fin, y eso no debía ocurrir.

Se preguntó qué llevaría en su cinturón el policía del auto blanco ¿dispararía bien? Claro que podían averiguado, pero sólo había una forma de hacerlo y sería arruinar la misión. Abdulá contempló cómo se perdía en la distancia el auto de la policía, y se conformó con mirar pasar acoplados de tractor mientras seguía camino al este a una velocidad pareja de algo más de cien kilómetros por hora, a razón de tres cigarrillos por hora y un estómago que gruñía. SMALL STONE, 30 MILLAS,

"En Langley se están excitando otra vez", le dijo Davis a Hendley,

"¿Qué oíste?", preguntó Gerry.

"Un agente de campo oyó algo extraño de un agente-fuente en Arabia Saudita, Algo acerca de que gente que se sospecha que está en el juego abandonó el país, no se sabe con qué destino, cree que hemisferio occidental, son unos diez",

"¿Cuán firme es esto?", preguntó Hendley,

"Un 'tres' en materia de confiabilidad, aunque es una fuente considerada generalmente buena, algún infeliz de alto rango decidió bajarle la clasificación por razones desconocidas", ese era uno de los problemas que enfrentaba el Campus, dependían de otros para la mayor parte de sus análisis, aunque tenían gente especialmente buena en sus propias oficinas de análisis, el verdadero trabajo se hacía al otro lado del río Potomac y la CIA había tenido sus errores durante los últimos años – mejor dicho, décadas, se recordó Gerry. Nadie acertaba siempre en este mundo y muchos de los burócratas de la CIA estaban demasiado bien pagos, aun tratándose de magros sueldos del gobierno, pero en tanto llevaran adelante bien sus tareas de rutina administrativa, a nadie le importaba o siquiera lo notaba. Lo significativo era que los sauditas deportaban a la gente que les podia traer problemas, permitiéndoles ir a delinquir a otros lugares y, si resultaban atrapados, el gobierno saudita se mostraba ampliamente dispuesto a colaborar, con lo cual cubría todas sus bases con gran facilidad.

"¿Que crees?", le preguntó a Tom Davis.

"Demonios, Gerry, no soy una gitana que lee las manos. No tengo ni bola de cristal ni oráculo délfico", Davis lanzó un suspiro de frustración. "Se le ha notificado a Seguridad Territorial, lo cual implica que también participan el FBI y el resto del equipo analítico pero, sabes, ésta es inteligencia 'blanda'. Nada tangible, tres nombres, sin fotos, y cualquIera puede conseguirse identificación falsa", hasta en las novelas populares explica cómo hacerlo, ni siquiera necesitas ser muy paciente, porque ni un solo estado de la Unión cruza datos de los certificados de nacimiento, de muerte, lo cual sería fácil hasta para los burócratas del gobierno.

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