Tom Clancy - Los dientes del tigre

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"Si le vas a patear el trasero al tigre, más vale que tengas un plan para enfrentarte a sus dientes."
Tom Clancy. Durante la era del terrorismo global, donde cualquiera puede acceder tanto a un fusil Kalashnikov como a algunas fatales nociones de química, o simplemente está dispuesto a morir por una "causa justa", las antiguas reglas ya no corren.
Por más organizaciones gubernamentales creadas ad hoc, las únicas efectivas son las rápidas y ágiles, libres de supervisión y restricciones y fuera del sistema.
En un anónimo edificio suburbano, una empresa invierte con éxito en acciones, bonos y divisas pero, tras la fachada financiera, de lo que se ocupa en realidad es de identificar y localizar amenazas terroristas para eliminarlas del modo que sea.
Instalado con la venia del presidente norteamericano, "el Campus" recluta a tres nuevos talentos: el agente del FBI Dominic Caruso, su hermano Brian, combatiente en Afganistán, y Jack Ryan Jr., que ha crecido rodeado de intrigas mientras su padre llegaba a la Casa Blanca.
La frenética trama de Los dientes del tigre obligará a Jack a deshacerse de sus conocimientos sobre espionaje y operaciones de inteligencia para enfrentarse a un mundo que se ha vuelto mucho más peligroso, poblado por fanáticos islámicos y narcotraficantes colombianos.
El genio de Tom Clancy para las historias amplias y absorbentes lo ha convertido en uno de los narradores más destacados de la actualidad. Su nueva novela supera las marcas anteriores.

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Una vez más, oía NPR, era su emisora de noticias favoritas, y era mucho mejor que oír la música popular de moda. Se había criado oyendo a su mamá tocando el piano, interpretando sobre todo a Bach y sus pares -tal vez un poco de John Williams como concesión a los tiempos modernos, aunque éste escribía más para bronces que para teclas.

Otra bomba suicida en Israel. Maldición, su papá había intentando apaciguar eso por todos los medios, pero a pesar de muchos esfuerzos bien intencionados, aun de parte de los israelíes, nada dio resultado. Parecía que judíos y musulmanes no podían entenderse. Su padre y el príncipe Alí bm Sultán hablaban del tema cada vez que se encontraban, y daba pena ver lo frustrados que se sentían. Al príncipe no le había tocado ser candidato al trono de su país -lo cual, posiblemente, era bueno, pensó Jack, pues ser rey era aún peor que ser presidente- pero así y todo era una figura importante, cuyas palabras eran oídas por el rey… lo que le recordaba a…

Udi bm Sali. Habría más noticias sobre él esa mañana. La producción del SIS británico, cortesía de esos infelices de la CIA en Langley. ¿Infelices de la CIA?, se preguntó Jack. Su propio padre había trabajado allí, sirviendo con distinción antes de progresar en el mundo y les había dicho muchas veces a sus hijos que no creyeran nada de lo que el cine decía sobre el mundo de la inteligencia. Jack Jr. había hecho preguntas, por lo general sin obtener más que respuestas insatisfactorias, y ahora estaba aprendiendo cómo era realmente el negocio. En general, aburrido. Demasiada contabilidad, como cazar ratones en el Parque Jurásico, aunque al menos uno tenía la ventaja de ser invisible para los dinosaurios depredadores. Nadie sabía de la existencia del Campus y mientras fuese así, todos estarían a salvo. Esto era tranquilizador, pero, otra vez, aburrido. Junior aún era lo suficientemente joven para creer que excitación equivalía a diversión.

Dejó la Ruta nacional 29 en el desvío a la izquierda que conducía al Campus. El estacionamiento habitual. Una sonrisa y un saludo con la mano al guardia de seguridad antes de subir a su oficina. En ese momento Junior se dio cuenta de que había pasado por McDonald's sin detenerse, de modo que tomó dos galletas de la bandeja de alimentos y una de café para llevársela a su escritorio.

"Buenos días, Uda", le dijo Jack Jr. a su monitor. "¿Qué has estado haciendo?" El reloj de su computadora marcaba las 8:25 de la mañana. Eso significaba que era la primera hora de la tarde en el distrito financiero de Londres. Bm Sali tenía una oficina en el edificio de seguros Lloyd, que según recordaba Junior, parecía una refinería llena de ventanas. Vecindario caro, vecinos muy ricos. El informe no decía qué piso, pero de todas formas, Jack nunca había entrado en el edificio. Seguros. Debía de ser el trabajo más aburrido del mundo, esperar a que se incendiase un edificio. Así que ayer, Uda había telefoneado a… jajá! "He visto ese nombre en algún lado", le dijo Jack a la pantalla. Era el nombre de un árabe muy rico, de quien se sabía que había jugado donde no debía en alguna ocasión y que también era vigilado por el Servicio Secreto británico. ¿y qué habían hablado?

Hasta había una transcripción. La conversación había sido en árabe y la traducción… igual podría haberse tratado de instrucciones de la esposa para que comprara un litro de leche al volver del trabajo. Así de excitante y revelador. Pero Uda había respondido a una aseveración totalmente inocua con un "¿estás seguro?" No era la clase de cosa que uno le dice a la esposa cuando ella encarga un litro de leche descremada.

"El tono de su voz sugiere un significado oculto", había opinado plácidamente al pie de página el analista británico.

Más tarde, Uda había salido temprano de la oficina y había ido a otro pub, donde se encontró con el tipo de la conversación telefónica. Así que la conversación no sabía sido tan inocua, ¿no? Pero, aunque no habían logrado oír lo hablado en el reservado del pub, en la llamada de teléfono no habían especificado un punto de encuentro… y Uda no pasaba mucho tiempo en ese pub en particular.

"Buenos días, Jack", saludó Wills, quitándose la chaqueta y colgándola del perchero. "¿Alguna novedad?"

"Nuestro amigo Uda se está meneando de lo lindo". Jack pulsó el comando IMPRIMIR y le alcanzó el informe impreso a su compañero antes de que éste alcanzara a sentarse.

"¿Parece sugerir la posibilidad, verdad?"

"Tony, este tipo está en el juego", dijo Jack con bastante convicción.

"¿Qué hizo después de la conversación telefónica? ¿Alguna transacción fuera de lo habitual?"

"Aún no lo verifiqué, pero, de ser así, lo hizo porque su amigo se lo ordenó y luego se encontraron a tomar una pinta de cerveza amarga y confirmar la operación".

"Eso dejando que tu imaginación dé cosas por sentadas. Aquí, procuramos no hacer eso", advirtió Wills.

"Lo sé", gruñó Junior. Era hora de verificar los movimientos de dinero del día anterior.

"Por cierto, hoy conocerás a alguien nuevo".

"¿Quién es?"

"Dave Cunningham. Contador forense, trabajaba para Justicia, temas relacionados con el delito organizado. Es muy bueno para descubrir irregularidades financieras".

"¿Cree que encontré algo interesante?", preguntó Jack, esperanzado.

"Veremos cuando venga, después de comer. Probablemente esté repasando tu material en este momento".

"De acuerdo", respondió Jack. Tal vez había dado con el rastro de algo interesante. Tal vez su trabajo tuviera un elemento de excitación. Tal vez le dieran una condecoración a su calculadora. Sí, claro.

Los días se convirtieron en rutina. Carrera y entrenamiento físico por la mañana, a continuación, desayuno y charla. Esencialmente, lo mismo que el período de Dominic en la academia del FBI o el de Brian en el aprendizaje básico. Era esta similitud la que preocupaba vagamente al infante de marina. El entrenamiento del Cuerpo de infantería de marina se orientaba a matar gente y romper cosas. Este también.

Dorninic era un poco mejor en seguimiento, porque la academia del FBI lo enseñaba a partir de un manual que los infantes de marina no usaban. Enzo también era bueno con la pistola, aunque Aldo prefería su Smith & Wesson a la Beretta de su hermano. Su hermano había eliminado a un malo con su Smith, mientras que Brian había hecho su tarea con un fusil M16A2 a una distancia más bien larga, cincuenta metros, suficientemente cerca como para ver qué cara ponían cuando los alcanzaba la bala, y lo suficientemente lejos como para que un disparo de respuesta no fuese motivo de preocupación. Su sargento lo había regañado por no cubrirse lo suficiente cuando los AK le apuntaban, pero Brian había aprendido una importante lección la única vez que había estado en combate. Había descubierto que, en esos momentos, su mente y su razonamiento se volvían hiperlúcidos, el mundo parecía funcionar con más lentitud y su pensamiento se volvía extraordinariamente claro. Al recordarlo, le sorprendió que, dada la velocidad con que iba su mente, no hubiera visto el trayecto de las balas; bueno, los cinco últimos disparos del peine del Ak-47 solían ser trazadoras y las había visto en el aire, aunque no dirigidas directamente a él. Su mente solía regresar a esos intensos cinco o seis minutos, y lo criticaba por lo que podía haber hecho mejor y se prometía no repetir esos errores de pensamiento y de mando, aunque el sargento Sullivan se había demostrado respetuoso para con su capitán cuando éste hizo su informe poscombate en la base.

"¿Qué tal la carrera de hoy, muchachos?", preguntó Pete Alexander.

"Deliciosa", respondió Dominic. "Tal vez deberíamos probar hacerlo con mochilas de veinte kilos".

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