Tom Clancy - Los dientes del tigre

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"Si le vas a patear el trasero al tigre, más vale que tengas un plan para enfrentarte a sus dientes."
Tom Clancy. Durante la era del terrorismo global, donde cualquiera puede acceder tanto a un fusil Kalashnikov como a algunas fatales nociones de química, o simplemente está dispuesto a morir por una "causa justa", las antiguas reglas ya no corren.
Por más organizaciones gubernamentales creadas ad hoc, las únicas efectivas son las rápidas y ágiles, libres de supervisión y restricciones y fuera del sistema.
En un anónimo edificio suburbano, una empresa invierte con éxito en acciones, bonos y divisas pero, tras la fachada financiera, de lo que se ocupa en realidad es de identificar y localizar amenazas terroristas para eliminarlas del modo que sea.
Instalado con la venia del presidente norteamericano, "el Campus" recluta a tres nuevos talentos: el agente del FBI Dominic Caruso, su hermano Brian, combatiente en Afganistán, y Jack Ryan Jr., que ha crecido rodeado de intrigas mientras su padre llegaba a la Casa Blanca.
La frenética trama de Los dientes del tigre obligará a Jack a deshacerse de sus conocimientos sobre espionaje y operaciones de inteligencia para enfrentarse a un mundo que se ha vuelto mucho más peligroso, poblado por fanáticos islámicos y narcotraficantes colombianos.
El genio de Tom Clancy para las historias amplias y absorbentes lo ha convertido en uno de los narradores más destacados de la actualidad. Su nueva novela supera las marcas anteriores.

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"Podemos arreglar para que sea así, respondió Alexander.

"Eh, Pete, eso era lo que hacíamos en la Fuerza de Reconocimiento. No es divertido", objetó en seguida Brian. "Afloja con el humor", le dijo a su hermano.

"Bueno, es bueno ver que sigues en buenas condiciones", observó Pete afablemente. A fin de cuentas, no era él quien debía hacer las carreras matutinas. "¿Qué se cuenta?"

"Aún me gustaría saber más acerca de cuál es el propósito de todo esto", dijo Brian, alzando la vista de su taza de café.

"No eres muy paciente que digamos, ¿no?", respondió su oficial de entrenamiento.

"Mire, en el Cuerpo de Infantería de Marina entrenábamos a diario, pero aun cuando no estaba claro para qué entrenábamos, sabíamos que éramos infantes de marina y que no íbamos a vender bizcochos frente a un Wal Mart a beneficio de las Niñas Exploradoras".

"¿Para qué crees que te estás preparando ahora?"

"Para matar gente sin advertencia, sin reglas de enfrentamiento reconocibles. Se parece mucho a asesinar". Bien, pensó Brian, lo había dicho en voz alta. ¿Qué ocurriría ahora? Probablemente, dar vuelta en su auto a Camp Lejeune y retomar su carrera en la Máquina Verde. Bueno, podría ser peor.

"De acuerdo, creo que ya va siendo hora", concedió Alexander. "¿Qué harías si se te ordenara matar a alguien?"

"Si las órdenes son legítimas, las obedezco, pero la ley -el sistema- me permite evaluar cuán legítimas son".

"Bien, una hipótesis: digamos que se te ordena terminar con la vida de un terrorista conocido. ¿Cómo reaccionas?", preguntó Pete.

"Fácil. Lo matas", respondió Brian de inmediato.

"¿Por qué?"

"Los terroristas son criminales, pero no siempre puedes arrestarlos. Le hacen la guerra a mi país, y si a mí me dicen que responda guerreando, lo hago. Para eso me enrolé, Pete".

"El sistema no nos permite hacer eso", observó Dominic.

"Pero el sistema te permite eliminar a los delincuentes si los sorprendes in flagrante delicta, por así decirlo. Tú lo hiciste y no te arrepientes, hermano".

"Tampoco tú te arrepentirás. Tu situación es la misma. Si el Presidente te dice que mates a alguien y tú vistes uniforme, él es el Comandante en Jefe, Aldo. Tienes el derecho legal -demonios, no, el deber- de matar a quien él te ordene".

"¿No hubo ciertos alemanes que usaron ese argumento en 1946?", preguntó Brian.

"No me preocuparía mucho por eso. Tendríamos que perder la guerra para que eso nos preocupara. No creo que eso vaya a ocurrir por ahora".

"Enzo, si lo que tú dices es así, si los alemanes hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial, nadie debería preocuparse por los seis millones de judíos que asesinaron. ¿Eso es lo que dices?"

"Muchachos", interrumpió Alexander, "ésta no es una clase de teoría legal".

"El abogado aquí es Enzo", señaló Brian.

Dominic respondió a la provocación: "Si el Presidente viola la ley, entonces el Congreso le hace juicio político, y se queda sin trabajo y entonces será él quien es pasible de sanciones penales".

"De acuerdo. ¿Pero qué ocurre con los tipos que siguieron sus órdenes?", respondió Brian.

"Eso depende", les dijo Pete a ambos. "Si el presidente saliente les dio indultos, ¿qué responsabilidad tienen?"

Dominic quedó impactado con la respuesta. "Supongo que ninguna. Según la Constitución, el presidente tiene el soberano poder de indultar, como lo tenían los reyes en el pasado. En teoría, el presidente puede incluso indultarse a sí mismo, pero desde el punto legal, eso sería una verdadera caja de Pandora. La Constitución es la ley suprema. En la práctica, la constitución es Dios, y ante eso, no hay reclamo. Sabes, fuera de la ocasión en que Ford perdonó a Nixon, es un aspecto que realmente no se ha investigado. Pero la Constitución está diseñada para ser aplicada en forma razonable por personas razonables. Tal vez ésa sea su única debilidad. Los abogados son abogados y eso significa que no siempre son razonables".

"De modo que, en teoría, si el presidente te indulta por matar a alguien, no eres culpable de ese delito ¿de acuerdo?"

"Correcto". El rostro de Dominic se contrajo ligeramente. "¿Qué me estás diciendo?"

"Sólo una hipótesis", respondió Alexander, retrocediendo ligeramente. En cualquier caso, así terminó la clase de teoría legal, y Alexander se congratuló por haberles dicho muchísimo y nada al mismo tiempo.

Los nombres de las ciudades le resultaban tan extraños, pensó Mustafá. Shawnee. Dkemah. Welletka. Pharaoh. Esta era la más rara. ¿Faraón? No estaban en Egipto. Esa era una nación musulmana, aunque se encontrara confundida y su política no reconociera la importancia de la Fe. Pero tarde o temprano eso cambiaría. Mustafá se reclinó en su asiento y tomó un cigarrillo, Aún les quedaba medio tanque de gasolina. Claro que si este Ford tenía un tanque grande para consumir petróleo musulmán, los estadounidenses eran hijos de puta ingratos. Los países musulmanes les vendían petróleo y Estados Unidos ¿qué les devolvía? Poco más que armas para que los israelíes mataran árabes. Pornografía, alcohol y otras basuras para corromper a los Fieles. ¿Pero qué era peor, corromper o ser corrompido, víctima de infieles? Algún día, cuando la Ley de Alá gobernara el mundo, todo iría bien. Ese día llegaría de alguna forma y él y sus camaradas guerreros estaban ahora mismo en la cresta de la ola de la Voluntad de Alá. Morirían muertes de mártires y eso era algo de lo que estar orgullosos. A su debido tiempo, sus familias sabrían de lo ocurrido con ellos -podían contar con los estadounidenses para eso- y llorarían su muerte, pero celebrarían su fe. A las agencias de investigación estadounidenses les gustaba exhibir su eficiencia aun después de haber perdido la batalla. Sonrió.

Daxe Cunningham representaba la edad que tenía. Estaba bien cerca de los sesenta, pensó Jack. Escaso cabello gris. Mala piel. Había dejado el cigarrillo, pero no a tiempo. Pero sus ojos grises brillaban como los de un hurón de las Dakotas en busca de roedores para comérselos.

"¿eres Jack Junior?", preguntó apenas entró.

"Culpable", admitió Jack. "¿Qué te parecieron mis cifras?"

"No están mal para un aficionado", admitió Cunningham. "Al parecer, el sujeto está almacenando y lavando dinero, para él y para alguien más".

"¿Para quién más?", preguntó Wills.

"No estoy seguro, pero es del Medio Oriente, es rico y está atento a su dinero. Curioso. Todos creen que malgastan el dinero como marineros borrachos. Algunos lo hacen", observó el contador. "Pero otros son avaros. Cuando sueltan la moneda de veinticinco centavos, el bisonte chilla". Eso demostraba su edad. Las monedas de veinticinco con un bisonte eran tan viejas que Jack ni siquiera entendió la broma. Luego, Cunningham puso unos papeles sobre el escritorio entre Ryan y Wills. Las transacciones estaban destacadas en rojo.

"Es un poco desprolijo. Todas las transferencias dudosas están hechas de a paquetes de diez mil libras. Hace que sean fáciles de detectar. Las disfraza de gastos personales. Van a esa cuenta, probablemente para que sus padres no lo descubran. Los contadores sauditas tienden a ser desprolijos. Supongo que para que se inquieten hace falta un millón. Posiblemente les parezca que no tiene nada de raro que un joven separe diez mil para una noche particularmente agradable con las damas, o para el casino. A los jóvenes ricos les encanta jugar, aunque no lo hacen muy bien. Si vivieran más cerca de Las Vegas o de Atlantic City, harían maravillas por nuestra balanza de pagos".

"¿Tal vez les gusten más las putas europeas que las nuestras?", se preguntó Jack en voz alta.

"Hijo, en Las Vegas puedes pedir un burro camboyano rubio y de ojos azules y a la media hora lo tendrás en la puerta". A lo largo de los años, Cunningham había aprendido que también los jerarcas de la mafia tienen sus actividades favoritas. Al comienzo, ese abuelo metodista se había sentido ofendido, pero al darse cuenta de que era una forma más de rastrear criminales, había recibido con beneplácito tales gastos. Las personas corruptas hacían cosas corruptas. Cunningham también había participado en la operación SERPIENTES ELEGANTES, que había enviado a seis miembros del Congreso a la cárcel federal estilo club de campo ubicada en la Base Eglin de la Fuerza Aérea en Florida, empleando esos mismos métodos para rastrear a su presa. Suponía que ahora se estarían desempeñando como caddies de alto rango para los jóvenes pilotos de caza que partían desde allí,lo cual les vendría bien para ejercitarse a los representantes del pueblo.

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