"Bueno, agrégale una nariz". Oh, qué bien, pensó John Patrick Ryan Jr. Luego recordó que en las verdaderas operaciones de inteligencia no se trataba de dispararles a los malos y luego irse a la cama con la heroína de la película. Eso ocurría en las películas. Este era el mundo real.
"Tanta prisa tiene nuestro amigo?", preguntó Ernesto, muy sorprendido.
"Así parece. Últimamente, los norteamericanos los vienen castigando muy duro. Supongo que quieren recordarles a sus enemigos que aún pueden morder. Tal vez sea cuestión de honor para ellos", especuló Pablo. A su amigo no le costaría entender eso.
"Así que, ¿qué hacemos ahora?"
"Una vez que estén instalados en Ciudad de México, combinamos para que sean transportados a Estados Unidos y, supongo, nos ocupamos de que obtengan armas".
"¿Complicaciones?"
"Si los norteamericanos tienen infiltrados en nuestra organización, podrían tener alguna advertencia, además de rumores de nuestro compromiso. Pero ya hemos tomado eso en cuenta".
Sí, reflexionó Ernesto, pero eso había sido desde lejos. Ahora, se oían los golpes en la puerta y había que pensar otra vez. Pero no podía volver atrás en un acuerdo. Eso era cuestión de honor y de negocios. Estaban preparando un embarque inicial de cocaína para la Unión Europea. Prometía ser un mercado de considerable importancia.
"Cuánta gente viene?"
"Catorce, dice. No tienen arma alguna".
"Qué crees que necesitarán?"
"Con automáticas livianas alcanzará, además de pistolas, claro", dijo Pablo. "Tenemos un proveedor en México que puede manejarlo por menos de diez mil dólares. Con otros diez mil, hacen llegar las armas a su destino final en los Estados Unidos. Así se evitan complicaciones en el cruce".
"Bueno, hagámoslo así. ¿Irás a México tú mismo?"
Pablo asintió. "Mañana por la mañana. Coordinaré con ellos y los coyotes el primer movimiento".
"Sé cuidadoso", señaló Ernesto. Sus sugerencias eran potentes como una bomba. Pablo corría algunos riesgos, pero sus servicios eran muy importantes para el Cartel. Sería difícil reemplazarlo.
"Por supuesto, jefe. Necesito evaluar cuán confiable es esta gente, ya que nos van a asistir en Europa".
"Sí, es necesario", asintió Ernesto, con fatiga. Como en casi todos los acuerdos, cuando llegaba el momento de llevarlos a cabo, surgían las dudas. Pero no era una anciana. Nunca había temido actuar con decisión.
El Airbus llegó al fin de la pista. Los pasajeros de primera fueron los primeros en bajar. Siguiendo las flechas coloreadas pintadas en el piso, llegaron a migraciones y aduana, donde Es aseguraron a los burócratas de uniforme que no tenían nada que declarar, se Es sellaron debidamente sus pasaportes y fueron a recoger su equipaje.
El jefe del grupo se llamaba Mustafá. Aunque era saudita de nacimiento, iba completamente afeitado, lo cual no le gustaba, si bien dejaba a la vista una piel que parecía gustarle a las mujeres. El y un colega de nombre Abdulá fueron juntos a recoger las maletas y luego salieron a donde se suponía que los esperaban los automóviles que lo recogerían. Esta sería la primera prueba de la eficiencia de sus nuevos socios del hemisferio occidental. y efectivamente, había alguien con un rectángulo de cartulina donde decía "MIGUEL" en letras de molde. Ese era el nombre en código de Mustafá para esta operación y se adelantó a estrechar la mano del hombre. Este no dijo nada, pero hizo un gesto de que lo siguieran. Afuera, los esperaba una minivan Plymouth color café. Pusieron las maletas atrás y los pasajeros se acomodaron en el asiento del medio. Hacía calor en Ciudad de México y el aire era el más sucio de los que nunca hubieran conocido. Lo que debía haber sido un hermoso día quedaba arruinado por un velo gris que cubría la ciudad – contaminación atmosférica, pensó Mustafá.
En el camino al hotel, el chofer continuó en silencio. 'Esto los impresionó favorablemente. Si no hay nada que decir, hay que quedarse callado.
Como era de esperar, el hotel era bueno. Mustafá se registró con la falsa tarjeta Visa que había enviado anticipadamente por fax y cinco minutos después, su amigo y él estaban en una espaciosa habitación del quinto piso. Buscaron micrófonos ocultos en los lugares más obvios antes de hablar.
"Pensé que ese maldito vuelo nunca terminaría", refunfuño Abdulá, buscando agua embotellada en el minibar. Es habían indicado que tuviesen cuidado con el agua corriente.
"Lo mismo me ocurrió a mí. ¿Qué tal dormiste?"
"No muy bien. Creí que lo bueno del alcohol es que te deja inconsciente".
"A algunos, no a todos", le dijo Mustafá a su amigo. "Para eso hay otras drogas".
"Ésas son abominables a los ojos de Dios", observó Abdulá, "a no ser que las suministre un médico".
"Ahora tenemos amigos que no piensan así".
"Infieles", casi escupió Abdulá.
"FI enemigo de nuestro enemigo es nuestro amigo". Abdulá abrió una botella de Fvian. "No. Se puede confiar en un verdadero amigo. ¿Podemos acaso confiar en estos hombres?"
"Sólo cuanto debamos", concedió Mustafá. Mohammed había sido cuidadoso al instruirlos para esa misión. Sus nuevos aliados los ayudarían sólo por conveniencia, porque también ellos querían dañar al Gran Satán. Por ahora, bastaba con eso. Algún día, esos aliados se convertirían en enemigos y deberían lidiar con ellos. Pero ese día aún no había llegado. Ahogó un bostezo. Era hora de descansar. Mañana sería un día atareado.
Jack vivía en un condominio en Baltimore, a pocas cuadras de Oriole Park en Candem Yards, para el cual tenía billetes para la temporada, pero que esta noche estaba a oscuras, pues los Orioles estaban en Toronto. Como no era buen cocinero, comió afuera, como acostumbraba, aunque esta vez no tenía una amiga que lo acompañase, lo cual, muy a su pesar, también era lo habitual. Terminó de comer y se dirigió a su casa, encendió el televisor, cambió de idea y fue a su computadora y se conectó para ver si tenía correo y para navegar por la web. Allí fue cuando se hizo un recordatorio mental. Salí también vivía solo, y aunque a veces lo acompañaban putas, ello no ocurría cada noche. ¿Qué hacía todas las noches? ¿Se conectaba con su computadora? Muchos lo hacían. ¿Los británicos tendrían intervenida su línea de teléfono? Seguramente. Pero el legajo de Salí no decía nada acerca de su correo electrónico… ¿por qué? Valía la pena verificarlo.
"Qué piensas, Aldo?", le preguntó Dominic a su hermano. Transmitían un partido de béisbol por ESPN, Mariners -que iban perdiendo- contra Yankees.
"No estoy seguro de que me guste la idea de pegarle un tiro a un pobre tipo por la calle, hermano".
"ay si sabes que es malo?"
"ay qué pasa si matas a otro porque conduce un auto igualo sus bigotes se parecen? ¿Qué si deja mujer e hijos? Eso me convertiría en un jodido asesino, un asesino a sueldo, por cierto, Sabes, no es la clase de cosa que nos enseñaron en entrenamiento básico",
"Pero qué ocurre si sabes que es malo?", preguntó el agente del FBI.
"Eh, Enzo, tampoco fui entrenado para un caso así'.
"Lo sé, pero ésta es otra situación. Si sé que el tipo es un terrorista, y sé que no puedo arrestarlo, y sé que tiene más planes, creo que podría hacerlo",
"En las montañas, en Afganistán, nuestra información no siempre era irreprochable. Seguro, aprendí a jugarme el culo, pero el mío, no el de otro pobre infeliz".
"La gente contra la que peleabas ahí ¿a quién habían matado?"
"Eh, eran parte de una organización que está en guerra con los Estados Unidos de Norteamérica. Probablemente no eran boy scouts, Pero nunca vi evidencia directa de que esto fuese así'.
"ay si la hubieses visto?", preguntó Dominic.
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