El abogado de su padre se puso en pie e inició el turno de preguntas.
– Señor Burnet, vamos a remontarnos al mes de junio de hace unos ocho años. ¿A qué se dedicaba en esa época?
– Trabajaba en la construcción -contestó su padre con voz segura-. Supervisaba las soldaduras del gasoducto de Calgary.
– ¿Cuándo sospechó por primera vez que estaba enfermo?
– Cuando empecé a despertarme por las noches empapado en sudor.
– ¿Tenía fiebre?
– Creo que sí.
– ¿Acudió al médico?
– Al principio no, tardé un tiempo. Pensaba que sería la gripe o algo así. Pero no dejaba de sudar. Al cabo de un mes, empecé a sentirme muy débil. Entonces fui al médico.
– ¿Qué le dijo el doctor?
– Me diagnosticó un tumor en el abdomen, y me recomendó el mejor especialista de la costa Oeste. Me contó que formaba parte del equipo docente del UCLA Medical Center, en Los Ángeles.
– ¿De quién se trataba?
– Del doctor Michael Gross. Es ese. -Su padre señaló al acusado, que se encontraba sentado a la mesa contigua. Alex no volvió la vista. Siguió fijándola en su padre.
– Así que el doctor Gross lo visitó.
– Sí.
– ¿Efectuó un examen médico?
– Sí.
– ¿Le hizo alguna prueba en el momento?
– Sí. Me hizo un análisis de sangre y radiografías, también me hizo un TAC de cuerpo entero. Y tomó una muestra de la médula ósea para una biopsia.
– ¿Cómo le hicieron eso exactamente, señor Burnet?
– Me clavaron una aguja en el hueso de la cadera, justo aquí. La aguja me atravesó el hueso hasta la médula. Luego extrajeron una muestra y la analizaron.
– Y cuando acabó con las pruebas, ¿obtuvo un diagnóstico?
– Sí. Me dijo que tenía leucemia linfoblástica aguda.
– ¿Qué entendió usted que tenía?
– Cáncer de la médula ósea.
– ¿Le propuso el doctor algún tratamiento?
– Sí. Me recomendó una intervención quirúrgica y quimioterapia.
– ¿Le dijo cuál era el pronóstico? ¿Cuál preveía él que sería el resultado?
– No muy bueno.
– ¿Fue más específico?
– Me dijo que era probable que me quedara menos de un año de vida.
– Ante esa respuesta, ¿consultó a otro médico?
– Sí.
– Y ¿cuál fue el resultado?
– Bueno, él… confirmó el diagnóstico. -Su padre hizo una pausa y se mordió el labio; hacía esfuerzos por no emocionarse. Alex estaba sorprendida. El hombre era un tipo duro y normalmente se mostraba impasible. Se sintió preocupada por él, aunque sabía que esa reacción emocional podía ayudarle a ganar el caso-. Me asusté mucho, mucho -confesó su padre-. Todos me decían… que no me quedaba mucho tiempo de vida. -Bajó la cabeza.
En la sala del tribunal se hizo un silencio sepulcral.
– Señor Burnet, ¿quiere un vaso de agua?
– No, estoy bien. -Alzó la cabeza y se pasó la mano por la frente.
– Por favor, continúe cuando pueda.
– Pedí una tercera opinión. Todo el mundo me dijo que el doctor Gross era el mejor especialista en la enfermedad.
– Así, inició el tratamiento con el doctor Gross.
– Sí, eso hice.
Su padre parecía haber recobrado la serenidad. Alex se recostó en la silla y respiró hondo. La declaración prosiguió sin dificultades a partir de ese punto. Su padre había relatado aquel episodio decenas de veces. Él, un hombre que temía por su vida, había depositado toda su fe en el doctor Gross. Se había sometido a una intervención quirúrgica y a un tratamiento de quimioterapia bajo la supervisión del especialista. En el curso de un año, los síntomas de la enfermedad habían ido remitiendo y el doctor Gross pareció convencido de que su padre estaba bien y de que el tratamiento se había completado con éxito.
– ¿Efectuó después el doctor un seguimiento periódico?
– Sí. Iba a verlo cada tres meses.
– ¿Cuáles eran los resultados?
– Todo era normal. Había ganado peso, volvía a sentirme fuerte y me crecía otra vez el pelo. Estaba bien.
– ¿Qué ocurrió entonces?
– Aproximadamente un año después, tras una de las revisiones, el doctor Gross me dijo que tenía que hacerme más pruebas.
– ¿Le explicó por qué?
– Me dijo que ciertos valores sanguíneos no eran normales.
– ¿Especificó en qué consistían las pruebas?
– No.
– ¿Le dijo que el cáncer se había reproducido?
– No, pero eso era lo que yo me temía. Hasta aquel momento no me había repetido ninguna prueba. -Su padre se removió en el asiento-. Le pregunté si el cáncer había reaparecido y él me dijo que de momento no, pero que tenía que realizar un examen exhaustivo. Me recalcó que tendría que someterme a pruebas de forma continuada.
– ¿Cómo reaccionó usted?
– Estaba aterrorizado. La segunda vez fue peor que la primera. Cuando empecé a encontrarme mal por primera vez, me preparé mentalmente para el diagnóstico. Sin embargo, me recuperé y me sentí revivir; tenía la oportunidad de volver a empezar. Entonces recibí la terrorífica llamada telefónica.
– Creía que estaba enfermo otra vez.
– Claro. Si no, ¿por qué iba a querer el médico hacerme más pruebas?
– ¿Estaba asustado?
– Aterrorizado.
Alex, al ver cómo iba el interrogatorio, pensó que era una pena que no contaran con fotografías. Su padre parecía radiante y lleno de energía. Recordaba la época en que se le veía débil, delicado de salud y con el rostro ceniciento. Las prendas le quedaban holgadas y tenía un aspecto moribundo. Ahora, en cambio, se le veía fuerte; por fin su apariencia revelaba al albañil que había sido toda su vida. No parecía un hombre que se asustara fácilmente. Alex sabía que todas aquellas preguntas eran esenciales para establecer una base sobre la que demostrar el fraude y también los daños psicológicos. No obstante, tenían que andarse con cuidado. Por desgracia, el abogado que dirigía el turno de preguntas tenía la mala costumbre de soslayar sus propias anotaciones una vez que la declaración estaba en marcha.
El letrado prosiguió:
– ¿Qué ocurrió después, señor Burnet?
– Me sometí a las pruebas. El doctor Gross las repitió todas. Incluso llegó a hacerme otra biopsia del hígado.
– ¿Cuál fue la conclusión?
– Me dijo que volviera al cabo de seis meses.
– ¿Por qué motivo?
– No me lo explicó. Solo dijo que volviera al cabo de seis meses.
– ¿Cómo se sentía usted en aquellos momentos?
– Me encontraba bien. De todas formas, estaba convencido de haber sufrido una recaída.
– ¿Se lo confirmó el doctor Gross?
– No, no me dijo nada. Ninguna persona del hospital me dijo nada. Solo insistían en que volviera al cabo de seis meses.
Era lógico que el padre de Alex creyera que seguía estando enfermo. Conoció a una mujer con quien podría haberse casado, sin embargo no lo hizo porque estaba convencido de que le quedaba poco tiempo de vida. Vendió la casa y se trasladó a un piso pequeño para amortizar la hipoteca.
– Al oírlo, se diría que estaba aguardando a morir -intervino el abogado.
– ¡Protesto!
– Retiro la pregunta. Sigamos, señor Burnet. ¿Cuánto tiempo estuvo yendo a la UCLA para someterse a pruebas médicas?
– Cuatro años.
– Cuatro años. Y ¿cuándo empezó a sospechar que no le estaban diciendo la verdad acerca de su estado de salud?
– Bueno, al cabo de cuatro años me seguía encontrando bien. No me había ocurrido nada. Cada día esperaba que aparecieran síntomas, pero ese momento no llegaba. Sin embargo, el doctor Gross insistía en que debía continuar haciéndome pruebas y más pruebas. Para entonces, me había trasladado a San Diego. Le propuse hacerme allí los análisis y enviárselos, pero él se negó; me dijo que tenía que hacérmelos en la UCLA.
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