Tenía que ocurrir pronto.
Al cabo de una hora como máximo. Vasco estaba seguro.
– Por supuesto, la gente tratará de impedir el progreso -continuó Watson desde el podio-. Incluso las compañías más importantes se ven implicadas en litigios inmotivados e improductivos. Una de mis nuevas empresas, BioGen, con sede en Los Ángeles, ha tenido que presentarse ante el tribunal porque un hombre llamado Burnet cree que no debe cumplir los contratos que firmó de su puño y letra. Resulta que ha cambiado de idea. Burnet tiene intención de impedir el progreso médico si no le pagamos. Es un extorsionador, y su hija es la abogada que lo representa. Así todo queda en familia. -Watson sonrió-. Pero ganaremos el caso. ¡Nada puede detener el progreso!
En aquel momento, Watson levantó las manos y las agitó en el aire mientras el aplauso de la audiencia invadía la sala. Vasco pensó que se comportaba casi igual que un candidato político. ¿Sería aquello a lo que aspiraba? A buen seguro, el tipo tenía suficiente dinero para optar a ser elegido. La riqueza era algo imprescindible en la política estadounidense del momento. Muy pronto…
Levantó la cabeza y se percató de que Tolman había desaparecido.
El asiento estaba vacío.
¡Mierda!
– El progreso es nuestra misión, la vocación a que consagramos nuestra vida -aseguró Watson, alzando la voz-. ¡El progreso ha de derrotar a la enfermedad! ¡El progreso ha de detener el envejecimiento, desterrar la demencia y alargar la vida! ¡Una vida libre de enfermedad, de decaimiento, de dolor y de miedo! ¡El gran sueño de la humanidad! ¡Hecho por fin realidad!
Vasco Borden no lo escuchaba. Caminaba junto a la hilera de asientos hacia el pasillo lateral y escrutaba las salidas. Vio unas cuantas personas que se marchaban, pero ninguna se parecía a Tolman. El tipo no podía haberse escapado, había…
Se volvió hacia atrás justo a tiempo para ver que Tolman avanzaba lentamente por el pasillo central. El tipo volvía a mirar su teléfono móvil.
– ¡Sesenta mil millones este año! ¡Doscientos mil millones el que viene! ¡Quinientos mil millones dentro de cinco años! ¡Ese es el futuro de nuestro sector, y ese es el porvenir que ofrecemos a la humanidad!
De súbito, la multitud se puso en pie y dedicó a Watson una ovación; por un momento a Vasco le resultó imposible seguir con la mirada a Tolman.
Aunque solo por un momento. Tolman se dirigía ahora a la puerta central. Vasco se dio media vuelta y salió por la puerta lateral al pasillo en el mismo instante en que lo hacía Tolman, quien parpadeaba ofuscado por la luz.
El hombre miró el reloj y avanzó por el corredor más lejano, pasando junto a los grandes ventanales orientados hacia la réplica en ladrillo rojo del campanario de San Marcos del hotel Venetian, radiantemente iluminado de noche. Se dirigía a la zona de la piscina, o tal vez al patio. A esas horas ambos espacios se encontrarían muy concurridos.
Vasco lo siguió de cerca.
Pensaba que ya lo tenía.
Jack Watson se paseaba por el salón de baile sonriendo y saludando con la mano a la multitud que lo aclamaba.
– Gracias, gracias. Son muy amables. Gracias… -Cada vez que pronunciaba las palabras agachaba un poco la cabeza. La dosis de modestia precisa.
Rick Diehl soltó un resoplido de desagrado al observarlo. Diehl se encontraba entre bastidores, siguiéndolo todo a través de un pequeño monitor en blanco y negro. Tenía treinta y cuatro años y era el director general de BioGen Research, una nueva empresa de Los Ángeles que pujaba por abrirse paso en el campo de la investigación. La actuación de su inversor externo más importante le había producido un gran desasosiego pues sabía que, a pesar de la actitud alentadora y las fotografías de prensa en las que aparecía junto a sonrientes niños de color, Jack Watson era un ser auténticamente despreciable. Tal como había dicho otra persona: «Lo mejor que puedo afirmar de Watson es que no es un sádico. Solo es un hijo de puta de marca mayor».
Diehl había aceptado la financiación de Watson con muchísima reticencia. Habría preferido no necesitarla. La esposa de Diehl era rica y él había fundado BioGen con su dinero. Su primera operación como director general había consistido en realizar una oferta por una línea celular propiedad de la UCLA: la línea celular Burnet. Se había desarrollado a partir de Frank Burnet, un hombre cuyo organismo producía unas moléculas químicas llamadas citocinas que resultaban muy eficaces contra el cáncer.
En realidad Diehl no esperaba conseguir la línea, pero así fue, y de pronto se encontró en la tesitura de tener que prepararse para que la FDA aprobara los ensayos clínicos. El coste de los ensayos empezó siendo de un millón de dólares, y pronto ascendió hasta los diez por cada uno, eso sin tener en cuenta los costes colaterales y los posteriores gastos de comercialización. No podía depender únicamente del dinero de su esposa. Necesitaba financiación externa.
Fue entonces cuando descubrió lo arriesgado que consideraban los capitalistas invertir en citocinas. Muchas de estas moléculas, como por ejemplo las interleucinas, habían tardado años en salir al mercado. Se sabía que existían muchas otras que podían resultar peligrosas, incluso mortales, para los pacientes. Y encima a Frank Burnet no se le había ocurrido otra cosa que entablar una demanda judicial y sembrar dudas acerca de que BioGen fuera la propietaria de la línea celular. A Diehl le había costado mucho trabajo conseguir que los inversores accedieran aun a reunirse con él. Al final había tenido que aceptar la ayuda del sonriente y siempre bronceado Jack Watson.
Sin embargo, sabía muy bien que Watson no pretendía otra cosa que apoderarse de BioGen y propinarle a él, Rick Diehl, una patada en el culo.
– ¡Jack! ¡El discurso ha sido magnífico! ¡Magnífico! -Rick le tendió la mano a Watson cuando por fin este se dirigió al camerino.
– Sí. Me alegro de que te haya gustado. -Watson no le devolvió el saludo. En vez de eso, se desprendió del transmisor inalámbrico y se lo colocó en la palma de la mano a Diehl-. Guárdame esto, Rick.
– Claro, Jack.
– ¿Ha venido tu esposa?
– No, Karen no ha podido venir. -Diehl se encogió de hombros-. Ha tenido que quedarse con los niños.
– Es una pena que se haya perdido el discurso -opinó Watson.
– Ya le diré que vea el DVD -repuso Diehl.
– Hemos conseguido que las noticias lleguen ahí fuera -dijo Watson-. Esa es la cuestión. Ahora todo el mundo sabe que hay una demanda judicial en marcha y que Burnet se ha portado mal, y también que nosotros llevamos las de ganar. Eso es lo que importa. La empresa se encuentra perfectamente posicionada.
– ¿Por eso accediste a dar el discurso? -preguntó Diehl.
Watson se lo quedó mirando.
– ¿Y qué cono creías? ¿Que tenía muchas ganas de venir a Las Vegas? -A continuación se desprendió del micrófono y se lo entregó a Diehl-. Guárdame esto también.
– Claro, Jack.
Jack Watson se dio media vuelta y se alejó de él sin decir nada más. Rick Diehl se estremeció. Pensó que era una suerte que Karen tuviera dinero. De otro modo, estaría más que sentenciado.
Vasco Borden atravesó la arcada del Palacio Ducal y salió al patio siguiendo al fugitivo, Eddie Tolman, entre la concurrencia nocturna. Oyó un chisporroteo en el auricular. Debía de ser Dolly, su ayudante, desde otro lugar del hotel. Se llevó la mano a la oreja.
– Adelante -dijo.
– El calvo, Tolman, ha planeado una noche de lo más entretenida.
– ¿De verdad?
– Sí, tiene…
– Espera -la interrumpió Vasco-, un momento.
Vasco no daba crédito a lo que tenía enfrente. En la zona derecha del patio vio a Jack B. Watson junto a una sensual morenaza mezclándose con la multitud. Watson tenía fama de andar siempre acompañado de mujeres guapísimas. Todas trabajaban para él. Eran muy inteligentes y de una belleza deslumbrante.
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