Michael Crichton - Next

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El autor de Estado de miedo nos sumerge en los aspectos más sombríos de la investigación genética, la especulación farmacéutica y las consecuencias morales de esta nueva realidad. El investigador Henry Kendall mezcla ADN humano y de chimpacé y produce un híbrido extraordinariamente evolucionado al que rescatará del laboratorio y hará pasar como un humano. Tráfico de genes, animales `de diseño`, encarnizadas guerras de patentes: un futuro turbador que ya está aquí.

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– ¿No lo sabes seguro? ¿Y el ácido siálico?

– Es un marcador sanguíneo de los chimpancés… ¿Crees que esta sangre es de un chimpancé?

– No lo sé, Marty.

– En este laboratorio no hacemos la prueba del ácido siálico, nunca nos la han pedido. Me parece que en Radial Genomics, en San Diego, sí que la hacen.

– Muy gracioso.

– ¿ Quieres hacer el favor de explicarme de qué va todo esto, Henry?

– No puedo -respondió Henry-. Me gustaría que analizaras el ADN de la muestra. Y también el mío.

Marty Roberts se recostó en el asiento.

– Me estás poniendo nervioso -dijo-. ¿Estás metido en algún lío?

– No, no. No es eso. Tiene que ver con un proyecto de investigación de hace unos cuantos años.

– ¿Crees que es sangre de chimpancé? ¿O tuya?

– Sí.

– ¿O de ambos?

– ¿Analizarás el ADN?

– Claro. Voy a extraerte una muestra de mucosa bucal. Te llamaré dentro de unas semanas.

– Gracias. ¿Puedo pedirte que esto quede entre tú y yo?

– ¡Por Dios! -exclamó Marty Roberts-, estás volviendo a asustarme. Claro que sí, quedará entre nosotros. -Sonrió-. Te llamaré cuando tenga los resultados.

C026.

– Hablamos de «submarinos» -dijo el abogado especializado en patentes a Josh Winkler-. Submarinos importantes.

– Siga -lo animó Josh, sonriendo.

Se encontraban en un McDonald's de las afueras de la ciudad. Todos los demás comensales eran menores de diecisiete años, resultaba imposible que la empresa llegara a saber que se habían reunido allí.

– Me pidió que estudiara las patentes concedidas o solicitadas en relación con ese «gen de la madurez» -empezó el abogado-. He encontrado cinco, la primera data de 1990.

– Aja.

– Dos son submarinos. Así llamamos a las patentes de contenido poco preciso que se solicitan con intención de que permanezcan sin tramitar a la espera de que alguien descubra algo más que sirva para activarlas. La más conocida es la del COX2…

– Ya la conozco -dijo Josh-. Hace bastante tiempo de eso.

La pelea por la patente del inhibidor de COX2 se había hecho famosa. En el año 2000 se concedió a la Universidad de Rochester una patente por un gen llamado COX2, el cual producía una enzima que causaba dolor. La universidad no tardó nada en demandar a la gran empresa farmacéutica Searle por haber comercializado el Celebrex, un fármaco muy eficaz contra la artritis que actuaba bloqueando dicha enzima. Rochester alegó que el Celebrex había violado su patente genética, aunque esta solo hablaba de los usos generales del gen para combatir el dolor. La universidad no había solicitado ninguna patente de un tipo de fármaco en concreto.

Así fue como el juez dirimió la cuestión cuatro años más tarde y Rochester acabó perdiendo. El tribunal resolvió que la patente de Rochester era «poco más que un proyecto de investigación» y que, por tanto, la demanda contra Searle quedaba sin efecto.

Sin embargo, el fallo del tribunal no cambió el funcionamiento ya rutinario del registro de patentes. Continuaron concediendo patentes de genes que consistían en listados de contenido muy vago. Podía solicitarse, por ejemplo, una patente de todos los usos de determinado gen para controlar afecciones cardíacas o el dolor, o para combatir las infecciones. Por mucho que los tribunales resolvieran que las patentes no tenían sentido, la oficina las seguía tramitando. De hecho, cada vez había más solicitudes; los contribuyentes, a pagar.

– Vaya al grano -pidió Josh.

El abogado consultó las anotaciones de un cuaderno.

– La que más se ajusta es una solicitud de patente de la aminocarboximuconato metaldehído deshidrogenasa, también conocida como ACMMD, que data de 1998. La patente hace referencia a los efectos potenciales del neurotransmisor sobre el giro cingulado.

– Así es como actúa nuestro gen de la madurez -dijo Josh.

– Exacto. Así que aquel a quien pertenezca la ACMMD tiene el control efectivo sobre el gen de la madurez, puesto que controla la forma en que se manifiesta. Interesante, ¿eh?

– ¿A quién pertenece la patente de la ACMMD? -preguntó Josh.

El abogado pasó unas cuantas páginas.

– La patente la solicitó una empresa llamada GenCoCom, con sede en Newton, Massachusetts. Está recogida en el volumen 11 de 1995. Como parte del acuerdo, todas las solicitudes de patente pasaron a manos del principal inversor, Cari Weigand, que murió en el año 2000, por lo que las heredó su esposa. Ahora lamujer padece un cáncer terminal y tiene intención de cederlas al hospital Boston Memorial.

– ¿Hay algo que usted pueda hacer al respecto?

– No tiene más que pedirlo -dijo el abogado.

– Pues hágalo -le pidió Josh frotándose las manos.

C027.

Rick Diehl se concentró en el problema como si de un proyecto de investigación se tratara. Leyó un libro sobre el orgasmo femenino. De hecho, fueron dos; uno de ellos con fotografías. También vio un vídeo, tres veces, e incluso tomó notas. Se había prometido a sí mismo que, de una u otra forma, conseguiría despertar en Lisa algún tipo de reacción.

En ese momento se encontraba hundido entre las piernas de ella. Llevaba media hora aplicándose con esmero, tenía los dedos agarrotados, la lengua insensible y le dolían las rodillas. Con todo, Lisa seguía con el cuerpo relajadísimo, indiferente a todas sus atenciones. Nada de eso era lo esperado, según había leído en los libros. No se observaba tumefacción labial, ni dilatación perineal, ni retracción del capuchón del clítoris. No observó alteración alguna de la respiración, ni tensión abdominal, no oyó suspiros ni gemidos…

Nada de nada.

El estaba cada vez más cansado mientras que Lisa se limitaba a mirar al techo con la misma expresión ausente que si estuviera en el dentista. Como quien solo espera a que algo que le produce cierta incomodidad termine cuanto antes.

Justo entonces… Un momento… Su respiración se alteró. Al principio el cambio fue muy leve pero enseguida se hizo notar más. Empezó a jadear. Y su estómago empezó a tensarse de forma rítmica. La chica empezó a oprimirse los pechos y a emitir suaves gemidos.

Funcionaba.

Rick redobló sus esfuerzos y ella respondió con creces. Funcionaba de verdad… Y tan de verdad… Empezaba a resoplar… A gemir, a estremecerse, a excitarse cada vez más… Arqueó la espalda… Y, de súbito, hizo un movimiento espasmódico y dio un grito.

– ¡Sí! ¡Sí! ¡Brad! ¡Síii!

Rick se echó hacia atrás de repente, como si acabaran de propinarle un puntapié, y quedó sentado sobre los talones. Lisa se llevó la mano a la boca y se dio la vuelta en la cama alejándose de él. Las sacudidas de su cuerpo duraron unos instantes; luego, se incorporó, se apartó el pelo de los ojos y se lo quedó mirando. Tenía las mejillas encendidas y las pupilas dilatadas por la excitación.

– Vaya, lo siento mucho -se excusó.

Justo en ese maravilloso momento, sonó el móvil de Rick. Lisa se precipitó a cogerlo de la mesilla de noche y se lo entregó a Rick.

– Sí. ¿Qué pasa? -le espetó Rick a su interlocutor. Estaba irritado.

– ¿Señor Diehl? Soy Barry Sindler.

– Ah, hola, Barry.

– ¿Lo llamo en mal momento?

– No, no.

Lisa se había levantado y se estaba vistiendo de espaldas a él.

– Tengo buenas noticias para usted.

– ¿Cuáles son?

– Como ya sabe, la semana pasada su esposa se negó a someterse a las pruebas genéticas, por lo que solicitamos una orden judicial. Llegó ayer.

– Sí…

– Pues su esposa, ante la orden y la perspectiva de tener que someterse a las pruebas, ha desaparecido.

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