Michael Crichton - Next
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Josh se dejó caer en una silla. Estaba empapado en sudor frío.
– ¿Qué vas a hacer conmigo?
Rick Diehl sonrió.
– Ascenderte, por supuesto. ¿Has ido anotando las dosis a medida que las administrabas?
En una sala de reuniones acristalada de Madison Avenue, la empresa de marketing Watson & Naeme se encargaba de asignar un nombre a un nuevo producto. La sala se encontraba llena a rebosar de modernos adolescentes y veinteañeros vestidos de manera informal, como si acudieran a un concierto de rock en lugar de a la tediosa conferencia de un catedrático con pajarita que, apostado junto a un atril, les hablaba de un gen llamado A587996B. El académico mostraba a la sazón unos gráficos de la acción enzimática: negras líneas zigzagueantes sobre un fondo blanco. Mientras, los mocosos se encorvaban o se repantigaban en sus respectivos asientos y jugueteaban con sus BlackBerry. Tan solo unos pocos se esforzaban por prestar atención.
En la última fila, el jefe del equipo, un psicólogo llamado Paul Gode alzó la mano e hizo un gesto rotatorio con el dedo para indicarle al profesor que aligerara. El hombre de la pajarita lo miró perplejo, pero finalizó con la máxima brevedad.
– En resumen -concluyó el profesor-, el equipo de la Universidad de Columbia ha aislado un gen que potencia la armonía social y la cohesión. Actúa activando el córtex prefrontal del cerebro, un área cuya importancia a la hora de determinar los valores y las creencias es de sobra conocida. Hemos demostrado su forma de actuación exponiendo a los sujetos experimentales a ideas tanto convencionales como controvertidas. Las ideas controvertidas provocan una alteración localizada en el córtex prefrontal, mientras que las convencionales provocan una activación difusa y crean lo que podría llamarse una sensación de bienestar. Así, los sujetos que poseen el gen muestran una marcada preferencia por las ideas convencionales y familiares. También muestran preferencia por el pensamiento compartido en todas sus formas. Les gusta la televisión, la Wikipedia y las fiestas. También les gusta conversar. Agradecen estar de acuerdo con las personas de su entorno. El gen es un importante factor para la estabilidad social y la civilización. Puesto que potencia los valores convencionales, hemos pensado llamarlo el gen convencional.
La audiencia, pasmada, guardó silencio. Al fin, un asistente intervino.
– ¿Cómo dice que quieren llamarlo?
– Gen convencional.
– ¡Por Dios, qué horror!
– ¡Anda ya!
– Olvídese de ese nombre.
– También podríamos llamarlo el gen civilizador -se apresuró a anunciar el profesor.
Se oyeron resoplidos por toda la sala.
– ¿El gen civilizador? ¡Eso aún es peor!
– Es horrible.
– ¡Pufff!
– Mejor tírese por ei balcón.
El profesor parecía desconcertado.
– ¿Qué tiene de malo ese nombre? La civilización es algo bueno, ¿no?
– Claro -respondió el jefe del equipo, avanzando hasta el frente de la sala. Paul Gode se situó junto al atril-. El único problema es que en este país nadie está dispuesto a considerarse un miembro más de la sociedad, a diluirse en la civilización. Queremos creer que somos justo todo lo contrario: recalcitrantes individualistas. Somos rebeldes, antisistema. Sobresalimos, actuamos, nos mantenemos firmes, vamos a la nuestra. Alguien dijo que somos un rebaño de mentes independientes. A nadie le gusta tener la sensación de que no es un rebelde. Nadie está dispuesto a admitir que lo único que anhela es integrarse.
– Sin embargo, en realidad lo que queremos es integrarnos -repuso el profesor-. Si no todos, casi todos. Un 92 por ciento de la población, más o menos, posee el gen del pensamiento convencional. Quienes carecen de él son los verdaderos rebeldes y…
– Déjelo, profesor -lo interrumpió el jefe del equipo alzando la mano-. Olvídese. Usted quiere que su gen sea valioso y para eso necesita que evoque algo que la gente desea de verdad, algo que resulte emocionante y atractivo. El pensamiento convencional no es ninguna de esas dos cosas; es prosaico, como la típica tostada con mantequilla y mermelada. Eso es lo que mi equipo trata de decirle. -El hombre señaló una silla-. Tal vez desee tomar asiento, profesor.
Gode se volvió hacia el grupo, que ahora parecía un poco más atento.
– Vamos, chicos. Dejad las BlackBerry. A ver qué decís.
– ¿Qué tal el gen inteligente? -propuso uno.
– No está mal, pero no es de] todo exacto.
– El gen de la sencillez.
– Vamos mejorando.
– El gen social.
– Demasiado trillado.
– El gen socializador.
– Suena a terapia.
– El gen de la sabiduría. El gen sabio.
– El gen sabio. Bien, muy bien.
– El gen del pensamiento beneficioso.
– Parece un término maoísta, o budista. ¡Vamos, despertaos!
– El gen festivo.
– El gen lúdico.
– Genes lavados a la piedra, genes de cintura baja.
– El gen de la felicidad.
– El gen de la buena vida.
Gode fruncía el entrecejo; volvió a levantar la mano.
– Nos estamos yendo por las ramas -dijo-. Rebobinad, otra vez desde el principio. ¿Cuál es el verdadero problema? Tenemos un gen que promueve el pensamiento convencional; en realidad, es el gen del pensamiento convencional, pero no podemos llamarlo así. Vamos a planteárnoslo de la siguiente manera: ¿qué tiene de bueno el pensamiento convencional? ¿De qué le sirve a una persona tener ideas convencionales? Vamos, rápido.
– Te sientes integrado.
– No llamas la atención.
– Piensas igual que los demás.
– Discutes menos.
– Siempre encajas.
– Lees The Times.
– Nadie te mira con cara rara.
– Tu vida es más fácil.
– No te peleas.
– No dudas en expresar tu opinión.
– Todo el mundo está de acuerdo contigo.
– Eres una buena persona.
– Te sientes bien.
– Te sientes cómodo.
Gode chasqueó los dedos y señaló con el dedo.
– Muy bien. El pensamiento convencional hace que uno se sienta cómodo… ¡Eso es! Nada de sorpresas, nada de disgustos. El mundo está en constante cambio, todo cambia a cada momento. No resulta un entorno precisamente cómodo; sin embargo, a todos nos gusta la comodidad, ¿verdad? Nos sentimos bien con los zapatos viejos y los jerséis anchos, nos encanta sentarnos en nuestro sillón favorito…
– ¿El gen cómodo?
– El gen supercómodo.
– Gen de la comodidad. El gen de la comodidad.
– El gen mullido y calentito. ¿El gen de la calidez?
– El gen feliz.
– ¿El gen de la simpatía? ¿El gen relajado?
– El gen de la tranquilidad. El gen tranquilo.
– El gen de la calma. El gen bálsamo.
Siguieron así durante un rato hasta que al final hubo nueve posibles alternativas garabateadas en la pizarra. Cada vez que borraban algún nombre, tenía lugar una reñida discusión; aunque, desde luego, todos y cada uno de los nombres se evaluaba de forma individual por grupos. Al final, todos estuvieron de acuerdo en que el ganador era el gen de la comodidad.
– Vamos a planteárnoslo en su contexto -propuso Gode-. Díganos, profesor, ¿cuál es el futuro comercial previsto para el gen?
El profesor explicó que era demasiado pronto para saberlo. Habían conseguido aislar el gen, pero aún no conocían todo el abanico de trastornos con los que estaba asociado. No obstante, puesto que casi todo el mundo era portador, pensaban que era probable que muchas personas sufrieran anomalías relacionadas con el gen. Por ejemplo, era posible que las personas que mostraban un deseo exagerado de formar parte de la mayoría debieran esa tendencia a una afección genética. También era probable que la gente que se deprimía cuando estaba sola sufriera alguna alteración de ese tipo. Tal vez los que protagonizaban actos de protesta, asistían a competiciones deportivas y buscaban situaciones en las que estuvieran rodeados de personas de opinión igual a la suya sufrieran algún desarreglo genético. Por otra parte, había personas que se sentían obligadas a mostrarse siempre de acuerdo con su interlocutor, sin importar lo que la persona en cuestión dijera; otro trastorno relacionado. ¿Y las personas a quienes asustaba pensar por sí mismas, que temían distanciarse del grupo?
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