Michael Crichton - Esfera

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En las profundidades del Océano Pacífico se descubre una misteriosa nave espacial de grandes dimensiones. Las autoridades norteamericanas envían a un grupo de científicos para que investigue el inquietante hallazgo. ¿Procede la nave de alguna civilización extraterrestre? ¿De un universo diferente? ¿Del futuro? La respuesta desafía la imaginación y escapa a cualquier intento de explicación lógica: un extraordinario y terrible poder amenaza toda la vida existente en torno al enigmático objeto.

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– Se ha caído -dijo Harry-. Miren, se la puede ver allí caída…

– Tenemos que salvarla -exclamó Ted, y se puso en pie de un salto.

– Que nadie se mueva -ordenó Barnes.

– Pero ella está…

– Nadie más va allá afuera, ¿entendido?

La respiración de Jane era agitada… Tosía, jadeaba…

– No puedo…, no puedo… ¡Oh, Dios…!

Jane empezó a gritar.

Era un grito agudo y continuo, sólo interrumpido por los jadeos irregulares que hacía para tratar de respirar. Ya no podían verla a través del enjambre de medusas. Los investigadores se miraron entre sí y luego miraron a Barnes, cuyo rostro era una máscara rígida; escuchaba los alaridos de Jane con las mandíbulas apretadas.

Y entonces, de pronto, se hizo el silencio.

LOS MENSAJES POSTERIORES

Una hora después, las medusas desaparecieron en forma tan misteriosa como habían llegado. Pudieron ver el cuerpo de Jane Edmunds; yacía en el fondo del mar, y la corriente lo mecía suavemente. En su traje se veían pequeños rasgones.

Observaron por las portillas cómo Barnes y la suboficial principal Alice Fletcher cruzaban el fondo bajo las fuertes luces; ambos llevaban tanques adicionales de aire. Cogieron el cuerpo de Jane Edmunds, cuya cabeza, encerrada en el casco, colgaba laxamente hacia atrás; la luz daba un tono mate a la máscara plástica.

Nadie hablaba. Norman percibió que hasta Harry había perdido su afectación maníaca: permanecía sentado, inmóvil, con la vista clavada en lo que ocurría fuera de la portilla.

En el exterior, Barnes y Alice Fletcher sostenían el cuerpo. Se produjo entonces una gran erupción de burbujas plateadas que ascendieron con rapidez hacia la superficie.

– ¿Qué están haciendo?

– Le están inflando el traje.

– ¿Para qué? ¿No la van a traer? -preguntó Ted.

– No pueden traerla -respondió Tina-. No se tomaron medidas para conservar restos mortales en el habitáculo.

– ¿Lo que quiere decir que no previeron que alguien muriera?

– Así es. No lo hicieron.

Ahora, de los agujeros del traje salían muchas delgadas columnas de burbujas que iban hacia la superficie. El traje de Jane Edmunds estaba hinchado, como abotagado. Bames lo soltó y se alejó flotando con lentitud, como si lo lanzaran hacia arriba las burbujas plateadas que fluían sin solución de continuidad.

– ¿Irá hasta la superficie?

– Sí, porque el gas se expande en forma continua, a medida que disminuye la presión exterior.

– ¿Y después, qué?

– Tiburones -dijo Beth-. Probablemente…

Al cabo de unos instantes el cuerpo desapareció en la oscuridad, más allá del alcance de las luces. Barnes y Alice Fletcher aún lo contemplaban, con sus cascos inclinados hacia arriba, en dirección a la superficie. Alice se persignó. Después, caminando trabajosamente, regresaron al habitáculo.

Desde alguna parte llegó el sonido de una campanilla. Tina entró en el Cilindro D. Instantes después, gritó:

– ¡Doctor Adams! ¡Más números!

Harry se incorporó y entró en el cilindro contiguo Los demás lo siguieron Ya - фото 2

Harry se incorporó y entró en el cilindro contiguo. Los demás lo siguieron. Ya nadie quería seguir mirando a través de la portilla.

Norman observó atento la pantalla. Estaba perplejo. Harry, en cambio, palmoteo encantado:

– Excelente -dijo-. Esto es útilísimo.

– ¿De veras?

– Por supuesto. Ahora tengo una posibilidad para pelear.

– ¿Quieres decir para descifrar el código?

– Sí, claro.

– ¿Porqué?

– ¿Recuerdas la secuencia numérica originaria? Ésta es la misma secuencia.

– ¿De veras?

– Claro -dijo Harry-. La diferencia es que está expresada en sistema binario.

– Binario -murmuró Ted, dándole un suave codazo a Norman-. ¿No te dije que el sistema binario era importante?

– Lo que es importante es que esto establece la separación de las letras individuales en la secuencia originaria -precisó Harry.

– He aquí una copia de la secuencia primitiva -dijo Tina, tendiéndole una hoja de papel.

00032125252632 032629 301321 04261037 18 3016 06180821 32 29033005 1822 04261013 0830162137 1604 08301621 1822 O 33013130432

– Bien -dijo Harry-. Ahora pueden ver mi problema inmediato. Miren la palabra cero-cero-cero-tres-dos-uno, y demás. La pregunta es ésta: ¿Cómo descompongo esa palabra en letras individuales? No lo podía resolver, pero ahora lo sé.

– ¿Cómo?

– Pues resulta evidente que la secuencia es tres, veintiuno, veinticinco, veinticinco…

Norman no entendía.

– Pero ¿cómo lo sabes?

– Mira -dijo Harry con impaciencia-, es muy sencillo, Norman. Es una espiral que se lee desde dentro hacia fuera. Simplemente nos está dando los números en…

Súbitamente, la pantalla volvió a cambiar.

– Ahí está. ¿Esto te resulta más claro?

Norman frunció el entrecejo.

– Mira, es exactamente lo mismo -explicó Harry-. ¿Ves? ¿Desde el centro hacia fuera: cero-cero-tres-veintiuno-veinticinco-veintiséis. Eso hizo una espiral que se desplaza hacia fuera, a partir del centro.

– ¿Eso?

– Quizá eso lamente lo que le ocurrió a Jane Edmunds -dijo Harry.

– ¿Por qué dices eso? -preguntó Norman, escrutando a Harry con curiosidad.

– Porque es obvio que eso se está esforzando mucho por comunicarse con nosotros -contestó Harry-. Está intentando cosas diferentes.

– ¿Quién es eso?

Eso puede no ser un quién advirtió el matemático La pantalla quedó en - фото 3

– Eso puede no ser un quién -advirtió el matemático.

La pantalla quedó en blanco y apareció otro patrón.

– Muy bien -aprobó Harry-. Esto es muy bueno.

– ¿De dónde viene esto?

– Evidentemente de la nave.

– Pero no estamos conectados con la nave. ¿Cómo se las arregla para encender nuestro ordenador e imprimir los mensajes?

– No lo sabemos.

– ¿Y no deberíamos saberlo? -preguntó Beth.

– No estamos obligados -dijo Ted.

– ¿Y no deberíamos intentar saberlo?

– Verán, si la tecnología es muy evolucionada, al observador ingenuo le da la impresión de ser magia. No hay duda al respecto. Tomemos, por ejemplo, un famoso científico de nuestro pasado: Aristóteles, Leonardo da Vinci, Isaac Newton incluso. Si les mostráramos un televisor en color Sony común y corriente, ese científico saldría corriendo, lanzando alaridos y gritando que es brujería. No lo entendería en absoluto.

– Pero el quid -apuntó Ted- es que tampoco se lo podríamos explicar. Al menos no podríamos hacerlo con facilidad. Isaac Newton no podría entender la televisión, si primero no estudiaba nuestra física durante un par de años. Tendría que aprender todos los conceptos subyacentes: electromagnetismo, ondas, física de las partículas. Todas estas ideas serían nuevas para él, un nuevo concepto de la naturaleza. Mientras, respecto a Newton, el televisor sería algo mágico, para nosotros es algo de todos los días. Es la televisión.

– ¿Estás diciendo que somos como Isaac Newton en nuestra época?

Ted se encogió de hombros:

– Estamos recibiendo una comunicación y no sabemos cómo es emitida.

– Y no deberíamos molestarnos en tratar de descubrirlo.

– Creo que tenemos que aceptar esa eventualidad: que es posible que no lo entendamos -dijo Ted.

Norman observó con cuánta energía se enzarzaban en esta discusión y en lo poco que hacían. «Son intelectuales -pensó Norman-, y su defensa característica es la transformación de todo en tema de análisis intelectual.» Conversaciones. Ideas. Abstracciones. Conceptos. Era una forma de tomar distancia de la sensación de tristeza, de miedo, de estar atrapados. Norman entendía el impulso porque también él hubiera querido alejarse de esas sensaciones.

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