Michael Crichton - Esfera

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En las profundidades del Océano Pacífico se descubre una misteriosa nave espacial de grandes dimensiones. Las autoridades norteamericanas envían a un grupo de científicos para que investigue el inquietante hallazgo. ¿Procede la nave de alguna civilización extraterrestre? ¿De un universo diferente? ¿Del futuro? La respuesta desafía la imaginación y escapa a cualquier intento de explicación lógica: un extraordinario y terrible poder amenaza toda la vida existente en torno al enigmático objeto.

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– Harry, no bien saliste de la esfera parecías estar preocupado.

– ¿De veras? Tenía un feroz dolor de cabeza, eso sí lo recuerdo.

– Repetías que debíamos ir a la superficie.

– ¿Eso decía?

– Sí. ¿Por qué lo decías?

– Sólo Dios lo sabe. Estaba muy confundido.

– También dijiste que era peligroso que nosotros permaneciéramos aquí.

Harry sonrió:

– Norman, no Puedes tomar eso demasiado en serio: yo no sabía si iba o si venia.

– Harry, necesitamos que recuerdes esas cosas. Si te empiezan a volver a la memoria, ¿me lo dirás?

– Pues claro, Norman. Sin dudarlo. Puedes contar conmigo. Te lo diré de inmediato.

EL LABORATORIO

– No -dijo Beth-. Nada de eso tiene lógica. En primer lugar, los peces pasan por alto las zonas en las que nunca habían encontrado seres humanos, a menos que éstos los capturen o los pesquen, y los buzos no lo hicieron. En segundo lugar, si los buzos agitaron el fondo, eso, en realidad, habrá soltado sustancias alimenticias, lo que haría que acudiesen más animales. Tercero, a muchas especies las atraen las corrientes eléctricas, por lo que, en todo caso, tanto los camarones como otros animales tendrían que haber sido atraídos antes por la electricidad, y no ahora, cuando la energía está cortada.

La zoóloga estaba examinando los camarones bajo el microscopio.

– ¿Cómo está?

– ¿Harry?

– Sí.

– No lo sé.

– ¿Se encuentra bien?

– No sé. Creo que sí.

Sin dejar de mirar por el ocular del microscopio, Beth preguntó:

– ¿Te dijo algo respecto de lo que pasó dentro de la esfera?

– Todavía no.

Beth ajustó el microscopio y meneó la cabeza con fastidio.

– ¡Que me parta un rayo!

– ¿Qué pasa? -preguntó Norman.

– Placas dorsales extranumerarias.

– ¿Y eso qué significa?

– Que es otra especie nueva.

– ¿Camaronis bethus? Estás haciendo una gran cantidad de descubrimientos, y con mucha facilidad, Beth.

– Ajá… Asimismo revisé las gorgonias porque parecían tener un patrón no común de crecimiento radial, y también son una nueva especie.

– Eso es grandioso, Beth.

La mujer se volvió y lo miró.

– No, no es grandioso, Norman. Es terrorífico. -Encendió una lámpara de mucha intensidad y, con un bisturí, abrió en canal uno de los camarones-. Es lo que había pensado.

– ¿Qué pasa?

– Norman, durante varios días no vimos vida aquí abajo y, de repente, encontramos tres especies nuevas. Eso no es normal.

– No sabemos qué es lo normal a trescientos metros de profundidad.

– Yo te aseguro que no es normal.

– Pero, Beth, tú misma dijiste que, simplemente, no habíamos advertido antes las gorgonias. Y en cuanto a los calamares y los camarones, ¿no podría ser que estén emigrando, que se hallen de paso por esta región, o algo por el estilo? Barnes dijo que nunca antes habían preparado científicos para que vivieran a tanta profundidad en un sitio determinado del lecho oceánico. A lo mejor estas migraciones son normales, y lo que ocurre es que nosotros ignoramos que se producen.

– No lo creo -insistió Beth-. Cuando salí para capturar estos camarones tuve la sensación de que su comportamiento no era típico. En primer lugar, estaban demasiado juntos; en el fondo del mar los camarones conservan entre sí una distancia característica de alrededor de un metro veinte. Éstos se hallaban aglomerados. Además, se desplazaban como si se estuviesen alimentando, pero aquí abajo no hay nada que se pueda comer.

– Nada que conozcamos nosotros.

– Pues bien, estos camarones no pueden haber estado alimentándose. -Beth señaló el animal abierto que estaba sobre la mesa del laboratorio-. No tienen estómago.

– ¿Estás bromeando?

– Mira tú mismo.

Norman miró, pero ese camarón diseccionado no significaba mucho para él; era apenas una masa de carne rosada. El corte que Beth le había hecho lo había abierto en diagonal; no era una incisión realizada con limpieza; los bordes aparecían desiguales. «Beth está cansada -pensó Norman-, no trabaja con eficacia. Necesitamos dormir. Necesitamos salir de aquí.»

– El aspecto exterior es perfecto, salvo por un apéndice caudal de más -continuó Beth-. Pero, en la estructura interna, todo está revuelto. Es absolutamente imposible que estos animales puedan vivir. No hay estómago; no hay aparato reproductor. Este animal es como una mala imitación de un camarón.

– Sin embargo, viven -observó Norman.

– Sí, viven. -Beth no parecía contenta por ese hecho. Y la estructura interna de los calamares parecía normal… Pero, en realidad, no lo era. Cuando diseccioné uno de ellos descubrí que carecía de varias estructuras importantes. Existe un plexo nervioso, llamado «ganglio estrellado», que faltaba en éste.

– Bueno…

– Y no había branquias, Norman. Los calamares poseen una larga estructura branquial para efectuar el intercambio de gases. Este calamar no la tenía… No tenía manera de respirar, Norman.

– Tuvo que disponer de algún medio para respirar.

– Te digo que no. Aquí abajo estamos viendo animales de existencia imposible. De repente aparecen animales que no pueden existir.

Beth se apartó de la lámpara y Norman vio que estaba a punto de llorar; las manos le temblaban y de pronto las dejó caer sobre el regazo.

– Estás muy preocupada -dijo Norman.

– ¿Tú no? -Beth escrutó el rostro del psicólogo-. Norman, todo esto comenzó cuando Harry salió de la esfera. ¿No es así?

– Me parece que sí.

– Harry salió de la esfera y ahora tenemos formas increíbles de vida marina. Esto no me gusta. Ojalá pudiéramos largarnos de aquí. En verdad que lo deseo. -El labio inferior le temblaba.

Norman la abrazó con fuerza y le dijo en tono dulce:

– No podemos salir de aquí.

– Lo sé -dijo Beth, y a su vez se abrazó fuerte a Norman y empezó a llorar, con el rostro apretado contra el hombro del psicólogo.

– Todo está bien…

– Odio ponerme así -dijo Beth-. Odio esta sensación.

– Lo sé…

– Y odio este lugar. Y todo lo que le concierne. Odio a Barnes, odio las peroratas de Ted y los estúpidos postres de Rose. Ojalá yo no estuviera aquí.

– Lo sé…

Durante unos instantes dio unos ruidosos sorbetones; después empujó a Norman con sus fuertes brazos y lo alejó. Se dio la vuelta y se secó los ojos.

– Ya estoy bien -dijo-. Gracias.

– Claro -repuso él.

Beth permaneció mirando hacia el otro lado, de espaldas a Norman.

– ¿Dónde están los malditos pañuelos de papel? -Halló uno y se sonó la nariz-. No les vayas a contar nada a los demás…

– Por supuesto que no.

Sonó un timbre y el sonido sobresaltó a Beth.

– ¡Jesús! ¿Qué es eso?

– Creo que se trata de la cena -dijo Norman.

LA CENA

– No sé cómo pueden comer esas cosas -comentó Harry señalando los calamares.

– Son deliciosos -declaró Norman-. Calamares a la plancha.

No bien se hubo sentado a la mesa, Norman se dio cuenta de lo hambriento que estaba. Y comer lo hacía sentirse mejor, pues el hecho de sentarse ante una mesa, con un cuchillo y un tenedor en las manos, le daba una reconfortante sensación de normalidad, hasta el punto de que casi le resultaba posible olvidar dónde se hallaba.

– En especial, me gustan fritos -dijo Tina.

– Calamari fritos -dijo Barnes-. Maravillosos. Son mis favoritos.

– A mí también me gustan fritos -corroboró Jane Edmunds, la cual estaba sentada muy tiesa y tomaba su comida con movimientos precisos.

Norman observó que, entre bocado y bocado, la mujer apoyaba el tenedor en la mesa.

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