– ¡Por Dios!, si está indefenso.
– Eso puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. -Echó un vistazo al papel que Jane llevaba en la mano-. ¿Por qué quiere quedarse a solas con él?
– Trevor encontró una posible respuesta a lo de cuatro ocho dos. Jock le quiere a usted, y eso le crea un montón de conflictos internos. Pero a mí no me quiere. Tal vez pueda romper su hermetismo.
MacDuff seguía mirando fijamente el papel.
– Quiero verlo.
– Después.
MacDuff guardó silencio durante un instante.
– ¿Sabe Trevor que está haciendo esto?
– No sabe que le estoy pidiendo que se vaya. Está fuera, en el porche, con Mario.
– Y no quiere que me una a ellos. -MacDuff se levantó lentamente-. Me quedaré al otro lado de la puerta. Si detecta algún indicio de agresividad, no espere a gritar. Treinta segundos, y todo podría acabar.
– Por lo que he advertido, la única persona por la que estaría dispuesto a mostrarse violento es por usted. Me cuidaré de que no piense que soy una amenaza para usted.
– Lo hemos privado de todo punto de apoyo. Puede que haya vuelto a la época anterior a que yo lo encontrara en aquel hospital.
– Es un consuelo.
– No quiero que se encuentre cómoda. La comodidad puede resultar fatal. -Abrió la puerta-. Llame, si me necesita.
En absoluto estaba cómoda. De pie, mirando fijamente a aquel hermoso muchacho, se sentía triste, furiosa y horrorizada.
– Jock, ¿me oyes?
No hubo respuesta.
– Podría merecer la pena que me respondieras. Sé que probablemente has oído y entendido lo que le estaba diciendo a MacDuff.
Ninguna respuesta.
Se sentó en el borde de la cama.
– Cuatro ocho dos.
Los músculos de Jock se tensaron aun más.
– Lilac Drive. Una vez me dijiste que no te gustaban las lilas. Con lo bonita que es esa flor. No entendí la razón.
Jock cerró los puños sobre el edredón.
– El cuatro ocho dos de Lilac Drive.
El ritmo de la respiración de Jock se alteró, acelerándose.
– Cuatro ocho dos, Jock.
El muchacho estaba jadeando, y en su cuello el pulso latía desenfrenadamente. Pero, ¡maldición!, seguía sin abrir los ojos. Jane tenía que encontrar la manera de provocarle una emoción lo bastante fuerte para sacarlo de su retraimiento.
– No parabas de decir «pequeña», «demasiado pequeña». Había una niña pequeña en esa casa de Lilac Drive. Una preciosa niñita de mejillas sonrosadas y pelo rubio. Se llamaba Jenny. Tenía cuatro años.
Jock estaba sacudiendo la cabeza adelante y atrás.
– No, los tres…
– Deberías saberlo mejor que yo. -Hizo una pausa. Jock seguía demasiado retraído. Pues bien, arremetería contra él con dureza. Con lo que pudiera-. Tú la mataste.
– ¡No! -Jock abrió los ojos de golpe-. Era pequeña. Demasiado pequeña.
– Fuiste allí a matarla.
– Cuatro ocho dos. Cuatro ocho dos. Cuatro ocho dos.
– Reilly te dio esa dirección y te dijo lo que tenías que hacer. Conseguiste entrar en la casa y fuiste a su dormitorio. No fue difícil; te habían entrenado bien. Y luego, hiciste lo que Reilly te dijo que hicieras.
– No lo hice. -Sus ojos resplandecían en la cara contraída por la tensión-. Deja de decir eso. Debería haberlo hecho, pero no pude. Era demasiado pequeña. Lo intenté, pero ni siquiera pude… tocarla.
– Pero siempre haces lo que Reilly te dice que hagas. Tienes que estar mintiéndome.
– ¡Cállate! -Jock le rodeó el cuello con las manos-. No lo hice. No lo hice. Te equivocas. Te equivocas. Reilly dijo que debía hacerlo, pero no pude.
Jane sintió cómo las manos de Jock apretaban más a cada palabra que decía.
– Suéltame, Jock.
– ¡Cállate! ¡Cállate!
– ¿Qué estaba mal, Jock? ¿No matar a aquella niña pequeña? ¿O que Reilly te dijera que lo hicieras? -¿Qué estaba haciendo? Debería estar llamando a gritos a MacDuff. Le estaba apretando tanto la garganta que casi tenía la voz ronca. No, estaba demasiado cerca-. Sabes la respuesta. Dímela.
– Reilly… siempre… tiene razón.
– Gilipolleces. Si hubiera tenido razón aquella noche, habrías matado a esa niña. Esa noche te diste cuenta de lo horrible que era y de las cosas horribles que ya te había hecho hacer. Pero cuando te alejaste de aquella casa, se acabó todo. Tal vez la dependencia hacia él permaneciera y te confundiera, pero ya no le pertenecías.
Las lágrimas corrían por las mejillas de Jock.
– No se acabó. Nunca acabó.
– De acuerdo, tal vez no haya acabado. -¡Dios bendito!, ojalá le quitará las manos de la garganta. Imposible saber lo que podría pasar si ella decía algo que lo hiciera estallar-. Pero volviste a tu manera de ser cuando te fuiste del cuatro ocho dos de Lilac Drive. Reilly ya no puede controlarte nunca más. Ahora es sólo una cuestión de tiempo.
– No.
– Jock, es la verdad. MacDuff y yo hemos notado que estás cambiando, que te estás haciendo más fuerte.
– ¿El señor? -La miró fijamente a los ojos-. ¿Lo ha dicho él? ¿Me estás mintiendo? Me mentiste sobre lo de que maté a aquella niñita.
– Fue lo único que se me ocurrió para hacerte volver de golpe. Tenías que enfrentarte a lo que habías hecho. O mejor dicho, a lo que no habías hecho. Cuando rompiste con la dependencia de Reilly, te sentiste casi tan culpable por desobedecerlo como te habrías sentido si hubieras asesinado a aquella niña.
– No, no pude hacerlo.
– Sé que no pudiste. Pero tenía que causarte una emoción fuerte para que me hablaras. Y lo conseguí, ¿no es verdad?
– Sí.
– Y te das cuenta de que lo hice por tu bien, ¿verdad?
– S-supongo que sí.
– Entonces, ¿te importaría retirar tus manos de mi cuello? MacDuff y Trevor no se sentirían muy contentos con ninguno de los dos, si entraran aquí ahora y te vieran estrangulándome.
Jock se quedó mirando sus manos alrededor del cuello de Jane como si no le pertenecieran. La soltó lentamente y dejó caer las manos sobre la cama.
– Creo… que se sentirían algo más descontentos conmigo.
¿Era un levísimo atisbo de humor aquello que había en su tono? La expresión de su cara era sombría, y las lágrimas seguían bollándole en los ojos, pero al menos la violencia descarnada había desaparecido. Jane respiró hondo y se frotó el cuello.
– Además harían bien en estarlo. Existe una cosa que se llama responsabilidad. -Se sentó en el sillón que había al lado de la cama-. Y no solo para ti. Reilly tiene que rendir muchas cuentas.
– No… el señor. Fue culpa mía. Todo fue culpa mía.
– Lo importante es acabar con él.
– Pero no el señor.
– Entonces depende de ti obligarte a recordar dónde está Reilly, para que podamos ir a por él.
– Intento…
– No, tienes que hacerlo, Jock. Esa es la razón de que te trajéramos aquí. Ese es el motivo de que te hayamos hecho pasar este infierno. ¿Crees que lo haríamos, si viéramos otra manera de hacerte recordar?
El muchacho meneó la cabeza.
– Ahora estoy cansado. Quiero echarme a dormir.
– ¿Intentas evitar hablar conmigo, Jock?
– Tal vez. -Cerró los ojos-. No lo sé. Creo que no. Necesito estar a solas con él.
Jane sintió un escalofrío.
– ¿Con él?
– Con Reilly -susurró Jock-. Siempre está conmigo, ¿sabes? Intento escapar, pero él sigue ahí. Me da miedo mirarlo o escucharlo, pero tengo que hacerlo.
– No, no tienes que hacerlo.
– No lo entiendes…
– Entiendo que te ha controlado de la manera más malvada posible. Pero él ya se ha marchado.
– Si se hubiera ido, no estarías aquí, haciendo que intentara recordar. Mientras él siga vivo, jamás me dejará en paz. -Giró la cabeza-. Vete, Jane. Sé lo que quieres de mí, e intentaré dártelo. Pero no me puedes ayudar. O soy capaz de hacerlo o no lo soy.
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