– Ya me ha oído. -MacDuff miró por encima del hombro-. Si tenemos que irnos, nos iremos.
– Ya le dije que estamos…
– Nos iremos. Este es mi castillo, mi tierra. No voy a permitir que nadie me tenga prisionero en ellos. Ni su fantástica CIA ni Grozak ni nadie más.
Jane se estremeció cuando la puerta se cerró de un portazo detrás del terrateniente.
– Está un poco furioso, ¿verdad? Pero no parece tener problema con la logística de la situación. ¿Crees que puede encontrar una manera de salir?
– Según parece cree que puede. No hará ningún daño que nos reunamos con él en el establo y veamos qué tiene que decir una vez que se tranquilice. -Se levantó del sillón-. Muévete. Haz tu equipaje y reúnete conmigo en el vestíbulo. De camino, avisa a Mario y dile que estaremos en contacto.
– ¿Qué vas a hacer tú?
– Bartlett y yo hemos montado una pequeña diversión. -Sonrió a Bartlett-. Deberíamos de tener tiempo suficiente para terminarla.
Jane se dirigió a la puerta.
– No sé cómo se va a tomar esto Mario. Desde que su padre fue asesinado, no le hace gracia estar metido en ese estudio.
– Mala suerte. Estos días parece que eres la negociadora. -Le hizo una seña con el dedo a Bartlett para que entrara-. Convéncelo.
Convéncelo, pensó exasperada Jane mientras subía la escalera. Mario estaba empeñado en vengar a su padre, y se suponía que ella tenía que decirle que lo olvidara y permaneciera al pie de aquella mesa. Lo único que lo había mantenido en el trabajo hasta ese momento había sido la promesa de prepararlo lo suficiente para vengarse con éxito. En ese momento su trabajo casi había terminado y ellos lo iban a dejar…
Se detuvo en el exterior del estudio de Mario y respiró hondo antes de llamar a la puerta.
– No -dijo Mario secamente-. ¡Cono, no! Voy con vosotros.
– Mario, ni siquiera sabemos adonde vamos ni si encontraremos a Grozak o a Reilly.
– Tenéis una pista. -Se levantó-. Y eso es más de lo que teníais antes.
– No nos puedes ayudar.
– ¿Cómo lo sabes? -Cogió la primera hoja del montón que había en su mesa y se la metió en el bolsillo-. Voy a ir. Metió el resto de los papeles en el cajón superior-. No hay nada que discutir.
– Yo lo voy a discutir. Y Trevor también.
– Como quieras. -Se dio una palmada en el bolsillo-. Pero no vais a hacer ningún progreso. Y podrías echar por tierra vuestra oportunidad de leer la traducción que acabo de terminar.
Jane se puso tensa.
– ¿La has terminado?
Mario asintió con la cabeza.
– Y bien interesante que es. Contenía varias sorpresas.
– ¿Hace mención del oro?
– Por supuesto. -Mario se dirigió al baño-. Tengo que lavarme los dientes y darme una ducha. He estado trabajando toda la noche. Me reuniré con vosotros en el establo.
– Mario, ¡maldita sea!, ¿qué decía Cira?
Él meneó la cabeza.
– Si algo he aprendido de este horror, es que las armas son importantes, incluso contra la gente que consideras tus amigos. Hablaremos de Cira después de que hayamos encontrado la manera de atrapar a Grozak y Reilly.
– Tal vez podamos negociar con Reilly, si nos dices dónde podría encontrarse el oro.
– No quiero negociar. Quiero cortarles la cabeza a esos bastardos, como hicieron ellos con mi padre. -Apretó los labios con todas sus fuerzas-. Horrible, ¿verdad? Los frailes deberían estar rezando ahora por mi alma. -Abrió la puerta de su dormitorio-. Aunque por otro lado, no hubo nadie para que rezara por el alma de mi padre, ¿verdad que no?
– No vamos a tolerar esto, Mario. No podemos. Trevor te quitará la traducción en un abrir y cerrar de ojos.
– Si la puede encontrar. Cuando vayas a buscarlo, la habré escondido tan bien que ni Sherlock Holmes podría dar con ella. Puede incluso que la destruya y la rehaga más tarde.
Jane se lo quedó mirando fijamente durante un instante con una mezcla de compasión y frustración, antes de dirigirse a la puerta. Mario había tomado una decisión y estaba dispuesto a ocultar el pergamino de Cira para conseguir su propósito. En el fondo de su corazón no podía culparlo. Jane no estaba segura de si no habría hecho lo mismo.
Jock estaba de pie en la entrada del establo cuando llegaron Jane y Trevor una hora más tarde.
– El señor me dijo que os dijera que regresaría pronto.
– ¿Dónde está?
– Tenía que hablar con los guardias. Dijo que era importante. -Se volvió a Jane-. No está enfadado conmigo. Pensaba que lo estaría, pero en cambio está enfadado contigo. Lo siento.
– No es culpa tuya. Ya lo superará. -Observó a MacDuff mientras éste avanzaba hacia ellos a grandes zancadas-. Se siente tan frustrado como el resto de nosotros, y está preocupado por ti.
– ¡Caramba, cuanta generosidad! -murmuró Trevor.
– No es un problema de generosidad. De comprensión, tal vez. Puede que MacDuff sea difícil, pero hace todo esto por Jock. En cierto sentido, es digno de admiración.
– Yo también lo admiraré, si es capaz de sacarnos de aquí -dijo Trevor-. ¿Y qué me dices de eso, Jock? ¿Puede hacerlo?
– Por supuesto. -Jock se dirigió a Jane-. He regado mis plantas, ¿pero crees que Bartlett podría volver hacerlo dentro de unos días, si no volvemos?
– Seguro que estará encantado de hacerlo. -Jane se dio la vuelta y empezó a dirigirse de nuevo al castillo-. Iré corriendo y le diré…
– ¿Adónde va? -MacDuff sólo estaba a pocos metros de distancia.
– Hay que decirle a Bartlett que riegue las plantas de Jock.
– Ya se lo he dicho a Patrick -dijo MacDuff-. Nadie más tiene que meterse en los asuntos de Jock.
– ¿Qué le ha estado diciendo a los guardias? -preguntó Trevor.
– Que se comporten con absoluta normalidad, como si siguiéramos aquí.
– ¿Puede confiar en ellos?
MacDuff le lanzó una mirada desdeñosa.
– Naturalmente. Son mi gente. Si alguien se acerca al castillo, le denegarán la entrada. -Hizo una pausa-. Aunque afirmen ser de la CIA.
– No tengo nada que objetar. Telefoneé a Venable esta mañana y le dije que durante uno o dos días podría no tener noticias mías, ya que Mario estaba a punto de terminar los pergaminos y que todo quedaría en suspenso hasta que averiguáramos si teníamos algo con lo que trabajar para encontrar el oro.
– ¿Y si es él el que te telefonea?
– Barlett y yo preparamos anoche un dispositivo superpuesto de sustitución de voz, y el atenderá las llamadas.
– ¿A qué te refieres? -preguntó Jane.
– A un pequeño artefacto muy ingenioso que se conecta al teléfono y hace que cualquiera que hable por él tenga tu misma voz. -Sonrió-. Te aseguro que funciona. No es la primera vez que Bartlett ha tenido que hacerse pasar por mí.
– Eso no me sorprende -dijo Jane. Se armó de valor y le dijo a MacDuff-. Mario va a venir con nosotros.
– Y una mierda va a venir. -Se giró en redondo hacia Trevor-. ¿Qué demonios está haciendo.
– No me eche a mí la culpa. -Trevor levantó las manos-. Yo reaccioné de la misma manera, pero Jane dice que Mario terminó el pergamino y que puede que haya una pista sobre el oro. Si lo dejamos aquí, no terminará el informe.
– Una pista sobre el oro -repitió MacDuff-. ¿Cree que dice la verdad?
Jane asintió con la cabeza.
– Pero no estoy segura. Ha cambiado. Podría ser incluso que nos estuviera manipulando a su conveniencia.
– Para atrapar al asesino de su padre. -MacDuff se calló un instante, pensando-. El oro es importante. Si Mario viene, la responsabilidad de que no se entrometa es suya, Trevor. Voy a estar demasiado ocupado con Jock para sujetarle la mano.
– Mario no es un niño -dijo Jane-. Puede razonar con él.
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