– Bueno, entonces sólo tengo que quedarme aquí y servirte de inspiración para que vayas un poco más deprisa.
* * *
Había terminado de leer cuatro de los pergaminos de Julius antes de levantarse del sillón y llevar de vuelta el resto a la mesa de Mario.
– ¡Por Dios!, era un rijoso hijo de puta.
Mario se rió entre dientes.
– ¿Ya has tenido suficiente?
– Por ahora. No me está contando nada sobre Cira, excepto las notables partes íntimas de la muchacha. Lo intentaré de nuevo más tarde. Necesito un descanso. Voy a bajar al patio a dibujar un poco. -Sonrió-. Luego volveré y te daré la lata de nuevo.
– Estaré encantado -dijo, abstraído. Era evidente que había vuelto a meterse en la traducción.
Ojalá pudiera estar ella tan enfrascada, pensó Jane mientras salía del cuarto. Después de todos esos años de expectativas ante la lectura de los pergaminos de Julius, éstos habían sido una decepción sin paliativos. Trevor ya le había hablado de los detalles de la vida de Cira, y las fantasías sexuales de Julius sobre la actriz eran degradantes y pesadas. Estaba impaciente por leer el otro pergamino de Cira.
Bueno, tendría que esperar. Así que era mejor olvidarse de Cira y ponerse a trabajar. Aquello haría que el tiempo pasara hasta que pudiera prepararse para el siguiente embate de pornografía de Julius.
Una hora después estaba sentada en el borde de la fuente y terminaba un boceto de las almenas. Aburrido. El castillo era interesante, y ella estaba segura de que habría una historia harto pintoresca relacionada con el lugar, aunque allí no había nada a lo que poder hincarle el diente. Todo era piedra y mortero y…
La puerta del establo se abrió.
– Vuelves a estar enfadada, ¿verdad?
La mirada de Jane se movió rápidamente hacia el hombre que estaba parado en la entrada. No, no era un hombre. Era un muchacho que frisaba los veinte años o los sobrepasaba por poco.
Y, ¡Dios!, qué rostro.
Era hermoso. No había más motivo para llamarlo guapo que el que había para describir con semejante término las estatuas de los héroes griegos que Jane había visto. Su alborotado pelo rubio le enmarcaba unos rasgos perfectos y unos ojos grises que en ese momento la miraban de hito en hito con una especie de inocencia e inquietud. Claro, Bartlett le había dicho que Jock Gavin era algo corto de entendederas, infantil.
– ¿Sigues enfadada con el señor? -preguntó el muchacho, arrugando aun más el ceño.
– No. -Ni siquiera aquel ceño podía estropear la fascinación de aquella cara. Sólo le confería más carácter, más lecturas-. No estoy enfadada con nadie. En realidad, no conozco a MacDuff.
– Estabas enfadada cuando llegaste. Yo lo vi. Le disgustaste.
– No me hizo mucha gracia, la verdad. -Jock seguía con aquel ceño de preocupación, y Jane se dio cuenta de que no estaba consiguiendo que la escuchara-. Fue todo un malentendido. ¿Sabes a qué me refiero?
– Por supuesto. Pero a veces la gente no dice la verdad. -La mirada de Jock se movió hacia el cuaderno de dibujo-. Estabas dibujando algo. Te vi. ¿Qué era?
– Las almenas. -Jane torció el gesto cuando dio la vuelta al cuaderno para que pudiera verlo-. Pero no me está quedando muy bien. En realidad no me gusta dibujar edificios. Prefiero dibujar personas.
– ¿Por qué?
Ella se encogió de hombros.
– Porque están vivas. Las caras cambian y envejecen y se convierten en algo diferente a cada instante, año a año.
Jock asintió con la cabeza.
– Como las flores.
Jane sonrió.
– Algunas de las caras que he dibujado no se parecían lo más mínimo a las flores, pero, sí, es la misma idea. ¿Te gustan las flores?
– Sí. -Hizo una pausa-. Tengo una nueva planta, una gardenia. Voy a dársela a mi madre en primavera, aunque podría darle un dibujo de ella, ¿verdad?
– Probablemente prefiera tener la flor.
– Pero podría morirse. -Su expresión se ensombreció-. Yo podría morir. Algunas cosas mueren.
– Eres joven -dijo Jane con delicadeza-. Por lo general, los jóvenes no mueren, Jock. -Pero Mike había muerto y había sido tan joven como aquel hermoso muchacho. Sin pensarlo, dijo-: Pero podría dibujar tu flor ahora, y todavía podrías darle la planta verdadera a tu madre más adelante.
El entusiasmo encendió el rostro del muchacho.
– ¿Lo harías? ¿Cuándo podrías hacerlo?
Jane consultó su reloj.
– Ahora. Tengo tiempo. No tardaré mucho. ¿Dónde está?
– En mi jardín. -Se apartó e hizo un gesto con la mano hacia el interior del establo-. Vamos. Te enseñaré dónde… -Su sonrisa se desvaneció-. Pero no puedo hacerlo.
– ¿Por qué no?
– Porque le prometí al señor que no me acercaría a ti.
– ¡Oh, por Dios! -Se acordó de las palabras de Bartlett y Trevor sobre no dejar que el chico la molestara. Según parecía se habían adelantado, y hablado con MacDuff, a pesar de sus protestas al respecto de que la idea de que el chico se le acercara no la preocupaba. Y después de conocerlo, se sentía claramente a la defensiva-. No pasa nada, Jock.
Él negó con la cabeza.
– Se lo prometí. -Reflexionó sobre el asunto-. Pero si voy delante y tú me sigues, en realidad no me estaré acercando a ti, ¿verdad?
Jane sonrió. Podría ser infantiloide, pero no era tan corto como Bartlett pensaba.
– Por supuesto, mantén la distancia, Jock. -Jane atravesó el patio hacia el establo-. Yo iré justo detrás de ti.
– ¿Por qué están vacíos todos los compartimiento? -gritó Jane mientras seguía a Jock por el establo-. ¿MacDuff no tiene caballos?
El chico meneó la cabeza.
– Los vendió. Ya no suele venir por aquí a menudo. -Jock había llegado a la puerta posterior del establo-. Este es mi jardín. -Abrió la puerta-. Sólo tengo plantas en tiestos, pero el terrateniente dice que después podré trasplantarlas a la tierra, afuera.
Jane lo siguió afuera, a la luz del sol. Flores. La diminuta zona adoquinada parecía un patio, pero allí apenas había sito para caminar entre los jarrones y tiestos que llenaban toda la superficie con flores de todo tipo. Un techo de cristal lo convertía en un invernadero perfecto.
– ¿Y por qué no ahora?
– No está seguro de en dónde estaremos. Dijo que es importante cuidar de las flores. -Señaló un tiesto de terracota-. Esta es mi gardenia.
– Es preciosa.
Jock asintió con la cabeza.
– Y vivirá cuando sople el viento del invierno.
– Esta también es preciosa. -Jane abrió el cuaderno de dibujo-. ¿La gardenia es tu flor favorita?
– No, me gustan todas. -Arrugó la frente-. Excepto las lilas. Las lilas no me gustan.
– ¿Por qué? Son bonitas, y diría que aquí crecerían bien.
Jock negó con la cabeza.
– No me gustan.
– A mí sí. Tengo muchas en mi casa. -Empezó a dibujar-. Las flores de tu gardenia están un poco caídas. ¿Podrías atar las ramas para levantarlas hasta que termine?
El muchacho asintió con la cabeza, se metió la mano en el bolsillo y sacó un cordel de piel. Al cabo de un instante la gardenia estaba derecha en el tiesto.
– ¿Es así como lo quieres?
Jane asintió distraídamente con la cabeza mientras el lápiz corría sobre el cuaderno.
– Así está muy bien… Puedes sentarte en ese taburete de la mesa de trabajo, si quieres. Tardaré un ratito en terminarlo.
El chico menó la cabeza mientras se dirigía hacia el otro lado del patio.
– Es demasiado cerca. Y se lo prometí al señor. -Su mirada se dirigió con atención al cordel que rodeaba la gardenia-. Pero él sabe que en realidad no tengo que estar cerca de ti. Hay muchas maneras…
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