– Me sorprende que Trevor no te la enseñara. Lo conoces hace mucho, ¿no es así?
– Algo así. Pero nunca surgió el momento adecuado -dijo con aire ausente y la mirada clavada en la cara de Cira. Incluso podía percibir el parecido, aunque estaba demasiado absorta en la idea de que aquel artista había visto realmente a Cira. Incluso tal vez hubiera posado para él dos mil años antes. Sin embargo, la estatua no parecía antigua, y la expresión de Cira era tan moderna como una foto de la revista People . Parecía mirar con descaro al mundo, atenta, inteligente, con un rastro de diversión en la curva de los labios que la hacía parecer tremendamente viva-. Tienes razón, es magnífica. Me habían dicho que había muchas estatuas de Cira, pero esta tiene que ser la más refinada.
– Trevor así lo cree. Se muestra muy posesivo con ella. No quería dejarme trabajar aquí, pero le dije que necesitaba la inspiración. -Mario sonrió maliciosamente-. Fue todo un triunfo para mí. No le saco muchas cosas a Trevor.
Resultaba extraño estar parada allí, mirando fijamente aquella cara que ya había cambiado su vida en una multitud de aspectos diferentes. Los sueños, el episodio de cuatro años atrás que casi le había costado la vida, y en ese momento el círculo se estaba volviendo a cerrar, con Cira en el centro. Extraño y fascinante. Jane se obligó a apartar la mirada.
– ¿Y te inspira?
– No, pero disfruté mirándola después de haber trabajado en su pergamino. Fue casi como si estuviera en la habitación, hablando conmigo. -Arrugó el entrecejo-. ¿Pero no leí en Internet que la señora Duncan hizo una escultura forense de un cráneo que se parecía a la estatua de Cira?
– No, eso fue una mera hipótesis. Hizo la reconstrucción de un cráneo de ese período que Trevor pidió prestado a un museo de Nápoles. Pero no se parecía en nada a Cira.
– Me equivoqué, entonces. Supongo que estaba tan absorto trabajando en su pergamino, que no presté atención.
– Su pergamino -repitió Jane-. No supe nada de él hasta que Trevor me habló de él cuando veníamos hacia aquí. Todo lo que dijo es que había unos pergaminos sobre Cira.
– Estos estaban en un cofre aparte, emparedado en una pared en la parte posterior de la biblioteca. Trevor dijo que no los había visto antes, y que el hundimiento podría haber derrumbado la pared. Cree que ella intentó esconderlos.
– Probablemente lo hiciera. Estoy segura de que cuando era la amante de Julius nadie la animó a hacer nada con su mente. Él sólo estaba interesado en su cuerpo.
Mario sonrió.
– Eso resulta evidente por los pergaminos que escribió sobre ella. ¿Te gustaría leer alguno?
– ¿Cuántos hay?
– Doce. Pero se repiten bastante. Estaba perdidamente enamorado de Cira, y según parece sentía una gran afición a la pornografía.
– ¿Y qué pasa con los de Cira?
– Son más interesantes, aunque mucho menos estimulantes.
– ¡Qué decepción! ¿Podría leer los pergaminos de Cira?
Mario asintió con la cabeza.
– Trevor me llamó anoche y me dio permiso. Dijo que esos serían en los que estarías más interesada. -Hizo un gesto con la cabeza hacia una butaca situada en un rincón de la habitación-. Te traeré la traducción del primero. Aquel rincón tiene luz en abundancia.
– Podría llevármelo a mi habitación.
Mario negó con la cabeza.
– Cuando empecé a trabajar para Trevor me hizo prometerle que no perdería de vista ni los pergaminos ni las traducciones.
– ¿Te dijo por qué?
– Me dijo que eran muy importantes, y que lo que yo estaba haciendo era peligroso, porque un hombre llamada Grozak andaba detrás de ellos.
– ¿Eso fue todo?
– Eso fue cuanto quise saber. ¿Por qué habría de ser curioso? Me trae sin cuidado por lo que se estén peleando Trevor y Grozak. Lo único que me importa son los pergaminos.
Jane se daba cuenta de eso. Los ojos negros de Mario estaban relucientes, y la mano con la que tocaba suavemente el pergamino casi lo estaba acariciando.
– Supongo que Trevor tiene derecho a establecer las normas sobre los pergaminos, pero creo que sería un poco más curiosa de lo que pareces ser tú.
– Aunque por otro lado tú no eres yo. Nuestras vidas han sido probablemente diferentes. Yo me crié en un pueblo situado a los pies de un monasterio, en el norte de Italia. De niño, trabajé en el huerto del monasterio, y luego me dejaron trabajar en la biblioteca. Fregaba los azulejos a cuatro patas hasta que me sangraban las manos y las rodillas. Y al final de la semana, los frailes solían concederme una hora para tocar los libros. -Sus labios se curvaron con la nostalgia-. Eran tan antiguos. La piel de las tapas era suave y suntuosa. Recordaré el olor de aquellas páginas toda mi vida. Y la escritura… -Meneó la cabeza-. Era magnífico, algo hermoso y lleno de gracia. Me parecía cosa de magia que aquellos frailes que lo habían escrito pudieran haber sido tan doctos y sabios. Eso demuestra que el tiempo no importa realmente, ¿verdad? Ayer o hace miles de años pasamos por la vida, y algunas cosas cambian y otras permanecen.
– ¿Cuántos años trabajaste en el monasterio?
– Hasta que cumplí los quince. Hubo un tiempo en que quise hacerme fraile. Entonces descubrí a las chicas. -Meneó la cabeza con arrepentimiento-. Caí en desgracia y pequé. Los frailes quedaron muy decepcionados conmigo.
– Estoy segura de que tu pecado no fue tan grave. -Jane se acordó de las duras calles en las que se crió, donde el pecado era un hecho de la vida cotidiano-. Pero tienes razón, nuestra educación fue completamente diferente.
– Eso no significa que no podamos disfrutar de nuestra mutua compañía. Por favor, quédate. -Sonrió-. Será apasionante verte sentada ahí, leyendo lo que se escribió en los pergaminos de Cira. Y extraño. Será como tenerte… -Se interrumpió con aire contrito-. Pero por supuesto, ahora que te veo junto a la estatua, puedo ver que hay muchas diferencias. En realidad no te…
– Mentiroso. -Jane no pudo evitar sonreír-. No pasa nada, Mario.
– Bueno. -Exhaló un suspiro de alivio-. Ven, siéntate. -Hojeó cuidadosamente el montón de papeles de su escritorio-. Primero traduje los pergaminos del latín al italiano, y de éste al inglés. Luego, los repasé y volví a traducirlo todo para asegurarme de que había sido preciso.
– ¡Dios mío!
– Es lo que Trevor quería y, visto lo visto, lo habría hecho de todos modos. -Sacó una delgada carpeta que contenía varias hojas grapadas y se las entregó-. Quería que Cira me hablara.
Jane cogió lentamente los papeles.
– ¿Y lo hizo?
– Ah, sí -dijo él en voz baja mientras se volvía y regresaba a su mesa-. Todo lo que tuve que hacer fue escuchar.
En el título de la página aparecía impreso Cira I.
Cira.
¡Caray!, Jane estaba realmente nerviosa al empezar a leer las palabras de Cira. Había vivido años con su imagen y la historia de su vida, pero aquello no era lo mismo que leer sus verdaderos pensamientos. Aquello la hacía… real.
– ¿Pasa algo?-preguntó Mario.
– No, nada. -Jane se sentó erguida en la silla y volvió la página.
Muy bien, háblame, Cira. Te escucho.
Lucerna, Suiza
– ¿Le importa si me siento? Parece que todas las mesas están llenas.
Eduardo levantó la vista del periódico hacia el hombre que sujetaba una taza de café expreso. Asintió con la cabeza.
– Aquí ha de venir temprano, si quiere conseguir mesa. El lago es especialmente hermoso desde este mirador. -Miró el sol que relucía sobre el lago de los Cuatro Cantones-. Aunque es precioso desde cualquier punto que lo vea. -Movió el periódico para hacer sitio-. Conmueve al corazón.
Читать дальше