Quería que le hablara de Bryan.
Pero ésa era una herida que seguía abierta e intocable, y Lucas rehuía pensar siquiera en ella.
Cogió lo que necesitaba de la bolsa que había llevado de su habitación y se dirigió a la ducha con la esperanza de que el agua caliente le ayudara a pensar.
No le cabía duda alguna de que, sin la presión y la insistencia de Samantha, no habría encontrado a Wyatt a tiempo. Ella había descubierto una forma, aunque fuera dolorosa, de obligarlo a traspasar sus muros, a revolverse, furioso, y, al hacerlo, a abrirse al miedo y al dolor que, por naturaleza, estaba diseñado para percibir.
Le perturbaba profundamente que la ira pareciera mejor modo de abrir la puerta a sus facultades que cualquier otra cosa que hubiera ensayado en años de esfuerzo continuado. Había creído, por lo que sabía de las capacidades parapsicológicas y de quienes las poseían, que, supuestamente, las suyas no funcionaban así.
Debería haber sido capaz de canalizar conscientemente, con calma, sus facultades, y de dirigirlas hacia un punto focal mucho antes de estar tan agotado y exhausto que el esfuerzo casi le dejara incapacitado.
Lo sabía.
Lo sabía desde hacía mucho tiempo.
Incluso sabía por qué no había sido capaz de lograrlo, aunque no fuera algo en lo que se detuviera a pensar muy a menudo.
Por más que quisiera encontrar a las víctimas de los crímenes que investigaba, por más que deseara encontrar a los que se hallaban perdidos, llenos de dolor y de pánico, había una parte de él que temía y hasta repudiaba lo que aquello le costaba.
Sentía lo que sentían ellos.
Y su terror, su agonía decretada por el destino, le arrastraba a un suplicio infernal que era al mismo tiempo un recuerdo imposible de soportar.
La habitación estaba en silencio y en penumbra cuando Lucas salió del cuarto de baño. Comprobó de nuevo la puerta, sólo para asegurarse, deslizó luego el arma bajo la almohada, junto a la de Samantha, y se tendió en ese lado de la cama. La lámpara de su lado emitía una luz tenue y la dejó así.
Estuvo tumbado junto a Samantha mucho tiempo, mirando el techo. Luego la sintió estremecerse y, sin vacilar, se volvió hacia ella y la estrechó entre sus brazos.
– Todavía tengo frío -murmuró ella sin resistirse.
Lucas la apretó un poco más, con el ceño fruncido; ella no tenía la piel fría, sino casi febril. Y de pronto se dio cuenta, inquieto, de que el gélido lugar en el que Samantha se adentraba para usar sus facultades, aquel lugar que una bestia había despertado con su violencia, era más atormentador, oscuro y obsesivo que cuanto él había experimentado.
Y, para ella, ineludible.
Miércoles, 3 de octubre
Caitlin Graham no sabía sinceramente por qué seguía involucrada en la investigación de los secuestros y asesinatos. Por qué deseaba estar allí y por qué se lo permitían. Se consideraba la única civil del grupo, porque, a pesar de que Samantha carecía de credenciales como miembro de las fuerzas del orden, estaba claro que entendía los procedimientos que intervenían en el caso y que poseía, además, un talento evidente para la investigación.
– Lo único que tenemos que se parece remotamente a una pista -estaba diciendo en ese instante-, son esas huellas de todoterreno que el equipo forense encontró en la mina esta mañana.
Lucas miró un documento que acababa de recibir y dijo:
– Según el informe preliminar, es probable que el vehículo sea un Hummer como el que usamos para llegar hasta allí.
– Tenemos cuatro en el parque automovilístico -gruñó Wyatt-. Y, aparte de los que tenemos para patrullar por las montañas de los alrededores, tampoco son tan frecuentes por aquí… aunque se ven más ahora que antes.
– Sí, los anuncios de la tele son impresionantes -dijo Caitlin-. Y también aparecen en algunas series de televisión famosas. Así que ahora atraen a la gente.
El sheriff le dio la razón inclinando la cabeza a regañadientes.
– Pero siguen siendo inaccesibles para la mayoría de la gente con coche -comentó Lucas-. Y todavía se ven muy pocos. Voy a pedir una lista de propietarios de ese coche, de todos los estados en los que ha habido un secuestro, incluido éste.
– ¿Y luego? -inquirió Wyatt.
– Confío en que algún nombre nos llame la atención -contestó Lucas con un suspiro.
– ¿Llevará una matrícula de otro estado? -se preguntó Jaylene en voz alta-. ¿No le haría eso aún más visible?
– ¿En esta época del año? -Wyatt negó con la cabeza-. Esto está lleno de turistas, sobre todo en octubre. Vienen de excursión, a mirar las hojas de los árboles, a acampar. Incluso con la mala prensa que hemos tenido últimamente, o a lo mejor gracias a ella, estoy viendo más gente que el año pasado.
– Perdido en una multitud de desconocidos -murmuró Samantha.
– Yo apostaría -dijo Lucas- a que sólo conduce el Hummer cuando no le queda más remedio. Tendrá un coche mucho más corriente y menos llamativo para moverse por aquí, por el pueblo.
– Es lo más lógico -convino Wyatt.
– Oye -dijo Jaylene-, no se estará hospedando en ninguno de los moteles del pueblo, ¿no?
– Es improbable -contestó Lucas-. Es un tipo solitario. No creo que pase más tiempo del necesario rodeado de gente.
– Está bien. Y, de momento, ha dejado a sus víctimas en zonas remotas, casi siempre en las montañas. Pero sabe que hemos estado inspeccionando esos sitios, por lo menos los de nuestra lista de lugares potenciales, y probablemente por eso escondió a Wyatt en una mina que no aparecía en nuestros mapas y de la que nadie se acordaba.
– Eso es mucho suponer -dijo Wyatt-. La mina tenía que estar en su lista, o no le habría dado tiempo a montar la guillotina.
Ella asintió con la cabeza, algo impaciente.
– Sí, pero no estoy pensando en eso. Tiene que alojarse en alguna parte mientras tanto. Cuando llegamos, ordenamos que la policía y los guardias forestales empezaran a pedir la documentación a la gente que venía a acampar y a los excursionistas. Evidentemente, no ha habido suerte, pero él tiene que saber lo que estamos haciendo.
– Está vigilando -dijo Samantha.
Jaylene asintió de nuevo con la cabeza.
– Está vigilando, sí. Así que no se arriesgará a llamar la atención o a que lo interroguen. Y no puede estar muy lejos, ni puede ausentarse más de lo necesario. Lo que significa que no puede estar tranquilamente sentado en una tienda de campaña fuera de las zonas de acampada permitidas y de las rutas de montaña. Tiene que estar cerca. Tiene que estar cerca casi todo el tiempo.
– ¿Fingiendo ser un periodista? -sugirió Caitlin-. ¿Perdido entre esa multitud de caras?
Lucas se quedó pensando. Luego sacudió la cabeza.
– Está demasiado concentrado en el juego como para representar un papel, y lo sabe. Pero no me sorprendería que hubiera intentado hablar con algún periodista al menos una vez, para conseguir información. Seguramente después de los periodos en que estaba ocupado con un secuestro.
Wyatt levantó las cejas.
– Puedo ordenar a un par de agentes que interroguen a los periodistas, si no crees que eso pueda descubrir nuestro juego de algún modo.
Lucas no se detuvo a considerarlo.
– Creo que necesitamos toda la información que podamos reunir, y cuanto antes.
Samantha lo miraba fijamente.
– Tú también lo sientes. El tiempo se está agotando.
Él le devolvió la mirada y asintió lentamente.
– Tenías razón. Ayer le vencimos. Y no creo que quiera que esa derrota penda sobre su cabeza mucho tiempo.
– ¿Otro secuestro, tan pronto? -dijo Wyatt-. Dios mío.
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