– No quiero una salida.
– Ya, sólo quieres castigarme aplicándome el tratamiento de silencio.
– Yo no intento… -Él sacudió la cabeza-. Dios mío, me vuelves loco.
– Pues no se nota. La verdad es que casi nunca se te nota nada. Al menos, en la cara. Dentro sí, hay intensidad y fuerza, pero casi siempre las contienes, las mantienes ocultas. ¿Es así cómo te educaron, para no demostrar emociones, ni sentimientos? ¿Es eso en parte?
Lucas no respondió. De hecho, no dijo una sola palabra durante el resto del trayecto hasta su motel y, después, de vuelta al de ella. Samantha también guardó silencio y, una vez en la habitación, dejó que él cerrara la puerta con llave y fue a darse una ducha, como solía.
No se entretuvo, esta vez, bajo el agua caliente, que no logró ni relajarla ni disipar el frío que sentía por dentro. Salió y se secó; se puso un camisón y una bata. Se envolvió el pelo en una toalla y después, helada, usó el secador para acabar de secárselo.
Cuando salió del cuarto de baño y entró en el dormitorio, encontró a Lucas de pie, mirando con gesto circunspecto el televisor y, al seguir su mirada, entendió el porqué.
La fachada del departamento del sheriff… y su llegada con Wyatt Metcalf.
La presentadora estaba introduciendo enérgicamente la crónica del enviado especial; a continuación, éste apareció en pantalla con el edificio del departamento del sheriff al fondo. En su voz resonaba esa excitación apremiante, aunque sofocada, tan propia del periodismo televisivo, mientras ponía rápidamente al corriente de la investigación a los telespectadores y detallaba la búsqueda y el rescate del sheriff del condado de Clayton.
– … y fuentes cercanas a la investigación aseguran que los ayudantes del sheriff y los agentes federales recibieron la ayuda de una presunta vidente en la búsqueda del sheriff. Dicha vidente se llama Samantha Burke, aunque usa el sobrenombre de Madame Zarina cuando adivina la buenaventura en una feria ambulante actualmente instalada en Golden. Mis fuentes afirman que, al parecer, ya se había visto implicada con anterioridad en investigaciones policiales.
Era asombroso, pensó Samantha, lo sospechosa que podía sonar la expresión «verse implicada».
– Tom, ¿ha confirmado la policía o los agentes federales si esa tal señorita Burke les ayudó a localizar al sheriff Metcalf?
– No, Darcell, las autoridades se han negado a hacer comentarios al respecto. Sin embargo, mis fuentes aseguran que desempeñó un papel esencial en el rescate del sheriff, y los vecinos del pueblo apenas hablan de otra cosa. Esta mañana, la propia señorita Burke hizo unas breves declaraciones en la escalinata del departamento del sheriff, afirmando que la persona que secuestró y asesinó a la inspectora Lindsay Graham la semana pasada había dejado un objeto en el apartamento de la víctima, objeto que, según dijo la señorita Burke, le provocó una visión. No entró en detalles acerca de la supuesta visión, pero afirmó estar segura de que esa misma persona había secuestrado al sheriff Metcalf. Parecía dispuesta a seguir hablando, pero uno de los agentes federales involucrados en la investigación cortó su declaración bruscamente y la hizo entrar en el edificio.
Samantha se dejó caer al borde de la cama y murmuró:
– Mierda.
La presentadora dijo con un ligerísimo deje de incredulidad en la voz:
– Secuestros, asesinatos y fenómenos paranormales en Golden. Estaremos a la espera de nuevas noticias, Tom.
Lucas apagó el televisor con el mando a distancia y tiró éste sobre la cama. Se acercó a la ventana y apartó ligeramente las cortinas para mirar fuera.
Samantha, que reconocía una táctica para ganar tiempo cuando la veía, se preguntó si estaría tan enfadado que ni siquiera podía hablarle. Deseaba en parte decir algo que distendiera la situación, pero sabía que no podía hacerlo. En ese momento, no.
Con deliberada brusquedad, dijo:
– No acabo de cogerle el tranquillo a eso de hablar con los periodistas, ¿eh?
– ¿Eso es todo lo que tienes que decir? -Su voz era muy suave.
Ella quiso decirle la verdad, que había confiado en que su pequeña conferencia de prensa sólo alcanzara a los periódicos locales y que su intención había sido, más que cualquier otra cosa, hacerle enfadar, otra de sus tácticas para traspasar sus muros.
Pero estaba demasiado cansada para enredarse en todo aquello, así que se limitó a contestar:
– Bueno… puedo decirte que no esperaba que un reportero de televisión me citara en las noticias de las once, aunque suene ingenuo. No había ninguna cámara de televisión, así que… Incluso puedo decir que cometí un error al hablar con la prensa. Pero ¿de qué serviría, Luke? Ya me había convertido en parte de la historia y no iban a dejar que pasara desapercibida.
– Igual que la otra vez. -Sus palabras cayeron como carámbanos en la habitación en silencio.
– Entonces, ¿es culpa mía lo que pasó la otra vez? ¿Es culpa mía que un periodista mintiera y asegurara que yo sabía quién había secuestrado a esa niña, que lo había visto en una visión, y que el secuestrador se asustara y la matara?
– Yo nunca he dicho eso.
– No hacía falta. Te culpabas por no haberla encontrado a tiempo, pero los dos sabemos que, si yo no hubiera estado de por medio, ese periodista no habría hecho esas declaraciones, ni se habría especulado con que hubiera algo paranormal relacionado con la investigación. Y tal vez, sólo tal vez, esa niña habría vivido el tiempo suficiente para que la encontraras con vida.
Samantha era consciente de que, al presionar y provocar a Luke, quizá se abrieran sus viejas heridas, al igual que las de él, pero no esperaba que el dolor fuera tan intenso.
Lucas se volvió, pero permaneció junto a la ventana. Su semblante era duro, inexpresivo.
– No fue culpa tuya -dijo.
– Dilo una vez más, con sentimiento.
– ¿Qué quieres de mí, Sam? Nunca creí que fuera culpa tuya. Lo que creía, lo que llegué a comprender, era que Bishop tenía razón acerca del asunto de la credibilidad. Porque a cualquier periodista sin escrúpulos le resultaría mucho más fácil y más seguro inventar algo que procediera de la boca de una vidente de feria que de un agente federal.
– No voy a disculparme por ser quien soy, ni lo que soy.
– ¿Te lo he pedido yo?
– A veces lo parece.
El movió la cabeza de un lado a otro.
– Aunque no me hayas dicho nada, sé lo suficiente como para entender que, hace quince años, no tuviste muchas opciones. ¿Vivir en una feria ambulante o vivir en las calles? Es indudable que elegiste el mejor camino.
Samantha aguardó un momento. Después dijo:
– No vas a preguntar, ¿verdad?
– ¿Preguntar qué?
– Qué ocurrió para que a los quince años me encontrara con esas dos alternativas. -Ella mantuvo la voz firme.
Lucas vaciló visiblemente. Luego sacudió la cabeza una sola vez.
– Éste no es momento para meterse en…
– Como te decía, se nos está agotando el tiempo. Sinceramente, no espero mucho más de nuestra relación. Tú no formas parte de mi futuro, ¿recuerdas? Y, si lo único que tenemos es el ahora, preferiría sacar todos los fantasmas del armario cuanto antes, donde los dos podamos verlos. Sólo por si acaso volvemos a encontrarnos. O por si nunca nos volvemos a ver.
– Sam, no tienes por qué hacer esto.
– Tú no quieres que lo haga -repuso ella, consciente, al hablar, de que era la pura verdad-. Porque te será más difícil marcharte si lo hago.
Lucas frunció el ceño levemente, pero no cuestionó aquella afirmación.
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