Kay Hooper - Jaque al miedo

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Lucas Jordan es un reputado criminólogo con poderes paranormales que trabaja para el FBI, en la Unidad de Crímenes Especiales. Un secuestrador psicópata tiene en jaque a toda la Unidad: tras raptar a sus víctimas, y cobrar el rescate, las somete a una macabra situación letal sin escapatoria, mientras un reloj marca, inexorablemente, el tiempo de vida que les queda.
Samantha Burke, una médium que trabaja en un circo, con capacidad para ver el futuro, se cruza de nuevo en la vida de Lucas, con una inquietante premonición: el asesino conoce perfectamente el patrón mental de Lucas, y cada uno de sus movimientos forma parte de una retorcida partida de ajedrez en la que todos son piezas de tan macabro juego. Samantha se convertirá en la pieza clave del tablero y la única capaz de salvar no sólo la vida de Lucas, sino también su herido corazón.

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Tras lanzar una rápida mirada a su compañero, Jaylene le dijo a Caitlin:

– Te llevo al motel. Quizá podamos parar por el camino y cenar en alguna parte.

Caitlin asintió con la cabeza y le dijo a Lucas:

– ¿Todavía he de seguir con vigilancia?

Él asintió inmediatamente.

– Creo que así debe ser, Caitlin. Si ese tipo está alerta, ahora sabe que estás implicada en la investigación.

Ella dijo sin inmutarse:

– ¿Crees que nos ha estado vigilando? ¿Hoy?

– Me sorprendería que no estuviera por aquí cerca cuando regresaron los equipos de rescate. Habrá querido cerciorarse por sí mismo del éxito de su jugada.

– Pero, aun así, ¿por qué iba a interesarse por mí? -preguntó ella.

Samantha dijo:

– Apuesto a que para él eres un factor desconocido, y eso tiene que ponerle nervioso. Esperaba que la policía y los federales se hicieran cargo de la búsqueda, y a mí ya me conocía, pero a ti… No sólo eres una civil, sino la hermana de una víctima anterior, así que ¿qué hacías con un equipo de búsqueda?

– Tiene que preguntárselo -convino Lucas-. Y con una mente tan retorcida como la suya, las dudas podrían hacerle aún más peligroso. Así que creo que es mejor prevenir que lamentarse, ¿tú no?

Caitlin suspiró.

– Sí. Sí, gracias.

– Si prefieres alojarte en otro sitio…

Ella sacudió la cabeza y se levantó al mismo tiempo que Jaylene.

– No, el motel está bien. Y puede que Lindsay vuelva a ponerse en contacto conmigo. -Miró a Wyatt y sonrió-. O puede que haya invertido todo su ectoplasma o lo que sea para ayudar a salvarte el pellejo.

– Haré cuanto pueda para que no haya sido en vano -contestó Wyatt, muy serio.

– Era una broma. Lindsay era demasiado lista y terca como para perder el tiempo, créeme. -Sin aguardar respuesta, levantó una mano en señal de despedida y salió de la sala acompañada por Jaylene.

– ¿De veras crees que podría estar en peligro? -le preguntó Wyatt a Lucas.

– Sí, de veras. El hecho de haberte sacado con vida de una de sus máquinas de matar acaba de subir las apuestas. No creo que el secuestrador espere mucho tiempo para hacer su siguiente movimiento. Si mantenemos vigilada a Caitlin, al menos le haremos notar que sabemos que sigue ahí fuera, y que sigue siendo un peligro.

Wyatt no cuestionó la respuesta de Lucas. Se limitó a asentir con la cabeza y dijo:

– Voy a reasignar agentes para su vigilancia. Y a mandar a uno de mis hombres a por algo de comer. Ese filete que mencioné antes. ¿Vosotros queréis algo?

– Yo tengo que volver a la feria -dijo Samantha.

Lucas la miró un momento; luego le dijo al sheriff:

– Tomaremos algo por el camino. Pero gracias.

– Está bien. Nos vemos por la mañana. -Wyatt se detuvo en la puerta y los miró con el ceño fruncido-. ¿Os he dado las gracias, por cierto?

– A su modo -murmuró Samantha.

Él le sonrió por primera vez y dijo con firmeza:

– Gracias por llegar a tiempo. A los dos.

– No hay de qué -repuso Lucas.

Cuando estuvieron solos en la sala, Samantha no esperó a que el silencio se prolongara, como sospechaba que ocurriría.

– ¿Hablamos de esto o piensas retirarme la palabra para siempre?

– No hay nada de que hablar, Sam.

– Perdona, pero no me basta con eso. Esta vez, no.

Él se volvió en la silla para mirarla. La longitud de la mesa era entre ellos algo más que un espacio simbólico.

– Ha sido un día muy largo y los dos estamos cansados. Espero que no pienses trabajar esta noche en la feria.

Ella dijo con deliberación:

– Si tengo que elegir entre leerle el futuro a extraños o pasar en esa habitación de motel las próximas doce horas con tu enfado interponiéndose entre nosotros, me quedo con la feria.

– No estoy enfadado.

– No, estás furioso. Volví a acercarme demasiado, esta vez emocionalmente. Háblame de Bryan, Luke.

El se levantó con expresión hermética.

– Deberíamos parar por el camino para comer algo. Hace horas que no tomas nada.

– Tú tampoco. -Samantha se levantó, consciente de un cansancio y un dolor difuso que no quería reconocer. Salió tras Lucas de la habitación y ni siquiera los torpes intentos de algunos agentes por darle las gracias al atravesar el edificio lograron arrancarle más que una sonrisa fugaz.

Sabía desde el principio que tendría que pagar un alto precio por aquello. Bishop había intentado avisarla.

«Lleva demasiado tiempo obsesionado, Samantha, y no te dará las gracias por intentar desenterrar eso.»

Aquello era quedarse corto, pensaba ahora. Cuando todo aquello acabara, tal vez Luke hubiera llegado a odiarla.

A pesar de su determinación, no sabía cómo enfrentarse a esa posibilidad. No podía dejar de presionarle mucho tiempo; ése era el plan desde el principio. Pese a lo que le ocurriera a ella, a su relación con él, estaba convencida de que era la única forma de acceder al sufrimiento íntimo que impulsaba a Luke.

Y de que ése era el único modo de salvarle.

El teléfono móvil que llevaba en el bolsillo del chaleco vibró y Galen contestó sin apartarse los prismáticos de los ojos.

– Sí.

– ¿Qué está pasando? -preguntó Bishop.

– No mucho, de momento. Se pararon en un asador a cenar y ahora están en la feria. En la caseta de Sam. Ella debe de estar preparándose aún. Se está formando una cola, pero Ellis no ha dejado pasar a nadie todavía.

– Acabo de llamar a Quentin pero no he podido hablar con él. ¿Dónde está?

– Jugando a los exploradores. Consiguió echar un vistazo a la mina antes de que llegaran los ayudantes del sheriff a los que Luke encargó que la vigilaran. Está intentando encontrar pistas y averiguar cómo metió allí ese bastardo su juguete. -Galen cambió de postura ligeramente y añadió-: No me extraña que no hayas podido contactar con él por el móvil. El terreno es muy agreste.

– Y estará muy oscuro, con sólo un cuarto de luna. ¿Qué cree Quentin que puede encontrar?

– Tendrías que preguntárselo a él. Lo único que me dijo fue que notaba un cosquilleo en su sentido de arácnido. -En otra época, Galen habría empleado sardónicamente aquella frase, pero formaba parte del equipo desde hacía demasiado tiempo como para no haber aprendido que, pese a la terminología propia de un cómic, los agudos sentidos de algunos miembros de la Unidad de Crímenes Especiales eran precisos y a menudo sorprendentemente premonitorios.

– Si tienes noticias suyas, avísame. Y más aún si no las tienes. No quiero que paséis mucho tiempo solos o fuera de contacto.

– Entendido. Llamará para informar en cualquier momento.

– ¿Qué tal está Luke?

– A juzgar por lo que vi, Sam se las arregló para hacer que se enfadara y encontrara al sheriff Metcalf. Pero parecen los dos un poco cansados. Es difícil decir si su plan está funcionando tan bien como ella esperaba, pero, sea lo que sea lo que esté consiguiendo, es evidente que supone un gran esfuerzo para ambos.

– ¿Y va a trabajar esta noche?

– Eso parece. No sé qué está pasando entre Luke y ella, pero creo que Samantha está convencida de que el asesino visita con frecuencia la feria. Y puede que tenga razón. A ese tipo le gustan los juegos.

Bishop se quedó callado un momento. Luego dijo:

– ¿Sigues vigilando a Jaylene cuando se queda sola?

– Claro. Ahora mismo está con Caitlin Graham, así que los ayudantes del sheriff las están vigilando a ambas. En cuanto vuelva Quentin, se quedará en mi puesto y yo me aseguraré de que Jay esté cubierta. -Hizo una pausa mientras sus prismáticos barrían lentamente los terrenos de la feria; después volvieron a fijarse en la caseta de Madame Zarina.

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