– ¿Qué siente, Luke?
Caitlin oyó aquella pregunta una vez y otra, pero sólo en una ocasión logró oír la respuesta de Luke. Con voz baja y atormentada, él contestó:
– Terror. Está asustado. Sabe que va a morir.
Caitlin se estremeció y , agarrándose a un arbolillo con una mano, se impulsó con decisión por la pedregosa y empinada ladera.
Empezaba a hacer frío. Wyatt no sabía si era porque el espacio que le rodeaba iba enfriándose o si ello se debía a un puro y gélido terror.
Ese terror existía, sin duda. Había superado hacía mucho tiempo el punto en que se había sentido capaz de sofocarlo o desoírlo.
Tenía las muñecas desolladas y el cuerpo dolorido de intentar liberarse de la guillotina, y seguía tan bien atado a ella como horas antes.
Como tantas horas antes.
Sólo quedaba media hora. Veintinueve minutos y treinta y tantos segundos por pasar.
Dios.
No era tiempo suficiente. Tiempo suficiente para reconciliarse con la muerte. Tiempo suficiente para hacer las paces consigo mismo, para pensar en sus culpas y sus arrepentimientos. Tiempo suficiente para reflexionar sobre lo que podría haber sido y no fue y en las posibilidades perdidas. Todo había acabado.
Todo había, sencillamente, acabado.
Y no había una sola cosa que él pudiera hacer al respecto.
Con esa convicción, con esa certeza, Wyatt aceptó lo que iba a sucederle. Por primera vez se relajó, su cuerpo se aflojó y su mente quedó curiosamente en calma, casi en paz. Oyó su propia voz hablando en voz alta y le hizo cierta gracia su tono relajado.
– Siempre me he preguntado cómo afrontaría la muerte. Ahora lo sé. No con un puñetazo o un gemido, sino con simple… resignación. -Suspiró-. Lo siento, Lindsay. Seguramente te habría defraudado, ¿verdad? Apuesto a que tú no te resignaste en ningún momento. Apuesto a que luchaste hasta tu último aliento, ¿no es verdad, nena? Sé que no querías morir. Sé que no querías dejarme.
«Ya vienen.»
Wyatt parpadeó y miró la cuchilla suspendida sobre él. Habría jurado oír su voz, aunque no estaba seguro de si había sido dentro de su cabeza o fuera.
– Supongo que un hombre a punto de morir oye lo que quiere oír.
«Idiota. Ya vienen. Sólo unos minutos más.»
Él frunció el ceño ligeramente y dijo:
– No creo que mi propia imaginación me llamara idiota. Aunque…
«Aguanta.»
– ¿Lindsay? ¿Eres tú?
Silencio.
– Ya me parecía que no. Yo no creo en fantasmas. Me parece que ni siquiera creo en el cielo, aunque sería bonito creer que me estás esperando en alguna parte, más allá de esta vida.
«No seas cursi.»
Wyatt se descubrió sonriendo.
– Ésa sí que parece mi Lindsay. ¿Has venido a hacerme compañía en mis últimos momentos, nena?
«Tú no vas a morir. Ahora, no.»
Wyatt dedujo que posiblemente sufría una forma apaciguada de histeria, en lugar de la calma que creía, y dijo:
– Quedan veinte minutos en el reloj, nena. Y no oigo a la caballería.
Tampoco volvió a oír la voz de Lindsay, aunque intentó aguzar el oído. Y tenía esperanzas de volver a oírla. Porque había, pensó, cosas mucho peores que llevarse a la tumba que la voz de la mujer a la que uno amaba.
Lucas sorprendió a Caitlin al detenerse bruscamente. Ella se apoyó en un roble, procuró recuperar el control sobre su aliento entrecortado y miró a la pareja que se había detenido un par de metros por delante de ella. Sentía las piernas como si fueran de goma, notaba una punzada en el costado y no recordaba haber estado nunca tan cansada.
Habían llegado por fin a lo alto del risco que habían tardado más de dos horas en escalar y, desde aquella posición, podían ver un claro casi llano más allá del cual la montaña comenzaba a subir abruptamente de nuevo.
– ¿Luke? ¿Qué ocurre? -Samantha parecía extrañamente serena y en absoluto fatigada.
– Ya no tiene miedo.
Samantha lo miró arrugando el ceño.
– Pero ¿todavía puedes sentirlo?
– Sí. Pero está tranquilo. Ya no tiene miedo.
Glen miró su reloj y dijo con desesperación:
– Nos quedan menos de quince minutos. ¿Dónde está?
Lucas volvió la cabeza y miró un momento al ayudante del sheriff con el ceño fruncido; después echó a andar más aprisa.
– Por allí. La mina.
– ¿Hay una mina ahí arriba? -Glen parecía sorprendido, pero acompañó su pregunta diciendo con fastidio-: Dios mío, me había olvidado por completo de la vieja mina del arroyo de Six Point. La cerraron cuando mi abuelo era un niño.
Caitlin, que de algún modo logró reunir fuerzas para seguirles el paso, estaba a punto de preguntar dónde estaba el arroyo cuando casi se cayó en él. Mascullando en voz baja, siguió a los otros, que cruzaron el riachuelo poco profundo, de unos seis metros de ancho, saltando de piedra en piedra.
La entrada a la mina estaba casi oculta tras lo que parecía una espesa mata de madreselvas, y Caitlin sólo pudo pensar en que allí dentro todo tenía que estar muy, muy oscuro.
Glen se detuvo el tiempo justo para quitarse la mochila que había sacado del todoterreno y repartirles rápidamente grandes linternas policiales. Hizo ademán de sacar su arma, pero Lucas dijo con firmeza:
– Ahí dentro sólo está Wyatt. Por lo menos…
Glen titubeó con una mano en el arma:
– ¿Por lo menos qué? ¿Hay trampas? -preguntó.
Lucas pareció aguzar el oído y, al cabo de un momento, encendió su linterna y apartó la maraña de enredaderas para entrar en la mina.
– No. No hay trampas. Vamos.
El pozo estaba casi por completo despejado de escombros y ascendía ligeramente hacia el interior de la montaña. Había sitio de sobra para que todos se movieran con libertad. Avanzaron veinte o treinta metros en línea recta; después, el pozo viraba bruscamente hacia la derecha y se ensanchaba considerablemente para formar una suerte de caverna.
Vieron entonces la luz brillante y desabrida, enfocada hacia la guillotina mortífera y fantasmal y su cautivo.
Impulsados por su instinto policial, Glen y Lucas echaron a correr. Caitlin apoyó una mano en la pared húmeda. Se sentía desfallecida de alegría porque aquella hoja brillante siguiera aún suspendida sobre Wyatt. Aun así, le pareció que no respiraba con normalidad hasta que se aseguró de que Glen había agarrado el cable, de modo que la cuchilla siguiera alzada mientras Lucas deshacía las ataduras que mantenían prisionero al sheriff.
Miró entonces a un lado y vio que Samantha también se había detenido un momento. Había luz suficiente para que viera que se llevaba un instante la mano temblorosa a la cara. Después, Samantha se adelantó y dijo con calma:
– ¿Puedo ayudar?
Lucas estaba aflojando el bloque de madera que sujetaba el cuello de Wyatt a la mesa.
– Creo que ya lo tengo -dijo-. Wyatt…
El sheriff se incorporó sin perder un instante, apartándose del peligro. Se deslizó hasta el borde de la mesa y se sentó. Estaba pálido y macilento, pero su rostro reflejaba también una extraña paz.
– Ha llegado la caballería -dijo con sólo un ligero temblor en la voz-. ¿Qué os parece?
Volvió entonces la cabeza y todos siguieron su mirada en dirección al reloj digital que proseguía implacablemente su cuenta atrás. Nadie dijo una palabra mientras pasaban los dos últimos minutos… y Glen se descubrió de pronto sujetando el peso de la gruesa cuchilla de acero cuando un suave chasquido anunció que el cable se había soltado. Hizo descender cuidadosamente la cuchilla, hasta que ésta descansó sobre la hendidura manchada de sangre de la mesa.
Читать дальше