Kay Hooper - Jaque al miedo

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Lucas Jordan es un reputado criminólogo con poderes paranormales que trabaja para el FBI, en la Unidad de Crímenes Especiales. Un secuestrador psicópata tiene en jaque a toda la Unidad: tras raptar a sus víctimas, y cobrar el rescate, las somete a una macabra situación letal sin escapatoria, mientras un reloj marca, inexorablemente, el tiempo de vida que les queda.
Samantha Burke, una médium que trabaja en un circo, con capacidad para ver el futuro, se cruza de nuevo en la vida de Lucas, con una inquietante premonición: el asesino conoce perfectamente el patrón mental de Lucas, y cada uno de sus movimientos forma parte de una retorcida partida de ajedrez en la que todos son piezas de tan macabro juego. Samantha se convertirá en la pieza clave del tablero y la única capaz de salvar no sólo la vida de Lucas, sino también su herido corazón.

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Lucas estaba a punto de contestar algo, no estaba seguro de qué, cuando se dio cuenta, bruscamente y demasiado tarde, de dónde estaban. En la entrada de la oficina.

Apartó la mirada de Samantha y descubrió que todos los policías de la sala los miraban con abierto interés. Y aunque estaba enfadado y le avergonzaba un poco haber perdido los estribos, notó también que algunas caras que antes habían mostrado una abierta hostilidad hacia Samantha parecían ahora tan pensativas, al menos, como poco amistosas.

– ¿Cuándo salen los equipos de búsqueda? -preguntó al jefe de ayudantes, cuya mesa era la más cercana a la puerta.

Vanee Keeter miró el portafolios que tenía en la mano como si éste pudiera responderle y dijo rápidamente:

– Dentro de diez minutos todo el mundo debería estar listo para salir.

– Bien -dijo Lucas con aspereza, y echó a andar por el pasillo en dirección a la sala de reuniones, tirando de Samantha.

Ella se dejó llevar, algo divertida y no poco interesada en aquella faceta, mucho menos contenida, del carácter de Lucas. Él, sin embargo, no tenía por qué saberlo. Así que, en cuanto entraron en la sala de reuniones, Samantha apartó el brazo bruscamente.

– ¿Te importa?

Jaylene, que estaba inclinada sobre un mapa extendido sobre la mesa, los miró con leve sorpresa y se sentó luego en la silla que tenía detrás de ella.

– Hola, Sam. Creía que te habías ido.

Era buena actriz, pensó Samantha con admiración mientras decía:

– Me han obligado a volver… y me han regañado como si fuera una niña delante de todo el departamento del sheriff. Cosa que no me ha hecho ninguna gracia, por cierto.

– Tienes suerte de que no te haya detenido en el acto -replicó Lucas-. Podría acusarte de obstrucción, Sam. Será mejor que lo recuerdes.

– Quizá consiguieras mantener la acusación hasta el momento del juicio, pero te resultaría muy difícil probarla -le espetó Samantha-. No soy una empleada del departamento del sheriff, ni del gobierno federal, lo que significa que soy libre de decirle a la prensa lo que quiera. Y no he hecho nada, absolutamente nada, que una persona en su sano juicio pueda considerar obstrucción a la justicia.

– No tenías derecho a hablarle a la prensa sobre la investigación.

– No les he dicho nada que no supieran ya.

– Eso no es lo que importa, Sam.

– Te equivocas, es precisamente lo que importa. Lo único que he hecho ha sido pararme por fin un minuto y responder a un par de preguntas sobre mí misma. Sobre mí, personalmente. Lo cual es asunto mío y de nadie más. Y probablemente beneficiará a mi negocio, ahora que lo pienso.

Lucas se negó a desviarse de la cuestión.

– ¿Sobre ti? ¿Qué demonios les has dicho?

– Les he dicho que a veces tengo visiones cuando toco cosas y que el asesino dejó un objeto en el apartamento de Lindsay que yo toqué. Y que me convenció de que el asesino es un canalla desalmado que se alimenta del miedo.

– Dios mío. -Lucas estaba muy serio.

– Como te decía, quiero que sepa de lo que soy capaz.

– ¿Qué te hace pensar que no lo sabe ya?

Samantha se limitó a decir:

– Si es así, no he hecho nada malo, ¿no?

– ¿Nada malo? Dios, me estás volviendo loco.

– Bien. -Samantha dio un paso hacia él y, con la misma vehemencia, preguntó-: ¿Dónde está Wyatt?

– ¿Cómo diablos quieres que yo lo sepa? -Lucas respondió con la misma agresividad, dividido entre la ira por la irresponsabilidad de Samantha al hablar con la prensa y la sorpresa porque hubiera hecho algo tan temerario. Apenas sabía lo que decía.

– Tú sabes dónde está -replicó ella-. Piénsalo. Siéntelo. ¿Dónde está? ¿Dónde está Wyatt?

– Maldita sea, ¿cómo voy a…?

«Quedan seis horas. Seis putas horas…»

Lucas se quedó muy quieto y, llevado por su instinto, intentó escuchar aquel susurro en su cabeza.

«… no hay modo de soltarse… maldita guillotina…»

– Es la guillotina -murmuró-. Wyatt está atado a una guillotina.

– ¿Dónde? -preguntó Samantha en tono todavía ferozmente insistente.

– No lo sabe.

– ¿Qué siente? ¿Qué hay a su alrededor?

– Espacio. Oscuridad. Un sótano, quizá.

– Una parte de él tuvo que sentirlo cuando el secuestrador lo trasladó, aunque estuviera inconsciente. ¿Qué sintió? ¿Dónde está?

– No lo sabe.

– Escucha. Siente. Recuerda lo que él no puede recordar.

– Agua. Agua corriente. Un arroyo.

– ¿Qué más? ¿Era de noche cuando lo llevaron allí?

– Sí.

– ¿Estaba a punto de amanecer? ¿Oyó pájaros?

– Pájaros. Un gallo.

– ¿Carreteras de tierra o asfaltadas?

– Asfaltadas, sólo unos minutos. Luego, de tierra. Un camino de tierra muy malo. Pasó mucho tiempo hasta que pararon.

Jaylene, que lo observaba fascinada mientras tomaba rápidas notas, casi contuvo el aliento. Después de cuatro años trabajando con él, creía ser tan buena como el que más a la hora de encauzar y focalizar las facultades de Lucas, pero tuvo que reconocer para sus adentros que el método de Samantha era magistral. Al menos, en esa ocasión.

La cuestión era, ¿qué le costaría a Luke?

– ¿En qué dirección se movía? -preguntó Samantha.

– No lo…

– Sí lo sabe. En alguna parte de su ser, lo sabe. Tiene una brújula interna, todos la tenemos. Encuéntrala. ¿En qué dirección?

Pasado un momento, Lucas contestó:

– Noroeste. Siempre noroeste.

– ¿Al noroeste de su casa?

– Sí.

«Menos de seis horas… Oh, dios…»

Lucas regresó bruscamente en sí. El fino hilo de la conexión se había roto. Parpadeó mirando a Samantha y luego se sentó, apenas consciente de que Jaylene le había acercado una silla.

– Menos de seis horas -dijo lentamente-. Le quedan menos de seis horas. Hay un reloj contando el tiempo. Puede verlo. -Estaba un poco pálido.

Y Samantha también. Pero, al reunirse con ellos junto a la mesa, su voz sonó perfectamente serena, incluso fría.

– No ha sido tan difícil, ¿no?

Jaylene esperaba a medias que Lucas estallara, pero él miraba a Samantha con curiosa intensidad.

– Por eso has estado provocándome toda la mañana.

Ella no lo negó. Se limitó a decir:

– Ya me has dejado al margen otras veces. ¿Crees que voy a dejar que ocurra de nuevo? Prefiero que te enfades y que me abofetees a que me mires sin verme. Además, si hay alguna esperanza de encontrar vivo al sheriff, eres tú.

– Dijiste que no podía ganar esta partida sin ti.

– Y tal vez sea por esto. Porque yo puedo sacarte de quicio. Un talento dudoso, pero mío. -Se encogió de hombros y añadió enérgicamente-: En todo caso, ahora tenemos un área algo más pequeña en la que buscar. Y sabemos cuánto tiempo queda.

Jaylene se había inclinado de nuevo sobre el mapa desplegado sobre la mesa de reuniones. Señaló con una chincheta la casa del sheriff y dibujó a continuación una línea recta hacia el noroeste, partiendo de ella.

– ¿Hasta dónde la llevo? ¿Hasta el límite de Tennessee?

Lucas apartó por fin la mirada de Samantha y se levantó para reunirse con su compañera.

– Sí. Por ahora. Puede que tengamos que alargarla, pero con eso cubrimos una zona muy extensa.

Jaylene frunció los labios pensativamente.

– Y si empezamos con, pongamos, cuarenta kilómetros a ambos lados de la línea… -dijo, y marcó aquellos límites arbitrarios en el mapa.

Ambos miraron la extensa zona de búsqueda y el único consuelo que encontraron en ella fue el hecho de que contuviera al menos la mitad de las banderitas rojas que marcaban zonas concretas ya incluidas en su lista de búsqueda.

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