– Joder -dijo Wyatt con voz llena de asombro-. Creía que era hombre muerto.
– Y casi lo eras -dijo Lucas. Se acercó a observar el reloj, que estaba sujeto a una barra metálica que colgaba de la lámpara-. Y ese cabrón quería que lo supieras, ¿no?
– Jamás volveré a mirar un reloj con los mismos ojos. -Wyatt frunció ligeramente el ceño cuando Samantha y Caitlin entraron en el círculo de luz brillante-. Hola. ¿Dónde demonios estamos, por cierto?
– En la mina del arroyo de Six Point -le dijo Glen, que parecía considerablemente aliviado-. Y, si me perdonáis, tengo que salir de aquí para avisar por radio a los otros equipos. Si es que ahí fuera hay señal, claro. -Se alejó rápidamente.
Wyatt, que seguía mirando a las dos mujeres, dijo:
– ¿Qué hacéis vosotras aquí?
Lucas respondió inmediatamente:
– Si no hubiera sido por ellas, no te habríamos encontrado a tiempo.
– ¿Sí? ¿Os ha hablado Lindsay a alguna de las dos?
Todos le miraron con sorpresa, pero fue Caitlin quien dijo con cierta vacilación:
– Me habló a mí. O algo parecido. Me dejó una nota.
– Que nos indicó en esta dirección -añadió Samantha-. Después, ha sido Luke quien nos ha traído hasta aquí, al conectar con usted.
Wyatt dio un ligero respingo y le dijo a Lucas con cierta sorna:
– Yo no diré nada si tú haces lo mismo.
– Trato hecho -contestó Lucas inmediatamente.
– ¿Le ha hablado Lindsay, sheriff? -preguntó Samantha.
– ¿Sabéis?, creo que sí -contestó el sheriff, sorprendiéndolos a todos-. Puede que fuera mi imaginación, claro, pero estoy casi seguro de que no. Me dijo que estabais a punto de llegar.
Samantha quiso preguntarle si por eso había dejado de sentir miedo, pero no lo hizo. Lo que Wyatt Metcalf hubiera sentido allí, en aquella mina oscura y solitaria, con un reloj que marcaba el tiempo que restaba y una hoja de acero dispuesta para acabar con su vida, sólo era asunto suyo.
– Será de noche cuando lleguemos al coche -dijo-. Luke, sé que querrás inspeccionar esto…
– Eso puede esperar -respondió él-. Mandaremos a un par de ayudantes para que vigilen la mina esta noche y volveremos a primera hora de la mañana con un equipo forense. Aunque no espero que encuentren nada útil. Supongo que no viste a ese canalla, Wyatt.
– Ni siquiera le oí. Que yo sepa, cuando me desperté este sitio estaba desierto. Sólo estaba yo.
– Ha sido muy cuidadoso -comentó Samantha-. Con Lindsay habló. Y también con la mayoría de las otras víctimas, ¿verdad?
– No lo sabemos con certeza -contestó Lucas-. Sólo la primera sobrevivió para contarlo.
– No puedes estar seguro oficialmente, pero lo sabes, ¿no?
Él la miró un momento y por fin dijo:
– Sí, estoy casi seguro de que habló con todos ellos, al menos hasta cierto punto.
– Y luego les dejó para que murieran solos.
Lucas asintió con la cabeza.
Samantha miró al sheriff y dijo lentamente:
– Me pregunto por qué en su caso ha sido distinto. Puede que sea porque… ¿porque le habría reconocido? ¿Incluso por la voz?
– Es una posibilidad, desde luego -dijo Lucas-. Un cambio de modus operandi a estas alturas tiene que significar algo.
– ¿No podemos hablar de eso cuando hayamos salido de esta montaña? -preguntó Wyatt-. Necesito aire fresco… y quizá también una ducha caliente. Y una taza de café. Y un buen filete.
Nadie estaba dispuesto a discutir con él. Dejaron la caverna tal y como estaba, iluminada por aquella luz deslumbrante, y usaron las linternas para alumbrar el camino de vuelta a la boca de la mina. Al llegar a ella, encontraron a Glen a punto de entrar. Había conseguido contactar con uno de los equipos de rastreo, de modo que ya había empezado a correrse la voz de que el sheriff Metcalf había sido encontrado vivo y se hallaba a salvo.
– Nos encontraremos con los demás en jefatura -dijo.
– Muy bien -contestó Wyatt-. Voto porque nos vayamos de aquí pitando. Estoy harto de este sitio.
Desde su observatorio, próximo al departamento del sheriff, vio que los equipos de búsqueda comenzaban a regresar y comprendió al instante que algo había salido mal. Algunos policías sonreían y todos ellos parecían mucho menos preocupados de lo que habrían estado si la búsqueda hubiera resultado infructuosa o hubieran hallado el cadáver del sheriff.
Comprobó su reloj y masculló una maldición en voz baja. Después, se dispuso a esperar.
Había transcurrido casi una hora cuando llegó el último equipo de búsqueda. A la luz inclemente del aparcamiento de la jefatura, les vio salir de un voluminoso todoterreno mientras los periodistas les gritaban preguntas y los flashes brillaban. Y vio también al sheriff, que obviamente se había tomado el tiempo necesario para ducharse y cambiarse de ropa después de su calvario.
Wyatt Metcalf estaba vivo.
Vivo.
El equipo de rastreo que había encontrado al sheriff desapareció rápidamente en el interior del edificio sin detenerse a contestar preguntas, al igual que Metcalf, después de hacer un mal chiste acerca de que las noticias acerca de su muerte eran tremendamente exageradas.
Mientras observaba, con los dientes apretados sin darse cuenta, supo todo lo que tenía que saber. Aquella jugada, al menos, la habían ganado los otros.
Luke.
Caitlin Graham.
Y Samantha Burke.
Descontó automáticamente al ayudante del sheriff, consciente de que no suponía ninguna amenaza. Pero los demás…
¿Qué papel había desempeñado Caitlin Graham en todo aquello? Le molestaba no saberlo, no haber previsto su aparición en Golden. No haber sabido siquiera que Lindsay Graham tenía una hermana.
Eso pasaba por cambiar de planes, era consciente de ello, aunque en su momento no había visto otra alternativa.
No tenía planeado llevarse a Lindsay Graham y, casi desde el momento en que la había secuestrado, había tenido la sensación de que las cosas iban… mal. Tenía la idea inquietante de que, desde el instante en que había decidido no secuestrar a Carrie Vaughn (principalmente porque le había irritado y sorprendido que la vidente de feria no sólo hubiera descubierto cuál era su objetivo y hubiera avisado a la mujer, sino que además se las hubiera ingeniado, tras aquella sorpresa, para convencer de algún modo al sheriff de que vigilara a Vaughn), su control sobre los acontecimientos se había difuminado, aunque fuera solamente un poco.
No esperaba, ciertamente, que el sheriff prestara oídos a Samantha, fuera lo que fuese lo que ésta le dijera. Metcalf era un policía tenaz que no tenía paciencia para videntes de feria; todo en su pasado y en su trayectoria profesional así lo indicaba, del mismo modo que los tratos anteriores de Samantha Burke con la policía indicaban tanto su falta de credibilidad a ojos de los agentes de las fuerzas del orden, como su reticencia a involucrarse en todo lo que escapara a su vida cotidiana en la feria.
Sólo una vez había tomado parte activa en una investigación, tres años antes, y el desastroso final (tanto de la investigación como de su efímera y turbulenta relación con Luke Jordan) la había hecho huir y buscar refugio de nuevo en la feria «Después del anochecer».
Samantha le había parecido una herramienta práctica, no porque creyera que podía ver el futuro, sino por el torbellino de sentimientos que sin duda provocaría en Luke, y por la tormenta mediática que atraería sobre la investigación. Por eso la había conducido hasta allí, dispuesto a utilizarla con esos fines. Para desequilibrar a Luke y distraerle del caso.
Era, había pensado, un paso necesario, una vez establecido el juego allí, en Golden. No disponía ya de la ventaja de moverse constantemente, forzando a Luke a seguirlo. Así que necesitaba la presencia de Samantha para mantener a su oponente algo distraído y descentrado.
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