Samantha se volvió un poco sobre la cama para mirarlo a la cara del todo y juntó las manos frías sobre el regazo.
– Siéntate. Puede que esto nos lleve un rato.
Lucas se apartó de la ventana y se sentó al otro de la cama, pero dijo:
– Es tarde. Estás cansada, yo también, y mañana nos espera otro día muy largo. Tenemos que cazar a un asesino, Sam.
– Lo sé. ¿Recuerdas lo que te dije el primer día? No puedes derrotarle sin mí.
– ¿Porque tú eres capaz de hacerme perder los estribos? -preguntó él.
Ella respiró hondo, demasiado tensa para apreciar ningún atisbo de humor.
– Porque te obligo a oír cosas que no quieres oír. Te niegas a sentir dolor o miedo hasta que no te queda más remedio. Así que no voy a darte elección.
– Sam…
Ignorando aquel principio de protesta, ella dijo con firmeza:
– Tenía seis años cuando empecé a ver el porvenir. Sucedió la primera vez que él me arrojó contra la pared.
Jaylene vio el mismo informativo y al apagar el televisor de su cuarto hizo una mueca. No se sorprendió cuando, escasos minutos después, recibió una llamada en el móvil.
Comprobó el identificador de llamadas y contestó diciendo:
– Has visto el informativo, ¿eh?
– Sí -dijo Bishop.
– Ya. ¿Y desde cuándo estás por aquí?
– Desde hace tiempo suficiente.
Jaylene exhaló un suspiro.
– Tenía el presentimiento de que aquí pasaba algo más de lo que decías. Sé que a veces mandas a uno o dos escoltas sin avisar a los agentes encargados del caso, que a menudo incluso hay alguien trabajando de incógnito, pero tú no sueles presentarte en persona cuando otro miembro del equipo dirige una investigación.
– Ese asesino tiene más de una docena de muescas en el cinto, Jay, y no parece que tenga intención de aflojar el ritmo. Ni de querer que le cojan, lo cual resultaría muy conveniente. Hay que detenerlo, y tiene que ser aquí.
– Eso no te lo discuto. Pero ¿a qué viene tanto misterio? ¿Por qué no nos has dicho simplemente que ibas a participar en la investigación?
– Porque el objetivo del asesino es Luke… y a mí los medios me conocen demasiado.
Jaylene sabía que esto último, al menos, era cierto; Bishop tenía una cara y una presencia memorables, y sólo muy raramente podía trabajar de incógnito.
– ¿Crees que, si hubieras aparecido públicamente, el asesino habría cambiado de objetivo?
– No. Creo que se marcharía de Golden e intentaría poner en práctica su juego en otra parte. Sabe lo nuestro, Jay. Lo de la Unidad de Crímenes Especiales. Y si cualquier otro miembro del equipo aparece en público, es muy probable que llegue a la conclusión de que hemos afrontado el caso desde cierto punto de vista. Desde un punto de vista parapsicológico.
– Y, sin embargo -dijo Jaylene, pensativa-, atrajo a Sam hasta aquí. ¿Piensas que ese tipo no cree que sea una vidente auténtica?
– Sí, eso es precisamente lo que pienso. La implicación de Samantha en la investigación de hace tres años fue más o menos un fiasco público, al menos desde la perspectiva de los medios que informaron sobre el caso. Cualquiera que leyera esas informaciones probablemente pensó que Samantha era una farsante.
– Entonces, ¿la quería aquí para… distraer a Luke?
– ¿Por qué no? Y aunque eso fallara, era muy probable que los medios vieran en ella una buena historia, una anécdota que añadía tensión al caso. Tensión entre los investigadores y la gente del pueblo.
– Lo cual haría aún más difícil que Luke se concentrara. -Jaylene torció el gesto-. Sí, pero si ese tipo de veras pretende medir su ingenio con el de Luke, ¿para qué iba a esforzarse tanto en manipular el juego para obtener ventaja? Quiero decir que por qué no eligió un terreno de juego igualado.
– Sí, eso es lo que desearía una mente competitiva y sana -dijo Bishop-. Pero ¿un sociópata…? Sólo quiere vencer, el juego limpio le trae sin cuidado. Quiere demostrar, a su modo, que es mejor que Luke. Más listo, más fuerte. Manipular a la gente y los acontecimientos es solamente otra forma de conseguir su propósito.
– Entonces, hemos sido unos ingenuos al intentar siquiera descubrir sus reglas.
– Yo llamaría a eso un ejercicio de futilidad.
– Supongo que tienes razón. Sam comentó algo sobre las mentes rotas que no funcionan como esperamos.
– En eso tiene razón. Lo único que sabemos a ciencia cierta -añadió Bishop- es que ese tipo siente un rencor personal hacia Luke.
– Imagino que ya habrás hecho averiguaciones al respecto.
– Hemos revisado todos los casos de Luke de los últimos cinco años, y no hay ninguna pista que parezca prometedora. Resulta más difícil indagar sobre los casos anteriores a su entrada en la Unidad, pero estamos en ello. -Bishop hizo una pausa y luego añadió-: No sé si Luke se acordará de algo que pueda sernos útil, pero no vendría mal orientarlo en esa dirección.
– Luke no habla de su pasado, ya lo sabes.
– Sí, se empeña en no hablar de ello. Pero confío en que Samantha haya surtido algún efecto sobre él.
– Y así ha sido. Pero no estoy segura de cuál será ese efecto cuando esté todo dicho y hecho. -Fue ahora Jaylene quien hizo una pausa para añadir a continuación-: Dime la verdad, jefe… ¿te pusiste tú en contacto con Samantha o ella contigo?
Bishop suspiró y murmuró:
– Intentar ocultar información a gente con facultades parapsicológicas es realmente un infierno.
– Eso no es una respuesta.
– Se puso ella en contacto conmigo.
– Es por esa visión que tuvo al principio, ¿verdad? La que la impulsó a morder el anzuelo y venir a Golden.
– Sí. Es lo único que puedo decirte, Jaylene. Y más de lo que Luke debe saber en este momento. Tampoco debe saber que Galen os vigila siempre que os quedáis solos o que yo estoy cerca de Golden.
– ¿Más secretos que ocultar a mi compañero? -Ella suspiró.
– No te lo pediría si no creyera que es importante.
– Eso no hace falta que me lo recuerdes.
– Sí -repuso Bishop-, eso me parecía.
Lucas esperaba algo malo. Samantha era demasiado inteligente para haber desertado de una familia normal, incluso a una edad en que las hormonas y la estupidez juvenil tendían a gobernar muchos actos y decisiones.
De modo que esperaba algo malo. Pero no aquello.
Aquellos ojos negrísimos no se apartaban de su cara y su voz era firme, casi indiferente, como si el relato no significara nada para ella. Pero Lucas percibía la tensión en sus manos, anudadas sobre el regazo, y veía el sufrimiento en la palidez de su cara.
Lo veía. Pero no lo sentía, no sentía su dolor.
Sólo sentía el suyo propio.
– Era mi padrastro -dijo ella-. Mi verdadero padre murió en un accidente de tráfico cuando yo era muy pequeña. Mi madre era de esas mujeres que necesitan un hombre a su lado, tenía que sentir que pertenecía a alguien, así que de niña tuve una serie de tíos. Luego le conoció a él. Y se casaron. Supongo que al principio ella no sabía que le gustaba beber, y que la bebida le volvía mezquino. Pero lo descubrió. Lo descubrimos ambas.
– Sam…
– No recuerdo por qué empezó todo ese día. En realidad, ni siquiera recuerdo que me tirara contra la pared. Sólo recuerdo que me desperté en el hospital y que oí que mi madre le contaba angustiada al médico que yo era muy torpe y que me había caído por las escaleras. Entonces me puso la mano en el brazo, me dio unas palmaditas y… y vi lo que me había pasado. A través de sus recuerdos. Me vi volar contra la pared como una muñeca de trapo.
– Una herida en la cabeza -murmuró Lucas.
Samantha asintió.
– Una conmoción cerebral severa. Estuve más de dos semanas en el hospital. Y a veces todavía tengo dolores de cabeza espantosos que me duran horas. Tan fuertes, que literalmente me dejan ciega.
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